De vacas y c¨²pulas car¨ªsimas
El expresionismo abstracto me suele dejar bastante fr¨ªa. Salvo excepciones, ni me gusta ni lo entiendo, si es que hay algo que entender, que ¨¦sa es la cuesti¨®n, o una de las cuestiones a debatir en torno al arte. Personalmente, no creo que el arte tenga que entenderse: tienes que sentirlo, tiene que conmoverte e impactarte, aunque sin duda el gusto se educa con el conocimiento. De manera que, por una de esas paradojas a las que es tan dada la vida, la reflexi¨®n y el aprendizaje intelectual te hacen m¨¢s capaz de disfrutar de un cuadro de manera emocional e irreflexiva.
En la Tate Modern de Londres, uno de los museos m¨¢s importantes del mundo, hay abierta actualmente una exposici¨®n del famoso pintor Mark Rothko. Y resulta que, mes y medio despu¨¦s de la inauguraci¨®n, se descubri¨® que algunos murales estaban colgados del rev¨¦s. Con las franjas verticales, en vez de horizontales. El asunto salt¨® a la prensa hace un par de semanas, provocando inmenso regocijo en todas esas personas (son legi¨®n) a las que no s¨®lo no les gusta el arte abstracto, sino que verdaderamente lo detestan y se sienten agredidas por su "falta de sentido", esto es, porque lo pintado no es reconocible figurativamente. Al parecer, estas obras de Rothko han sido exhibidas patas arriba y patas abajo varias veces a lo largo de su historia. El hijo del pintor asisti¨® a la inauguraci¨®n en la Tate y no encontr¨® nada raro; y al artista no se le puede preguntar, porque se suicid¨® en 1970. A m¨ª, los c¨¦lebres y enormes murales de Rothko me gustan e impresionan, tal vez por la brutalidad de sus colores volc¨¢nicos; pero sin duda resulta un poco desmoralizador pensar que esas piezas car¨ªsimas, reputad¨ªsimas y venerad¨ªsimas, pueden ser vistas al rev¨¦s sin que cambie nada.
El arte moderno inquieta al ciudadano. Es decir, inquieta la enorme pompa artificial en que parece haberse convertido, la cada vez m¨¢s punzante sensaci¨®n de que las artes pl¨¢sticas son sobre todo negocio, y que ese negocio no es m¨¢s que una supermillonaria venta de humo. No es casualidad que Arte, de Yasmina Reza, sea la obra m¨¢s representada en la historia del teatro mundial. Traducida a treinta y cinco idiomas, esta cr¨ªtica feroz al papanatismo y la vaciedad del mundillo art¨ªstico ha sido un ¨¦xito en todos los pa¨ªses, incluido el nuestro.
Lo cierto es que la excelencia en el arte (tambi¨¦n en la m¨²sica, tambi¨¦n en la escritura) no es objetivable. Es decir, no hay una manera indiscutible de medir lo buena o mala que es una obra art¨ªstica. Las valoraciones dependen de la convenci¨®n social, de un acuerdo siempre arbitrario. La historia nos demuestra que en todas las ¨¦pocas ha habido pintores, m¨²sicos y escritores consagrados por sus coet¨¢neos que hoy nos parecen una porquer¨ªa, y viceversa. Y sobre ese gusto siempre huidizo, mudable y caprichoso se ha construido ahora el tenderete hipertrofiado del mercado de las artes pl¨¢sticas, que para m¨ª es tan incomprensible como la Bolsa. ?De verdad valen trece millones de euros las penosas vacas en formol de Damien Hirst? ?Y por qu¨¦ valen eso? Las cantidades de dinero que se manejan han adquirido dimensiones lis¨¦rgicas, quiero decir que son alucin¨®genas y forman parte de una especie de delirio general. Como lo de la c¨²?pula de Barcel¨®. Siempre he admirado la potente obra de Barcel¨®, aunque, a juzgar por las fotos, la c¨²pula se me antoja un poco Disneylandia. Pero esto da lo mismo, porque mi gusto, cualquier gusto individual, importa un bledo. Lo que importa es preguntarse si eso vale veinte millones de euros, una suma que podr¨ªa ser el presupuesto de un pa¨ªs peque?o. Se dir¨ªa que el mundo del arte est¨¢ cada d¨ªa m¨¢s ensimismado y es m¨¢s irreal y m¨¢s perverso.
Y una pregunta m¨¢s: ?por qu¨¦ la c¨²pula de Barcel¨® y las vacas de Hirst son reverenciadas y cotizadas obras de arte, y una calabaza tallada con exquisito y primoroso mimo por un peruano, pongamos, no es m¨¢s que una humilde artesan¨ªa y vale una miseria? Sin embargo, tambi¨¦n es una obra ¨²nica, tambi¨¦n sus dibujos dependen de la creatividad y del talento del autor. Tengo en casa un jarro de barro cocido que compr¨¦ en un pueblito del interior de Marruecos hace treinta a?os. Tripudo pero delicado, es tan original y al mismo tiempo tan arm¨®nico que parece unir la esencia del jarro, su arquetipo perfecto, con un dise?o modern¨ªsimo. Es un hermoso objeto que conmueve. De hecho, creo que me conmueve m¨¢s que, por ejemplo, los murales de Rothko.
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