El jard¨ªn
De las razones de los dem¨¢s lo ignoramos todo, pero existen. En el bosque, durante la noche suceden cosas que no vemos, se mueven animales sin sue?o. Nuestras pesadillas est¨¢n pobladas de nuestros d¨ªas, nada en el dolor nos resulta completamente extra?o. Cada raz¨®n tiene dos manos distintas. Por eso se juntan las palmas al rezar, para que algo que no se puede alcanzar se imagine posible. En los bares, todo el mundo est¨¢ seguro de algo, se explican las cosas como si fueran f¨®rmulas infalibles y el interlocutor asiente convencido. En la calle se diluyen los motivos, se tuercen las certezas, se enreda la madeja. Las partes enfrentadas disienten. Cada jard¨ªn se levanta orgulloso frente al nombre de las otras flores.
?S¨¢lvese quien pueda! Cada batalla exige el desprecio de la otra bandera. No hay ej¨¦rcito que no acabe diezmado. En ese instante, dice S¨¢ndor M¨¢rai, sientes no haber tra¨ªdo tu mejor arma de fuego.
Es posible que tambi¨¦n se pueda ignorar la necesidad de la batalla sin estar del todo muerto. Tiene que haber un jard¨ªn que no se esconda ni ofenda, una raz¨®n que no camine sobre otras razones, una incertidumbre amable que no nos confunda. Un coraje de otra naturaleza.
NADA NOS OBLIGABA a acelerar el paso, a tragarnos los d¨ªas, a no concebir ma?ana. Si algo parece constantemente despreciado, es el tiempo. Se escoge a menudo un atajo que nos lleve a un lugar en el que probablemente no merezcamos estar todav¨ªa. A los ni?os les obligamos a esperar, pero nosotros hemos perdido ese talento. Ahora tiene que ser primavera, ahora te necesito, ahora exijo una explicaci¨®n, todo tiene que suceder ahora. Pero el jard¨ªn espera y los setos se inclinan con el viento y suceden las cosas sin preguntarnos nada. La paciencia del jard¨ªn impone su propio tiempo. Tambi¨¦n se puede caminar entre las hojas ca¨ªdas y bajo las ramas desnudas. Se puede esperar que vuelvan las flores, en los charcos tambi¨¦n hay rostros parecidos a los nuestros. Nadie nos ha pedido llegar tan deprisa, podr¨ªamos haber aprendido a esperar mientras aprend¨ªamos el resto de lo que aprendimos. Puede ser que no necesit¨¢semos en realidad trenes m¨¢s veloces, sino paisajes m¨¢s hermosos. A lo mejor lo m¨¢s urgente era el cuidado. Ante la gloria, sin prisa, frente a la amenaza, sin miedo. ?Por qu¨¦ no crecer despacio y de esta manera? En lo esencial merece la pena indagar, escribe M¨¢rai. Las ecuaciones sencillas nos ofrecen un universo limitado. Las soluciones simples alargan los problemas. Ser¨ªa curioso conocer otros jardines, prestar atenci¨®n a otras naturalezas, imaginar otros climas, conocer otras derrotas.
Los actores no se vuelven locos por sujetar nombres distintos, los dem¨¢s vamos perdiendo la cordura por sujetar s¨®lo el nuestro. Por defender lo propio como ¨²nico. Parece m¨¢s que probable que en el infierno haya un hombre solo y en el cielo la compa?¨ªa de otras almas. Tener raz¨®n es abandonar el mundo.
He dicho lo que ten¨ªa que decir, decimos con frecuencia para zanjar una disputa. ?Hab¨ªa que decirlo? ?Merecemos ser escuchados con tanta atenci¨®n? ?Tenemos la m¨¢s remota idea de la importancia que puedan tener nuestros argumentos frente a otros d se siente al despertar ya se ha muerto al caer la noche. Detr¨¢s de los ruidos del vecino hay una vida diferente, tal vez habr¨ªa que escuchar ese rumor en lugar de golpear la pared con el pu?o. Nos molestaba el ruido y ahora, de pronto, lo preferimos al silencio.
Detr¨¢s de este jard¨ªn hay otro, entre los matojos de lo nuestro no es dif¨ªcil imaginar otras vidas. Con un poco de atenci¨®n pueden verse las sombras de otros cuerpos, el sonido de otros pasos.
Puede que en la Comunidad de Madrid est¨¦n haciendo algo mejor de lo que a simple vista parece una infamia. Tal vez sea bueno que por fin nos espiemos en lugar de ignorarnos.
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