Los cines, esos viejos refugios en v¨ªas de extinci¨®n
No hace falta que la memoria retroceda hasta el paleol¨ªtico para constatar que hace treinta y tantos a?os la profesi¨®n de la reventa de entradas tambi¨¦n inclu¨ªa en su oferta el cine de estreno. Aclaro lo de estreno porque entonces exist¨ªan los codiciados templos del reestreno, los programas dobles, las reposiciones de t¨ªtulos con aureola popular o de exquisiteces de arte y ensayo (lo de cine "de culto" es posterior, un invento con aroma posmoderno), la posibilidad de entrar en una sala a las cuatro de la tarde y abandonarla a las doce de la noche. Se pod¨ªa vivir o sobrevivir en el cine. Era un espect¨¢culo asombrosamente barato en funci¨®n de la hipn¨®tica mercanc¨ªa que te donaba, una forma maravillosa de ese concepto de enunciado filos¨®fico consistente en "pasar el tiempo".
Los cines de barrio representaban un impagable refugio para la soledad
La mayor¨ªa de salas huelen a ruina, a negocio sin posible resurrecci¨®n
Si a lo largo del a?o los cines est¨¢n vac¨ªos, en verano no hay ni dios
Los infinitos cines de barrio representaban un impagable refugio para las soledades obligadas o elegidas, los jubilados y los ni?os. Tambi¨¦n para esas parejas que en inmejorable expresi¨®n de Brassens "se picotean en los bancos p¨²blicos, antes de que su cielo se haya empezado a llenar de amenazantes nubes". En el cine, ese enamorado o l¨²brico picoteo se pod¨ªa prolongar hasta el infinito y sin que la moral p¨²blica impusiera multas o restricciones. Hab¨ªa m¨²ltiples y gozosas razones para ir al cine, a esa fiesta permanente, al pa¨ªs de Nunca Jam¨¢s. Y si lo que ve¨ªas y escuchabas te enamoraba, aquello ya era la hostia.
Y ese rito se est¨¢ muriendo desde hace demasiado tiempo. Los que debido a la obligaci¨®n profesional seguimos habitando cotidianamente los cines podemos certificar con patetismo que en d¨ªas laborables es un milagro encontrarte con m¨¢s de veinte espectadores en la sala. Salas que en su mayor¨ªa huelen a ruina, a negocio sin posibilidad de resurrecci¨®n, controladas por un personal tan exiguo como hastiado, con peligro de que te rompas la cabeza si entras a oscuras en la sala, con la sensaci¨®n de que esa forma de divertirse y de sentir pertenece al pasado, que ir al cine ya no precisa de ese acto tan sano de salir a la calle ni de ser compartido con extra?os. Y te fijas m¨¢s en la personalidad de los que se aferran a ese micromundo, en las motivaciones de los n¨¢ufragos para seguir acudiendo al cine, en los que tienen pinta de que ese acto l¨²dico siempre ha significado para ellos una ceremonia solitaria y en los que no conciben meterse en la sala si no van acompa?ados; en los que no soportan que haya vecinos en la fila que han elegido y en los que parecen no tener man¨ªas ni sentir agobios si les toca gente al lado, en los j¨®venes y por los viejos, en los que trituran palomitas haciendo un ruido insoportable y en los que ejercer¨ªan vocacionalmente de asesinos en serie contra gente tan lamentablemente educada; en los que huyen exclusivamente del fr¨ªo o del calor y en los que esperan que las pel¨ªculas les regalen un milagro permanentemente renovable, un ant¨ªdoto contra todo lo gris¨¢ceo.
No s¨¦ lo que ocurre en los cines de los grandes centros comerciales, la ¨²nica formula que seg¨²n los expertos sobrevivir¨¢ en algo tan progresivamente ex¨®tico como ir al cine. No se me ha perdido nada en ambientes tan actuales y no soporto las pel¨ªculas dobladas, incluidas las malas y las horrorosas. Esto ¨²ltimo me plantea dudas sobre los or¨ªgenes de la pasi¨®n, ya que me enamor¨¦ del cine cuando en este pa¨ªs no exist¨ªa la versi¨®n original. Las voces que en la infancia me resultaban naturales y atractivas ahora me resultan impostadas y falsas. No s¨¦ si ha cambiado la calidad de los doblajes o mi forma de percibir el cine. En cualquier caso, he ganado mucho perdiendo la inocencia, la angelical convicci¨®n de que estaba oyendo las aut¨¦nticas voces transmitiendo emociones y sentimientos de actores y actrices que me fascinaban.
Si a lo largo del a?o los cines est¨¢n casi vac¨ªos, en verano no hay ni dios. Hay veces que sientes piedad por proyeccionistas, porteros y taquilleros (los acomodadores andan en extinci¨®n) al constatar que hacen su trabajo para cuatro espectadores. Que pueden perderlo, si contin¨²a la imparable sequ¨ªa. No voy de apocal¨ªptico. Soy realista. Y es muy triste asistir al crep¨²sculo de una de las mejores cosas que te ha ofrecido la vida.
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