H¨¦roes de papel
Historieta, tebeo, c¨®mic, c¨®mix, novela gr¨¢fica... La lista de nombres que han definido y definen el noveno arte es interminable, resultado de la continuada y compleja b¨²squeda de una identidad propia. Una actitud sorprendente para un medio que hunde sus ra¨ªces en la narraci¨®n gr¨¢fica, uno de los primeros lenguajes desarrollados por el hombre y sobre el que se ciment¨® el nacimiento de la escritura, capaz de generar obras maestras de la cultura a la par que iconos populares indiscutibles.
Pese a que la historieta adquiriera su forma actual en la prensa americana de finales del siglo XIX, se puede rastrear su evoluci¨®n a lo largo de toda la historia, con ejemplos que van desde el tapiz de Bayeux hasta la literatura de cordel, las aucas o aleluyas, la prensa sat¨ªrica y autores como William Hogarth, Wilhelm Busch o Rodolphe T?pffer. Un linaje prestigioso que hace dif¨ªcil comprender el rechazo que ha sufrido la historieta por parte de la cultura oficialista, en claro contraste -o quiz¨¢, como raz¨®n evidente- con una cultura popular que la abrazaba sin condiciones, asumi¨¦ndola junto con el cine como una de las artes propias e inseparables del siglo XX.
En la gran depresi¨®n, los c¨®mics ofrec¨ªan cura temporal a la desgracia
Los comic-books fueron despreciados por parte de la intelectualidad
El noveno arte, la novela gr¨¢fica, vive un momento dulce en Espa?a
Winsor McCay, Rudolph Dirks, Richard. F. Outcault o George Herriman sentaron las bases de un lenguaje que adquiri¨® una r¨¢pida mayor¨ªa de edad, diferenciado de sus antecedentes y con caracter¨ªsticas propias, consiguiendo que las historietas que se inclu¨ªan en esos peri¨®dicos de inicios de siglo pronto alcanzaran un inusitado ¨¦xito, protagonizando suplementos exclusivos que se dec¨ªan infantiles, pero eran le¨ªdos por adultos, que llegaban a decidir qu¨¦ diario comprar seg¨²n las series que incluyera.
Una progresi¨®n que se desbord¨® literalmente durante los a?os treinta: Tarz¨¢n, Popeye, Buck Rogers, Flash Gordon, Prince Valiant, El hombre enmascarado, Dick Tracy, Mandrake o Jim de la jungla... ser¨ªan pronto iconos del imaginario de la cultura popular, que arrastraban a los lectores hasta conseguir que lo acontecido en sus series llegara a alcanzar la consideraci¨®n de evento nacional, como la muerte de uno de los personajes de la m¨ªtica Terry y los piratas, del dibujante Milton Caniff, respondida con banderas a media asta en los edificios oficiales y un luto nacional.?
En una expansi¨®n sin precedentes, las historietas se independizaron de la prensa para trasladarse a un nuevo formato en revista, los llamados comic-books, despreciados por parte de la intelectualidad de la ¨¦poca, pero que acogieron el nacimiento de un g¨¦nero que estar¨ªa profundamente ligado al medio, casi indisoluble con ¨¦l: los superh¨¦roes. Superman, Batman, Capit¨¢n Am¨¦rica y decenas de otros personajes daban un paso m¨¢s sobre los h¨¦roes de aventuras de los pulp, dot¨¢ndolos de poderes fant¨¢sticos que encandilaban a unos lectores j¨®venes, aburridos de unas tiras que consideraban demasiado "serias". Un contexto que pronto se traducir¨ªa en divisi¨®n entre el c¨®mic prestigioso, el que aparec¨ªa en la prensa y era seguido y alabado por intelectuales que incluso reclamar¨ªan el premio Nobel para autores como Al Capp, y el tebeo popular, el comic-book, denostado como infantil y superficial pese a su espectacular difusi¨®n. Una primera fractura fratricida que, por desgracia, se repetir¨¢ como constante en las d¨¦cadas siguientes con diferentes formas y matices.
Hasta 1929, los contenidos habituales de las tiras y suplementos dominicales de historieta se centraban m¨¢s en el costumbrismo y el humor, desde la ¨¢cida s¨¢tira social de Hoogan's Alley, de R. F. Outcault (donde nacer¨ªa uno de los personajes m¨¢s famosos de la historia del medio, The Yellow Kid, cuyo morboso reflejo de la realidad de los bajos fondos bautizar¨ªa el nombre de "prensa amarilla"), hasta la picaresca infantil de The Katzenjammers Kids, de Rudolph Dirks (antecedente directo de nuestros Zipi y Zape), pasando por el inicio de la novela-r¨ªo costumbrista que supuso Gasoline Alley, serial iniciado en 1916 por Frank King que sigue public¨¢ndose y contando el d¨ªa a d¨ªa de la familia Wallet.
Era el momento de dar un paso adelante y de incorporar otro tipo de g¨¦neros, como los que explotaban las novelas pulp, la forma m¨¢s popular de literatura que impregnaba sus p¨¢ginas de misterio, cr¨ªmenes, ciencia-ficci¨®n y ex¨®tica fantas¨ªa. G¨¦neros perfectos para ser trasladados a un medio que pod¨ªa estimular la imaginaci¨®n de los lectores con im¨¢genes de una potencia visual inusitada. El trasvase no pudo ser m¨¢s directo: el 7 de enero de 1929, dos personajes nacidos en esa literatura popular abr¨ªan lo que ser¨ªa una nueva forma de entender el c¨®mic. Por un lado, Buck Rogers en el siglo XXV, recuperando un personaje creado por Philip Francis Nowlan para la revista Amazing Stories y que tomaba forma gr¨¢fica de la mano del tosco Dick Calkins. Por otro, Tarz¨¢n de los Monos, el famoso personaje de Edgard Rice Burroughs que llegaba a los diarios con los dibujos de un joven pero ya virtuoso Harold Foster. El ¨¦xito fue importante, pero goz¨® de un t¨¦trico amplificador a finales de ese mismo a?o: el inicio de la Gran Depresi¨®n que marcaba el jueves negro de octubre de 1929. Con una situaci¨®n socioecon¨®mica desastrosa y derrumbada, los lectores necesitaban urgentemente huir de la realidad a bajo precio. Y los c¨®mics que dibujaban Calkins y Foster ofrec¨ªan precisamente una vacuna temporal para la desgracia. Buck Rogers se mov¨ªa con prestancia por un mundo hipertecnificado que sentar¨ªa las bases de lo que ser¨ªa la ciencia-ficci¨®n futura, con un espectacular ¨¦xito que favorecer¨ªa la generaci¨®n de todo tipo de sosias, como Brick Bradford. Por su parte, el Tarz¨¢n de Foster transportaba a los lectores a selvas ex¨®ticas llenas de bellas mujeres y misteriosos habitantes, con un elegante dibujo que pronto se sumergi¨® en el delirio fant¨¢stico de Burroughs, uniendo sin prejuicios el antiguo Egipto con la jungla africana y a fieros leones con terribles dinosaurios. Todo val¨ªa en las manos de un dibujante hiperdotado que desplegar¨ªa tal magisterio que los recursos gr¨¢ficos y narrativos utilizados proyectar¨ªan su influencia durante d¨¦cadas, convirti¨¦ndose en la base de la historieta realista.
Sin embargo, la fama de estos personajes, que llegar¨ªan a protagonizar seriales radiof¨®nicos y cinematogr¨¢ficos, quedar¨¢ eclipsada por la de Flash Gordon. Una serie nacida como la respuesta del todopoderoso King Features Syndicate, principal productor de c¨®mics en prensa de la ¨¦poca, a toda la pl¨¦yade de series que atentaban contra su pr¨¢ctico monopolio. Buscando una competencia efectiva contra Buck Rogers, encarg¨® al escritor Don Moore la creaci¨®n de un nuevo personaje que nacer¨ªa justo cinco a?os despu¨¦s que su modelo, con un argumento de obvias reminiscencias. Si en la serie de Newman y Calkins el h¨¦roe es un antiguo piloto que despierta tras cinco siglos en animaci¨®n suspendida para convertirse en el l¨ªder de la lucha contra los p¨¦rfidos mongoles, Moore imagin¨® a un rubio y apuesto jugador de rugby que llega accidentalmente al planeta Mongo (?todo era posible en los a?os treinta!) para enfrentarse contra el malvado dictador Ming. La diferencia entre ambas vendr¨ªa marcada por el talento del joven dibujante Alex Raymond, formado como ayudante de autores tan famosos como Lyman Young y que se atrever¨ªa a desarrollar simult¨¢neamente tres series que marcar¨ªan un nuevo estilo: Agente secreto X-9 (cuyos guiones? iniciales estaban firmados por Dashiell Hammet), Jim de la jungla y la ya citada Flash Gordon. Pese al espectacular volumen de trabajo, la calidad de los dibujos de Raymond pronto convenci¨® al p¨²blico, encandilado cuando el autor se pudo dedicar en exclusiva a la serie de ciencia-ficci¨®n, plasmando algunas de las p¨¢ginas m¨¢s bellas de la historieta. El s¨®lido dominio de la figura humana, la fluidez narrativa y una elegante est¨¦tica de composici¨®n de la p¨¢gina, junto con unas historias donde la ¨¦pica sobredimensionada rivalizaba con cierta seductora ingenuidad, convirtieron la serie en un referente que, en palabras del escritor y especialista Rafael Mar¨ªn, hizo del personaje "el icono m¨¢s conocido de la ciencia-ficci¨®n visual hasta la aparici¨®n de Star Wars, [...] el h¨¦roe protot¨ªpico de la cultura de masas del siglo XX". Un trono que parec¨ªa llamado a perder tras la llamada a filas de Raymond en 1944, pero que recuperar¨ªa con honores en 1951, cuando el dibujante Dan Barry se hace cargo de la serie. En pleno auge del cine de ciencia-ficci¨®n, Barry abandona la fantas¨ªa ¨¦pica de la etapa de Raymond para convertir a Flash en el primer h¨¦roe de la ciencia-ficci¨®n tecnol¨®gica, relanzando al personaje de tal forma que su aspecto gr¨¢fico ser¨ªa la base de toda la imaginer¨ªa visual del g¨¦nero durante las d¨¦cadas siguientes.
Pero la historieta realista de prensa no monopolizar¨ªa el ¨¦xito del noveno arte. En el mismo a?o que Tarz¨¢n y Buck Rogers ve¨ªan la luz, un curioso personaje se asomaba por primera vez a las p¨¢ginas de la s¨¢tira que dibujaba Elzie C. Segar, Thimble Theatre. Un marinero arisco y contrahecho, tuerto, malhumorado y malhablado que s¨®lo ten¨ªa que llevar en barco a los protagonistas Ham Gravy y Olive Oyl, pero que en apenas unas semanas se apoderar¨ªa del protagonismo de la serie hasta el punto de cambiarle el t¨ªtulo por el de Thimble Theatre starring Popeye the sailor. Y tambi¨¦n a la tem¨¢tica, pasando del slapstick heredero del cine mudo que marcaba la anterior etapa a un delirio de aventuras casi surrealistas. Segar cre¨® al primer antih¨¦roe de la historia, que, muy a su pesar, corr¨ªa incre¨ªbles aventuras de las que siempre ten¨ªa que salir a pu?etazos, aprovechando su descomunal fuerza. O el primer superh¨¦roe, si se quiere ver as¨ª. En cualquier caso, el personaje cal¨® tanto en los lectores que se convirti¨® en un generador de leyendas populares. La m¨¢s conocida, sin duda, la de sus poderes provocados de la ingesta compulsiva de espinacas, una idea que se implant¨® en los dibujos animados a partir de una famosa campa?a publicitaria, pero que nunca existi¨® en la serie de Segar: Popeye obten¨ªa su fuerza por el roce de una extra?a gallin¨¢cea m¨¢gica. Sin embargo, poco import¨® el origen real, y las espinacas y la fuerza siguieron ligadas para siempre gracias al marino tuerto; igual que la denominaci¨®n del famoso todoterreno Jeep, tomada de Eugene the Jeep, un animal de incre¨ªbles poderes m¨¢gicos.
Pero, sin duda, el gran ¨¦xito del personaje sobrevino con su paso a los dibujos animados, convirti¨¦ndose en la estrella de los prestigiosos estudios de los hermanos Fleischer, en una carrera que todav¨ªa hoy perdura en la cadena Boomerang con The Popeye show.
Diez a?os despu¨¦s del nacimiento de estos personajes, la prensa pas¨® el testigo a los comic-books con una creaci¨®n llamada a cambiar el medio: Superman. Los superh¨¦roes hab¨ªan nacido para convertirse en el g¨¦nero por excelencia de los comic-books y los editores no pod¨ªan dejar de aprovechar el ¨¦xito de la serie, por lo que encargaron a otra joven pareja un nuevo personaje. Si Shuster y Siegel se inspiraron en el Gladiator de Philip Willye, Bob Kane y Bill Finger optaron por fijarse en un cl¨¢sico del pulp, La sombra, para componer un superh¨¦roe oscuro y tenebroso: Batman, el hombre murci¨¦lago. Una creaci¨®n que repetir¨ªa el ¨¦xito del kryptoniano y que, como aqu¨¦l, pronto pas¨® de las p¨¢ginas de las revistas a los seriales cinematogr¨¢ficos y a la televisi¨®n. Sin embargo, a diferencia de Superman, llamado a convertirse en un s¨ªmbolo del esp¨ªritu americano, Batman comenzar¨ªa un camino alternativo que le permitir¨ªa ser desde referente ineludible del delirio pop de los sesenta -gracias a la serie televisiva protagonizada por Adam West- hasta protagonista del cambio definitivo del g¨¦nero hacia una era de oscura madurez cuando Frank Miller firm¨® la magistral miniserie The dark knight returns, el punto de partida de las adaptaciones de Tim Burton o Christopher Nolan que arrasaron en taquilla.
Europa no ser¨ªa ajena a la fuerza de la historieta y tambi¨¦n en 1929 nacer¨ªa un personaje que representar¨ªa m¨¢s tarde toda la producci¨®n francobelga: Tint¨ªn. Las p¨¢ginas del suplemento Le Petit Vingti¨¨me fueron el primer hogar de las aventuras de este joven reportero, creado por un casi novato Herg¨¦ bas¨¢ndose, seg¨²n algunos, en las aventuras de Palle Huld, un quincea?ero dan¨¦s que hab¨ªa dado la vuelta al mundo en 1928, aunque parecen m¨¢s una evoluci¨®n de su primer personaje, el boy scout Totor. Las primeras aventuras de Tint¨ªn mostraban un autor biso?o, que plasmaba tanto la ideolog¨ªa imperante de una sociedad colonialista como las de su mentor el abate Wallez, director de la publicaci¨®n y fervoroso anticomunista. Sin embargo, la maduraci¨®n del autor se fue proyectando y pronto Tint¨ªn se convertir¨ªa en expresi¨®n m¨¢xima de la aventura por el placer de la aventura. Las absurdas pol¨¦micas que hoy despiertan aquellas primeras entregas quedan claramente contestadas con las posteriores, que revelan un autor conservador, pero comprometido con un humanismo casi ut¨®pico, creador de un estilo gr¨¢fico y narrativo inconfundible.
Tint¨ªn rebasar¨ªa las fronteras de su B¨¦lgica natal para convertirse en el personaje por antonomasia del tebeo francobelga, centro de un negocio que mueve millones de euros anualmente y que s¨®lo encuentra oponente en otro gigante del tebeo franc¨¦s: Ast¨¦rix. Pese a que la creaci¨®n de Goscinny y Uderzo naci¨® 30 a?os despu¨¦s que su colega belga, los irreductibles galos pronto consiguieron un lugar en el corazoncito de los franceses. La serie sobrevivi¨® sin problemas a la llegada de nuevas formas de entender el c¨®mic como forma cultural adulta durante los a?os setenta e incluso al fallecimiento de su genial guionista, alcanzado un ¨¦xito cada vez mayor y convirti¨¦ndose en un fen¨®meno de ventas que, todav¨ªa en la actualidad, es considerado como uno de los motores de la industria editorial francesa.
Casi ochenta a?os despu¨¦s de la aparici¨®n de Popeye o Tint¨ªn, el c¨®mic parece por fin salir de esa espiral interminable de indefinici¨®n que en nuestro pa¨ªs era especialmente acusada. Tras d¨¦cadas en las que los cuadernillos con las aventuras de Roberto Alc¨¢zar y Pedr¨ªn, El Guerrero del Antifaz o El Capit¨¢n Trueno fueron el principal medio de entretenimiento de la poblaci¨®n, los tebeos vivieron una profunda reconversi¨®n, pasando del casi olvido a una aparente burbuja de felicidad durante los ochenta, donde eran protagonistas en los medios y fueron el arte por excelencia de la movida, pero que en los noventa quedar¨ªan enterrados por la vuelta a los t¨®picos peyorativos hacia el medio.
Una situaci¨®n que parece haber encontrado fin en el siglo XXI. Ya sea por la influencia de los ¨¦xitos de las adaptaciones cinematogr¨¢ficas de obras de referencia, por la penetraci¨®n de la historieta japonesa (manga) en la juventud o por la indudable fortuna de la denominaci¨®n "novela gr¨¢fica", el noveno arte parece vivir un momento dulce en Espa?a. La creaci¨®n del Premio Nacional del C¨®mic ha supuesto un espaldarazo fundamental que ha terminado por derrumbar las barreras, y el ¨¦xito incontestable de Arrugas, la obra de Paco Roca ganadora de la ¨²ltima convocatoria, ha dejado sin argumentos a aquellos que todav¨ªa ve¨ªan en la historieta un arte menor. Ya no es necesario recurrir al Maus de Art Spiegelman para reivindicar el c¨®mic. Incluso la situaci¨®n del autor espa?ol, obligado a trabajar para mercados extranjeros para sobrevivir, parece encontrar muestras de esperanza con la apuesta de las editoriales por la producci¨®n propia.
En los ¨²ltimos meses, las estanter¨ªas de las librer¨ªas han visto c¨®mo la tradicional escasez de autores espa?oles se paliaba con una amplia oferta que va desde nombres consolidados como Carlos Gim¨¦nez (36-39, Malos tiempos), Daniel Torres (Burbujas) o Kim y Antonio Altarriba (El arte de volar), hasta autores menos conocidos que dif¨ªcilmente pod¨ªan acceder al mercado como Calo (Bacterias), Luis Bustos (Endurance), Esteban Hern¨¢ndez (Su¨¦ter) o Cristina Dur¨¢n y Miguel A. Giner (Una posibilidad entre mil); pasando por la reconstrucci¨®n del 11-M firmada por Antoni Guiral, Pepe G¨¢lvez y Joan Mundet o incluso ediciones de cl¨¢sicos de la historieta que hace a?os se calificar¨ªan de veleidades, pero que hoy permiten recuperar la obra de Purita Campos (Esther y su mundo), Ambr¨®s y V¨ªctor Mora (El Capit¨¢n Trueno) o los genios de la Escuela de Humor de Bruguera, de Cifr¨¦, Conti y Pe?arroya a Martz-Schmidt, Segura, V¨¢zquez y Raf. Sin olvidar, por supuesto, a Francisco Ib¨¢?ez, el creador m¨¢s prol¨ªfico del tebeo espa?ol. Un panorama casi ut¨®pico apenas un lustro atr¨¢s que debe tomarse con todas las precauciones y ciertas dosis de escepticismo: el c¨®mic para ni?os ha desaparecido pr¨¢cticamente, negando futuros lectores, y las bajas tiradas pueden combinarse con la crisis en un c¨®ctel de efectos impredecibles, pero no se puede evitar cierta ilusi¨®n en un medio acostumbrado al sufrimiento cr¨®nico.
Quiz¨¢, por fin, el siglo XXI sea el de los tebeos.
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