"Nos despertamos con el agua al cuello"
Los bot¨¢nicos espa?oles compa?eros del fallecido Miki Mar¨ªn relatan el horror que vivieron durante el maremoto que azot¨® la isla de Robinson Crusoe
Era la una de la madrugada cuando el grupo de bot¨¢nicos espa?oles decidi¨® poner fin a la tertulia tras la cena y acostarse en las tiendas de campa?a. Hab¨ªan decidido acampar en la playa de Puerto Franc¨¦s, a 16 kil¨®metros del pueblo San Juan Bautista, en la isla Robinson Crusoe, para al amanecer visitar El Rebaje de la Pi?a, donde existe una de las mayores reservas de vegetaci¨®n aut¨®ctona. De los ocho integrantes del grupo, tres se quedaron en el refugio y el resto se instal¨® en dos tiendas cerca de la orilla del mar.
A las cuatro y media de la madrugada del s¨¢bado 27, se oy¨® un fuerte estruendo. En d¨¦cimas de segundo el maremoto arras¨® el lugar de la acampada donde todos dorm¨ªan menos uno, que estaba fuera de las tiendas, pero al que no le dio tiempo de avisar. "Hubo varias olas. La primera lleg¨® suave. La tienda se desplaz¨® y nos sumergimos bajo el agua con la tienda totalmente cerrada. La segunda fue tan fuerte que hizo a?icos el refugio, que era de madera y hierro", relataba ayer el madrile?o Ram¨®n G¨®mez por tel¨¦fono desde Santiago de Chile antes de tomar el avi¨®n para Espa?a.
?l y su mujer, Cristina, paisajistas y profesores, se encontraban en una de las tiendas de campa?a. "Es angustioso despertarse en plena noche, sin entender nada, con el agua al cuello, sintiendo que est¨¢s siendo arrastrado. Intentaba justificar por qu¨¦ est¨¢bamos en esa situaci¨®n", explica Ram¨®n, al que le cost¨® hacer reaccionar a su mujer, en pleno ataque de angustia, y que adem¨¢s llevaba puestos tapones en los o¨ªdos. Ram¨®n decidi¨® tener la cabeza fr¨ªa e intentar salir de la tienda como fuese. Pidi¨® a su mujer que buscara la cremallera: "Cristina tom¨® una fuerte bocanada gracias a una peque?a bolsa de aire que ten¨ªamos dentro de la tienda, y buce¨® sintiendo que era la ¨²ltima oportunidad. Consigui¨® abrir la tienda".
A partir de ese momento, Ram¨®n y Cristina nadaron hacia la orilla, desorientados, a oscuras y con fuertes corrientes. Fueron los 300 metros m¨¢s largos de sus vidas. Por el camino, se encontraron con otro compa?ero que tambi¨¦n nadaba para ponerse a salvo. S¨®lo cuando vieron una peque?a luz a lo lejos, encendida por un compa?ero que se encontraba subido a un cerro, recuperaron la esperanza.
Para Ram¨®n y Cristina, lo peor no fue sobrevivir al maremoto, sino la p¨¦rdida de un compa?ero, el catal¨¢n Miguel Mar¨ªn, que falleci¨® tras golpearse la cabeza contra una roca.
Al borde de la hipotermia y medio desnudos -"nos abraz¨¢bamos como pi?as"-, una peque?a fogata, gracias a las cerillas que logr¨® rescatar la gu¨ªa chilena que les acompa?aba, permiti¨® que se repusieran del fr¨ªo. Al amanecer salieron calzando unos patucos que Cristina confeccion¨® con restos de tela hacia el pueblo. "Est¨¢bamos angustiados por dejar a Miki all¨ª, ya que no pudimos recuperar su cuerpo", recuerda Ram¨®n.
Tras seis horas de caminata llegaron al pueblo. El panorama era dantesco. "El 75% del pueblo hab¨ªa desaparecido y nuestra hoster¨ªa estaba arrasada, con todas nuestras pertenencias. Nos atendieron los isle?os hasta que lleg¨® un helic¨®ptero y nos llevaron al continente". El grupo de bot¨¢nicos denuncia la falta de atenci¨®n y sensibilidad que recibieron por parte de las autoridades espa?olas: "Nos desatendieron totalmente y no se preocuparon de nosotros, a pesar de saber que hab¨ªamos perdido la documentaci¨®n y sobre todo a un compa?ero".
El dolor es desgarrador en la isla Robinson Crusoe, que inspir¨® el relato de aventuras de Daniel Defoe, en mitad del oc¨¦ano Pac¨ªfico. Hoy m¨¢s que nunca los n¨¢ufragos vagan por la isla entre el dolor de haberlo perdido todo y la desaz¨®n de los familiares desaparecidos, que ascienden a 11 y cinco muertos. Entre ellos, est¨¢ Puntito, nieto de los due?os de la hoster¨ªa Mart¨ªnez Green, donde se alojaban los bot¨¢nicos espa?oles. Sus abuelos, Guillermo y Jimena, pescadores de langosta, no consiguen remontar su p¨¦rdida, seg¨²n los testimonios que llegan por correo desde "el ¨²nico computador que queda en la isla y que compartimos", explica Miguel Rojas desde la isla.
Le llamaban Puntito porque era m¨¢s peque?o de lo normal para los ocho a?os que ten¨ªa, pero su nombre era Joaqu¨ªn. Equipado con un palo y una gorra, siempre estaba listo para subir a los cerros y acompa?ar al viajero. Los que formamos parte de los expedicionarios de la Ruta Quetzal-BBVA, que en diciembre pasado visitamos la isla, pudimos conocerle y disfrutar de su sonrisa.
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