Las dos caras de la fiebre del oro
Sandra, una mujer gruesa, morena, lavandera de ropas ajenas en el r¨ªo Dagua, cerca de Buenaventura -el mayor puerto mar¨ªtimo de Colombia en el Pac¨ªfico, vio brillar una ma?ana, hace ya un a?o largo, chispitas doradas en la playa. Comparti¨® su secreto con apenas 100 de sus familiares. Hoy son miles de mineros los que se amontonan en un desorden de cambuches [viviendas precarias], bateas, dragas, prostituci¨®n y violencia en este sitio al que llegaron ya, a disputar ganancias, los grupos armados ilegales. El r¨ªo ya no es r¨ªo, sino un mont¨®n de tierra revolcada, un paisaje desolador, asustador.
Es una de las dos caras de una nueva fiebre del oro que vive Colombia. La otra cara es el af¨¢n de las multinacionales que van tras la explotaci¨®n de vetas desperdigadas por todo el pa¨ªs. El detonante de esta fiebre fue el repunte de los precios del metal. Esto, unido a los atractivos tributarios que da este Gobierno a la inversi¨®n extranjera, sirvi¨® de im¨¢n a 50 empresas mineras de Canad¨¢, Australia, Sud¨¢frica, Estados Unidos y Europa, que han llegado en los tres ¨²ltimos a?os.
La subida del precio del metal atrae a las multinacionales
Se avecinan da?os medioambientales, violencia y problemas sociales
Ninguna regi¨®n colombiana rica en oro ha salido de la pobreza
Es una fiebre que alegra y asusta. Se prendieron ya las alarmas ambientales; hay pol¨¦mica por la manera como el Gobierno deja en manos extranjeras tama?a riqueza. El senador Jorge Robledo lo dice claro: "Las regal¨ªas que pagan estas multinacionales son insignificantes, absurdas: el 4%".
"Si la fiebre del oro va a traer destrucci¨®n, contaminaci¨®n ambiental, problemas sociales, subempleo, soporte a econom¨ªas y grupos ilegales, ser¨¢ negativa", dice preocupado Carlos Mario Casta?o, director ambiental de una de las empresas de oro m¨¢s importantes del pa¨ªs, Mineros, SA. Lo dice por el frenes¨ª de la explotaci¨®n ilegal que se tom¨® tambi¨¦n la regi¨®n donde opera la empresa: Antioquia, uno de los departamentos m¨¢s ricos en el preciado metal. El ¨¢rea de explotaci¨®n es extensa y desde el aire, dice Casta?o, parece territorio bombardeado. El minero busca la pinta del oro sin detenerse en la destrucci¨®n que provoca, sin mayor remordimiento por la contaminaci¨®n de las aguas con mercurio; es f¨¢cil y barato conseguir este qu¨ªmico. El asunto se le est¨¢ saliendo de las manos al Gobierno. Resulta complicado frenar esta avalancha humana en un pa¨ªs con la segunda tasa de desempleo en Am¨¦rica Latina, con un subempleo que llega al 60%.
La destrucci¨®n ambiental no es exclusiva de la explotaci¨®n artesanal. Toca tambi¨¦n a las multinacionales. Robledo ha denunciado lo que ocurre en Marmato -hist¨®rico pueblo minero-, en Cajamarca, Tolima, pues el trabajo de la AngloGold Ashanti amenaza r¨ªos y p¨¢ramos. Hay alarma tambi¨¦n porque se otorgaron t¨ªtulos mineros en p¨¢ramos de Santander a la canadiense Greystar Resources.
Para el senador Robledo, reconocido por la seriedad de sus debates, la prioridad no debe ser la gran miner¨ªa; se debe regular la peque?a y mediana, ofrecer asistencia t¨¦cnica y financiera, condiciones realistas de organizaci¨®n. Y recuerda lo que parece una maldici¨®n hist¨®rica: ninguna regi¨®n rica en oro de Colombia ha salido de la pobreza. Oro y desgracia han ido de la mano en muchos rincones de este pa¨ªs.
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