En el d¨ªa de la muerte de Jos¨¦
Quiz¨¢ el principal atributo de la novela -de la gran novela- radica en que da indicios y revela claves sobre qui¨¦nes somos nosotros, los seres humanos, qu¨¦ significado tiene lo que hacemos, para qu¨¦ hemos venido a esta tierra. No es f¨¢cil saberlo, y con frecuencia lo olvidamos meses, ojal¨¢ no a lo largo de la vida entera, al distraernos con extra?as representaciones de nosotros mismos que de humanidad no tienen sino la apariencia. Entonces, en medio del desconcierto, puede caernos en las manos una novela que nos vuelve a colocar tras la huella, como al sabueso al que le dan a oler una prenda de aquel que debe rastrear. A esto huele el ser humano, nos indica la escritura de Saramago, por aqu¨ª anda, s¨ªguelo, por este atajo tom¨®, este es el olor que despide, este es el color de su aura, esta la ferocidad de su contienda y el tama?o de su dolor, no te pierdas en alharacas y en far¨¢ndulas, no te vayas detr¨¢s de impostores; en este personaje que aqu¨ª te entrego est¨¢ el ADN de lo humano, su huella digital, el rastro de su sangre, o, como dice Ricardo Reis en el a?o de su muerte, estas son "las se?ales de nuestra humanidad". Y entonces sucede que el reencuentro a trav¨¦s de su escritura con ese hombre o esa mujer rescatados, valga decir el hecho de poder reconocernos, p¨¢gina a p¨¢gina, con eso que somos, nos produce una conmoci¨®n entra?able y sobrecogedora, nos enfrenta a una epifan¨ªa que hace saltar las l¨¢grimas, y la verdad es que cada vez que he le¨ªdo El Evangelio seg¨²n Jesucristo he llorado a l¨¢grima viva, o quiz¨¢ deba decir como una magdalena, y otro tanto me ha sucedido con su Ricardo Reis, con su caverna, tanto que mientras esto digo me pregunto por qu¨¦ las novelas de Saramago llegan tan hondo y estremecen de tal manera, de d¨®nde tanta intensidad, tan dolorosa belleza, y la mejor respuesta que encuentro sigue siendo la misma: porque la verdad de su prosa y la resonancia de su poes¨ªa propician el regreso a casa, a la casa del hombre, de la mujer, a ese lugar donde por fin somos quienes somos, donde logramos acercarnos los unos a los otros y descubrimos el rinc¨®n que nos corresponde en la historia colectiva, porque el regreso es tambi¨¦n, como en Las peque?as memorias, a "ese hogar supremo, el m¨¢s ¨ªntimo y profundo, la pobr¨ªsima morada de los abuelos maternos", o como en Historia del cerco de Lisboa, regreso a esa casa de la Rua do Milagre de Santo Ant¨®nio, donde el amor se ha hecho posible y la cama nos espera con s¨¢banas limpias, o como el chelista de Las intermitencias de la muerte, que regresa de noche, cansado, a una casa donde lo espera su perro negro... Porque qu¨¦ deliciosamente humano es Saramago cuando habla de los perros, el perro Encontrado, el perro Constante, el perro solitario de las Escandinhas de San Crispim, el perro lobo que por poco mata del susto a Zezito, los perros que en Cerb¨¨re ladran como locos. Y por supuesto ese otro, compasivo y compa?ero, que tanto me hace llorar: el perro de las l¨¢grimas. Y si de llorar se trata, habr¨¢ que confesar que Saramago nos hizo llorar, disimuladamente, claro, a m¨ª y a quienes con ¨¦l est¨¢bamos aquella noche en Santillana del Mar, noche que fue de despedidas, hoy lo sabemos bien y lo intuimos entonces porque los presagios lo anunciaban ya, que nos hizo llorar, ven¨ªa diciendo, cuando le dio por repetir -en un susurro lusitano apenas inteligible, porque en los ¨²ltimos tiempos le hab¨ªa dado por hablar as¨ª- las palabras que le oy¨® a su abuela, muy anciana ya: "El mundo es tan bonito, y yo tengo tanta pena de morir".
Laura Restrepo es escritora.
Babelia
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