El lastre del carisma
Si la pol¨ªtica fuera un reflejo de la econom¨ªa, Kevin Rudd quiz¨¢ seguir¨ªa siendo primer ministro de Australia. Pero el jueves, este pol¨ªtico que sabe hablar mandar¨ªn se vio obligado a ceder su puesto a Julia Gillard, su hasta entonces fiel vicepresidenta. Rudd fue elegido por una mayor¨ªa aplastante en 2007. No hab¨ªa pasado el suficiente tiempo en el poder como para que se le pudiera atribuir el relativamente buen rendimiento econ¨®mico de Australia: su sistema financiero no se vio afectado por problemas y la recesi¨®n casi ha pasado de largo. Pero Rudd no empeor¨® las cosas y, a fin de cuentas, su plan de est¨ªmulo de 54.000 millones de d¨®lares australianos probablemente vino bien.
Sin embargo, la pol¨ªtica es mucho m¨¢s que una suma de cifras econ¨®micas. Algunas regiones mineras poco pobladas han prosperado, pero la mayor¨ªa de los votantes han visto poco crecimiento y un aumento de los tipos de inter¨¦s. Adem¨¢s, a Rudd le faltaba carisma y daba la impresi¨®n de que se hab¨ªa cargado algunas iniciativas pol¨ªticas. La ¨²ltima gran idea de Rudd, un duro impuesto al sector de la miner¨ªa, fue la m¨¢s impopular. Su incapacidad para responder de forma convincente a los argumentos y las amenazas del sector minero provocaron la rebeli¨®n dentro de su partido, el Laborista.
La controversia por el impuesto a la miner¨ªa resulta particularmente lamentable porque la idea subyacente, basar los impuestos solo en los beneficios que superen el coste de capital de los productores, tiene sentido. Pero la propuesta real de Rudd ten¨ªa fallos bastante graves. Ten¨ªa demasiada prisa por obtener beneficios r¨¢pidos, estaba demasiado poco dispuesto a negociar y fue incapaz de vender la idea al p¨²blico en general. Por otro lado, las mineras se aunaron para poner en marcha una eficaz campa?a contra el impuesto.
Los ejecutivos del sector de la miner¨ªa se alegrar¨¢n de ver un rostro nuevo, en particular porque Gillard ha suavizado inmediatamente el tono de las discusiones. Los precios de las acciones han reaccionado al alza. La respuesta positiva del sector y los inversores probablemente est¨¦ justificada, dado que Gillard, pese a ser amiga de Rudd y miembro de lo que se denomina su c¨ªrculo de confianza, no ha invertido capital pol¨ªtico en exprimir al sector del pa¨ªs que m¨¢s exporta.
Seguramente surgir¨¢ una propuesta fiscal que ambas partes puedan aceptar con m¨¢s facilidad, quiz¨¢ m¨¢s similar al por todos admirado impuesto australiano del petr¨®leo. Aun as¨ª, resulta improbable que Gillard abandone el principio de Rudd de que las mineras muy rentables deber¨ªan pagar impuestos m¨¢s altos.
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