Inventar modelos
Para la capital vizca¨ªna, el viejo almac¨¦n de vinos y licores que fue la Alh¨®ndiga representa hoy la continuaci¨®n del entusiasmo verdaderamente norteamericano, tras el l¨²cido arrebato pol¨ªtico que llev¨® al Gobierno vasco a impulsar el implante de amianto de Frank O. Gehry, a orillas de la r¨ªa de Bilbao. Pero al contrario que el Guggenheim, la Alh¨®ndiga no es un museo, ni tiene colecci¨®n. Y parece menos confinado por la cultura (inter)nacional, aunque para el consistorio -¨²nico promotor del proyecto- ser¨¢ de una importancia capital a la hora de conformar la mentalidad de los bilba¨ªnos.
El sello de la Alh¨®ndiga tiene el nombre de Philippe Starck. Entre los muros de la vieja construcci¨®n de Ricardo Bastida (1909), en el ensanche de Albia, el controvertido arquitecto y dise?ador franc¨¦s ha levantado tres cubos que miran a un atrio de 6.000 metros cuadrados, y los ha decorado con 43 columnas que compiten entre ellas en extra?eza o clasicismo. Actividades deportivas, talleres, gastronom¨ªa, teatro, cine, m¨²sica y arte buscan armonizar mente y cuerpo a trav¨¦s de visiones paralelas y transversales de la cultura. La m¨¢s directa alianza entre un ocio sano y el bien social.
Para su inauguraci¨®n se han presentado dos muestras paralelas que tienen mucho que ver con el esfuerzo de los responsables de la Alh¨®ndiga -Marian Ega?a e I?igo Cabo- por explorar los efectos positivos y negativos de la globalizaci¨®n: Tierra Natal, un proyecto de Paul Virilio en colaboraci¨®n con el cineasta Raymond Depardon -y que se exhibi¨® el pasado invierno en la Fondation Cartier, de Par¨ªs- analiza a trav¨¦s de un display high tech el entorno natural y artificial que condiciona las actividades de las personas, aquello en lo que se convertir¨¢n y los lugares que habitar¨¢n, las lenguas que desaparecer¨¢n y las que pervivir¨¢n, o los ¨¦xodos humanos marcados por lo que el fil¨®sofo y urbanista franc¨¦s ha llamado "la desaparici¨®n de la inmensidad del mundo".
En un espacio adyacente, la comisaria Alicia Chillida ha reunido en Proyecto Tierra los trabajos de una docena de artistas y arquitectos. Como una cena al aire libre con amigos, la exposici¨®n conmueve solo de una manera superficial, aunque se perciban las potentes individualidades de autores como Lothar Baumgarten, Gordon Matta-Clark o SANAA (Sejima + Nishizawa). Antoni Muntadas ha recreado la atm¨®sfera de un front¨®n de pelota vasca a partir de grabaciones sonoras. Fr¨ªvolamente, los Splitting y Bingo-Ninths de Matta-Clark se proyectan sobre una de las paredes de la sala junto a los planos y maquetas de arquitectos como Emilio Puertas, ?balos + Sentkiewick, Santiago Cirugeda y SANAA. Ya en el atrio, una "escultura"-columpio -prototipo dise?ado por Jos¨¦ Ram¨®n Amondarain para un parque infantil- alivia al visitante de la necesidad de saber en realidad en qu¨¦ tipo de espacio se encuentra. Lo que muy pocos dudan es que se trata de un edificio con casi tanto poder de "contaminaci¨®n" como el Guggenheim.
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