El triste que lo contamina todo
El librero Antonio M¨¦ndez me lo ven¨ªa reclamando desde hac¨ªa ya semanas, lo mismo que su joven hijo Borja. Les contest¨¦: "Hombre, a¨²n es pronto, acaba de iniciarse la temporada". Mis compa?eros de la Academia Jos¨¦ Manuel S¨¢nchez Ron y Luis Mateo D¨ªez, caballeros ponderados, se dividieron: el segundo me recomend¨® paciencia; el primero, tras dudar, se decidi¨® a animarme: "S¨ª, quiz¨¢ ya es hora". La verdad es que abrigaba la esperanza de llegar por lo menos hasta la mitad de la Liga sin tener que escribir este art¨ªculo. Incluso deseaba -contra todo pron¨®stico- no escribirlo en absoluto, pese a que anunci¨¦ aqu¨ª mismo hace unos meses, cuando todav¨ªa no se hab¨ªa materializado la amenaza, que, si se consumaba, me costar¨ªa seguir siendo del Real Madrid este curso, tras mi fidelidad desde los siete a?os. La raz¨®n de mis dudas ten¨ªa nombre: Jos¨¦ Mourinho, el prototipo de entrenador que no soporto y el m¨¢s antimadridista de todos los imaginables. En las ¨²ltimas campa?as he ido contra sus equipos, y para ello he debido violentarme un poco en un caso, nada en el otro. El Chelsea era, de toda la vida, mi club ingl¨¦s favorito, por mis afinidades con el barrio de Londres al que representa. Al comprarlo el magnate ruso Abr¨¢movich y convertirlo en una empresa que destacaba s¨®lo a golpe de talonario, mis simpat¨ªas empezaron a decaer, pero se las manten¨ªa. Cuando adquiri¨® como "cerebro" a Mourinho, y en consecuencia despleg¨® un juego feo, r¨¢cano y sopor¨ªfero, se me agot¨® la reserva. Al Inter de Mil¨¢n, en cambio, le profesaba antipat¨ªa desde que, en 1964, fue el causante indirecto de la salida del Real Madrid de Di St¨¦fano. Hoy en d¨ªa, adem¨¢s, no me gusta que no alinee a un solo jugador italiano en sus filas. Siempre he cre¨ªdo que los equipos deben ser un poco de sus ciudades, o por lo menos de sus pa¨ªses.
"Que se pueda considerar 'glamuroso' a Mourinho rebasa los l¨ªmites de mi comprensi¨®n"
Pero claro, la violencia a que hube de someterme para no ir con el Chelsea no es nada comparada con la que tendr¨ªa que hacerme para ir contra el Madrid: un imposible y un absurdo. Y sin embargo ha bastado un mes de competici¨®n (seis partidos de Liga y dos de Copa de Europa) para saturarme, y creo reflejar el sentimiento de much¨ªsimos merengues. Salvo contra el depauperado D¨¦por, el juego ha sido espantoso. Insustancial, vulgar, torp¨®n, aburrido, sin apenas marcarse goles y con el ¨²nico m¨¦rito (propio de las escuadras medrosas y conservadoras) de no recibirlos. El defensa Carvalho, mano derecha de Mourinho, ha dicho bien clara la tonter¨ªa: "Es m¨¢s importante no sufrir ning¨²n gol que meter cuatro". Ni siquiera saben de n¨²meros: un equipo que empatara a cero sus treinta y ocho partidos de Liga quedar¨ªa imbatido, s¨ª, pero descender¨ªa a Segunda, con tan s¨®lo treinta y ocho puntos. Mourinho vino con la fama de que motivaba mucho a los jugadores, los liberaba de presi¨®n y daba la cara por ellos. De que les era enormemente leal, cargaba con las responsabilidades y jam¨¢s los culpaba. Hasta la fecha ha sido todo lo contrario: tras varios encuentros, manifest¨® que a Xabi Alonso "no lo he visto jugar todav¨ªa"; critic¨® por omisi¨®n a Ramos; confi¨® en la "inteligencia" de Benzema, una manera de insinuar que a¨²n no se la hab¨ªa notado; menospreci¨® a Pedro Le¨®n y de paso al Getafe. Dud¨® de la honradez del Sporting de Gij¨®n y rebaj¨® los merecimientos del Bar?a. Cuando las cosas van mal, se comporta como si no fueran con ¨¦l. Su actitud es de permanente desprecio hacia cuanto ve u oye. Como se sabe espiado por las c¨¢maras, act¨²a como un mal actor incesantemente: cuando estampa una botella contra el banquillo, se ve que el gesto no le ha salido de dentro, sino que es una pantomima estudiada, qui¨¦n sabe si ensayada en casa ante el espejo.
Pero, sobre todo, es triste, casi cenizo. Estamos acostumbrados a que los tremendos horteras de nuestras televisiones califiquen de "glamuroso" a cualquier individuo o individua pedestres y m¨¢s bien dignos de l¨¢stima. Aparte de esp¨²reo y err¨®neo, es un adjetivo devaluado. Que se pueda considerar "glamuroso" a Mourinho rebasa los l¨ªmites de mi comprensi¨®n. Un hombre con un sempiterno gesto agrio y un injustificado?desd¨¦n en la mirada; de una personalidad tan gris como sus feos trajes (en Espa?a se cree, extra?amente, que mostrarse avinagrado equivale a poseer una "personalidad fuerte"); que ans¨ªa la notoriedad y se complace en ella como si fuera un acomplejado o el jurado malasombra de todo concurso televisivo. Todo eso hace de ¨¦l una figura deprimente y triste y poco inteligente, y lo peor es que esos atributos se los contagia a los jugadores. El Madrid ha sido siempre un equipo alegre: atacante, generoso y al que nunca le ha bastado ganar (a Beenhakker, Capello y Schuster no les bast¨® para conservar el puesto), sino que ha procurado brindar un f¨²tbol deslumbrante y divertido. Sus representantes han solido ser personas m¨¢s bien afables y educadas (Molowny, Valdano, Del Bosque), y los patanes nunca fueron en ¨¦l bien recibidos. Es inexplicable que Florentino P¨¦rez haya cre¨ªdo que un engre¨ªdo sombr¨ªo como Mourinho, ninguno de cuyos equipos ha causado admiraci¨®n, pod¨ªa ser el rostro de su club, que es el m¨ªo. Da pena ver a Valdano hablar tras cada tedioso partido, con cara de circunstancias y verbo dubitativo, como si tuviera plena conciencia del grav¨ªsimo error cometido. Antes de su contrataci¨®n, un 80% de madridistas expresaron su oposici¨®n a Mourinho. De seis partidos, el equipo lleva ya dos sin marcar, y ante rivales muy menores. Y en Chamart¨ªn casi no ha habido tarde en la que no se oyeran abucheos. La tristeza de Mourinho lo contamina todo, hasta las gradas.?
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