'La escritura es una venganza...un desquite de la vida'
Esta es la historia de dos d¨¦cadas, las que van desde el fracaso de su carrera pol¨ªtica en Per¨² al ¨¦xito del Premio Nobel. Es la historia de un hombre que se sinti¨® 'abandonado' por su pueblo, al que dedic¨® el sacrificio de dejar la literatura. Es la historia de c¨®mo un fracaso lo convirti¨® en otro hombre. La escritura fue su desquite de la vida. Su venganza. Y es la historia de c¨®mo Mario Vargas Llosa y sus hijos desnudan desde su residencia en Nueva York sus sentimientos durante las 48 horas que siguieron a la conquista del m¨¢ximo galard¨®n de las letras mundiales.
El d¨ªa en que gan¨® el Nobel de Literatura alguien le llev¨® a Mario Vargas Llosa a Nueva York unos dulces de Arequipa (Per¨²), guarg¨¹eros.
Estaba feliz, era un premio para el Nobel. Los guarg¨¹eros son como unos pesti?os rellenos; tienen la apariencia de algunas pastas italianas, y saben a dulce de leche. En ese sabor est¨¢ su infancia, Arequipa entera.
En ese ambiente blanquecino del apartamento alquilado en uno de los edificios m¨¢s altos de Columbus Circus (Nueva York), el autor de El pez en el agua parec¨ªa, en efecto, un pez en el agua. En el para¨ªso. Como en la infancia, mimado, agasajado. La infancia acab¨® cuando ten¨ªa 11 a?os y el padre (al que cre¨ªa muerto) regres¨® a su vida. Muchos a?os despu¨¦s, esos dulces y el Nobel le llevan al para¨ªso que perdi¨® cuando iba a atravesar la raya de la adolescencia. Ahora esos dulcecitos, que son como los que su abuela le hac¨ªa, le llevan a la ya tan lejana infancia.
"La vejez no me aterroriza. mientras trabajo, me siento invulnerable"
"Escribir es mi para¨ªso. Te lleva a defenderte de cualquier adversidad"
"No s¨¦ mi 'mail', jam¨¢s agarro un tel¨¦fono que suene, no s¨¦ usar los celulares"
"No est¨¢ en mi car¨¢cter el ajuste de cuentas. Pero me alegro del juicio justo"
O no tan lejana. El Nobel, de 74 a?os, tiene aquellos a?os incrustados en la memoria como el tiempo en que se hizo a casi todo. Ah¨ª descubri¨® el amor absorbente por la madre, asimil¨® que no ten¨ªa padre, que este estaba en el cielo o que nunca existi¨®, y descubri¨® la literatura en los libros que circulaban por la casa grande de la familia enorme con la que se cri¨®.
En ese libro, El pez en el agua, se cuenta esa historia, sin la cual es improbable que alguien tenga una idea cabal de qui¨¦n es de veras este hombre al que muchos aman y otros crucifican. Los que lo crucifican creen que es un reaccionario que cambi¨® de rumbo y traicion¨® sus ideas izquierdistas de los a?os sesenta en que toda revoluci¨®n ten¨ªa su asiento; los que le siguen amando o bien ya lo amaban en los sesenta y entendieron su evoluci¨®n, o bien simplemente le han le¨ªdo y saben que sobre esta literatura ahora avalada por el Nobel no valen los t¨®picos amasados con las ideolog¨ªas.
Los suecos de la Academia, que parec¨ªa que nunca iban a aceptar que Vargas Llosa es uno de los grandes escritores del mundo, finalmente le concedieron el Nobel y adem¨¢s fueron muy expl¨ªcitos sobre las razones del merecimiento: porque ha sido capaz de contar la cartograf¨ªa (eso dijeron, cartograf¨ªa) del poder para mostrar sus miserias y tambi¨¦n para expresar la lucha, la revuelta, del hombre por la libertad.
A Vargas Llosa le divirti¨® mucho la palabra cartograf¨ªa, pero le emocion¨® verdaderamente el resto de los argumentos. Coment¨®, ante un grupo de amigos a los que reuni¨® en un bullicioso restaurante italiano de Nueva York: "?Qu¨¦ dir¨¢n mis cr¨ªticos!". Enmudecer¨¢n. "?Qu¨¦ va! Quien est¨¢ mudo soy yo".
No est¨¢ mudo, claro que no; se despert¨® de aquellos catorce minutos de incertidumbre. Crey¨® que era una broma, como la que le gastaron hace a?os a Alberto Moravia, pero catorce minutos despu¨¦s le lleg¨® la confirmaci¨®n: era Premio Nobel de Literatura de 2010. Su hija Morgana, de 36 a?os, fot¨®grafa, lo vivi¨® llorando en Lima, con sus dos hijas y con su esposo, Stefan; su hijo Gonzalo, de 43 a?os, diplom¨¢tico, funcionario internacional destinado ahora por ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) en Santo Domingo, lo vivi¨® viajando a Hait¨ª, y ?lvaro, el periodista, de 44 a?os, escuch¨® la noticia "estupefacto, paralizado, y luego feliz" en la casa de Washington donde vive con su mujer, Susana, y sus tres hijos.
Las hijas de Gonzalo est¨¢n en Suiza, en un internado. Todos los nietos ("tienes que a?adir ah¨ª a Jurema, mi perra", dice ?lvaro, "que es como otro nieto"; desde Lima, salta Morgana: "?Y por qu¨¦ te olvidas de mi pobre D'Artagnan, que est¨¢ tan viejito?") han vivido de manera peculiar esta noticia, que ha revolucionado la vida familiar de esta gente que come guarg¨¹eros all¨¢ donde se encuentren. La de los Vargas, gracias sobre todo a la capacidad aglutinadora de Patricia Vargas Llosa, la esposa que tambi¨¦n fue (o es) prima, es una familia muy s¨®lida, que celebra en uni¨®n los veranos y las navidades, que busca cualquier motivo para juntarse y que se apoya tambi¨¦n en los tiempos dif¨ªciles. Patricia es la br¨²jula de esta navegaci¨®n familiar, y en tiempos de incertidumbre (cuando ?lvaro y Mario ri?eron por cuestiones pol¨ªticas relacionadas con Per¨²) ella fue la que condujo el conflicto por las v¨ªas que permit¨ªan un civilizado, y emocionado, reencuentro. Este tuvo lugar en Miami, cuando a ?lvaro le dieron un premio, meses despu¨¦s del desencuentro; el padre, la madre y otros miembros de la familia quisieron acompa?ar a ?lvaro, y ahora este dice: "Fui el culpable", con la misma emoci¨®n con que vivi¨® la reconciliaci¨®n.
As¨ª que aqu¨ª, en esta familia, todo se vive como un espect¨¢culo tranquilo, pero bullicioso y coral. Y el Nobel iba a ser un terremoto que a todos les afect¨® de un modo distinto, pero que conmovi¨® por igual a todos. Habl¨¢bamos de los nietos. Gonzalo cuenta que, cuando se supo que el abuelo hab¨ªa ganado el principal premio de las letras mundiales, su hija Ariadna, que tiene diez a?os, le expres¨® por tel¨¦fono su preocupaci¨®n infantil. Como ¨¦l, que ten¨ªa peores notas que ?lvaro en la escuela, Ariadna no obtiene los mejores resultados, y el premio del abuelo la ten¨ªa inquieta. Le dijo al padre: "O sea que, como al abuelo le han dado ese premio, a lo mejor ahora los maestros me piden que saque mejores notas".
A Leandro, el hijo mayor de ?lvaro, que tiene ahora 14 a?os, le preguntaron en la escuela si su abuelo era alguien especial. Y se escondi¨® detr¨¢s del flequillo como quien quiere huir de un alud. "No, no es nadie especial", farfull¨®. T¨ªmida como ese sobrino suyo, Morgana, que ha sido compa?era nuestra en EL PA?S, y que ha acompa?ado a su padre en algunas de las aventuras m¨¢s arriesgadas (Irak, Israel, Palestina) o placenteras (los escenarios de El para¨ªso en la otra esquina) tuvo que superar su retraimiento p¨²blico cuando son¨® la noticia y ella era la ¨²nica representante familiar que pod¨ªa hacer declaraciones en Lima.
Para curarse de su timidez, la hija m¨¢s chica de los Vargas se tuvo que tomar tres copas de champ¨¢n, y sin palabras todav¨ªa hizo que todos los periodistas que se agolpaban ante la vivienda familiar lime?a pasaran a brindar y a conversar en esa casa de paredes blancas desde la que se ve el mar violento de la costa que acaricia Barranco. La fiesta adquiri¨® tal car¨¢cter que la abuela Olga, madre de Patricia, t¨ªa de Mario, de 93 a?os, abandon¨® su postraci¨®n y su desgana ante el mundo, se visti¨® de nuevo, se puso un pa?uelo vistoso en su cuello de persona mayor y empez¨® a hacer declaraciones ante todas las c¨¢maras de todos los noticiarios.
Se anim¨® tanto con la noticia y con la aglomeraci¨®n que no solo llor¨® cada vez que se acordaba del ¨¦xito de su yerno el Nobel sino que se atrevi¨® a decir que s¨ª, que ella, como Carmen Balcells (su agente literaria), como Fernando de Szyslo, el artista, quiz¨¢ el m¨¢s antiguo amigo de Mario, como tantos otros que han estado siempre cerca, ir¨ªa tambi¨¦n a Estocolmo. C¨®mo no.
Le pregunt¨® un periodista a do?a Olga, a la que tambi¨¦n llaman Olguita:
-?Y ya tiene usted traje?
-Ten¨ªa. Pero hemos esperado tanto tiempo que ya est¨¢ apolillado y tendr¨¦ que comprarme otro.
Han pasado veinte a?os. "Es curioso", dec¨ªa ?lvaro, y tambi¨¦n lo dec¨ªa el propio interesado, Mario Vargas Llosa, "mucha gente est¨¢ de acuerdo en decir que han pasado veinte a?os desde que mi padre merec¨ªa tener el Nobel. Veinte a?os". Quiz¨¢, concedi¨® el hijo mayor, fue porque entonces Mario tuvo su gran derrota pol¨ªtica, y a partir de entonces ya fue solo un escritor. Su obra hasta entonces, sin duda, merec¨ªa ya el galard¨®n, comentamos nosotros. "S¨ª, pero si hubiera salido presidente", a?adi¨® ?lvaro Vargas Llosa, "mi padre jam¨¢s hubiera obtenido el Nobel".
O sea que es cierto que le vino Dios a ver cuando se produjo esa derrota. S¨ª, esa es la opini¨®n de Morgana. Y es la opini¨®n de toda la familia, que por otra parte estuvo implicad¨ªsima en esa campa?a electoral que tanto placer como dolor produjo en los Vargas, e incluso en Mario, que a veces parece inmune a la naturaleza de los desastres.
Pero esa vez, cuando perdi¨® las elecciones ante un candidato, Alberto Fujimori, que luego subvirti¨® el orden democr¨¢tico, ensangrent¨® el pa¨ªs, rob¨®, etc¨¦tera, Vargas Llosa cay¨® presa de un decaimiento del que fuimos testigos. Lleg¨® a Par¨ªs, poco despu¨¦s del fracaso; hab¨ªa adelgazado cerca de veinte kilos, su delgadez era la delgadez de los derrotados. Su hijo ?lvaro, que hizo la campa?a muy estrechamente ligado a ¨¦l, recuerda ese momento como un instante de estupor. Vargas Llosa, el ahora Nobel, pod¨ªa irse a un lado o al otro de la balanza; su equilibrio, sin embargo, le ayud¨® a superar el primer lunar verdaderamente serio de su trayectoria. Lo del padre (que le metiera en un colegio militar, que considerara "mariconer¨ªas" su pasi¨®n por la escritura, su car¨¢cter dictatorial) ya estaba deglutido en la memoria. Pero esto era nuevo; perder as¨ª, recuerda ?lvaro, fue una tragedia.
Como siempre, como ante el desd¨¦n del padre, que era un desd¨¦n del destino, a Mario Vargas Llosa, dice su hijo, "lo salv¨® la literatura". En campa?a le¨ªa "a Quevedo y a G¨®ngora, cada ma?ana", y as¨ª sal¨ªa a dar m¨ªtines, "a prometer un Per¨² mejor para los ciudadanos". Cuando perdi¨®, "se consider¨® traicionado por un pueblo al que dedic¨® el sacrificio de dejar la literatura", y ese desenga?o lo maltrat¨®. Hasta que se levant¨® otra vez, dice ?lvaro. "Creo que la escritura de ese libro, El pez en el agua, lo salv¨®. ?l sol¨ªa guardar sus experiencias alg¨²n tiempo, como en La ciudad y los perros, Conversaci¨®n en La Catedral o La casa verde; las deglut¨ªa, y luego est¨¢n presentes ah¨ª, muchos de los viajes y de las experiencias de sus historias son sus propios viajes o experiencias".
Pero esta vez, concede ?lvaro, "mi padre decidi¨® tirar por el camino del medio y escribir esas memorias, una parte la memoria pol¨ªtica, otra parte la memoria de la infancia. Dos historias, dos momentos de gran felicidad y luego de gran fracaso. Se atrevi¨®". Sali¨® hecho "otro hombre". El padre dice lo mismo. Sentado en uno de sus restaurantes favoritos de Nueva York, donde no hay guarg¨¹eros pero hay hamburguesas, Mario Vargas Llosa recuerda esa frustraci¨®n que, veinte a?os despu¨¦s, ya no ensombrece su rostro, ahora el rostro feliz de un Nobel reciente.
"Trabaj¨¦ mucho", dice Mario, "por un proyecto que cre¨ªa bueno. Y la derrota fue una gran decepci¨®n". Pero volvi¨® a lo suyo, "a lo que me estimula m¨¢s". Escribi¨® El pez en el agua: "Porque quer¨ªa quitarme la experiencia de encima". "Un escritor tiene la ventaja de que puede convertir un fracaso en materia literaria, y eso lo alivia. La escritura es una venganza, un desquite de la vida".
Volvi¨®, pues, "a la rutina habitual", y ya agarr¨® un ritmo imparable. En estos veinte a?os, los que van del fracaso al ¨¦xito (los dos impostores de los que hablaba Rudyard Kipling, Nobel tambi¨¦n, en su poema If), ha escrito novelas alegres, novelas tristes, ha hecho ensayos literarios y pol¨ªticos, ha hecho periodismo, viajes, ha dado conferencias, se ha metido en l¨ªos monumentales (como cuando enfad¨® a Octavio Paz, su amigo, llamando al M¨¦xico del PRI una dictadura perfecta), ha arrostrado el lugar com¨²n de su conservadurismo (que repiten sobre todo los que, como en la famosa an¨¦cdota, han hecho con sus libros lo que Sof¨ªa Mazagatos: no los leen pero los juzgan), y, en definitiva, ha vivido los altibajos de cualquier existencia "con el entusiasmo y la alegr¨ªa del que sabe que la vida merece ser vivida".
Para hacer todo eso ha sido preciso "mantenerse en forma, cuidarse, viajar, a Palestina, a Irak, a Afganist¨¢n, ha sido preciso ir al Congo, al Amazonas, al Pac¨ªfico en busca de Gauguin. La verdad es que no he parado. Y no pienso parar", dice Mario Vargas Llosa, "mientras tenga ilusi¨®n y curiosidad y me funcione la cabeza, que de momento creo que me sigue funcionando. La vejez no me aterroriza mientras pueda seguir desplaz¨¢ndome. Me acerco a la muerte sin pensar en ella, sin temerla. Mientras trabajo me siento invulnerable".
Ha cambiado. Mucho. Morgana nunca hubiera cre¨ªdo que aquel obseso por el trabajo ser¨ªa un d¨ªa tan buen cuidador de sus nietos, con los que juega y por los que se desvive hasta el l¨ªmite de las payasadas que contentan a los muchachos. Es ahora m¨¢s alegre, cree ?lvaro, y Gonzalo piensa que algo que siempre ha tenido en cuenta, en su relaci¨®n con los hijos, y ahora con los hijos de los hijos, "es la experiencia con su padre; jam¨¢s ha querido ser el hombre autoritario que ¨¦l mismo tuvo encima en su adolescencia". Esa experiencia, que el propio Mario confiesa dolorosa, "fue una influencia estimulante para que mi padre nos tratara con enorme tacto", seg¨²n ?lvaro.
Gonzalo recuerda algunos episodios que pueden ilustrar la evoluci¨®n de esa relaci¨®n paterno filial. Cuando este joven servidor de la ONU para ayudar a los refugiados era un chiquillo de 16 a?os resolvi¨® hacerse rastafari; se dej¨® los pelos hasta los hombros, se dedic¨® a fumar marihuana y a escuchar reggae, y durante dos a?os desoy¨® insistentemente los avisos de su padre para que abandonara esa deriva. Gonzalo era un rebelde; ahora ¨¦l recuerda que su padre ten¨ªa sobre ¨¦l dos miradas: la del padre y la del escritor: "Y eso convert¨ªa su actitud hacia conmigo en una actitud algo c¨®mplice". Hasta que escribi¨® su c¨¦lebre art¨ªculo Mi hijo el rastafari en el que avent¨® al mundo, con humor y con condescendencia, lo que, adem¨¢s de un drama familiar, dice Gonzalo: "Era tambi¨¦n un asunto para su periodismo y para su literatura". Gonzalo ve ahora ese episodio casi como lo vio su padre: "Pero entonces yo sent¨ªa la necesidad de rebelarme, como mi padre hizo muchas veces con su propio padre, y yo creo que por eso ¨¦l entonces me entendi¨®".
Y cuenta algo m¨¢s Gonzalo que revela esa relaci¨®n que la vida ha endulzado hasta extremos que el propio Mario confiesa divertido: de aquel padre que los met¨ªa a leer obligatoriamente a la salida de la escuela, "cuando todos nuestros amigos jugaban al f¨²tbol", hemos pasado a un padre y a un abuelo que se viste de Pap¨¢ Noel y es capaz de cargar a los ni?os para que estos hagan lo que quieran con ¨¦l. Pero aquella dictadura leve del padre que los hac¨ªa leer obligatoriamente "nos dej¨® una disciplina". "Yo mismo", dice Gonzalo, "vuelvo a esa experiencia de leer todos los d¨ªas como una de las influencias m¨¢s valiosas en mi relaci¨®n con ¨¦l".
Han cambiado los tiempos; aquel 1990 de la derrota dej¨® paso a este otro momento de la vida. Pero algo de rencor, alg¨²n ajuste de cuentas quedar¨¢ en los resquicios, le pregunt¨¦ en ese restaurante t¨ªpicamente norteamericano donde se com¨ªa una hamburguesa t¨ªpica, a mediod¨ªa. ?No siente como la expresi¨®n de una venganza propia el hecho de que Fujimori est¨¦ en la c¨¢rcel?
No, qu¨¦ va. "Fujimori no me derrot¨®, fue una mayor¨ªa de los electores peruanos. Yo nunca le ataqu¨¦ mientras mantuvo la democracia, pero, obviamente, ¨¦l rompi¨® las reglas del sistema gracias al cual hab¨ªa llegado al poder, y por los delitos que cometi¨® cumple ahora pena. Pero jam¨¢s tuve la tentaci¨®n de desearle un final as¨ª. Ni est¨¢ en mi car¨¢cter el ajuste de cuentas. Pero me alegro mucho del juicio justo".
En este tiempo, en estos veinte a?os que cruzan la vida desde el fracaso al triunfo, ha escrito novelas en las que el sexo se alterna con la aventura, y otras, como La fiesta del Chivo o esta ¨²ltima, El sue?o del celta, en las que se aventura por los caminos de la maldad, y aunque ¨¦l interviene ah¨ª como el contador, el narrador que explora el camino para presentar la historia como si usara un espejo, s¨ª es evidente que quiere trasladar el compromiso moral que hay detr¨¢s de toda su obra de esta naturaleza. "La descripci¨®n de la maldad", dice, "obliga a una toma de conciencia moral. Si no detenemos a tiempo la capacidad de destrucci¨®n del ser humano, el resultado es el horror; ha ocurrido en el pasado, y ahora la democracia frena ese horror. Es un tema obsesivo para m¨ª en los ¨²ltimos a?os. Y es un tema recurrente; est¨¢ en Congo, en esta ¨²ltima novela, est¨¢ en la Amazon¨ªa, en La guerra del fin del mundo, est¨¢ en la locura terrorista en Lituma, y est¨¢, sin duda, en esas dos novelas que dices. Pero tambi¨¦n est¨¢ en mi periodismo; mira lo que he hecho en Irak, en Palestina, en Afganist¨¢n".
El infierno en cada esquina. ?Y el para¨ªso? ?Ha reencontrado Mario el para¨ªso? El autor de El para¨ªso en la otra esquina, la novela en la que Gauguin se revuelve como una pesadilla a veces gozosa, es consciente de que aquel para¨ªso en el que era mimado, querido, consentido por toda la familia, "hasta que lleg¨® el padre", no volver¨¢ jam¨¢s. "No est¨¢ ese para¨ªso en la vida real". Pero haberlo perdido "tampoco debi¨® ser una tragedia". "Gracias a eso", contin¨²a, "gracias a que mi padre me meti¨® en un colegio militar, gracias a que me impidi¨® a veces con sa?a ser un escritor, tuve una experiencia que me dio la oportunidad de escribir con un gran material literario. Si eso no hubiera ocurrido, probablemente yo no hubiera sido un escritor. Y s¨ª, escribir es un placer, te permite salir de cualquier circunstancia terrible, te lleva a defenderte de cualquier adversidad. En ese sentido escribir es mi para¨ªso".
Y el para¨ªso es la familia. Le pregunt¨¦ a Morgana Vargas Llosa qu¨¦ significado tiene en el padre la figura de Patricia, la madre. "Es la compa?era inseparable sin la cual mi padre no ser¨ªa nada". Dice Morgana que su padre no sabe el n¨²mero de tel¨¦fono de la casa, no sabe ni siquiera su direcci¨®n, es incapaz de cambiar una bombilla, desconoce por completo c¨®mo se pone en marcha una lavadora y jam¨¢s ha frito un huevo. Pero esta ma?ana, le digo, su padre me ha explicado, en contra de la opini¨®n de su madre, que el apartamento en el que viven ahora en Nueva York lo paga ¨¦l y no la universidad. Un detalle de que est¨¢ atento, ?no, Morgana? "Qu¨¦ va. F¨ªate de mi madre. En eso tambi¨¦n ella tendr¨¢ raz¨®n".
Poco despu¨¦s cac¨¦ al vuelo lo que Mario le dec¨ªa a unos periodistas franceses: "No me s¨¦ mi mail, jam¨¢s agarro un tel¨¦fono que est¨¦ sonando, no s¨¦ usar los tel¨¦fonos celulares. Y solo me acuerdo del primer n¨²mero que tuvimos cuando nos casamos, hace 45 a?os. El 46 40 60".
C¨®mo no introducir en esta retah¨ªla de visiones familiares del Nobel Vargas a Carmen Balcells, la mam¨¢ grande de varias generaciones de autores, y muy especialmente la mam¨¢ grande de Mario. Una vez Carmen Balcells lo levant¨® de la silla de sus trabajos forzados en Londres y lo puso a escribir. Lo sent¨®, por as¨ª decirlo, en el para¨ªso. Ese para¨ªso tuvo una interrupci¨®n que pudo haber sido eterna, cuando la pol¨ªtica lo sedujo demasiado. De ese fracaso se levant¨® hecho otro hombre. Los hijos piensan que ese trozo de para¨ªso en el que ahora habita con el trofeo del Nobel de Literatura no hubiera sido posible si Patricia no hubiera estado ah¨ª, haciendo que los sue?os del escritor se convirtieran en la letra insistente que ahora le premian en Suecia.
El s¨¢bado posterior a la concesi¨®n del Nobel, Vargas le dijo a su agente, Carmen Balcells, en la radio peruana: "?C¨®mo pudiste seducir a los veinte jurados de la Academia Sueca!". Con el mismo humor, la mam¨¢ grande de los autores del boom (Garc¨ªa M¨¢rquez, Donoso, Carlos Fuentes, Vargas Llosa, Cort¨¢zar) exclam¨®: "?Tengo mis recursos!".
Los dos saben que no es cierto. La llave de este para¨ªso la tiene el genio, que Carmen supo vislumbrar y que Patricia ha cuidado como se cuida un hijo, un nieto, un marido o un sue?o. Como cuidaba la abuela la receta de los guarg¨¹eros, el inolvidable sabor del para¨ªso.
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