Retrato de una v¨ªctima
Sin pretenderlo, Sakineh Ashtian¨ª representa el s¨ªmbolo de todas esas mujeres que, como ella, no tienen m¨¢s derecho que el de ir por ah¨ª con la mirada gacha, enjauladas, medio asfixiadas en su prisi¨®n de tela. Y al menor paso en falso, martirizadas
S¨¦ tan poco sobre Sakineh...
S¨¦ que naci¨® en Osku -una aldea de la provincia de Tabriz, al noroeste de Ir¨¢n, en la que las mujeres llevan el hiyab-, en una familia pobre y piadosa.
S¨¦ que fue maestra en el parvulario local, una peque?a escuela para alumnos de dos a siete a?os en la que la maestra hace de todo: para los m¨¢s peque?os es una mezcla de aya y cantinera; a los mayores les ense?a rudimentos de lectura, c¨¢lculo, dibujo y religi¨®n.
?Que el oficio de maestra no encaja con la imagen de analfabeta que alguien dio de ella y todo el mundo -incluido yo- ha difundido despu¨¦s?
Es cierto.
Pero estamos mezclando dos cosas. Sakineh es azer¨ª. Iran¨ª, pero azer¨ª, pues naci¨® en este Azerbaiy¨¢n iran¨ª tan apegado a la cultura local y en el que casi no se habla persa. Analfabeta, por tanto, en persa (lo que explica que no comprendiese nada cuando, en 2008, el juez le hizo firmar su sentencia a la lapidaci¨®n en el Tribunal de Tabriz). Pero, desde luego, no en azer¨ª (lo que encaja con esta nueva foto suya que no conoc¨ªa y que me acaban de hacer llegar unos amigos iran¨ªes: en ella se la ve en mitad de la clase, rodeada de sus peque?os alumnos, que parecen adorarla y sostienen lo que supongo deben de ser los dibujos m¨¢s bonitos del a?o; Sakineh se mantiene en un discreto segundo plano, cubierta de los pies a la cabeza por un hiyab integral negro que solo deja ver su rostro, del que emana una gravedad hermosa y sutil).
No comprendi¨® lo que le dec¨ªa el juez cuando le hizo firmar la sentencia a lapidaci¨®n. Porque no entend¨ªa su idioma
Taher¨ª, primo del marido, asumi¨® la plena responsabilidad de su muerte. Pese a ello, se encuentra en libertad
La primera tanda de 99 latigazos le fue administrada delante de su hijo, cuando a¨²n era adolescente
Engullida como un Jon¨¢s moderno por el abismo de la noche iran¨ª, Sakineh no puede hacer nada
Y, despu¨¦s, esa historia del veredicto de lapidaci¨®n que firm¨® sin comprender es, como todos sabemos, m¨¢s complicada. Cuando se dict¨® la sentencia, cuando el representante de los cinco mul¨¢s que la declararon culpable de adulterio -por tres votos contra dos, pero en conciencia- rugi¨® la palabra fatal de lapidaci¨®n, ni siquiera lo hizo en persa, sino en ¨¢rabe. S¨ª, rajm... Us¨® la palabra ¨¢rabe rajm para decir la monstruosidad de esa ejecuci¨®n que consiste en apedrearte el rostro para reducirlo, lentamente, tom¨¢ndose su tiempo, a un amasijo sanguinolento... De forma que Sakineh ten¨ªa esta otra raz¨®n, que no tiene nada que ver con su supuesto analfabetismo, para firmar sin comprender y volver a subir, tan contenta, convencida de que la hab¨ªan absuelto, al furg¨®n que la conduc¨ªa a la prisi¨®n.
As¨ª que, efectivamente, no comprendi¨® nada en el tribunal.
Hizo el camino de regreso canturreando entre sus dos guardianes, pues cre¨ªa que los jueces hab¨ªan comprendido que era una mujer normal y corriente, a la que hab¨ªan acusado de adulterio injustamente, e iban a liberarla sin tardanza.
Y no fue hasta llegar a prisi¨®n, a la celda n¨²mero cuatro, la de las condenadas a muerte, cuando, en las circunstancias que ha explicado una de sus compa?eras, Shahnaz Ghoman¨ª, la ¨²nica presa pol¨ªtica de la celda, comprendi¨® lo que le esperaba realmente: no solo la muerte, sino la peor de las muertes; no un ahorcamiento, como a las otras treinta y tantas mujeres hacinadas, como ella, algunas con sus hijos, en esa corte de los milagros que eran los 40 metros cuadrados de la celda, sino la muerte mediante un bombardeo de piedras que es la de las mujeres ad¨²lteras.
Esta escena tambi¨¦n ha quedado establecida.
Sakineh ha regresado, por tanto, a la celda de las condenadas a muerte, que, para permitir ganar tiempo a los verdugos, est¨¢ junto al cuarto de calderas en el que tienen lugar, los mi¨¦rcoles, las ejecuciones por ahorcamiento.
Ninguna de sus compa?eras de celda se atreve a disipar el malentendido, a despertarla de sus enso?aciones para decirle que ser¨¢ enterrada viva hasta el cuello, con el cuerpo envuelto en un sudario, para que una horda de varones pueda acribillarla a pedradas.
Y tiene que ser una carcelera, s¨¢dica y triunfante, la que, a la hora de la distribuci¨®n de la sopa, ¨²nica comida del d¨ªa, venga a anunciarle la verdad.
A Sakineh no le da tiempo a asimilarlo. No tiene ocasi¨®n para imaginar su rostro machacado hasta que reviente la carne, sus ojos fuera de las ¨®rbitas, su cerebro espachurrado, pues se desmaya en el acto. Y sus camaradas tienen que llevarla a una de las cuatro camas en principio reservadas a las ancianas.
S¨¦ que Sakineh tiene una madre que, durante los largos a?os de procedimiento, y antes de que la apartaran de sus compa?eras de infortunio y quedase incomunicada, ven¨ªa a verla cada dos o tres semanas y le tra¨ªa noticias de su escuela.
S¨¦ que tiene un hijo, Sajad, la ni?a de sus ojos, su dicha, que tom¨® el relevo y organiz¨® su defensa desde el exterior, hasta que un grupo de milicianos apareci¨®, el mes pasado, en el despacho de Hutan Kian, su abogado, el d¨ªa en que Sajad estaba siendo entrevistado por dos periodistas alemanes y, en un gesto de inusitada ferocidad, se lo llevaron, junto con los periodistas y el abogado, a un lugar que nadie conoce todav¨ªa.
S¨¦ que tiene una hija, Saideh: pero de ella solo conozco ese rostro, un poco alargado y triste, que veo en la misma foto de clase (aparte de que tiene 17 a?os, de que era Sajad quien se ocupaba de ella, y de que, desde el arresto de su hermano, est¨¢ sola en el mundo y sin recursos).
S¨¦ que es una buena madre, orgullosa de sus dos hijos y de la educaci¨®n que les ha dado. ?Ah! Qu¨¦ alegr¨ªa la suya, el d¨ªa en que Sajad le dijo, en el locutorio de la prisi¨®n, que la compa?¨ªa de autob¨²s de Tabriz le hab¨ªa seleccionado e iba a ser revisor.
S¨¦ que es una madre cari?osa que procura, como todas las madres, evitarles a sus hijos todo lo malo, y cuando, hace ya cuatro a?os, la arrastraron hasta el cuarto de calderas para, en nombre de la shar¨ªa, administrarle su primera sesi¨®n de 99 latigazos (el verano pasado habr¨ªa otra), sufri¨® menos por el l¨¢tigo en s¨ª, por la mordedura del cable de hierro en su carne desgarrada, por los dolores que le sub¨ªan desde la parte baja de la espalda hasta la cabeza y le provocaban v¨®mitos (lo que no produc¨ªa m¨¢s efecto que el de redoblar la rabia y la violencia de su verdugo); s¨¦ que casi sufri¨® menos por los golpes, que, por otra parte, al final ya no le hac¨ªan vomitar, que ni siquiera le hac¨ªan tanto da?o, hasta tal punto su cuerpo estaba petrificado y cuasi privado de conciencia, que el hecho de que el suplicio tuviera lugar, como es preceptivo, ante los ojos de su hijo, entonces de 16 a?os (?no dicen de los ni?os, que siempre asisten a las flagelaciones, que quedan tan traumatizados que, a continuaci¨®n, juegan durante a?os al flagelador y al flagelado?).
Peor a¨²n, s¨¦ que hoy, al l¨ªmite de su resistencia y de su voluntad, atiborrada de los neurol¨¦pticos que Sajad, antes de su arresto, consegu¨ªa hacerle llegar, desesperada y casi resignada a la anunciada lapidaci¨®n -pese a que esa perspectiva la llena de espanto y, seg¨²n me dicen, a veces le arranque unas l¨¢grimas que se seca, como hacen los ni?os, frot¨¢ndose bien los ojos con los pu?os-, solo tiene una demanda que dirigirle a sus verdugos y, si sus verdugos no la escuchan, a Dios: que la lapiden si tanto lo desean; que escojan, como dicta la ley, el tama?o de las piedras para que sufra y vea venir la muerte; pero, ?por compasi¨®n!, que les ahorren a Sajad y a Saideh este nuevo espect¨¢culo de horror y humillaci¨®n.
Pues Sakineh es piadosa.
Me han contado su confusi¨®n y su verg¨¹enza, el d¨ªa en que esa carcelera s¨¢dica le habl¨® y ella se desmay¨®, cuando, al despertar, se dio cuenta de que, al caerse, hab¨ªa dejado resbalar el chador.
Sakineh es jovial. Y supersticiosa.
Teme a la muerte, pero teme sobre todo a Dios.
Est¨¢ anonadada por la insondable injusticia de la que es v¨ªctima, pero -todos los testimonios concuerdan- no realmente indignada, pues deja su destino en manos del Todopoderoso.
Tambi¨¦n s¨¦ -lo veo en la otra foto, la m¨¢s conocida, esa en la que su rostro de madona aparece enmarcado por un chador negro- que es bella, muy bella, aunque, me parece, libre de coqueter¨ªa.
Pues la cuesti¨®n, por supuesto, es la del famoso adulterio que se supone cometi¨® y constituye el verdadero crimen por el que quieren lapidarla.
Y, desde luego, est¨¢ tambi¨¦n la otra acusaci¨®n.
Est¨¢ el asunto del asesinato de su marido, el empleado de banca Ebrahim Ghaderzadeh, muerto en 2005, que la polic¨ªa local intent¨® cargarle alegando que ella le inyect¨® un anest¨¦sico antes de que el primo de Ebrahim, Issa Taher¨ª, le arrastrase hasta el cuarto de ba?o para electrocutarle con ayuda de un amigo. Pero, para empezar, el derecho iran¨ª castiga el asesinato con el l¨¢tigo, no con la lapidaci¨®n; y, sobre todo, la justicia la exculp¨® de esta segunda acusaci¨®n en 2006, tras la confesi¨®n de Taher¨ª, que asumi¨® la plena responsabilidad de su crimen y, dicho sea de paso, est¨¢ en libertad.
?Y, entonces, ese adulterio?
?Es impensable que, despu¨¦s de todo, Sakineh hubiese encontrado alg¨²n atractivo, bien en el primo, bien -el acta de acusaci¨®n es tan nebulosa y parece haber sido ama?ada tan met¨®dicamente que uno termina perdi¨¦ndose...- en los hermanos Al¨ª y Nasser Nojoum¨ª, que parecen no tener nada que ver con el crimen?
?Y por qu¨¦, una vez que se deterioraron sus relaciones con su marido (pues esto tambi¨¦n lo sabemos -a trav¨¦s de los testimonios de Shanhaz Ghoman¨ª, a quien Sakineh se confi¨®, y de la presidenta del Comit¨¦ Internacional contra la Lapidaci¨®n, Mina Ahad¨ª), por qu¨¦, cuando este la oblig¨®, por ejemplo, a abandonar ese puesto de maestra por el que ella sent¨ªa tanto apego (y que parece haber sido, a sus ojos, el humilde garante de su peque?a porci¨®n de libertad), no pudo alimentar una especie de resentimiento, por qu¨¦ no pudo tener la tentaci¨®n, como tantas mujeres en circunstancias similares, de dejar que su coraz¨®n corriera hacia otro?
Una vez m¨¢s, s¨¦ bien poca cosa.
Solo s¨¦ que debo tener mucho cuidado con lo que escribo, pues, aunque para un europeo el adulterio puede ser otro nombre del amor, aunque sea un derecho de las mujeres reducidas a la categor¨ªa de esclavas o m¨¢rtires, s¨¦ que en Ir¨¢n es el peor de los cr¨ªmenes; s¨¦ que, como dijo la misma Sakineh en una de las pocas entrevistas que pudo dar antes de desaparecer en ese calabozo del que solamente emerger¨ªa en dos ocasiones, con el rostro borroso y la voz pastosa, para unas penosas sesiones de "confesiones" televisadas y, evidentemente, obtenidas mediante tortura, s¨¦, dec¨ªa, que el adulterio en la Rep¨²blica isl¨¢mica es peor que el asesinato y que una mujer ad¨²ltera es en Ir¨¢n "el fin del mundo".
?Entonces?
Entonces, se lo pregunt¨¦ a Hutan Kian, su abogado, algunas semanas antes de su arresto, el 10 de octubre, al mismo tiempo que Sajad: la sola idea de un adulterio en una peque?a aldea como Osku, donde todo el mundo esp¨ªa a todo el mundo, era dif¨ªcilmente concebible para ¨¦l.
Tambi¨¦n se lo pregunt¨¦ a Mohammad Mostafae¨ª, su anterior abogado, que tuvo que huir de Ir¨¢n, abandonando su bufete y cruzando la frontera irano-turca clandestinamente, a caballo y luego a pie: s¨ª, la noche de su llegada a Oslo me dio a entender que las cosas no iban muy bien en la pareja. Parece que Sakineh, al l¨ªmite de sus fuerzas, incluso pens¨® en divorciarse, pero, como la ley isl¨¢mica solo autoriza a las mujeres a divorciarse en casos muy especiales -si el marido est¨¢ loco, o se droga, o no puede atender las necesidades de la pareja-, no lo consigui¨® y eso aument¨® su amargura. Pero ¨¦l no imagina, no, francamente, tampoco ¨¦l imagina a su clienta manifestando esa amargura de otro modo que mediante inocentes paseos por Osku y, tal vez, alg¨²n intercambio de miradas -sorprendido por un delator local- con uno de los hermanos Nojoum¨ª, o los dos, o con Taher¨ª.
Incluso me aventur¨¦, no sin escr¨²pulos, no sin apuro, con palabras veladas que ¨¦l comprendi¨® perfectamente, a interrogar a Sajad, el hijo, que amaba con un amor incondicional a su padre asesinado, y tal vez burlado. Lo hice por una l¨ªnea de tel¨¦fono m¨®vil de prepago, en principio an¨®nima, a trav¨¦s de la cual Armin Arefi, Maria de Fran?a y todos sus amigos de La R¨¨gle du Jeu pod¨ªamos hablar con ¨¦l m¨¢s o menos libremente. Y tampoco en este caso percib¨ª nada -ni el tufillo caracter¨ªstico del drama silenciado y el secreto familiar enterrado, ni, como suele ocurrir en estos casos, la oscura solidaridad varonil con otro hombre humillado, ni, para decirlo todo, el espectro de la madre infiel a la que finalmente se perdona a causa de la indefendible desproporci¨®n entre el crimen y el castigo.
Mi impresi¨®n personal, en una palabra, es que Sakineh pudo enamorarse, pero probablemente no pas¨® de ah¨ª.
Tengo la convicci¨®n de que es v¨ªctima de esa injusticia absoluta que implica siempre la condena de un ser humano al que no se juzga por lo que hace (el supuesto adulterio), sino por lo que es (una mujer en un pa¨ªs en el que se trata a las mujeres peor que a los animales).
Y creo que hay que defender a esta mujer al mismo tiempo por s¨ª misma (porque, se mire como se mire, es inocente) y por lo que, sin pretenderlo, representa (el s¨ªmbolo de todas esas otras mujeres, esas sombras, esos fantasmas que, como ella, no tienen m¨¢s derecho que el de ir por ah¨ª con la mirada gacha, enjauladas, medio asfixiadas en su prisi¨®n de tela, mudas y, al menor paso en falso, martirizadas).
Siempre resulta dif¨ªcil ver que el destino se apodera as¨ª de un ser hecho -para parafrasear a un gran fil¨®sofo, defensor de los derechos humanos- de todos los seres y que vale tanto como cualquiera, lo mismo que cualquiera vale tanto como ¨¦l.
Siempre es muy extra?o ver una vida min¨²scula, ni menos culpable que muchas otras ni mucho m¨¢s inocente, tocada por el azar, en una especie de elecci¨®n negativa.
Eso es lo que ocurre con Sakineh.
Es lo que le ha ocurrido a esta mujer sencilla, probablemente tan incapaz de descifrar por s¨ª misma los signos que emanan de ella como los que le env¨ªa esta historia caprichosa, absurda, que, muy a su pesar, est¨¢ protagonizando.
?Y por qu¨¦ lucho yo por esta mujer como si fuera amiga m¨ªa?
?Por qu¨¦ la opini¨®n p¨²blica mundial se ha apropiado de su rostro para convertirlo en un icono planetario?
?Y por qu¨¦ nuestros responsables pol¨ªticos, con Nicolas Sarkozy a la cabeza, han decidido convertirla en un ejemplo -el presidente franc¨¦s me dijo, durante nuestra ¨²ltima conversaci¨®n telef¨®nica, la semana pasada, cuando el nombre de Sakineh acababa de aparecer en una lista que daba a entender que ser¨ªa ejecutada en la madrugada del 4 de noviembre (y permit¨ªa al peri¨®dico local, que cierra su edici¨®n la noche de la v¨ªspera, dar la informaci¨®n en su edici¨®n de la ma?ana, con la ortograf¨ªa correcta y todos los detalles del caso)-, en un test en el que no ceder¨¢n?
Es la pregunta que se hacen los iran¨ªes.
Es el enigma que los encoleriza y provoca sus insensatas diatribas contra esos "insolentes" que convierten un "delito de derecho com¨²n" en un asunto de "derechos humanos".
Y, aparentemente, no comprenden -a no ser que, por el contrario, lo comprendan demasiado bien- que si el caso Sakineh es para ellos un test sobre nuestra determinaci¨®n a hacerles frente (si nos mantenemos firmes en el caso Sakineh, tal vez lo hagamos en todo lo dem¨¢s), para nosotros es un test sobre su capacidad para escuchar y retroceder (si ceden en el caso de esta mujer inocente es que son permeables a la voz de la raz¨®n y, por tanto, el di¨¢logo es posible).
En todo caso, as¨ª es.
Mahmud Ahmadineyad no puede hacer nada.
Sakineh, engullida como un Jon¨¢s moderno por el abismo de la noche iran¨ª, tampoco puede hacer nada.
Es otro misterio de iniquidad.
Y as¨ª ser¨¢ hasta que sea liberada.
Traducci¨®n: Jos¨¦ Luis S¨¢nchez-Silva
![La imagen de Sakineh Ashtian¨ª, cubierta por su <b>chador</b>, se ha convertido en un icono.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/5V4KIXYXOCCPXPWWK2BXNVIKQE.jpg?auth=4dbe1df86f9a8b925890e37849138b8fd2529b2e7aa6574c6a5032c481efef9d&width=414)
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