El juego del ladrillo
Observo a un muchacho ensimismado con su consola de s¨¦ptima generaci¨®n, desde la que no para de eliminar a siniestros combatientes terroristas que se mueven sincopadamente por un escenario reminiscente del Oriente Medio (versi¨®n Hollywood), y me vienen a la cabeza, incongruentemente y de golpe, aquellas lejanas tardes de mi infancia en que me juntaba con algunos amigos del colegio para comprar y vender, durante horas que pasaban volando, las propiedades inmobiliarias desplegadas como bot¨ªn financiero en el tablero del Pal¨¦.
Aquel juego, muy popular entre la clase media espa?ola de los cincuenta, tomaba su nombre del acr¨®nimo de su creador espa?ol, Paco Leyva, que dise?¨® una adaptaci¨®n castiza (y no del todo legal, seg¨²n los propietarios de la patente original) del Monopoly, un juego de estrategia inmobiliaria creado por Charles Darrow y comercializado en Estados Unidos por la empresa Parker Brothers (hoy parte de la multinacional juguetera Hasbro) a partir de 1935. Como se sabe, en ambos juegos obten¨ªa la victoria el jugador que adquiriera el mayor n¨²mero de propiedades inmobiliarias, hasta lograr el monopolio del mercado a costa de la eliminaci¨®n y la ruina de todos los dem¨¢s participantes.
El juego, como el arte, copia la vida. De modo que no me extra?ar¨ªa que alguien, ahora, inventara un juego sobre el paro
Darrow, que hab¨ªa perdido su empleo a principios de la Depresi¨®n, se hab¨ªa inspirado a su vez en un juego anterior -The Landlord's Game- patentado por la activista cu¨¢quera Elizabeth Maggie, una convencida seguidora del economista norteamericano Henry George (1839-1897), quien, a su vez, hab¨ªa inspirado una doctrina econ¨®mica (el "georgismo") que sosten¨ªa que, aunque cada cual tiene derecho a poseer lo que fabrica y crea, lo que se encuentra en la naturaleza (incluidos la tierra del campo y el suelo de las ciudades) pertenece a toda la humanidad. La paradoja es que el antecesor del Monopoly fue ideado para mostrar la injusticia que supone el monopolio de los bienes ra¨ªces, as¨ª como la necesidad de implementar fuertes impuestos sobre el suelo como medio de impedirlo.
El Monopoly, y su hijo espurio el Pal¨¦ no eran otra cosa que sendas dramatizaciones l¨²dicas del mercado inmobiliario. Uno tiraba los dados sobre aquel tablero de 40 casillas y, seg¨²n avanzaba, ten¨ªa la oportunidad de comprar y vender propiedades y echar a los que antes las ocupaban: la fortuna del ganador se basaba en la pobreza de los dem¨¢s. Y, como en la vida, uno pod¨ªa tambi¨¦n tener un golpe de buena o mala suerte y acelerar el proceso o dar con sus huesos en la c¨¢rcel; entre los accesorios del juego hab¨ªa papel moneda de imitaci¨®n y tarjetas de "suerte" o "sorpresa" cuyos edictos pod¨ªan amargarte o alegrarte la vida. Como en todos los juegos de estrategia, en el Pal¨¦ surg¨ªa lo mejor y lo peor de cada uno de los participantes: la astucia, el talento, la capacidad para la negociaci¨®n y el mercadeo, la paciencia, la codicia, la traici¨®n. Algunos de mis compa?eros de juego han acabado haciendo en la vida lo que aprendieron en torno a la mesa camilla de mi casa en aquellas tardes lejanas. A unos les fue bien, otros se han arruinado.
Leo en alg¨²n lugar que Ridley Scott podr¨ªa empezar pronto el rodaje de Monopoly, una pel¨ªcula "sobre la codicia" inspirada en el septuagenario juego de Hasbro. Supongo que, si se lleva a cabo, entrar¨¢ a formar parte de ese Zeitgeist apesadumbrado que respiramos desde el fiasco de las hipotecas subprime y el estallido de la burbuja inmobiliaria. El juego, como el arte, copia la vida. De modo que no me extra?ar¨ªa que alguien, ahora, inventara un juego sobre el paro. Ganar¨ªa el jugador que despidiera a m¨¢s gente pagando menos indemnizaciones. O el que prejubilara m¨¢s pronto. O el que hiciera m¨¢s contratos basura a j¨®venes sobradamente preparados. En el folleto de instrucciones se especificar¨ªa tambi¨¦n qui¨¦nes ser¨ªan los perdedores.
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