Humillados en la habitaci¨®n del p¨¢nico
No hab¨ªa tel¨¦fonos m¨®viles, ni Facebook, tampoco Twitter. Lo que sobraba era miedo
Han pasado treinta a?os y es imposible olvidar. Los periodistas segu¨ªamos la votaci¨®n nominal para la investidura de Calvo Sotelo como presidente del Gobierno en sustituci¨®n de Adolfo Su¨¢rez cuando en medio de la letan¨ªa de nombres nos sorprendieron extra?os ruidos y voces en los pasillos. El secretario de la C¨¢mara, V¨ªctor Carrascal, enmudeci¨® tras citar al diputado Manuel N¨²?ez Encabo. Eran las seis y veintitr¨¦s de la tarde. Una mezcla de perplejidad y angustia nos sacudi¨® al ver la entrada de Tejero con su inconfundible bigote y un pistol¨®n que agitaba bravuc¨®n y altanero: "?Quieto todo el mundo!". El obstinado golpista hab¨ªa conseguido superar todas las barreras para llegar con un grupo de fan¨¢ticos hasta el hemiciclo; un recinto que deber¨ªa ser infranqueable, una especie de habitaci¨®n del p¨¢nico a salvo de cualquier agresi¨®n, sobre todo en una jornada en la que se elige al presidente del Gobierno. Una cadena de errores y la contundencia de las armas permitieron a Tejero adue?arse del lugar.
Madrid eran paradas de autobuses llenas de gente que quer¨ªa irse a casa y comercios echando el cierre antes de la hora
La sensaci¨®n de impotencia y abatimiento se incrust¨® en todos los que nos amonton¨¢bamos en la zona de informadores. Nos miramos sin cruzar palabra, sin escribir una l¨ªnea, at¨®nitos ante lo que est¨¢bamos presenciando. Instantes despu¨¦s escuchamos esa frase imperativa que ha hecho historia: "?Al suelo, al suelo todo el mundo!". El general Guti¨¦rrez Mellado intent¨® hacer valer sus galones para detener aquella locura y fue zarandeado por Tejero y su gente. Los guardias empezaron a disparar hacia el techo obsesionados en convencernos a todos de que no presenci¨¢bamos una comedia bufa y que la intentona iba en serio. Solo tres personas mantuvieron el tipo y no se arrastraron ante metralletas y pistolas: Su¨¢rez, Carrillo y, por supuesto, Guti¨¦rrez Mellado.
Varios balazos impactaron a pocos cent¨ªmetros de la tribuna de prensa. Apretujados y estrujados bajo las sillas, nadie solt¨® un grito. Lo peor pod¨ªa llegar en cualquier momento. La tensi¨®n era m¨¢xima. Un inquietante silencio lo dominaba todo. Desde all¨ª, al lado de la c¨¢mara que m¨¢s tiempo permaneci¨® enfocando aquel pat¨¦tico escenario -hasta que un golpista la gir¨® hacia la pared-, pod¨ªamos ver a las taqu¨ªgrafas bajo su mesa de trabajo, el ir y venir de guardias civiles, las espaldas dobladas de diputados. Poco a poco, los ministros se deciden a emerger y sentarse. V¨ªctor Carrascal opta por encender un cigarrillo, muchos le siguen en un intento de controlar el nerviosismo. Aparece un oficial -posteriormente identificado como el capit¨¢n Mu?ecas- que con tono pausado quiere sosegar los ¨¢nimos: "No va a ocurrir nada, pero vamos a esperar unos momentos a que venga la autoridad militar competente para disponer lo que tenga que ser... y lo que el mismo diga". Unas palabras que disparan infinidad de interrogantes entre los presentes y que todav¨ªa hoy siguen estimulando las disecciones de los historiadores.
A las siete y media, los asaltantes nos mandaron salir a los periodistas. Camino del peri¨®dico para contar lo ocurrido, pudimos comprobar que el p¨¢nico tambi¨¦n estaba fuera. Paradas de autobuses repletas de gente que quer¨ªa volver a casa, todos los taxis ocupados, los comercios bajando sus persianas antes de la hora... Era como si los gases paralizantes del franquismo -que sostuvieron la dictadura hasta la muerte de su creador- volvieran a surgir de las alcantarillas. Al echar la vista atr¨¢s en estas fechas, cuando los egipcios acaban de liquidar con sus movilizaciones una larga etapa de opresi¨®n, resulta un tanto vergonzante la escasa reacci¨®n popular ante aquel secuestro de la democracia espa?ola que, como dir¨ªa el poeta Celso Emilio Ferreiro, estuvo a punto de devolvernos a una larga noche de piedra. No hab¨ªa m¨®viles, no hab¨ªa Facebook y tampoco Twitter. Sobraba miedo.
Un pa¨ªs con p¨¦rdida de renta, paro y una inflaci¨®n del 15%
EL A?O 1981 HAB?A ARRANCADO con la imagen de una Espa?a muy debilitada. El mundo sufr¨ªa el impacto de una brusca subida de los precios del petr¨®leo y se tambaleaba en una crisis de dimensiones parecidas a la actual; pero para Espa?a exist¨ªa la diferencia importante de que no estaba dentro del paraguas comunitario y, menos, de una moneda ¨²nica. Las razones eran palpables: la producci¨®n nacional solo cubr¨ªa el 31% del consumo de energ¨ªa, por lo que la dependencia del petr¨®leo era inevitable. Y esa dependencia afectaba a la demanda interna, la balanza de pagos, la inflaci¨®n y el empleo. Hace 30 a?os, como ratificar¨ªa posteriormente el Banco de Espa?a, la econom¨ªa espa?ola se hab¨ªa empobrecido tres veces m¨¢s que la del resto de pa¨ªses de la OCDE en el periodo 1979-1981. La p¨¦rdida real de renta hab¨ªa sido de tres puntos porcentuales para esos pa¨ªses y de seis para Espa?a.
El panorama, por tanto, no era nada halag¨¹e?o en materia econ¨®mica como para calmar las revueltas aguas pol¨ªticas. No hay m¨¢s que mirar los datos. No obstante, los salarios, que part¨ªan de una base muy baja, hab¨ªan aumentado un 50%, exceptuando el sector agr¨ªcola, entre 1973 -anterior crisis del petr¨®leo- y 1980, cuando en los pa¨ªses industrializados el crecimiento hab¨ªa sido del 11%. Eso explicaba en parte el aumento imparable de la inflaci¨®n, que cerr¨® 1980 con un 15,3%, y, seg¨²n el Banco de Espa?a, que se generara m¨¢s paro como resultado de la compresi¨®n de los m¨¢rgenes de excedentes empresariales y la rentabilidad y la consecuente reducci¨®n de la inversi¨®n productiva del sector privado. La pol¨ªtica econ¨®mica concedi¨® prioridad a la lucha contra la inflaci¨®n, seguramente porque tres a?os antes, cuando se firmaron los Pactos de la Moncloa, hab¨ªa superado los 25 puntos.
Pero eso no arreglaba los otros problemas. De hecho, provoc¨® m¨¢s paro. El empleo no agrario cay¨® un 2,3% en 1980 dejando la tasa de desempleo en el 12,43%, es decir, 1,674 millones de personas sobre una poblaci¨®n activa de 13,4 millones.
En resumen, 1980 hab¨ªa sido un a?o de lento crecimiento (el PIB, no obstante, creci¨® el 1,4%, gracias al sector primario), bajos niveles de actividad y fuertes desequilibrios; el consumo privado avanz¨® el 1%, y el p¨²blico, un 3,5%; la actividad productiva recibi¨® el mayor impulso de la demanda interior, pero apenas de la exterior; la formaci¨®n bruta de capital (inversi¨®n) se elev¨®, en t¨¦rminos reales, un 2,3%. Y el encarecimiento de las importaciones y la ca¨ªda del comercio mundial empujaron la balanza de pagos a un d¨¦ficit de m¨¢s de 3.000 millones de d¨®lares.
Asimismo, por entonces se estaba todav¨ªa digiriendo una reestructuraci¨®n bancaria de calado, con la desaparici¨®n de cerca de un centenar de entidades bancarias. En 1980, el Fondo de Garant¨ªa de Dep¨®sitos procedi¨® al saneamiento de una docena de bancos. Por primera vez, el dinero dedicado a sanear cr¨¦ditos y valores super¨® a los beneficios, que fueron de 128.840 millones de pesetas (aumento del 11,8% sobre el a?o anterior y del 21,1% en las cajas).
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.