El Estado soy yo
Gadafi acapara el poder en un pa¨ªs sin Constituci¨®n, Parlamento ni partidos y su endiosamiento carece de l¨ªmites. Los valientes enfrentamientos de ahora llenan de euforia a quienes conocen su r¨¦gimen opresor
A mediados de los ochenta del pasado siglo, charlaba con mis amigos m¨²sicos de la plaza de Marraquech en la peluquer¨ªa en la que trabajaba uno de ellos cuando entr¨® un desconocido de una treintena de a?os cuyo acento nos intrig¨®. No era magreb¨ª ni egipcio ni de Oriente Pr¨®ximo. Mientras se somet¨ªa a las tijeras y el peine del barbero, le preguntamos de d¨®nde proced¨ªa. De Libia, dijo. Curioso como soy, le ped¨ª su opini¨®n sobre el L¨ªder M¨¢ximo. "Es mi padre", dijo. "Bueno, el padre de todos los libios". Su singular sistema de gobierno, insist¨ª, ?funcionaba bien? Como una seda, repuso. La gente, ?viv¨ªa satisfecha? Satisfecha, no, feliz. Le coment¨¦ que la perfecci¨®n que nos pintaba no existe en nuestro triste mundo. Todas las sociedades del planeta tienen problemas, peque?os o grandes, pero problemas. El desconocido pareci¨® reflexionar y su letan¨ªa de las bondades del sistema se troc¨® en lamento. S¨ª, hab¨ªa un gran problema, el de la dote. Casarse era muy caro, no estaba al alcance de todos los bolsillos. El tono de su voz cambi¨® tambi¨¦n de la autoafirmaci¨®n a la angustia. Hab¨ªa venido precisamente a Marruecos en busca de una novia. En Casablanca le hablaron de una muchacha virgen y quien la conoc¨ªa le prometi¨® concertar una cita con ella, pero necesitaba hacerle un buen regalo antes de los preliminares del trato, ¨¦l confi¨® 2.000 dirhams al intermediario y a la hora fijada para el encuentro en la sala trasera de un caf¨¦ del centro, no aparecieron ni ¨¦l ni la prometida, le hab¨ªan enga?ado y se sent¨ªa deshecho, aquella era su ¨²ltima oportunidad, nos pregunt¨® si conoc¨ªamos a alguna joven casadera, aunque no fuera entrada en carnes o tuviera alg¨²n defecto, a ¨¦l no le importaba, quer¨ªa volver a su tierra casado y con los papeles en regla... La visi¨®n beat¨ªfica de la yamahiriya de Gadafi se hab¨ªa convertido de golpe en una mezcla de desesperanza y quej¨ªo flamenco. Ignoro si alcanz¨® su objetivo o regres¨® a Libia con las manos vac¨ªas.
Gadafi es parte ya de la trinidad de ¨ªdolos ca¨ªdos en el muladar de la historia con Ben Ali y Mubarak
Uniformes de h¨²sar austroh¨²ngaro o capas de colores enmarcaban su rostro acartonado
Poco despu¨¦s, con motivo de uno de esos matrimonios interestatales ef¨ªmeros a los que el coronel es tan aficionado, decenas de millares de marroqu¨ªes emigraron a Libia en busca de trabajo. Gadafi hab¨ªa proclamado la Uni¨®n ?rabe con Marruecos y los emigrantes confiaban en ser recibidos por sus hermanos con los brazos abiertos. El sue?o de tan bella hermandad no dur¨®. El regreso a cuentagotas primero y masivo despu¨¦s reflejaba un total desenga?o. Los que confiaron en las promesas del L¨ªder sufrieron un r¨¦gimen cuartelero, su contacto con la poblaci¨®n local estaba sometido a la estrecha vigilancia de los comit¨¦s de defensa de la Revoluci¨®n y la existencia bajo el "gobierno de las masas populares" expuesto en el Libro Verde era infinitamente peor que en la del pa¨ªs que hab¨ªan abandonado. Mencionar a Gadafi y su yamahiriya era mentarles la bicha. Fueron ellos quienes adaptaron a su manera el chiste que o¨ª en Estados Unidos sobre un concurso cuya recompensa consist¨ªa en un viaje a Filadelfia. Primer premio, tres d¨ªas en Libia; segundo, tres semanas en Libia; tercero, tres meses en Libia. El humor marrakch¨ª era su v¨¢lvula de escape.
Un diplom¨¢tico espa?ol que fue c¨®nsul general en Tr¨ªpoli me refiri¨® tambi¨¦n por estas fechas una an¨¦cdota muy reveladora del ed¨¦n gadafiano. Un d¨ªa fue convocado a la Comisar¨ªa Central de la ciudad: un compatriota nuestro hab¨ªa intentado violar a una mujer libia. Al personarse en el lugar, la lectura del acta de acusaci¨®n le llen¨® de perplejidad: la tentativa de violaci¨®n se hab¨ªa llevado a cabo a la luz del d¨ªa en la c¨¦ntrica plaza Verde. Si se tiene en cuenta el n¨²mero de viandantes que la cruzan a diario, la acusaci¨®n resultaba inveros¨ªmil. Cuando tras mucho papeleo y protestas pudo acceder a la celda del acusado, este -marino de un buque que hab¨ªa hecho escala en Tr¨ªpoli- le confes¨® el crimen: ?Le hab¨ªa gui?ado el ojo! La supuesta agraviada pertenec¨ªa a la guardia personal del L¨ªder M¨¢ximo y, como tal, formaba parte de la alta jerarqu¨ªa en el poder. Las negociaciones para liberar al culpable concluyeron de forma ins¨®lita. Seg¨²n el abogado de la defensa de oficio, este deb¨ªa declararse homosexual y demostrar as¨ª que en el gui?o dirigido a la guardaespaldas no hab¨ªa intenci¨®n lujuriosa alguna. Maldiciendo su suerte, el marino firm¨® su para ¨¦l afrentosa condici¨®n de marica y qued¨® en libertad.
Mientras ocurr¨ªan esas cosas y cosillas, la figura del L¨ªder era celebrada en una universidad madrile?a como la del genio visionario de una "tercera teor¨ªa universal", cuyo Libro Verde abr¨ªa al mundo ¨¢rabe y no ¨¢rabe la llave del futuro. Se organiz¨® as¨ª una videoconferencia en la que Gadafi se dirigi¨® al estudiantado reunido simult¨¢neamente en nuestra alma m¨¢ter y en Tr¨ªpoli. Cada una de sus frases proferidas con una voz espesa y ¨¢tona, iba seguida de una salva de aplausos que solo cesaban cuando el homenajeado indicaba con una se?al del dedo que quer¨ªa seguir desgranando su rosario de perlas de sabidur¨ªa. La ensalada compuesta de socialismo, panarabismo y un vago ingrediente religioso sigui¨® suscitando con todo el entusiasmo asambleario: en fecha mucho m¨¢s reciente, le¨ª en un folleto impreso en Espa?a que 700 especialistas venidos del mundo entero se hab¨ªan reunido durante tres d¨ªas en la capital libia para estudiar el contenido doctrinal de la obra del Jefe. ?Por qu¨¦ no, pens¨¦ de inmediato, 7.000 especialistas durante tres meses? ?O, mejor a¨²n, 700.000 durante tres a?os? El absurdo hubiera sido el mismo y la maravilla a¨²n mayor.
Las inmensas reservas de hidrocarburos del pa¨ªs de su propiedad -las mayores de ?frica- explican tanta obsequiosidad, compadreo y falta de principios. Desde su alineaci¨®n con los presuntos Estados ¨¢rabes moderados, esto es, opuestos al terrorismo islamista, todo le fue perdonado: no solo su demagogia y sus soflamas contra el imperialismo norteamericano, sino tambi¨¦n cuanto se cocinaba en las cloacas del poder: la represi¨®n sangrienta de cualquier conato de oposici¨®n; la desaparici¨®n entre muchas otras, sin dejar huella, del padre del novelista Hisham Matar; la participaci¨®n de sus servicios secretos en el atentado de Lockerbie en 1988, en el que perecieron 270 pasajeros; el repugnante proceso de las desdichadas enfermeras b¨²lgaras acusadas de propagar el sida a fin de ocultar las carencias del sistema sanitario libio... Su desmesurada afici¨®n a los disfraces y escenarios de "autenticidad beduina" era en verdad ¨²nica. Gorra de plato, librea, medallas, charreteras, uniformes de almirantazgo o de h¨²sar del imperio austroh¨²ngaro, feces otomanos, turbantes tribales, t¨²nicas azules en juego con birretes del mismo pa?o, capas majestuosas de todos los colores del arco¨ªris (tal vez por lo de "una buena capa, todo lo tapa"), enmarcaban un rostro cada vez m¨¢s inexpresivo y acartonado, con la mand¨ªbula desde?osamente alzada al estilo de Mussolini. El frenes¨ª exhibicionista le acompa?aba en todos sus viajes o en los actos de pleites¨ªa que le tributaban los d¨¦spotas africanos. Instalaba as¨ª su jaima port¨¢til en Roma, Par¨ªs, Madrid y Londres, recib¨ªa los abrazos de Berlusconi, Sarkozy y de los primeros ministros espa?ol y brit¨¢nico, respond¨ªa a la afrenta de la polic¨ªa de Ginebra que detuvo a su hijo por maltrato f¨ªsico a sus servidores, no solo con la retirada de todos sus fondos de los bancos suizos, sino tambi¨¦n con la original propuesta de que la Confederaci¨®n Helv¨¦tica fuera borrada del mapa y repartida conforme a sus distintas lenguas entre Alemania, Francia e Italia.
El "gobierno de las masas populares" es ¨¦l. Gadafi acapara todo el poder en un pa¨ªs sin Constituci¨®n, Parlamento ni partidos pol¨ªticos y su endiosamiento carece de l¨ªmites. Por eso, el espect¨¢culo de los ¨²ltimos d¨ªas, con docenas de miles de manifestantes que, como en Teher¨¢n, salen valientemente a la calle desafiando los disparos de la polic¨ªa y de los matones a sueldo, llena de euforia a quienes conocen su r¨¦gimen opresor al servicio de su megaloman¨ªa. Frente a las declamaciones de quienes se dan golpes de pecho y se manifiestan dispuestos a derramar su sangre por el L¨ªder M¨¢ximo (mientras derraman entre tanto las de sus compatriotas), los gritos de j¨²bilo de quienes pisotean en Bengasi su odioso retrato, tienen algo de inici¨¢tico y liberador. Sea cual fuere el resultado inmediato de esta matanza de sus amados s¨²bditos, Gadafi forma parte ya de la trinidad de los ¨ªdolos ca¨ªdos en el muladar de la historia con Ben Ali y Mubarak. Confiemos en que el pr¨®ximo sea Ahmedineyad.
Juan Goytisolo es escritor.
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