El lado oscuro de la soledad

Carmen Garc¨ªa, una octogenaria que viv¨ªa en la calle Fuencarral, sol¨ªa enfrascarse con facilidad en discusiones pol¨ªticas, le gustaba desayunar en la mesa de la esquina del bar, donde tomaba tambi¨¦n un vinito con un aperitivo si se alargaba el caf¨¦ hasta mediod¨ªa. "Del barato, yo vino tinto del barato, que el caro me marea mucho", ped¨ªa siempre. Se lo serv¨ªan gratis y ella a cambio limpiaba algunas mesas. "Carmen, que nos vas a dejar sin trabajo", le re?¨ªan las camareras de broma. Y ella, con sus labios siempre muy pintados, sus bonitos trajes de colores y los ojos verdes perfilados, se re¨ªa.

De joven fue matrona y peluquera. Residi¨® en Francia. En Madrid viv¨ªa m¨¢s sola que la una y as¨ª, sin nadie a su lado, muri¨® la Nochebuena pasada. No lleg¨® a celebrar su ¨²ltima Navidad.

Carmen hac¨ªa frente a la vida con una pensi¨®n mensual de 350 euros

El anciano C¨¦sar permaneci¨® tres d¨ªas tirado en el suelo de su casa

"La soledad es tremenda a esta edad", reflexiona un anciano

Mar¨ªa del Rosario fue descuidando poco a poco el piso en el que viv¨ªa sola

En la ciudad de Madrid han muerto en soledad 101 ancianos entre enero de 2010 y abril de este a?o, seg¨²n los datos a los que ha tenido acceso EL PA?S. Las cifras antes eran p¨²blicas y se facilitaban a?o a a?o hasta que el alcalde Alberto Ruiz-Gallard¨®n accedi¨® al cargo en 2003 y decidi¨® que los servicios de emergencia dejaran de informar de manera expresa a los medios de comunicaci¨®n de las personas que eran halladas muertas en soledad en sus domicilios. Los miembros de su equipo no han querido valorar el asunto para este reportaje.

En la ¨¦poca pre-Gallard¨®n, un hombre llamado Vicente falleci¨® en soledad en su piso de la calle Duquesa de Parcent. Era diciembre de 2002. Los vecinos de escalera llevaban d¨ªas sin verle salir a comprar el pan y el peri¨®dico como hac¨ªa cada d¨ªa. Uno de sus hijos se alarm¨® al ver que no le devolv¨ªa las llamadas. No dispon¨ªa de ning¨²n servicio de teleasistencia. Su muerte, la n¨²mero 68, fue la ¨²ltima que se produjo ese a?o. Esas historias son casi inaccesibles ahora que el Ayuntamiento de Madrid no facilita ning¨²n tipo de informaci¨®n al respecto. Pero la realidad es que siguen muriendo ancianos sin nadie a su lado y los datos demuestran que este tr¨¢gico fen¨®meno no ha descendido.

Seg¨²n las cifras oficiales, 135.590 personas mayores de 65 a?os viven solas en la ciudad de Madrid. Son el 22% del total. Y de ellos, 58.809 tienen m¨¢s de 80 a?os y afrontan la vida sin nadie con quien compartir el hogar.

La octagenaria Carmen Garc¨ªa Carvajal, sindicalista de pro de UGT, nunca se quejaba de su soledad. Hablaba a veces de un antiguo amor y dedicaba pocas palabras a su hijo, que resid¨ªa en Canarias. El piso de Fuencarral lo ten¨ªa a medias con un hermano que march¨® a Brasil, donde muri¨®. Nunca pudo venderlo y hac¨ªa frente a la vida con una m¨ªsera pensi¨®n de 350 euros. No cotiz¨® en sus a?os de trabajadora en Francia, seg¨²n recuerdan en el sindicato, donde est¨¢ el bar al que siempre iba a desayunar y a discutir de pol¨ªtica. El pasado 24 de diciembre la encontr¨® muerta el trabajador del servicio de ayuda a domicilio que le llevaba la comida a casa cada d¨ªa.

Tanto la Comunidad de Madrid como el Ayuntamiento de la capital tienen servicios para atender a estos mayores, como la teleasistencia, con 130.000 usuarios regionales, la mayor¨ªa personas mayores de 65 a?os que viven solas. El servicio funciona los 365 d¨ªas al a?o. Los usuarios llevan un medall¨®n al cuello que se activa al ser pulsado. Hay tambi¨¦n servicios de acompa?amiento de voluntarios y programas de acogimiento o pisos tutelados.

En el caso municipal, el alcalde Alberto Ruiz Gallard¨®n se comprometi¨® a principios de semana a reforzar la ayuda a domicilio y extender la teleasistencia a todos los mayores de 80 a?os. Ahora el servicio cubre al 40% de estos mayores, seg¨²n datos municipales. El alcalde destac¨® entonces que hay 113.000 madrile?os en la capital con dispositivos de teleasistencia, lo que significa multiplicar por siete el n¨²mero de atendidos que hab¨ªa cuando lleg¨® a la alcald¨ªa en 2003.

La sensibilidad y los programas han aumentado, pero la oposici¨®n le pide m¨¢s esfuerzo, m¨¢xime en un a?o en el que los presupuestos tanto regionales como municipales destinados a los servicios sociales han ca¨ªdo. La Concejal¨ªa de Familia y Asuntos Sociales perdi¨® un 10,41% (233 millones de euros). La Consejer¨ªa regional recort¨® un 2,41%, con 1.257 millones.

Jaime Lissavetzky, candidato socialista a la alcald¨ªa, reclama m¨¢s trabajadores sociales y un aumento de las medidas preventivas para que estas personas "est¨¦n seguras y atendidas". "Necesitamos programas de prevenci¨®n, atenci¨®n presencial y a distancia realizados por profesionales que complementen la solidaridad de familiares y vecinos", reclama el candidato.

El abogado C¨¦sar Delgado Ruiz votaba en contra de los presupuestos de su comunidad de vecinos casi por sistema. Golpeaba con un bast¨®n el techo de su apartamento, en la sexta planta del bloque, al m¨¢s m¨ªnimo movimiento de sillas de los vecinos de arriba. El conserje de su edificio, en la calle Evaristo San Miguel (distrito Centro), se acostumbr¨® a que este jubilado de 77 a?os, bajito y de pelo cano, no le diese los buenos d¨ªas. Quiz¨¢ por eso nadie repar¨® en ¨¦l cuando desapareci¨® durante tres d¨ªas seguidos a mediados del pasado febrero.

Una vecina que peg¨® la oreja en su puerta escuch¨® los golpes de su bast¨®n. C¨¦sar llevaba todo ese tiempo tirado en el suelo sin poder moverse hasta que fue rescatado. No quiso la ayuda de los servicios sociales, se quej¨® de la insolencia de un m¨¦dico que le tild¨® de testarudo y cerr¨® de un portazo la entrada que hab¨ªan echado abajo ese d¨ªa los bomberos. Muri¨® al d¨ªa siguiente sin nadie a su lado. Los bomberos tuvieron que volver para abrir una vez m¨¢s la puerta. "No consinti¨® en salir de su casa y all¨ª se muri¨®, en el suelo", recordaba ayer Miguel, el conserje, en la entrada del portal de hierro en el que a¨²n sigue la tarjeta en el buz¨®n con el nombre del abogado.

El anciano, que ten¨ªa varias hermanas, viv¨ªa solo pero no sufr¨ªa penurias. Sindicatos y asociaciones de mayores alertan de que, en otros casos, a la soledad se le suma la precariedad de pensiones m¨ªseras con las que a duras penas se llega a fin de mes.

"Las administraciones intentan ocultar la realidad de Madrid, que tiene muchos contrastes. Hay mucha gente mayor que lo pasa mal, pero no existe gran alarma social porque es gente acostumbrada a una vida muy dura, que no denuncia y que se esfuerza en gastar lo menos posible", explica Ana S¨¢nchez, secretaria de Pol¨ªticas Sociales de UGT.

La concejal socialista Carmen S¨¢nchez Carazo tambi¨¦n denuncia que es una realidad que el Ayuntamiento de Madrid "pretende ocultar". "Existe, es un hecho. Esas son las cifras que manejamos nosotros tambi¨¦n. No se puede ignorar que hay una poblaci¨®n de mayores que fallece sin nadie al lado, lo que es un drama y deber¨ªa ser impensable en una ciudad como Madrid en pleno siglo XXI", asegura.

Vicente LLopiz, miembro de una asociaci¨®n de mayores ecologistas de Ciudad Lineal, de 85 a?os, habla de primera mano. El hombre se ha topado m¨¢s de una vez con gente de su quinta buscando en la basura comida desechada por los supermercados. "La mayor¨ªa de los ancianos tienen una pensi¨®n muy baja, por debajo del salario m¨ªnimo interprofesional, entre los que me encuentro. Est¨¢n al borde de la pobreza y la exclusi¨®n social", cuenta.

"La soledad es tremenda en esta edad, sobre todo para viudos y solteros. No tienen dinero para frecuentar bares, les da verg¨¹enza ense?ar su casa que a veces est¨¢ en malas condiciones. Una cosa muy com¨²n es que adopten una mascota, como un perro por ejemplo, supongo que para obligarse a salir a la calle", a?ade el veterano, bast¨®n en mano.

Mar¨ªa del Rosario Fern¨¢ndez Marcote, una anciana de 91 a?os, hab¨ªa sido voluntaria de enfermer¨ªa, voluntaria de una biblioteca de mayores, bailarina y quiz¨¢ una esp¨ªa republicana, aunque esa parte de su biograf¨ªa permanece a¨²n a oscuras. Durante la vejez se aficion¨® al senderismo, pero lleg¨® un momento en el que no pod¨ªa seguir el ritmo de los abuelos con m¨¢s vitalidad. "?Fascistas, eso es lo que sois todos, unos malditos fascistas!", fue lo que ella les contest¨® cuando le insinuaron que no pod¨ªa acompa?arles m¨¢s en las excursiones.

Mar¨ªa del Rosario ten¨ªa una hermana pero viv¨ªa sola en un piso de Ciudad Lineal que poco a poco fue descuidando, a lo que se uni¨® su man¨ªa de adoptar a todo gato callejero que encontraba. Dej¨® de invitar a las amigas a tomar caf¨¦ y no abr¨ªa la puerta a nadie, salvo que fuese uno de sus vecinos. A principios a?o pasado era f¨¢cil encontrarla dando paseos por la Gran V¨ªa con un gracioso sombrero que hab¨ªa decorado con un clavel. Sus amigos le avisaron que no pod¨ªa cruzar las calles como si todav¨ªa fuese el Madrid de los a?os 20. El 24 de febrero, en la avenida Donostiarra, cerca de su casa, Mar¨ªa del Rosario no se amilan¨® ante un sem¨¢foro en rojo y sali¨® directa. "?Que paren!", dijo con esa seguridad que le daba saberse una mujer hermosa. El primer conductor logr¨® frenar a tiempo pero otro que ven¨ªa por el segundo carril se llev¨® a la anciana por delante.

Vicente Llopiz recuerda ahora aferrado a su bast¨®n c¨®mo vio poco a poco como Mar¨ªa del Rosario se fue quedando sola y excluida hasta que el coche le arroll¨®, culpa del delirio que le hac¨ªa creerse en una ciudad de mulas y carretas.