DSK: sexo, poder y violencia de g¨¦nero
Si se confirma que Dominique Strauss-Kahn, el director del FMI, cometi¨® la agresi¨®n de la que le acusan, nuestras democracias deber¨ªan cerrar filas y articular una condena un¨¢nime de los abusos sexuales
Dominique Strauss-Kahn es inocente. Y lo es, porque en un Estado de derecho lo avala la presunci¨®n de inocencia. Este principio basilar del derecho penal exige un proceso con todas las debidas garant¨ªas antes de poder afirmar que DSK es un delincuente, pues esto es, a fin de cuentas, lo que se est¨¢ dirimiendo.
M¨¢s all¨¢ de la falta de certezas, lo que es comprensible es que el desplome s¨²bito de un icono como DSK, que en su sola persona reun¨ªa todos los rasgos estad¨ªsticamente representativos del poder (a la vez pol¨ªtico, econ¨®mico, global ?y masculino!) haya sacudido al mundo entero. Y es por ello entendible que el mundo entero est¨¦ calibrando qu¨¦ consecuencias pueda tener sobre el futuro del FMI, la crisis financiera, el euro o las elecciones presidenciales y el Partido Socialista en Francia.
Tras largas batallas feministas se ha logrado que se tipifiquen con amplitud estos delitos
El miedo a perder m¨¢s explica que impunidad, connivencia y silencio sigan imperando
Sorprende, sin embargo, (o tal vez no) que la gran ausente, hasta el momento, sea la reflexi¨®n acerca de qu¨¦ implicaciones pueda tener el asunto no solo para la vida de la mujer presuntamente abusada (de la que solo alguna fuente en Estados Unidos ha informado de que no ha podido regresar ni a su casa ni al trabajo, teme perder el empleo y quedarse sin fuente de subsistencia en su condici¨®n de madre y viuda), sino para la mitad de la poblaci¨®n mundial, que conforma el sexo femenino y sobre quien estad¨ªsticamente recae este tipo de violencia. Y sorprende porque hay buenas razones para pensar que el asunto DSK debiera abordarse m¨¢s bien como el fen¨®meno DSK, realzando lo que de sist¨¦mico tiene, y permiti¨¦ndonos atar cabos. Porque haberlos, haylos.
La gama de los "esc¨¢ndalos sexuales" de la clase pol¨ªtica masculina de los ¨²ltimos tiempos es amplia y va in crescendo. Parte de los incidentes de infidelidad conyugal (el m¨¢s reciente, ?Schwarzenegger?), es condenada por la ¨¦tica puritana pero, en ¨²ltimo t¨¦rmino, todas las ¨¦ticas, puritanas o no, la acaban exculpando en un acto conciliatorio en el que t¨ªpicamente concurren la caracterizaci¨®n de lo ocurrido como algo que ata?e a la vida privada: la rehabilitaci¨®n del orden familiar amenazado a trav¨¦s de un gesto de perd¨®n ofrecido p¨²blicamente por el esposo infiel (asunto Bill / Hillary Clinton) y el trasfondo de una sociedad que entiende y tolera que el hombre de poder sea, casi por definici¨®n, un seductor de mujeres.
Mucho habr¨ªa que decir acerca de las formas de violencia que hist¨®ricamente se han condonado al amparo de la doctrina de la intimidad familiar. Baste decir que secularmente dicha doctrina ha impedido visibilizar que, en sociedades patriarcales, expresiones de dominaci¨®n, y no solo de afecto, caracterizan la relaci¨®n conyugal, algo que, entre nosotros, ha dado lugar a ejemplos tan castizos como el de los abusos en impunidad del "se?orito" a la "sirvienta". Lo que en todo caso resulta impresionante es la fuerza de su legado cuando observamos que en calidad de "sexo" y de "privadas" se siguen condonando otras muchas formas de abuso de poder. Esto incluye las que se dan, por un lado, en las esferas paradigm¨¢ticamente p¨²blicas (el mundo laboral y el de la pol¨ªtica) y por otro, en situaciones en las que la relaci¨®n de superioridad jer¨¢rquica del hombre con respecto a la mujer con la que tiene sexo es tan clara que no puede uno sino desconfiar de que sean expresi¨®n de libertad (asuntos Bill Clinton-Monica Lewinsky, Dominique Strauss-Kahn/Piroska Nagy). M¨¢s grave a¨²n es, por supuesto, pensar que incluso las formas de abuso de poder m¨¢s indiscutiblemente delictivas puedan encontrar acomodo en la vida y en la carrera de los grandes hombres pol¨ªticos. Pensemos no solo en DSK, a quien se acusa ahora de intento de violaci¨®n y abusos sexuales, sino por un momento tambi¨¦n en Silvio Berlusconi, acusado de prostituci¨®n de menores y abuso de poder.
Pero donde el imaginario p¨²blico, fascinado por la atracci¨®n at¨¢vica que ejerce el poder, sigue obsesionado con el presunto victimario y se lanzan adjetivos que torpemente buscan explicaciones e inevitablemente sirven para exculpar y reforzar estereotipos ("mujeriego, seductor, enfermo, adicto...") la ley acude al rescate de la presunta v¨ªctima devolvi¨¦ndole su condici¨®n de sujeto de derechos y recordando que lo que el derecho tutela como expresi¨®n de autonom¨ªa e intimidad es una sexualidad libremente consentida. Es por ello por lo que aun aceptando que pueda ser cierto el fen¨®meno de la irresistible atracci¨®n sexual que ejercen "los hombres de poder", no quede m¨¢s remedio que diferenciar. Que en la mente del magnate de turno seducci¨®n, coacci¨®n y violencia se confundan en uno solo, y que, en todo caso, en la conciencia colectiva reine el com¨²n entendimiento de que ni el error ni la mala fe se han de pagar caros, es lo que explica el fen¨®meno DSK, que, de otra forma resulta, en efecto, dif¨ªcilmente comprensible. ?C¨®mo, si no, explicar que, de ser cierto, alguien de su talla, conocido en todos los c¨ªrculos parisienses por su activa vida sexual, se lo haya podido jugar todo por un mal polvo?
Llegados a este punto no est¨¢ de m¨¢s recordar la l¨ªnea que traza la ley separando sexo de subyugaci¨®n; la l¨ªnea entre lo leg¨ªtimamente privado (la intimidad sexual de las personas) y lo que, por definici¨®n, no puede ser asunto privado (la conducta criminal) por mucho que algunos miembros del Partido Socialista Franc¨¦s se empe?en en sugerir lo contrario. Despu¨¦s de largas batallas feministas se ha logrado que los ordenamientos jur¨ªdicos de las democracias occidentales, a¨²n muy lejos de ser instrumentos verdaderamente eficaces en su lucha contra la violencia de g¨¦nero, tipifiquen ampliamente los delitos contra la libertad sexual. Al hacerlo, reflejan una comprensi¨®n de que el abuso de poder se produce no solo cuando en la base del acto sexual est¨¢ la violencia o la intimidaci¨®n. Basta la falta de consentimiento, pues solo el consentimiento expresa libertad. Para demostrar falta de consentimiento no hay que demostrar resistencia a la violencia (el "s¨ª" es lo que hace falta, y el "no", suficiente expresi¨®n de su carencia). Y para ser v¨¢lido el consentimiento no puede verse viciado por una situaci¨®n de manifiesta superioridad entre v¨ªctima y victimario con entidad suficiente para coartar la libertad de la primera.
Con todo, el asunto que nos ocupa tal vez no d¨¦ para tantos matices, aunque conviene preparar al lector pues sin duda los abogados de la defensa intentar¨¢n que as¨ª sea, a falta de otra coartada. Y es que en cierto sentido nos encontramos con un caso at¨ªpico. Que los hombres poderosos cometen impunemente abusos sexuales nadie, en el fondo, lo duda. Que llegados a "tu palabra frente a la m¨ªa" la voz femenina que clama el "?yo dije no!" logre tener la misma resonancia que la masculina que, investida de autoridad, lo niega, ilusorio. Que por ello, y por miedo a no perder m¨¢s a¨²n, v¨ªctimas y allegados opten por el silencio (asunto DSK-Tristane Banon) entristece, pero no sorprende. Y todo confluye y explica que impunidad, connivencia y silencio sigan imperando. Por eso, de confirmarse su perfil aparente, el asunto DSK ofrece una ocasi¨®n hist¨®rica pues, de haberse cometido, el delito sexual lo fue sin que mediase relaci¨®n personal, familiar o laboral de tipo alguno, con violencia y con un "no" expresado con resistencia a la fuerza, y que dej¨® huellas.
Tal vez sea la ocasi¨®n de un caso de manual la que haga falta para que en nuestras democracias, incluyendo algunas que (como la francesa o la espa?ola) se autoproclaman paritarias, hombres y mujeres de todas las ideolog¨ªas pol¨ªticas, empezando por los afincados en el poder, cierren filas y articulen una condena un¨¢nime. De momento decepciona que el Partido Socialista Franc¨¦s d¨¦ instrucciones de cerrar filas justo en sentido contrario. De desperdiciarse, silencio e impunidad seguir¨¢n ceb¨¢ndose en los cuerpos de mujeres permitiendo que, en vez de ciudadanas, sigan nuestros dirigentes pol¨ªticos viendo en ellos bienes de consumo a libre disposici¨®n. ?Qu¨¦ decir? Como una lata de coca-cola de un minibar de hotel: se abre, si hace falta forzando su cierre, se bebe y se tira. Lo importante es que no salpique y le manche a uno el traje.
Ruth Rubio Mar¨ªn es catedr¨¢tica de Derecho P¨²blico Comparado del Instituto Universitario Europeo, Florencia, en excedencia de la Universidad de Sevilla. St¨¦phanie Hennette-Vauchez es profesora de Derecho de la Universidad de Par¨ªs Oeste Nanterre La D¨¦fense.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.