Retrato de un horror a¨²n m¨¢s hueco que fr¨ªo
Creo haber le¨ªdo Tar¨¢ntula, escrita por Thierry Jonquet, y cuyo argumento inspir¨® inicialmente La piel que habito hace muchos a?os, editada en Espa?a por la colecci¨®n Etiqueta Negra. ?O era Serie Negra? Empleo el dubitativo creo porque estoy seguro de que me impresion¨® al comienzo, pero no recuerdo que tuviera paciencia para llegar al final, que su desarrollo me desinteres¨®. En cuanto a la pel¨ªcula que acabo de ver me resulta imposible acercarme a ella en estado virginal, sin poseer referencias sobre su contenido, ya que la sabia maquinaria publicitaria que maneja inmejorablemente Almod¨®var desde sus ancestros y que logra que recibas continua y estrat¨¦gica informaci¨®n de cada nueva criatura suya antes, durante y despu¨¦s del parto, me ofrec¨ªan numerosos datos sobre ella. Y por supuesto tambi¨¦n estoy avisado a trav¨¦s de sus declaraciones y las de Antonio Banderas de que es una pel¨ªcula en la que han sentido v¨¦rtigo, se han acercado al abismo, est¨¢ impregnada de horror g¨¦lido.
No logro encontrar los dos Banderas que admiro, el del Zorro y el de '?tame'
Los materiales anteriores son tan existencialistas, enf¨¢ticos y desgarrados que predisponen angustiosamente tu estado de ¨¢nimo al sentarte en la butaca, imaginando que vas a encontrarte con una historia que navega entre S¨®focles y el Hitchcock menos juguet¨®n. Durante un rato mantengo las expectativas ante un cirujano que se maneja con eficiencia y obsesi¨®n en su espectacularmente dise?ada casona de Toledo con los tubos, la sangre, las f¨®rmulas y las combinaciones de esa cosa llamada transg¨¦nesis, consistente en la mezcla de c¨¦lulas vegetales y animales. Pero inmediatamente descubrimos que va m¨¢s lejos en su loable investigaci¨®n ya que tambi¨¦n combina las c¨¦lulas de las bestias con las humanas, algo sobre lo que recae la prohibici¨®n.
Ese galeno de gesto g¨¦lido, ese doctor Frankenstein sin huellas aparentes de perturbaci¨®n mental, tiene encerrado al monstruo que est¨¢ creando, aunque este se distraiga imitando la art¨ªstica creaci¨®n de mu?ecas que hac¨ªa la legendaria Louise Bourgeois, leyendo a Alice Munro (como siempre, Almod¨®var est¨¢ en la onda cultural que mola), escribiendo y dibujando en las paredes de su celda, intentando sobrevivir en su extra?o cautiverio a algo que presientes muy turbio. La presa lleva adherido a su cuerpo un extra?o pijama y tiene las preciosas facciones y la compleja expresividad de Elena Anaya, nada que ver con la lamentable apariencia exterior de aquel monstruo que se invent¨® Mary Shelley una noche de tormenta. Y est¨¢ vigilada tambi¨¦n en ese Manderley toledano por un ama de llaves a lo Rebeca, pero esta dotada con el cansino tonillo teatral y la gestualidad afectada de Marisa Paredes.
La espera hasta que Almod¨®var comienza a darnos explicaciones y a contar los antecedentes de misterio tan tortuoso me proporciona un muy discreto inter¨¦s, pero cuando la madeja comienza a desenredarse, describiendo los volc¨¢nicos traumas que han empujado al pulcro psic¨®pata a una venganza feroz contra el que caus¨® su ruina familiar y afectiva, mediante flashbacks de negociable veracidad, acompa?ados de di¨¢logos y situaciones que pretenden tener enjundia emocional y solemnidad de tragedia griega, pero que involuntariamente despiertan la risa que acompa?a a lo grotesco y a la seriedad forzada, empiezo a notar el sonrojo ante la impostura habitual de este director cuando abandona la comedia, cuando habla de educaciones malas, abrazos rotos, l¨ªricos parloteos con ella, recovecos del alma y las pasiones que devoran a los seres humanos. Es cuesti¨®n de cre¨¦rselo o de no cre¨¦rselo. En mi caso no hay manera de que me lo tome en serio.
Ocurre durante la proyecci¨®n de La piel que habito que hay reacciones tan ins¨®litas como que una parte del p¨²blico se r¨ªa en momentos que se presuponen desgarradores. Al acabar la pel¨ªcula descubro que esa misma gente aplaude entusiasmada. Al parecer interpretan que esa intensidad sentimental es mitad en broma y mitad en serio, que la caracter¨ªstica iron¨ªa de su creador se est¨¢ cebando con las supuestas explosiones de sensibilidad, que existe una armon¨ªa genial entre la parodia y el espanto. Si es as¨ª, a m¨ª se me escapa esa fascinante dualidad. No estoy dotado para captar tanta sutileza. Lo que veo y escucho me resulta tan hinchado como hueco, m¨¢s rid¨ªculo que complejo. Son enfrentadas interpretaciones, eso tan humano de la cuesti¨®n de gustos.
Comprendes que Antonio Banderas haya acudido presuroso desde ese mercantil y fr¨ªvolo Hollywood que tanto le mima a la llamada del rey del mundo, para que su curr¨ªculo art¨ªstico se enriquezca con el prestigio de ponerse humildemente a las ¨®rdenes de uno de los m¨¢s prestigiosos directores europeos, de la aut¨¦ntica autor¨ªa en presunto y permanente estado de gracia. Aqu¨ª no logro encontrar a ninguno de los dos Banderas que admiro, el del Zorro y el de ?tame. Se supone que Almod¨®var le ha exigido espartana econom¨ªa de gestos para que su personaje resulte tan cre¨ªble como terrible. Yo le encuentro anodino. Es in¨²til hablar a los lectores del amor, la indiferencia o la irritaci¨®n que te transmite una pel¨ªcula que ellos no podr¨¢n juzgar hasta dentro de cinco meses. Cuando ocurra, pasen y vean. Volver¨¦ a escribir de ella. Con anticipada fatiga. O pidiendo perd¨®n por mi imperdonable miop¨ªa cuando Cannes la estren¨® a bombo y platillo.
Babelia
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