Mira qu¨¦ pa¨ªs m¨¢s lindo
Desde el paseo mar¨ªtimo de la playa de Ipanema en R¨ªo de Janeiro hasta la ciudad ut¨®pica de Brasilia. El frenes¨ª econ¨®mico de S?o Paolo y la riqueza mineral de Belo Horizonte. Brasil, de todos los colores
Para quien no ha estado antes en Brasil, resulta dif¨ªcil no llegar con algunas ideas preconcebidas. Brasil es uno de esos lugares que todo el mundo cree conocer antes de poner el pie en ellos. Como todos los estereotipos, el de Brasil est¨¢ hecho de una porci¨®n de verdad, de unas cuantas fantas¨ªas, de no pocas exageraciones y de importantes olvidos. Es cierta, por ejemplo, la pasi¨®n futbolera, es cierto que en la mayor¨ªa de sus ciudades existe esa hipoteca humana y urban¨ªstica que representan los barrios de favelas, es cierto que la samba, las carrozas de carnaval y los minibikinis son productos t¨ªpicamente brasile?os, y sin embargo es posible estar en Brasil sin o¨ªr hablar de f¨²tbol, sin tener un encontronazo con la violencia que fermenta en las favelas, sin pisar la playa y, por supuesto, sin ir al carnaval. Y si mantuvi¨¦ramos los ojos abiertos, no por ello nos perder¨ªamos la esencia del pa¨ªs.
Acaso el t¨®pico m¨¢s cierto sea aquel que habla de la hospitalidad brasile?a y que Adolfo Bioy Casares, el escritor argentino, resumi¨® con estas palabras en un hermoso librito titulado Unos d¨ªas en Brasil: "Los brasileros resolvieron -habr¨ªa que saber cu¨¢ndo, o si les viene de sus padres portugueses- jugar a las similitudes y no a las diferencias. Ven el horizonte repleto de barcos rebosantes de arracimados alemanes, libaneses, japoneses y les gritan: '?Bienvenidos!', abren los brazos, los encuentran hermosos, parecidos a ellos". Adem¨¢s de esa hospitalidad, que explica el mestizaje y el fuerte sentimiento identitario que todos los brasile?os comparten independientemente de su origen, sigue siendo justa -pese al crecimiento en los ¨²ltimos a?os de la clase media- su fama de pa¨ªs clasista, con una tremenda brecha social entre los millones de despose¨ªdos y los que cortan el bacalao, los latifundistas, los madereros, los propietarios de minas, los financieros...Y es asimismo exacto algo a lo que no se alude con frecuencia pero sin lo cual es imposible entender Brasil: la religiosidad de sus habitantes. En Brasil casi todo el mundo profesa una religi¨®n y a veces varias. Este fuerte acervo religioso es a¨²n mayor que en Estados Unidos, que ya es decir, y explica buena parte de las virtudes y los defectos del car¨¢cter de los brasile?os.
Quien aterriza hoy en un aeropuerto brasile?o percibe de inmediato que est¨¢ en un pa¨ªs pr¨®spero. Las carreteras de acceso a las ciudades son m¨¢s que decentes, el tr¨¢fico es abundante y la atm¨®sfera parece libre del fuerte olor a plomo que genera la combusti¨®n de las gasolinas utilizadas en el Tercer Mundo. Brasil es uno de los pocos pa¨ªses que no ha sufrido la crisis econ¨®mica mundial. No solo eso: su crecimiento el ¨²ltimo a?o fue superior al 7%. La parte mala de este milagro es que su moneda, el real, est¨¢ tremendamente sobrevalorada, lo cual se traduce, para el que llega de fuera, en que nada resulta barato. Pr¨¢cticamente no hay paro, pero los sueldos son bajos y la poblaci¨®n se endeuda hasta para comprar un jersey.
01 Belo Horizonte
Una buena puerta de entrada a Brasil puede ser Belo Horizonte, la capital del Estado de Minas Gerais, quinto Estado en extensi¨®n del pa¨ªs, del que procede uno de los pilares tradicionales de la econom¨ªa brasile?a: la miner¨ªa. La ciudad de Belo Horizonte, emplazada en un valle monta?oso, anodina, orgullosamente provinciana, punteada de rascacielos y con tres millones de habitantes, se fund¨® al arrancar el siglo XX y no es interesante en s¨ª misma, pero s¨ª da, en cambio, por su mastod¨®ntica condici¨®n de secundaria, la medida de las verdaderas dimensiones del pa¨ªs, y, sobre todo, sirve de punto de partida para algunas excursiones que nadie lamentar¨¢. En Minas Gerais hay ciudades coloniales, abigarradas de tesoros barrocos, que llevan en sus nombres el mineral que pag¨® tanta riqueza de iglesias, tallas, calles empedradas, plazas, esculturas... Ouro Preto, la antigua capital del Estado, a 100 kil¨®metros al suroeste de Belo Horizonte, y Diamantina, a 180 kil¨®metros al Norte, son especialmente recomendables, pero quien vaya con prisa puede conformarse con Sabar¨¢, a tan solo media hora en coche. Los jesuitas portugueses, que se?orearon la propagaci¨®n del catolicismo en todo el sur del pa¨ªs hasta su expulsi¨®n a mediados del siglo XVIII, dejaron aqu¨ª tres iglesias que sorprenden por la opulencia de sus interiores tanto como por la influencia oriental de algunos de sus motivos y ornamentos.
Aparte de oro y diamantes, las tierras de Minas Gerais son ricas en hierro. No hay ninguna ciudad llamada ferrosa, pero el hierro est¨¢ unido a un lugar que no debe dejar de visitarse, el museo-jard¨ªn de Inhotim, una excentricidad de su propietario, antiguo magnate del hierro, que alberga la que es probablemente la mejor colecci¨®n de arte contempor¨¢neo de toda Latinoam¨¦rica. La escala del complejo, m¨¢s de veinte sofisticados pabellones dedicados a la exposici¨®n de instalaciones, diseminados junto con esculturas y vanguardistas edificios de servicio a lo largo de un bell¨ªsimo parque de 45 hect¨¢reas, resulta dif¨ªcilmente asimilable. Ning¨²n rico podr¨ªa permitirse semejante exceso en Europa. Tampoco la escasa rentabilidad que se adivina: 800 empleados para una media de visitantes que no debe de sobrepasar los 20 diarios. Si por un lado tanta exhibici¨®n de riqueza podr¨ªa parecer obscena, por el otro consuela que semejantes recursos se empleen en lo que se emplean y no en el mecenazgo, por ejemplo, de una carrocer¨ªa de F¨®rmula 1.
Por ¨²ltimo, una visita a Belo Horizonte y alrededores no debe dejar de lado dos edificios hist¨®ricos de Oscar Niemeyer, de cuando su estilo a¨²n hund¨ªa vigorosamente sus ra¨ªces en el movimiento moderno: la capilla de S?o Francisco, en Pampulha, y un edificio de apartamentos en el centro de Belo Horizonte.
02 R¨ªo de Janeiro
Parada obligada de cualquier viaje por Brasil es R¨ªo de Janeiro. Buena parte de los lugares comunes acerca de Brasil son, en realidad, cariocas. ?Qui¨¦n no tiene una imagen de R¨ªo con el Cristo del Corcovado en las alturas? ?Qui¨¦n no ha o¨ªdo alguna vez los nombres de Copacabana o Ipanema? La ciudad del carnaval m¨¢s famoso del mundo, la ciudad-playa por antonomasia. Como dice el escritor brasile?o Ruy Castro en su libro R¨ªo de Janeiro. Carnaval de fuego, "R¨ªo reduce a todo el mundo, no importa el origen, el ¨¦xito o la clase social, a una camisa con los faldones fuera, unas bermudas arrugadas y unas sandalias". Lo cual es en parte cierto, pero no deja de ser tambi¨¦n un t¨®pico, y R¨ªo, como todas las ciudades que han devenido iconos, se sacude los t¨®picos de encima a poco que se pasee por sus calles parcheadas de edificios de todas las ¨¦pocas. Como tantos lugares, R¨ªo ha sufrido en su fisonom¨ªa la piqueta de pol¨ªticos ignorantes que han querido dejar constancia de su paso por el poder a costa de destruir la herencia arquitect¨®nica que recibieron. Si por unos segundos nos abstraemos de d¨®nde estamos, acongoja ver un convento del siglo XVI al lado de un insulso bloque de apartamentos de los setenta, de una decr¨¦pita tienda de comestibles imposible de datar, de un rotundo edificio neocl¨¢sico, de un solar vac¨ªo, de una zafia torre de vidrio de los noventa y de un casino modernista. As¨ª es el centro hist¨®rico de R¨ªo, pero ning¨²n barrio de la ciudad ha quedado inc¨®lume ni ning¨²n estilo arquitect¨®nico se ha preservado m¨¢s que otros. El resultado es ecl¨¦ctico, pero de un eclecticismo no planificado, sino totalmente azaroso. Y a pesar de ello, R¨ªo sobrevive, puede decirse que indemne, a ese batiburrillo extra?o gracias a que el territorio sobre el que se asienta, esos kilometros de playas aprisionadas por montes y morros que se meten hasta el mar, es tan poderoso que se sobrepone a cualquier desaguisado. Uno tiene la impresi¨®n de que, si se demoliera la ciudad entera y se volviera a construir poniendo especial empe?o en afearla lo m¨¢s posible, seguir¨ªa siendo R¨ªo.
Cuando se viaja a un lugar como R¨ªo, es desaconsejable dejarse llevar por el esnobismo. Hay que subir al Corcovado y al Pan de Az¨²car. Las vistas, si bien complementarias, son m¨¢s espectaculares en este ¨²ltimo, aunque el primero tiene el aliciente de la mucha gente que convoca, todo un espect¨¢culo, entre p¨ªo y ca?¨ª, con predominio de turistas brasile?os. La bajada de Corcovado puede aprovecharse para llegar hasta el cercano barrio de Santa Teresa, que se llen¨® en la Belle ?poque de aristocr¨¢ticas villas y que m¨¢s tarde fue refugio de la bohemia, mientras que la bajada del Pan de Az¨²car brinda la ocasi¨®n de pasear por el barrio de Urca, uno de los m¨¢s tranquilos y acomodados de R¨ªo. Tampoco hay que desde?ar asomarse, aunque sea por unos instantes, a la playa para contemplar el ajetreo de vendedores y de ba?istas y de tiradores de cometas y de jugadores de voleibol playa, y es probable que acudir al estadio de Maracan¨¢ a ver jugar al Flamengo sea, para los m¨¢s sensibles, una experiencia casi m¨ªstica. No obstante, para quien esto escribe el principal atractivo de R¨ªo reside en la posibilidad de pasear por sus calles sintiendo su compleja historia en los pecios de otras ¨¦pocas que han sobrevivido: vislumbrar los fastos de la ¨¦poca del Imperio en la iglesia de Nossa Senhora do Carmo, donde Pedro I y Pedro II fueron coronados; descubrir simbolog¨ªas puede que mas¨®nicas en los castillos y grutas del misterioso parque Lage; imaginar en el Instituto Moreira Salles c¨®mo ser¨ªa la vida de una familia patricia cultivada a mediados del siglo pasado, perseguir los ecos de la bossa nova en las calles traseras del Copacabana Palace, donde estaban las bo?tes en las que Jo?o Gilberto o Vinicius de Moraes cantaban a finales de los cincuenta...
03 S?o Paulo
Todo el mundo que est¨¢ interesado en el viaje deber¨ªa leer Tristes tr¨®picos, de Claude L¨¦vi-Strauss, y, desde luego, todo el mundo que viaje a Brasil deber¨ªa hacerlo al menos una vez. Tristes tr¨®picos es el inventario intelectual de un regreso a Brasil, y, entre otras much¨ªsimas cosas todav¨ªa vigentes que su autor se?ala, hay una especialmente acertada acerca de S?o Paulo: "Cuando llegu¨¦ a S?o Paulo en 1935 me asombr¨® en primer lugar no lo nuevo, sino la precocidad de los estragos del tiempo [...], me sorprendi¨® comprobar que muchos de sus barrios tuvieran ya cincuenta a?os, que sin ninguna verg¨¹enza dieran muestras de tal marchitamiento". Esa misma impresi¨®n de Levi-Strauss se tiene hoy al pasear por S?o Paulo y comprobar, por ejemplo, que el que era el centro financiero en los cincuenta y sesenta, donde est¨¢n el espl¨¦ndido Edificio Cop¨¢n de Niemeyer y la Torre Italia, que en su d¨ªa fue la m¨¢s alta de Latinoam¨¦rica y todav¨ªa tiene las mejores vistas de la ciudad, es hoy un barrio a punto de ajarse en el que las antiguas oficinas han sido sustituidas por polvorientos comercios. El centro hist¨®rico, donde se conservan las iglesias m¨¢s antiguas y donde en 1954 se construy¨® la catedral de la ciudad para sustituir una anterior demolida, es hoy territorio de predicadores y de desarrapados consumidores de crack de intimidante mirada. Misterios del nuevo mundo, donde el barrio con el metro cuadrado m¨¢s caro puede trocar su destino en apenas diez a?os. En Europa ser¨ªa dif¨ªcilmente concebible que el centro de una ciudad se dejara morir para buscarlo en otro lugar. Pero, claro, aqu¨ª la escala es otra. La ciudad m¨¢s poblada del planeta despu¨¦s de Tokio, el centro financiero de Brasil, por donde pasa el dinero que dan las minas de Minas Gerais as¨ª como las maderas y materias primas del Amazonas, la que se dice que por s¨ª sola, sin el resto de los Estados brasile?os, constituye la tercera econom¨ªa de Latinoam¨¦rica, la verdadera rival de R¨ªo de Janeiro, que, a diferencia de esta, nunca fue capital pero que sin embargo, desde 1954, es la mayor ciudad del pa¨ªs, crea sus propias leyes. Vista desde el aire, es tal la densidad de la superficie construida -y no es una met¨¢fora rebuscada sino algo en lo que coincido con otros viajeros- que las azoteas de sus edificios parecen l¨¢pidas de un superpoblado cementerio. S?o Paulo se desparrama en un altiplano; a diferencia de R¨ªo, sin l¨ªmites geogr¨¢ficos. Las favelas est¨¢n en la periferia, no encaramadas a los morros a la vista de todos como sucede en R¨ªo, pero la pobreza parece, en cambio, m¨¢s visible. Dieciocho millones de habitantes y una poderos¨ªsima industria capaz de atraer a sus m¨¢rgenes incluso a quienes no tienen sitio en ella, dan para mucho. Y, al igual que la pobreza, es visible la riqueza. Caminar a la hora en la que los oficinistas salen de trabajar por la avenida Paulista entre Constela?ao y Nove de Julho, donde se halla el moderno centro financiero, da una idea de cu¨¢nto dinero se mueve en esta ciudad. Lo mismo que los restaurantes y tiendas de lujo al sur de Rua Augusta o que los barrios residenciales que hay, un poco m¨¢s abajo, llegando al bonito parque de Ibirapuera, donde se celebra la Bienal de Arte de S?o Paulo y donde est¨¢ el Museu de Arte Moderna. S?o Paulo es una ciudad inabarcable, con librer¨ªas, con cines, con galer¨ªas, con vida nocturna, con servicios p¨²blicos de primera, con tiendas de absolutamente todo, con ampl¨ªsimas comunidades de origen for¨¢neo, con barrio japon¨¦s...
04 Brasilia
Tras S?o Paulo, Brasilia parece un espejismo. El espejismo de las utop¨ªas, la muestra de que de las mejores intenciones no necesariamente se derivan los mejores resultados. Todo es perfectamente racional en Brasilia, la ciudad sin esquinas, como insistentemente te anuncian al llegar. Bioy Casares, que la visit¨® en 1960, cuando a¨²n estaba en obras pero ya era la capital oficial, insin¨²a en Unos d¨ªas en Brasil lo que hoy, cincuenta a?os despu¨¦s, parece evidente: "Aquello tiene algo del sue?o de arte moderno de un funcionario imaginativo; tal vez de un demagogo imaginativo". Y los sue?os, ya se sabe, son poco realistas. La idea era buena: desplazar el poder de la zona meridional, donde estaban las principales ciudades, al deprimido centro del pa¨ªs. La ciudad salida de los tableros de dibujo de Lucio Costa y Oscar Niemeyer, el primero como urbanista y el segundo como arquitecto de los edificios p¨²blicos, es bonita, no cabe duda: pulcra, desahogada, luminosa, llena de espl¨¦ndidos jardines, rodeada de una laguna artificial con buc¨®licas orillas... El problema es que casi no es una ciudad, ya que carece de lo que tradicionalmente distingue a las ciudades y las hace c¨®modas: el barrio como entidad aut¨®noma en la que se concentra todo lo necesario para la vida. Dividida en sectores especializados (sector educativo, sector hospitalario, sector hotelero...) y con forma de avi¨®n, Brasilia no es apta para caminantes. Y no propicia precisamente la mezcla de clases. Es cara y elitista. Dentro de la laguna viven los funcionarios que pueden permitirse los alt¨ªsimos alquileres, y los trabajadores en barrios alejados que se han ido improvisando sin ning¨²n rigor urban¨ªstico ni arquitect¨®nico. ?Qu¨¦ pensar de una ciudad en la que para comprar una caja de aspirinas es necesario coger el coche y que luego te brinda la absurda paradoja de obligarte a elegir entre seis o m¨¢s farmacias que comparten manzana? El sue?o de la raz¨®n efectivamente produce monstruos.
Mi Brasil acaba en Brasilia porque, al igual que Bioy Casares en su d¨ªa, vine aqu¨ª invitado y a mis anfitriones no les pareci¨® necesario regalarme m¨¢s. El retrato resultante es, por eso, incompleto. Un verdadero Brasil a vista de p¨¢jaro no deber¨ªa dejar fuera dos centros fundamentales: Salvador de Bah¨ªa, la ciudad del color, y Manaos, capital del Amazonas, la ¨²ltima frontera, donde se dirime gran parte del futuro econ¨®mico de Brasil.
? Marcos Giralt Torrente es autor de Tiempo de vida (Anagrama).
Gu¨ªa
Informaci¨®n
? Turismo de Brasil (www.braziltour.com).
? Embajada de Brasil en Madrid (www.brasil.es; 917 00 46 50).
? Ministerio de Turismo de Brasil (www.turismo.gov.br).
? Turismo de R¨ªo de Janeiro (www.rioguiaoficial.com.br).
? Turismo de S?o Paulo (www.capital.sp.gov.br; www.saopaulo.sp.gov.br).
? Gobierno de Minas Gerais (http://www.parquesdeminas.mg.gov.br).
? Turismo de Brasilia (www.setur.df.gov.br).
C¨®mo llegar
? Iberia (www.iberia.es) vuela a R¨ªo de Janeiro desde 663 euros ida y vuelta, a S?o Paulo desde 733 euros ida y vuelta, y a Belo Horizonte y Brasilia desde 1.020 euros ida y vuelta.
? Tap (www.tam.com.br) vuela a R¨ªo de Janeiro y S?o Paulo desde 700 euros ida y vuelta, y a Belo Horizonte desde 1.200 euros.
? Tam (www.tam.com.br), adem¨¢s de tener vuelos desde Espa?a, vuela entre las distintas ciudades brasile?as.
Viajes organizados
? Abreu (www.viajesabreu.es) organiza viajes por distintos destinos de Brasil que combinan playas y ciudades desde unos 1.000 euros los circuitos de 9 d¨ªas y unos 2.000 los de 14 d¨ªas.
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