La voz de Marie-France Pisier
Un mes despu¨¦s de la muerte de la actriz y cantante francesa, el autor rememora su figura, haciendo hincapi¨¦ en la fuerza de su voz, capaz de adoptar todos los matices y de reflejar un poso de nostalgia
Su voz penetrante y clara.
Su voz luminosa y fuerte.
Esa voz aguda que bajaba en cascadas hasta la risa.
Esa voz que part¨ªa de la cima, de las zonas elevadas del esp¨ªritu, esa voz que tomaba impulso y llegaba, luego, hasta nosotros.
Era una voz de pensamiento, como se habla de "voz de cabeza".
Era una voz que sonaba entonada, como todas las voces inteligentes.
Pero era tambi¨¦n una voz f¨ªsica, vibrante de sexualidad, una voz de fuego; la voz del cine franc¨¦s cuyos arm¨®nicos han conmovido a todos los Antoine Doinel (personaje cinematogr¨¢fico creado por el director franc¨¦s Fran?ois Truffaut) de la vida de Marie-France: ?acaso no dec¨ªa, como Madame du Deffand, que solo las pasiones hacen pensar e, inversamente, que el pensamiento alimenta las pasiones?
A veces le temblaba la voz, como si tuviera fr¨ªo. Eran solo sus demonios que volv¨ªan
?Hay tantas mujeres a nuestro alrededor cuya voz sea la culminaci¨®n de su apariencia?
Era una voz que sonaba ajena, extra?a y adorablemente falsa -ese arte de lo falso en las grandes actrices cuando se deslizan en la voz de otra, cuando la infiltran y, a su vez, se les incorporan, al dejarla, puntos de melod¨ªa: ?no hab¨ªa alrededor de Marie-France sombras de voz, voces flotantes, que parec¨ªan prestadas de otras? Y es verdad que eran prestadas, de sus dobles de la ficci¨®n, de sus hermanas de cine, que nunca la abandonaban del todo.
Recuerdo la ¨¦poca en que le quedaba, hiciera lo que hiciera, como una libertad suplementaria, un poco de su voz traviesa y p¨ªcara de Barocco.
Recuerdo ese curioso timbre, demasiado preciso, demasiado distinto, un poco fr¨ªo, que le hab¨ªa dejado su papel en La banquera.
Recuerdo su Tonter¨ªas, tonter¨ªas como una larga ola de irreverencia e insolencia cuyo eco resonaba, como una pista fantasma, en una conversaci¨®n erudita o en un mitin pol¨ªtico, y segu¨ªa siendo muy divertido.
Y esa fiebre contra¨ªda con las Bront? y de la que no es seguro que llegase a curarse nunca.
Y esa tonalidad canalla que conserv¨® durante algunas semanas, tal vez m¨¢s, tras su genial interpretaci¨®n de la Madame Verdurin de El tiempo recobrado, y que tan bien le sentaba.
La voz de Marie-France, su verdadera voz, era chispeante y traviesa.
Espiritual y grave.
Era una voz firme, categ¨®rica, a imagen de la intelectual que tambi¨¦n era; y sin embargo, era desenvuelta, todo dudas y piruetas, "qu¨¦ va, no es tan grave, no hay que montar una historia por eso", y aqu¨ª es la escritora quien habla, la novelista exigente de la que un d¨ªa recib¨ª con tanta dicha Le bal du gouverneur y luego Je n'ai aim¨¦ que vous.
Era una voz sin r¨¦plica, literalmente desarmante. Era una de esas voces con las que es mejor no v¨¦rselas: voz contra voz, era siempre ella quien triunfaba y cuidado con intentar disputarle su reinado. Pero, al mismo tiempo, era una voz encantadora y po¨¦tica, llena de fantas¨ªa y que sab¨ªa ser dulce.
No es tan frecuente, una voz.
?Hay tantas mujeres a nuestro alrededor cuya voz sea la culminaci¨®n de su apariencia?
?Cu¨¢ntas son, en este siglo sin voz, las que afirman eso que Barthes, su vecino y amigo, llamaba la "textura de una voz"?
Recuerdo la primera vez que o¨ª esa voz ¨¢cida y generosa, picante y seductora, ¨²nica. Fue hace treinta y cinco a?os. Entonces se trataba de un rico heredero a quien su padre le hab¨ªa regalado un peri¨®dico, en vez de un deportivo. Pero ella tuvo enseguida la elegancia de re¨ªrse de s¨ª misma, como si su voz fuera un arma que a veces se volv¨ªa contra ella.
Recuerdo la ¨²ltima vez que hablamos por tel¨¦fono, no hace mucho tiempo. Las mismas inflexiones. La misma curva cantada. La misma fragilidad, que los a?os no hab¨ªan curtido. Ella se burlaba de la peque?a comedia que adivinaba tras los grandes compromisos y, al mismo tiempo, los animaba. ?Acaso no particip¨® en todos los grandes combates de las mujeres de su tiempo? ?No prest¨® su voz a la escritora m¨¢s comprometida del siglo XX?
A veces le temblaba la voz, como si tuviera fr¨ªo. Eran solo sus demonios que volv¨ªan.
Otras veces, su voz exultaba como las tierras ardientes de su infancia. Pero tal vez era demasiado y uno percib¨ªa una sobretensi¨®n que la desgastaba, una electricidad imposible de cortar que, en las horas grises, deb¨ªa de dejarla agotada.
En su voz hab¨ªa ¨¦pocas y, por tanto, una nostalgia oculta.
En su voz estaba todo aquello que ella hab¨ªa perdido, como cada uno de nosotros, pero ella nunca hab¨ªa hecho su duelo -sus maestros cinematogr¨¢ficos, Paula.
Estaba todo lo que su hermosa vida hab¨ªa ido a?adiendo: el amor de su marido, los rostros de sus hijos, la eterna fidelidad de sus amigos.
Esa voz que, m¨¢s a¨²n que su sonrisa, casi m¨¢s que su mirada, se aferra a ella en mi recuerdo; esa voz viva, pero ahora sin eco, que vibra en el silencio, la echamos de menos.
Traducci¨®n: Jos¨¦ Luis S¨¢nchez-Silva.
![Marie-France Pisier, sobre el escenario del teatro de la Ga?t¨¦ Montparnasse de Par¨ªs, en una escena de la obra <i>Ch¨¨re Ma?tre</i>.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/YRZW6WLD23INU5B7Y66NNUN7WI.jpg?auth=05913f39a56b727d8824e743921c3242978ab375de402d3847866fd16d2ffcd3&width=414)
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