La piedra de S¨ªsifo
El premio Nobel alem¨¢n pone en tela de juicio el sistema; ataca la incapacidad de los parlamentarios frente a los grandes intereses, fustiga la codicia de los bancos y arremete contra la endeblez de la prensa. El texto corresponde a la conferencia dada en Hamburgo el pasado 2 de julio en un acto con la asociaci¨®n de periodistas alemana Netzwerk Recherche
Se?oras y se?ores:
?O quiz¨¢ debiera solicitar su atenci¨®n como colega, ya que todos pertenecemos al gremio de los escritores y fuimos bautizados con un tintero? Al fin y al cabo, esta asamblea est¨¢ bajo la advocaci¨®n de Albert Camus, escritor y fil¨®sofo, y, con el lema "Hombre feliz" ha elegido como santo patr¨®n a quien, desde los a?os cincuenta del pasado siglo, es mi ¨²nico santo. En ¨¦l, que blasfemaba contra los dioses, yo pod¨ªa confiar siempre: san S¨ªsifo.
Camus nos lo interpret¨®, a ¨¦l y a su mito, de una forma nueva. Simplemente el hecho de que su ensayo, tan conciso de contenido como largo de efectos, fuera escrito en medio de las tribulaciones de la ocupaci¨®n alemana y publicado en 1942 en Par¨ªs por la Librairie Gallimard, es decir, llegara a los lectores en tiempo de guerra, cuando Francia vacilaba entre la resistencia y la colaboraci¨®n, es una prueba m¨¢s de lo que pudo inducir a Camus a convertir pl¨¢sticamente en concepto lo absurdo del acontecer mundial: la piedra sin descanso.
El periodismo vive al d¨ªa, se alimenta de sensaciones y no se toma tiempo suficiente para iluminar el trasfondo
La oleada de noticias cotidianas, reforzada por el desag¨¹e de Internet, abruma a quien quiere estar informado
Veinte a?os despu¨¦s de la unificaci¨®n de Alemania, lo previsible se ha hecho realidad: el Este es propiedad del Oeste
Si se desintegra el orden democr¨¢tico, surgir¨ªa un vac¨ªo que podr¨ªan ocupar fuerzas que rebasan nuestra imaginaci¨®n
Sin embargo, ?no es cierto que hoy varias piedras nos mantienen en danza? Llama la atenci¨®n, mirando la ¨²ltima mitad del a?o, cu¨¢ntos acontecimientos importantes, uno tras otro, mundiales o regionales, engrosaron los titulares de los peri¨®dicos compitiendo mutua y simult¨¢neamente por el primer puesto. Parec¨ªan haber perdido toda actualidad -como agua pasada- y, sin embargo, segu¨ªan determinando el acontecer pol¨ªtico y econ¨®mico.
As¨ª, la ridiculez del asunto del plagio de Guttenberg desplaz¨® las consecuencias, solo ahora en el punto de mira, de la liquidaci¨®n del servicio militar obligatorio, de un plumazo, por ese actor ministerial y noble. Y no solo por esa actuaci¨®n lo puso por las nubes el celo period¨ªstico; de eso hablar¨¦ luego. Sin embargo, apenas hab¨ªa prometido la canciller dar cr¨¦dito al Bar¨®n de la Casta?a, terremotos y tsunamis provocaron en el lejano Jap¨®n una cat¨¢strofe nuclear, que inmediatamente nos record¨® las ruinas del reactor de Chern¨®bil, hace tiempo apartadas de nuestra mente, y convirtieron las elecciones regionales en acontecimientos capitales. Y mientras todav¨ªa Fukushima nos serv¨ªa, como se dice en la jerga period¨ªstica, para "abrir boca", las revueltas populares en el norte de ?frica, desde T¨²nez y Egipto hasta Libia y Siria, reclamaban su lugar en las primeras p¨¢ginas, mientras que las actuaciones de un ministro de Asuntos Exteriores pon¨ªan en apuros a los seguidores que a¨²n quedaban en su partido. Y ahora es la crisis griega, que se cuece desde hace a?os, la que sobrevive a todo lo que ha pasado y que -lo que tambi¨¦n se aplica a Fukushima- gravitar¨¢ sobre el futuro, asfixiada por normas coercitivas y conjuras europeas.
Y todo lo dem¨¢s que ha habido y seguir¨¢ habiendo: unos precios de la gasolina que compiten arbitrariamente, la miseria de los refugiados, bodas principescas, pescadores convertidos en piratas y un cambio clim¨¢tico que ha pasado a segundo plano, aunque viene produci¨¦ndose desde hace a?os, con sus fen¨®menos concomitantes, arrojando dudas fundadas sobre la continuaci¨®n de la especie humana.
En resumen se puede decir que el periodismo, del que al fin y al cabo se trata hoy, y que -si entiendo bien el lema de esta reuni¨®n- se quiere poner en entredicho, vive al d¨ªa, se alimenta de sensaciones y no tiene tiempo o no se toma tiempo suficiente para iluminar el trasfondo de todo lo que, con intervalos cada vez m¨¢s breves, nos sume en crisis duraderas.
Sin embargo, ?est¨¢ el periodismo o -formulada la pregunta m¨¢s directamente- est¨¢n los periodistas dispuestos de verdad a examinarse cr¨ªticamente? Como escritor podr¨ªa decir muchas cosas al respecto. Mi vida y milagros han estado sometidos a examen permanente y con harta frecuencia he sido objeto de intromisiones masivas, expuesto a las jaur¨ªas del periodismo de campa?a. Estoy acostumbrado a esos rituales y he sobrevivido a varias carnicer¨ªas, con cicatrices que solo de cuando en cuando me pican. Tal vez porque los escritores, de todas formas, nos criticamos mutuamente, algo que los periodistas no suelen hacer casi nunca. Todo lo m¨¢s alguno, susceptible, frunce la nariz cuando las columnas del Bild Zeitung apestan excesivamente.
En cualquier caso hay excepciones. La verdad es que hace unos meses le¨ª en el semanario Die Zeit un intento de an¨¢lisis autocr¨ªtico en el que me llam¨® la atenci¨®n que eran sobre todo periodistas especializados en temas econ¨®micos los que se reprochaban no haber advertido a tiempo la gran crisis econ¨®mica, aunque hab¨ªa sido previsible. Sin embargo, como los periodistas aqu¨ª reunidos tienen al parecer la intenci¨®n de concentrarse en su verdadera tarea, haciendo honor al citado S¨ªsifo, "hombre feliz", y hacer rodar diversas piedras que han quedado, me considero invitado a llamar por su nombre a algunos pedruscos de diverso peso que descansan al pie de la monta?a o que, a mitad de camino, han criado ya musgo.
Recientemente estuve en Greifswald, ciudad natal del escritor Wolfgang Koeppen. A lo largo de varios actos, su novela El invernadero, que trata del Bundestag alem¨¢n en los primeros a?os cincuenta del pasado siglo, dio motivo y combustible suficiente para tomar conciencia cr¨ªtica de las representaciones de intereses, o sea, los lobbies, en una sociedad que se considera pluralista. Esos lobbies y su codicia existen, mirando solo a la Rep¨²blica Federal, desde el principio mismo. Desde el asunto Flick, pasando por las maquinaciones de Kohl, el canciller de las donaciones, hasta las actividades chantaj¨ªsticas del lobby nuclear, de los grupos de la industria farmac¨¦utica, de las asociaciones de m¨¦dicos y farmac¨¦uticos y de los seguros de enfermedad, que hasta hoy impiden una reforma sanitaria socialmente sostenible.
No en ¨²ltimo lugar figuran los todopoderosos bancos, cuya actividad extorsionadora toma entre tanto como reh¨¦n al Parlamento electo y al Gobierno. Los bancos hacen de destino, de destino inexorable. Tienen su propia vida. Sus juntas directivas y grandes accionistas se organizan en una sociedad paralela. Las repercusiones de su gesti¨®n financiera basada en el riesgo recaer¨¢n en definitiva sobre los ciudadanos como contribuyentes. Somos nosotros los que respondemos por los bancos, cuyas fosas de miles de millones est¨¢n siempre hambrientas.
Naturalmente, tambi¨¦n los diarios y semanarios, es decir, los periodistas, est¨¢n expuestos a esa omnipotencia. No hace falta ya ninguna censura pasada de moda, basta la mera concesi¨®n o denegaci¨®n de anuncios para chantajear a una prensa escrita cuya existencia peligra de todos modos. Sin embargo -a pesar de consignas de silencio subliminales-, ser¨¢ necesario, mediante un periodismo concienzudo, llegar al fondo de las cosas, informando a la opini¨®n p¨²blica sobre el ejercicio ileg¨ªtimo del poder de los lobbies. Ese poder amenaza la democracia mucho m¨¢s que los peligros hist¨¦ricamente invocados que, al estilo de Thilo Sarrazin, difunden espanto y miedo. Resta credibilidad a los parlamentarios y al Gobierno. Contribuye a que aumente la abstenci¨®n electoral. Y como no se puede eliminar, porque las representaciones de intereses tienen su raz¨®n de ser, hay que establecer l¨ªmites severos, aunque sea en forma de una milla prohibida en torno al Bundestag, a fin de mantener al ej¨¦rcito de presionadores a una distancia razonable. Tampoco es de recibo que haya pol¨ªticos, entre ellos de alto nivel, que apenas se han liberado de su cargo como de un fardo molesto, ocupan puestos generosamente dotados en la direcci¨®n de consorcios y de asociaciones de intereses. No hay remedio, hay que leer, como suelo hacer de buena gana, la secci¨®n de econom¨ªa del Frankfurter Allgemeine Zeitung, para enterarse de que un tal se?or Markus Kerber, que durante largo tiempo trabaj¨® en el Ministerio Federal del Interior y luego en el Ministerio de Hacienda, atender¨¢ a principios de julio de este a?o un llamamiento que lo convertir¨¢ en gerente de la Uni¨®n Federal de Industrias Alemanas. All¨ª, como revela elogiosamente el FAZ, sus conocimientos de insider beneficiar¨¢n a esa poderosa uni¨®n. Ese cambio de puesto y otros semejantes ilustran una situaci¨®n que es claramente abusiva. Pero desde hace a?os habitual. Por eso hace falta -creo yo- un periodo de carencia legalmente establecido de por lo menos cinco a?os; a no ser que la opini¨®n p¨²blica y, especialmente, los periodistas estimen que la pol¨ªtica es de por s¨ª venal y debe seguir si¨¦ndolo.
Otro ejemplo de opini¨®n p¨²blica insuficientemente informada apareci¨® ya al principio de mi intervenci¨®n. Se trata del servicio militar obligatorio que liquid¨® por sorpresa el polifac¨¦tico Guttenberg. Sin duda leo cada vez m¨¢s art¨ªculos sobre lo dif¨ªcil que es reclutar suficientes soldados profesionales y voluntarios a plazo, sin duda existe preocupaci¨®n por qu¨¦ juramento y en qu¨¦ forma tendr¨¢n que prestarlo los mercenarios, sin duda tendr¨¢ que lamentar el ministro de Defensa haber recibido de su predecesor solo una chapuza, pero casi nadie se da o quiere darse cuenta de lo que significa despedirnos de los "ciudadanos de uniforme" y tratar en el futuro con unas fuerzas armadas que, como ense?a la experiencia, tienen todas las probabilidades de convertirse, en calidad de ej¨¦rcito mercenario, en un Estado dentro del Estado. Esa reca¨ªda en las pr¨¢cticas de reclutamiento de Wallenstein se produce en tiempos de crecientes intervenciones en el extranjero, casi sin oposici¨®n y mientras -de forma bastante delirante- se defiende nuestra libertad en el Hindukush.
Ante ese abismo evidente, s¨¦ame permitido echar una ojeada al pasado. Como entre tanto he adquirido como los ¨¢rboles anillos de edad suficientes, me acuerdo muy bien de la aparici¨®n de la Bundeswehr, de las artima?as de Konrad Adenauer, de la llamada Oficina Blank, de mi rechazo al rearme y mis ulteriores esfuerzos pol¨ªticos como ciudadano para contribuir un poco a que el concepto de "ciudadanos de uniforme" pudiera ser aplicado, y tambi¨¦n a que en el curso de los a?os, y venciendo tenaces resistencias, se reconociera legalmente a los objetores de conciencia el derecho de prestar un servicio supletorio. Sin embargo, en el futuro desaparecer¨¢n sus servicios sociales de atenci¨®n a ancianos y enfermos. ?Qu¨¦ p¨¦rdida m¨¢s imposible de compensar! Porque los mercenarios no se oponen a nada. A menos que les rebajen el sueldo.
Esa monstruosidad, que se nos quiere vender como reforma, cambiar¨¢ la filosof¨ªa de la Rep¨²blica Federal y de los ciudadanos de ese Estado de una forma da?ina para la democracia. Considero un esc¨¢ndalo que no solo los partidos que est¨¢n en el Gobierno, sino tambi¨¦n los tres partidos de la oposici¨®n, y por consiguiente tambi¨¦n el SPD, que desde Fritz Erler, pasando por Helmut Schmidt y Georg Leber, hasta Peter Struck, ha tenido excelentes pol¨ªticos en asuntos de pol¨ªtica de defensa, no tengan fuerzas para someter a debate una alternativa a esa evoluci¨®n que resulta ya aberrante. Y fallan tambi¨¦n todos los periodistas que aceptan lo que, con mucha sangre azul, nos quieren hacer tragar.
Aqu¨ª resulta ineludible citar otros ejemplos que evidencian lo que se est¨¢ descuidando y, adem¨¢s de otras cosas, sigue siendo tarea de los periodistas: poner el dedo en la llaga mientras sigue abierta. Hablo de las consecuencias de la apresurada realizaci¨®n de la unidad alemana, exclusivamente con arreglo a intereses y criterios de la Alemania occidental. Han pasado m¨¢s de veinte a?os y el autobombo fue seguido de las oportunas celebraciones. Sin embargo, quien se fije o est¨¦ dispuesto a fijarse podr¨¢ ver lo que ya entonces era previsible, pero ahora se ha hecho realidad en mayor grado: el Este es propiedad del Oeste. La degradaci¨®n social de los ciudadanos de la antigua Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana y sus descendientes a alemanes de segunda se ha hecho tan real que, cada vez m¨¢s, los j¨®venes dejan sus comunidades y ciudades, grandes o peque?as, para irse al Oeste. Algunas regiones comienzan a despoblarse. Y con harta frecuencia son los radicales de derechas los que se quedan, se enquistan en hordas y marcan el tono en las regiones abandonadas, de una forma inconfundible. La opini¨®n p¨²blica sabe poco de ello, y cuando lo sabe, es sin llegar al fondo.
Un a?adido de car¨¢cter literario: cuando recientemente se iba a conceder una vez m¨¢s el Premio Alfred D?blin, que fund¨¦ a mediados de los setenta, algunos autores finalistas leyeron fragmentos de sus manuscritos, en el Literarisches Colloquium de Berl¨ªn. Entre ellos estaba una joven escritora, Judith Schalansky, que ley¨® pasajes de su novela El cuello de la jirafa, publicada en oto?o del a?o pasado. El argumento se desarrolla en una peque?a ciudad de la Pomerania anterior, m¨¢s o menos castigada por el ¨¦xodo de sus habitantes. Una profesora de biolog¨ªa de corte severo ense?a a sus alumnos de n¨²mero decreciente seg¨²n el principio de selecci¨®n darwiniano y sabiendo perfectamente que, por falta de escolares, su escuela dejar¨¢ de existir dentro de tres o cuatro a?os. Pero adem¨¢s hay una naturaleza que se va apoderando de superficies en barbecho abandonadas y edificios en ruinas. Germina y brota de mil formas en la tierra sin cultivar. Plantas que se han vuelto raras proliferan. Con ellas triunfan palabras hace tiempo olvidadas. Lac¨®nicamente, la narradora concluye esa victoria de la naturaleza aludiendo a los en otro tiempo prometidos "paisajes florecientes".
Ahora podr¨ªa decirse: qu¨¦ bien que todav¨ªa exista la literatura, ya que los escritores llenan de cuando en cuando las lagunas que dejan todos esos periodistas cuya tinta solo est¨¢ al servicio de un acontecer diario r¨¢pidamente cambiante. Sin embargo, como en la actualidad, en relaci¨®n con la persistente crisis de Grecia, se recomienda como panacea confiar a una Treuhand [agencia que supervis¨® la privatizaci¨®n de las empresas p¨²blicas del Este tras la ca¨ªda del r¨¦gimen comunista] propiedades del Estado griego y comercializarlas seg¨²n las reglas de la privatizaci¨®n, deber¨ªa merecerles la pena a ustedes, reunidos aqu¨ª como periodistas cr¨ªticos, echar una ojeada retrospectiva a aquella Treuhand que hace veinte a?os, sin control parlamentario, liquid¨®, como empresa semicriminal, todo lo que llevaba el t¨ªtulo de "propiedad del pueblo", vendi¨¦ndolo a cazadores de gangas del Oeste; las consecuencias se hacen sentir hasta hoy, pero, al parecer, se ignoran por consenso.
S¨¦ que la oleada de noticias cotidianas, reforzada por el desag¨¹e de Internet, abruma a quien quiere estar informado. Ya se ofrecen a unos consumidores saturados espacios de huida virtuales. Y sin embargo, nadie puede evitar preocuparse por el futuro de la democracia que nos regal¨® la voluntad de los vencedores y por los derechos a la libertad que la Constituci¨®n protege todav¨ªa.
No debo ni quiero recurrir al ejemplo aleccionador de Weimar, porque los fen¨®menos actuales de cansancio y desintegraci¨®n en la estructura de nuestro Estado ofrecen motivos suficientes para dudar seriamente de que nuestra Constituci¨®n pueda seguir garantizando lo que promete. La deriva disgregadora hacia una sociedad de clases con una mayor¨ªa que se va empobreciendo y una clase alta y rica que se va separando, la monta?a de deudas, cuya cumbre se ha cubierto entre tanto por una nube de ceros, la incapacidad e impotencia demostradas de los parlamentarios electos frente al poder concentrado de las asociaciones de intereses y, no en ¨²ltimo lugar, el estrangulamiento por los bancos hacen urgente, en mi opini¨®n, hacer algo hasta ahora impronunciable: poner en tela de juicio el sistema.
No teman. No voy a hacer un llamamiento a la revoluci¨®n. En lo que a Europa se refiere, la revoluci¨®n se produjo por ¨²ltima vez en el siglo XX, y por cierto en plural, con los resultados conocidos, entre los que estuvieron contrarrevoluciones y genocidios. Se trata m¨¢s bien, desde el interior de toda la sociedad, de formular, como entre tanto hacen muchos ciudadanos, preguntas reivindicativas: ?es asumible a¨²n un sistema capitalista que se prescribe forzosamente a la democracia, en el que la econom¨ªa financiera se ha separado en gran parte de la econom¨ªa real, aunque la amenace una y otra vez con crisis de fabricaci¨®n dom¨¦stica? ?Deben seguir siendo v¨¢lidos para nosotros art¨ªculos de fe como mercado, consumo y beneficio, sustitutivos de la religi¨®n?
Para m¨ª, en cualquier caso, es evidente que el sistema capitalista, fomentado por el neoliberalismo y sin alternativa, tal como se nos presenta, ha degenerado en una maquinaria de destrucci¨®n del capital y, lejos de la econom¨ªa social de mercado en otro tiempo exitosa, solo se complace en s¨ª mismo; es un Moloc, asocial y no refrenado eficazmente por ninguna ley.
Por eso se plantea la pregunta: la forma de Estado que hemos elegido, es decir, la democracia parlamentaria, ?tiene a¨²n la voluntad y la fuerza necesarias para apartar esa desintegraci¨®n que la invade? ?O en lo sucesivo deber¨¢ relegarse al terreno de lo optativo cualquier intento de reforma, de someter a control a los bancos y su forma de manejar el capital -es decir, de obligarlos a trabajar para el bien com¨²n- con la frase hasta ahora habitual "eso, en el mejor de los casos, solo puede resolverse globalmente"?
Una cosa me parece segura: si las democracias occidentales demuestran ser incapaces de hacer frente con reformas fundamentales a los peligros reales inminentes y a los previsibles, no podr¨¢n soportar lo que en los pr¨®ximos a?os resultar¨¢ ineludible: crisis que empollar¨¢n otras crisis, el aumento irrefrenable de la poblaci¨®n mundial, los flujos de refugiados desencadendos por la falta de agua, el hambre y el empobrecimiento, y el cambio clim¨¢tico fabricado por el hombre. Sin embargo, una desintegraci¨®n del orden democr¨¢tico har¨ªa surgir -de lo que hay suficientes ejemplos- un vac¨ªo que podr¨ªan ocupar fuerzas cuya descripci¨®n rebasa nuestra imaginaci¨®n, por mucho que seamos gatos escaldados y estemos marcados por las consecuencias todav¨ªa visibles del fascismo y el estalinismo.
?Exagero? Si lo hago, no lo suficiente. Con ayuda de solo algunos ejemplos hab¨ªa que hacer visibles los puntos ciegos. Que no faltan. Adem¨¢s habr¨ªa que quejarse del poder de los consorcios en el ¨¢mbito de la prensa, de las inefables tertulias de la televisi¨®n p¨²blica y del oportunismo hoy socialmente aceptable, tal como se difunde a diario con la tinta fresca. Sin embargo, de eso ustedes, a quienes se recomienda m¨¢s o menos insistentemente una "informaci¨®n equilibrada", como suavizante, pueden hablar con m¨¢s precisi¨®n.
M¨¢s bien parece apropiado citar otra vez al santo patr¨®n de esta conferencia. Cuando yo era joven, y durante los primeros a?os de la posguerra trataba de orientarme en un entorno destruido por el desvar¨ªo ideol¨®gico, se me present¨® la variedad francesa del existencialismo. Estaba casi de moda d¨¢rselas de existencialista y vestirse de oscuro. Y especialmente era la disputa entre Sartre y Camus la que salpicaba por encima de la frontera, llegando a los talleres de la Academia de Bellas Artes de D¨¹sseldorf, en la que yo aprend¨ªa mi primera profesi¨®n de escultor, y donde provocaba debates que, naturalmente, eran muy enconados. La ignorancia no imped¨ªa apasionarse y vociferar. Solo m¨¢s tarde me decid¨ª por Camus. Me impresion¨® su visi¨®n del hombre rebelde, es decir, su defensa de la oposici¨®n permanente. Cuando m¨¢s o menos a mediados de los cincuenta apareci¨® El mito de S¨ªsifo en traducci¨®n alemana, fueron sus frases las que me mostraron el camino. Por ejemplo, la definici¨®n de felicidad: "Hace del destino un asunto del hombre, que debe ser resuelto por los hombres". A la que se a?ade la hermosa certeza: "Las verdades aplastantes perecen al ser reconocidas".
Supongo que esas ideas resultar¨¢n tambi¨¦n adecuadas para determinar su trabajo de periodistas. Solo tenemos este mundo. Y como la existencia de la especie humana en el planeta azul es de fecha reciente y su duraci¨®n depende de lo que hagamos o dejemos de hacer, somos responsables de su estado. Lo hemos desfigurado en gran medida, lo hemos sobreexplotado y dejaremos a nuestros descendientes una carga hereditaria inevitable. De forma que hay que reconocer y nombrar esas y otras verdades. Hay que hacer rodar las piedras. A ese trabajo forzado para toda la vida nos anima Albert Camus. Dice: "La lucha misma hacia las cimas basta para llenar el coraz¨®n de un hombre. Hay que imaginarse a S¨ªsifo feliz".
? G¨¹nter Grass, 2011. Traducci¨®n de Miguel S¨¢enz.
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