Las ra¨ªces del desastre
A las 8.45, hora de Nueva York, del 11 de septiembre de 2001, Stephen Mulderry, un joven estadounidense repleto de sue?os, estaba en el trabajo, como de costumbre, en su despacho de la planta 88 en la torre sur del World Trade Center; Khalid al Mindhar y Nawaf al Hazmi, ac¨®litos saud¨ªes de Osama bin Laden, estaban en sus asientos a bordo del vuelo 77 de American Airlines, un Boeing 757 que hab¨ªa despegado de Washington 25 minutos antes; John O'Neill, reci¨¦n nombrado jefe de seguridad del World Trade Center, que hasta dos semanas antes hab¨ªa sido jefe de la brigada del FBI especializada en Al Qaeda, se encontraba en su mesa de la planta 34 de la torre norte, donde se estrell¨® el primer avi¨®n a las 8.46.
A las 10.30, todos estar¨ªan muertos, junto a otras 2.996 personas. Diez a?os despu¨¦s, el n¨²mero de muertes causadas por el acto terrorista m¨¢s atroz de la historia moderna es incalculablemente mayor. Los cuatro secuestros de aviones y atentados suicidas coordinados que llevaron a cabo Al Mindhar, Al Hazmi y otros 17 combatientes santos aquel desgraciado 11-S desencadenaron dos guerras, en Afganist¨¢n e Irak, que han costado, calculando por lo bajo, 250.000 vidas. El n¨²mero de v¨ªctimas totales es imposible de saber, pero si se calcula que por cada uno de los seis mil y pico soldados estadounidenses muertos han resultado heridos siete, la cifra debe de ser muy superior al mill¨®n. A ello podemos a?adir el trauma mental infligido a innumerables soldados y civiles afectados por las dos guerras, el frenes¨ª global desatado por la percepci¨®n generalizada -por simplista que fuera- de un choque de civilizaciones entre el islam y Occidente y, en un plano m¨¢s fr¨ªvolo pero de gran alcance, los efectos que tienen sobre los viajeros las medidas de seguridad en los aeropuertos, cada vez m¨¢s estrictas. En cuanto al coste econ¨®mico, tras una inversi¨®n de Al Qaeda que el Gobierno de Estados Unidos calcula de no m¨¢s de 500.000 d¨®lares, el desembolso que ha tenido que hacer Estados Unidos debido a los acontecimientos del 11 de septiembre es casi igual al dinero que gast¨®, en t¨¦rminos reales, durante la Segunda Guerra Mundial. Seg¨²n un estudio reciente de la Universidad de Brown, la cifra total, imposible de imaginar: cuatro billones de d¨®lares.
Todo ello habr¨ªa podido evitarse. Una torpeza, un fallo de comunicaci¨®n entre la CIA y el FBI, una pista fundamental que no se pasaron, despej¨® el camino a los terroristas. En el centro, Khalid al Mindhar y Nawaf al Hazmi, los dos secuestradores que subieron a su avi¨®n en Washington. Si la CIA hubiera transmitido unos datos cruciales que hab¨ªa obtenido a principios de 2000 sobre estos dos hombres a la brigada anti-Al Qaeda de John O'Neill, conocida internamente como I-49, la madre de Stephen Mulderry y todos los dem¨¢s padres, madres, esposos, esposas, hijos, nietos, familiares y amigos de los miles y miles de personas que han perdido sus vidas como consecuencia de los atentados del 11 de septiembre quiz¨¢ no habr¨ªan tenido de qu¨¦ lamentarse.
De acuerdo con tres antiguos miembros de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) que ocuparon puestos importantes en el equipo antiterrorista de 150 personas dirigido por O'Neill, y a los que he entrevistado, existen buenos motivos para creer que si la Agencia Central de Inteligencia, el servicio de espionaje exterior de Estados Unidos, no se hubiera negado a compartir con ellos lo que sab¨ªan sobre esta pareja de Al Qaeda, la conspiraci¨®n del 11 de septiembre se habr¨ªa desbaratado de ra¨ªz. El m¨¢s vehemente de los tres, pero tambi¨¦n el mejor informado sobre los detalles del supuesto error, es Mark Rossini, que fue amigo y hombre de confianza del difunto O'Neill durante los cinco a?os que este fue el principal perseguidor norteamericano de Al Qaeda. "Ir¨¦ a la tumba convencido de que habr¨ªa podido evitarse", dice Rossini. M¨¢s comedido se muestra Mark Chidichimo, analista jefe de inteligencia de la unidad sobre Al Qaeda. "Creo que habr¨ªamos podido evitar el 11-S si nos hubi¨¦ramos pasado mejor la informaci¨®n", dice. "Si nos hubieran hablado de esos dos individuos, el FBI no les habr¨ªa perdido de vista". Pat D'Amuro, que era el segundo en la cadena de mando tras O'Neill y despu¨¦s dirigi¨® la investigaci¨®n del FBI sobre el 11-S, dice que, despu¨¦s de la amplia investigaci¨®n oficial para saber si habr¨ªa sido posible evitar los atentados, "lo que m¨¢s destaca -lo ¨²nico- es esta informaci¨®n concreta sobre esos dos terroristas que la Agencia no nos transmiti¨®". "El pueblo estadounidense", a?ade D'Amuro, "no sabe lo crucial que fue aquello".
"Te quiero, hermano"
Que el pueblo estadounidense o, en particular, los familiares que a¨²n lloran a sus muertos quieran saberlo, es otra cuesti¨®n. Por ejemplo, Anne Mulderry, que durante mucho tiempo se neg¨® a ver cualquier informaci¨®n en los medios sobre lo que sucedi¨® el d¨ªa en que asesinaron a su hijo, de 33 a?os, y que cuando se acerca el aniversario siente con m¨¢s fuerza que nunca su ausencia y sus sensaciones personales de aquella terrible ma?ana.
"Vi el primer edificio en llamas y pens¨¦: 'Esto es una pel¨ªcula'. Luego lleg¨® el segundo avi¨®n y pens¨¦: 'Esto no es una pel¨ªcula"
Como recuerdan todos los que estaban entonces en Nueva York, el cielo estaba especialmente luminoso y claro aquella ma?ana, despu¨¦s de que se levantara como por arte de magia la bruma que envuelve la ciudad en verano. Anne, que hoy tiene 75 a?os, se levant¨® temprano y sali¨® de casa para ir a clase de yoga, y recuerda sentirse impresionada por "la maravillosa luz", sin saber qu¨¦ pronto iba a descender sobre su vida la noche m¨¢s negra. Su hijo Stephen era su alegr¨ªa. Grande, alto y atl¨¦tico, fan¨¢tico jugador de baloncesto, exuberante y optimista, Stephen estaba haciendo realidad el sue?o americano, triunfando en la ciudad m¨¢s dura del mundo. Hab¨ªa empezado a trabajar repartiendo leche, luego hab¨ªa tenido un empleo de vendedor por tel¨¦fono y ahora era intermediario financiero y ganaba un sueldo importante en su oficina de las alturas del World Trade Center.
Despu¨¦s del yoga, justo antes de las nueve, Anne fue a Correos, donde la mujer del mostrador le dijo que un avi¨®n acababa de estrellarse contra la torre norte del WTC. "Mi rostro demudado le hizo comprender todo", dice Anne, "pero... pero... todav¨ªa no era m¨¢s que un avi¨®n, y no era la torre sur, en la que trabajaba Stephen". Cuando volv¨ªa de Correos a casa, a las 9.03, se estrell¨® el segundo avi¨®n, y esta vez s¨ª fue en la torre sur. Lo que Anne no sab¨ªa en ese momento era que el avi¨®n se hab¨ªa empotrado en el edificio entre las plantas 77 y 85, lo cual quer¨ªa decir que su hijo estaba tres pisos por encima del punto de impacto. Lleg¨® a casa y se encontr¨® en el contestador un mensaje de Stephen que mostraba su confusi¨®n: "Acaba de chocarse un edificio contra mi avi¨®n". Pero tambi¨¦n dec¨ªa: "No me va a pasar nada, y a ti tampoco, luego te llamo".
Pero no volvi¨® a llamar. S¨ª lo hizo Amy, la hija de Anne, y aquello fue un alivio inmenso. La oficina de Amy estaba al lado del World Trade Center. Hab¨ªa conseguido salir y estaba a salvo; cubierta de polvo y ceniza, a trompicones entre cristales rotos y cemento, pero viva e ilesa. Arrastrada por una corriente de personas que iba hacia el norte, alej¨¢ndose del escenario del holocausto, hab¨ªa estado examinando los rostros grises en busca de su hermano y gritando una y otra vez a los caminantes estupefactos: "?Hay alguien que venga del World Trade Center?". No hab¨ªa nadie. Amy no le mencion¨® estos detalles a su madre, que simplemente se alegr¨® de saber que estaba viva. Pero que luego le pregunt¨® si hab¨ªa visto a Stephen. La l¨ªnea qued¨® muda por un instante. Amy sab¨ªa en qu¨¦ planta del edificio trabajaba Stephen y sab¨ªa que su torre hab¨ªa sido la primera en caer. Le dijo a su madre que no sab¨ªa d¨®nde estaba Stephen.
La CIA odiaba a John O'Neill y al FBI, y sus jefes prefirieron poner sus memeces personales por enci-ma de los intereses nacionales"
"Entonces lo supe. En ese momento lo supe", dice Anne con l¨¢grimas al recordar el instante m¨¢s doloroso y desgarrador de su vida. "Amy volvi¨® a quedarse callada y yo solt¨¦ un grito, un grito horrible, primitivo, gutural. Y segu¨ª gritando y gritando".
Anne, que no se atrevi¨® a encender el televisor ni un momento en todo el d¨ªa (ni durante las semanas posteriores), se enter¨® m¨¢s tarde de que Stephen hab¨ªa conseguido hablar con su otro hijo, Peter. Stephen le dijo que solo funcionaba el m¨®vil de uno de sus colegas y que lo estaban compartiendo entre 18 de los que trabajaban en su piso para hacer sus ¨²ltimas llamadas, porque no ve¨ªan forma de salir de all¨ª, de bajar. "No he salido del edificio... La gente est¨¢ tir¨¢ndose por la ventana", dijo Stephen. "Tienes que irte", replic¨® Peter. "Te quiero, hermano", concluy¨® Stephen.
'Guerreros santos'
Khalid al Mindhar y Nawaf al Hazmi, de 25 y 26 a?os, respectivamente, en el momento de su muerte, tambi¨¦n eran como hermanos. Ambos eran saud¨ªes, hab¨ªan luchado por la causa musulmana en la guerra de Bosnia, se hab¨ªan entrenado en los campamentos de Al Qaeda en Afganist¨¢n (donde se empleaban camellos para perfeccionar las t¨¦cnicas de degollar) y hab¨ªan sido escogidos por su venerado l¨ªder, Osama bin Laden, para participar en la acci¨®n terrorista m¨¢s ambiciosa de la organizaci¨®n hasta el momento.
Los dos volaron el 5 de enero de 2000 a Kuala Lumpur, la capital de Malasia, donde mantuvieron lo que los servicios de inteligencia estadounidenses denominaron posteriormente una "cumbre de planificaci¨®n de Al Qaeda". Con la ayuda de los servicios secretos malayos, la CIA sigui¨® sus movimientos. La Agencia de Seguridad Nacional (NSA en ingl¨¦s), el gigantesco mecanismo estadounidense dedicado a practicar escuchas en todo el mundo, llevaba m¨¢s de un a?o vigilando un n¨²mero de tel¨¦fono en Yemen al que, seg¨²n Mark Rossini, llamaba el propio Bin Laden desde Afganist¨¢n. El n¨²mero pertenec¨ªa a Muhammad Ali al Hada, suegro de Al Mindhar y actor fundamental en los atentados simult¨¢neos contra las embajadas de Estados Unidos en Kenia y Tanzania en 1998, que causaron 224 muertes. Pat D'Amuro dice que Al Hada ten¨ªa otros dos yernos que ya se hab¨ªan suicidado en sendos atentados terroristas. Despu¨¦s de la reuni¨®n de Malasia, la NSA descubri¨® que tanto Al Mindhar como Al Hazmi ten¨ªan el visado de entrada estadounidense en sus pasaportes, emitidos en Yeda (Arabia Saud¨ª). Sus agentes informaron a la CIA de este asombroso detalle.
Hab¨ªan derribado los muros de su jard¨ªn americano; se sent¨ªan perplejos, violados, indignados. Y con un deseo nacional de venganza
"En cuanto se enteraron de que aquellos dos individuos ten¨ªan visado para entrar en Estados Unidos, era absolutamente imprescindible que transmitieran esa informaci¨®n al FBI", dice Mark Rossini, temblando de indignaci¨®n mientras habla. Porque la CIA, que se mantiene en silencio sobre el caso, deliberadamente no la transmiti¨® al FBI, cuyo terreno de operaciones es EE UU. Rossini, un hombre alto, ¨¢gil, con mand¨ªbula de estrella de cine, dirige esa rabia y esa frustraci¨®n tambi¨¦n en parte contra s¨ª mismo. Porque Rossini, que hab¨ªa trabajado en tareas antiterroristas dentro del FBI desde 1996, se hab¨ªa encargado temporalmente de las labores de enlace entre la CIA y el FBI, precisamente en la ¨¦poca de la reuni¨®n de Malasia. Aunque hab¨ªa sido un trabajo de enlace con grandes restricciones legales. Hab¨ªa tenido que jurar que no pasar¨ªa informaciones de la CIA a sus jefes del FBI salvo que se le diera autorizaci¨®n expresa para hacerlo. Si lo hac¨ªa, infringir¨ªa la ley.
"Vi las informaciones sobre Malasia y los visados que ten¨ªan aquellos individuos y me apresur¨¦ a redactar un informe para enviarlo al FBI, a mi amigo y jefe John O'Neill", cuenta Rossini. "Pero la CIA me impidi¨® que lo transmitiera. Dijeron que no era un caso del FBI. Me quej¨¦ a la persona responsable en la CIA, pero la respuesta fue: 'Es un asunto de la CIA y no puedes decirle nada al FBI'. Me enfurec¨ª, pero no pude hacer nada al respecto".
?Por qu¨¦ no infringi¨® las normas? Esa, dice, es una pregunta que le atormentar¨¢ toda su vida. En su defensa, alega que solo a posteriori se puede ver lo trascendental que era aquella informaci¨®n, en un momento en que los datos y los rumores sobre las actividades de Al Qaeda inundaban las ondas de los servicios de inteligencia. "Pero ya entonces me di cuenta de que aquello era muy, muy importante y que el FBI deb¨ªa saberlo. La decisi¨®n que tom¨¦, y que siempre lamentar¨¦, fue que no era lo suficientemente importante como para arriesgarme a perder el trabajo, infringir la ley e ir a la c¨¢rcel".
"Un mundo de cenizas y noche"
"Salieron a la calle, mirando hacia atr¨¢s, ambas torres en llamas, y no tardaron en o¨ªr un fuerte estruendo de derrumbe y vieron humo salir de lo alto de una torre, hinch¨¢ndose y deshinch¨¢ndose, met¨®dicamente, de piso en piso, y la torre cayendo, la torre sur hundi¨¦ndose en el humo, y de nuevo corrieron", escribe Don DeLillo en su novela El hombre del salto, que evoca de manera intensamente v¨ªvida el 11 de septiembre.
El Gobierno, aprovechando el clima popular, lanz¨® una guerra total en Afganist¨¢n, el refugio de Al Qaeda, y luego otra en Irak
"Ya no era calle, sino un mundo, un tiempo y un espacio de ceniza cayendo y casi noche. Caminaba hacia el norte por los escombros y el barro y pasaban junto a ¨¦l personas que corr¨ªan tap¨¢ndose la cara con una toalla o cubri¨¦ndose la cabeza con la chaqueta... Iban corriendo y se ca¨ªan, algunos de ellos, confusos y desma?ados, con los cascotes derrumb¨¢ndoseles en torno... El estr¨¦pito permanec¨ªa en el aire, el fragor del derrumbe. Esto era el mundo ahora. El humo y la ceniza ven¨ªan rodando por las calles, doblando las esquinas, arremolin¨¢ndose en las esquinas, s¨ªsmicas oleadas de humo... Llevaba traje y malet¨ªn. Ten¨ªa cristales en el pelo y en el rostro, c¨¢psulas veteadas de sangre y luz...".
El mundo que describe DeLillo es un mundo que Hassan Raza vio avanzar hacia ¨¦l con toda su oscuridad y sus cenizas y que le envolvi¨® y penetr¨® con una ¨¦pica venganza en las vidas de sus hermanos musulmanes de Little Pakistan, en Brooklyn, donde viv¨ªa, para luego volar sobre los mares y alcanzar a los musulmanes de todo el mundo, pero en especial de Irak y Afganist¨¢n, desde donde se contagi¨® al aut¨¦ntico Pakist¨¢n en el que hab¨ªa nacido y del que hab¨ªa salido para ir a Estados Unidos a los 40 a?os, solo un a?o antes, despu¨¦s de obtener un visado de trabajo con el sistema de loter¨ªa de los servicios de inmigraci¨®n estadounidenses.
"Estaba en casa prepar¨¢ndome para ir a trabajar cuando vi en televisi¨®n el primer edificio en llamas y pens¨¦: 'Esto es una pel¨ªcula'. Luego lleg¨® el segundo avi¨®n y se estrell¨® y pens¨¦: 'Esto no es una pel¨ªcula", dice Hassan. Pero su puesto de trabajo como administrativo en un hospital de Nueva York era importante para ¨¦l, as¨ª que corri¨® a coger el metro, que se detuvo justo antes del puente de Brooklyn. Sali¨® y mir¨® a trav¨¦s del East River, hacia la parte sur de Manhattan, y vio una gran nube de humo negro y blanco que se arremolinaba hacia arriba y llenaba el cielo. "?Dios m¨ªo! ?D¨®nde est¨¢ el World Trade Center?". Y vio que sobre el r¨ªo hab¨ªa otro r¨ªo que lo cruzaba, una marea de gente que volv¨ªa a casa, a Brooklyn, o que sencillamente hu¨ªa de Manhattan, donde qui¨¦n sab¨ªa en qu¨¦ lugar iba a ocurrir el siguiente atentado. "Miles y miles de personas cubiertas de polvo y suciedad, sangrando por la nariz, algunos corr¨ªan hacia donde estaba yo, algunos se deten¨ªan y se abrazaban, algunos lloraban, algunos estaban atontados y estupefactos".
Hassan no pudo ir a trabajar aquel d¨ªa, pero cuando apareci¨® al d¨ªa siguiente, y durante las semanas posteriores, ninguno de sus colegas le dirig¨ªa la palabra. Al final perdi¨® el empleo, pero tuvo suerte: muchos musulmanes de su barrio perdieron la libertad en los d¨ªas y meses que siguieron. "Comenz¨® la caza al musulm¨¢n. El organismo de inmigraci¨®n, la polic¨ªa y el FBI invadieron Little Pakistan, irrumpieron en las casas a mitad de la noche, se llevaron a cientos de personas esposadas. Algunos trataban de esconderse, muchos dejaron Nueva York y huyeron a Canad¨¢. En muchos casos deten¨ªan al padre y dejaban a la madre, que no sab¨ªa ingl¨¦s y no ten¨ªa trabajo, obligada a arregl¨¢rselas por s¨ª sola".
Hassan volvi¨® al trabajo que ten¨ªa antes de salir de Pakist¨¢n, asistente social, en este caso con una ONG creada en Nueva York para ayudar a los musulmanes de su comunidad a afrontar la reacci¨®n causada por el 11-S. De los muchos centenares de personas a las que intent¨® ayudar, un hombre le llam¨® la atenci¨®n especialmente. Abdul Qayyum, que sobreviv¨ªa como vendedor de helados callejero, fue detenido en una mezquita dos meses despu¨¦s de los atentados y estuvo preso sin cargos durante siete meses, dos semanas en prisi¨®n incomunicado. Un abogado se enter¨® del caso y la organizaci¨®n de Hassan reuni¨® los 5.000 d¨®lares de fianza para sacarlo. "Sali¨® con la cabeza mal, murmurando cosas sin sentido gran parte del tiempo, rechazando las sugerencias que le hac¨ªamos de que volviera a Pakist¨¢n. No ten¨ªa familia ni perspectiva de trabajo y viv¨ªa en la calle. Nos daba l¨¢stima a todos. Estaba siempre sucio, pero engord¨® gracias a la caridad de la gente y se convirti¨® en una figura conocida, triste y pat¨¦tica en Coney Island Avenue. Era evidente que no hab¨ªa hecho nada malo porque, si no, le habr¨ªan deportado. Muri¨® solo, creemos que por tensi¨®n alta y diabetes. Ten¨ªa alrededor de 55 a?os. As¨ª acab¨® el sue?o americano para ¨¦l".
La pesadilla americana
Al Mindhar y Al Hazmi entraron en Estados Unidos por el aeropuerto de Los ?ngeles el 15 de enero de 2000, con tanta facilidad como cualquier otro turista. Seg¨²n el informe oficial de la comisi¨®n del 11-S, un exhaustivo documento de 567 p¨¢ginas que se entreg¨® al presidente y al Congreso, "ni Hazmi ni Mindhar estaban en las listas de pasajeros sospechosos que ten¨ªan los inspectores de fronteras. Pero se sab¨ªa ya que Mindhar era un agente de Al Qaeda, y los servicios de inteligencia ten¨ªan una copia de su pasaporte".
Su objetivo inmediato era aprender ingl¨¦s y a pilotar aviones. No consiguieron ninguna de las dos cosas, por lo que la tarea que se les hab¨ªa asignado en el plan cambi¨® de pilotar los aviones a encargarse de la fuerza bruta en el secuestro: en concreto, a cortar cuellos empleando, seg¨²n se descubrir¨ªa despu¨¦s, c¨²teres y cuchillos. Al Mindhar regres¨® a Arabia Saud¨ª en el verano de 2000 y volvi¨® el 4 de julio de 2001, el D¨ªa de la Independencia estadounidense, a trav¨¦s del aeropuerto John F. Kennedy de Nueva York, donde tampoco nadie puso en duda su derecho a entrar en el pa¨ªs. Se reuni¨® con Al Hazmi y el resto de los secuestradores en Paterson (Nueva Jersey).
El 11 de septiembre se apoderaron del vuelo 77 de American Airlines y lanzaron el Boeing 757 contra el Pent¨¢gono, matando a los 64 pasajeros que iban a bordo y a 125 personas que se encontraban en el edificio. (El cuarto avi¨®n no alcanz¨® su objetivo, que se cree que era la Casa Blanca o el Capitolio de Washington, sino que se estrell¨® en un campo de Pensilvania, y tambi¨¦n caus¨® la muerte de todos los que iban a bordo).
"El informe oficial de la comisi¨®n del 11?S fue un relato hist¨®rico muy bien elaborado y escrito y que recibi¨® muchos elogios", dice Mark Rossini, "pero no abordaba por qu¨¦ ocurri¨® ni destacaba suficientemente lo importante que hab¨ªa sido la informaci¨®n que la CIA no dio al FBI sobre la reuni¨®n de Malasia, as¨ª que no vale una mierda". Pat D'Amuro, menos directo, reconoce que el informe s¨ª mencionaba ese fallo concreto de comunicaci¨®n, pero solo de pasada. "La comisi¨®n no dio a ese error la atenci¨®n que deber¨ªa haberle prestado".
?Qu¨¦ habr¨ªa sucedido si el FBI lo hubiera sabido? Mark Chidichimo dice: "Los habr¨ªamos vigilado muy de cerca, habr¨ªamos conseguido que su hotel nos dijera a qui¨¦n llamaban y con qui¨¦n se reun¨ªan, les habr¨ªamos hecho pasar un doble filtro de seguridad en los aeropuertos y habr¨ªamos encontrado los c¨²teres y los cuchillos. Cuando el FBI centra su atenci¨®n en algo, es magn¨ªfico". Pat D'Amuro no tiene la menor duda de que el FBI habr¨ªa obtenido enseguida la autorizaci¨®n del Departamento de Justicia para plantar escuchas en los tel¨¦fonos de Al Mindhar y Al Hazmi. Rossini, que colabor¨® estrechamente con varios servicios de inteligencia internacionales, dice que John O'Neill habr¨ªa enviado de inmediato un equipo a Malasia y habr¨ªa acosado a los socios en el extranjero del FBI para que le dieran informaci¨®n. "John O'Neill habr¨ªa peinado el mundo entero y, por supuesto, habr¨ªamos vigilado cada paso que esos individuos dieran dentro de Estados Unidos. ?Puede imaginarse cu¨¢ntas alarmas habr¨ªan saltado si hubi¨¦ramos descubierto que estaban tomando clases de vuelo! Pero a John le ocultaron cosas. Dirig¨ªa la lucha contra Al Qaeda y Bin Laden, no hab¨ªa nadie en toda la Administraci¨®n estadounidense que supiera tanto de ellos ni estuviera tan obsesionado como ¨¦l por la amenaza que representaban y, sin embargo, lo mantuvieron a ciegas de forma deliberada".
?Por qu¨¦? D'Amuro cree que, en parte, fue una cuesti¨®n de costumbre institucional. "La CIA y la NSA nunca quieren que sus informaciones salgan a la luz en una investigaci¨®n criminal, que es el terreno en el que se mueve el FBI. Y en este caso estaba la coincidencia entre la reuni¨®n de Malasia y los atentados contra las embajadas en ?frica oriental que est¨¢bamos rastreando y persiguiendo judicialmente en aquel entonces".
En opini¨®n de Rossini, entre los agentes del FBI que fueron a ?frica a investigar las bombas de las embajadas, el problema era totalmente personal. "La CIA odiaba a John O'Neill y al FBI, y sus jefes prefirieron poner sus memeces personales por encima de los intereses nacionales. Les desagradaba John porque era carism¨¢tico, porque llevaba trajes negros de dise?o, porque beb¨ªa y le gustaban las mujeres y porque sab¨ªan que trabajaba m¨¢s que nadie y obten¨ªa mejores resultados que todos ellos juntos. Y yo tambi¨¦n les ca¨ªa mal porque era amigo de John y tambi¨¦n llevaba trajes de dise?o y me gustaba la buena vida. Esa es la raz¨®n de que no nos pasaran las informaciones y esa es tambi¨¦n la raz¨®n de fondo por la que John terminase por dejar el FBI".
Chidichimo y D'Amuro est¨¢n de acuerdo en que O'Neill era "un personaje desmesurado", con una mente brillante, incre¨ªblemente entregado -"obsesionado a todas horas del d¨ªa y de la noche", dice D'Amuro- a la tarea de perseguir a Al Qaeda. "John comprendi¨® antes que nadie que Al Qaeda era una grave amenaza y que Bin Laden iba a ser un problema inmenso. Era una de las personas m¨¢s inteligentes que he conocido", dice Chidichimo, a su vez un analista brillante de los servicios de inteligencia del FBI. "John era un tipo dif¨ªcil para trabajar con ¨¦l, pero casi siempre ten¨ªa raz¨®n. Me ense?¨® antiterrorismo", asegura D'Amuro, que tras el 11?S fue el hombre del FBI encargado de informar al presidente y al ministro de Justicia sobre la investigaci¨®n que hab¨ªa dirigido.
?Pero cree que pudo haber factores personales en la decisi¨®n de no pasarle la informaci¨®n sobre Malasia? "Cuando trataba con otros organismos, era como un elefante en una cacharrer¨ªa", responde D'Amuro. "Yo se lo dec¨ªa mucho. Le dec¨ªa que se relajara. Pero le era imposible. Era su estilo". Entonces ?es posible que esos choques de personalidades y que la tendencia de O'Neill a caer mal a la gente influyeran en las relaciones entre la CIA y el FBI y contribuyeran a que no le transmitiesen una informaci¨®n importante? D'Amuro, un hombre m¨¢s juicioso que su antiguo jefe, m¨¢s precavido que Mark Rossini en su utilizaci¨®n del lenguaje, hace una pausa antes de contestar. "S¨ª," dice. "Podr¨ªa ser".
Los muertos desaparecidos
La novela de Don DeLillo muestra a un grupo de ni?os neoyorquinos que durante varias semanas despu¨¦s de los atentados miran el cielo por la ventana, en busca de aviones y de un hombre al que llaman Bill Lawton, el nombre que dan, por confusi¨®n o por eufemismo, a Bin Laden. No hay ni?os que tuvieran una experiencia m¨¢s ¨ªntima de los sucesos del 11 de septiembre que los 600 escolares de entre 4 y 11 a?os que estaban en la escuela primaria PS 234, a 250 metros al norte del World Trade Center. Anna Switzer, la directora del centro, a¨²n recuerda con horror aquella ma?ana y todav¨ªa se sobresalta cuando oye un avi¨®n o una alarma que suena.
"Hac¨ªa un d¨ªa absolutamente maravilloso y est¨¢bamos en el patio. Era el primer d¨ªa de curso para el jard¨ªn de infancia y yo me hab¨ªa quedado hablando con algunos padres cuando o¨ªmos un avi¨®n que volaba bajo. Pens¨¦: ?por qu¨¦ vuela tan bajo? Y entonces lo vimos estrellarse contra la primera torre, entrar como con un corte suave y discreto en el costado del edificio".
Lleg¨® el choque del segundo avi¨®n y las dos torres se incendiaron, y mucha gente -al menos 200 personas al final- empez¨® a saltar por las ventanas. Los ni?os tuvieron una perspectiva de todo ello m¨¢s cercana y horrible que lo que cualquiera pudo ver por televisi¨®n. Los maestros metieron a los ni?os en el interior del colegio, siguiendo ¨®rdenes que les hab¨ªan dado por tel¨¦fono en pleno p¨¢nico las autoridades educativas de la ciudad, y cerraron las persianas de las aulas. Pero Anna Switzer prefiri¨® ignorar la orden y sacar a los ni?os del colegio. De la mano, acompa?ados por los profesores, se unieron a la procesi¨®n fantasmal que avanzaba hacia el norte, lejos del humo y los olores a materiales de construcci¨®n y carne quemada -"Buchenwald con sustancias qu¨ªmicas", lo llam¨® un neoyorquino- que persistir¨ªa en Manhattan durante muchos d¨ªas.
Los ni?os se quedaron sin aulas, sin poder regresar a su edificio durante cinco meses, y todos se sometieron despu¨¦s a pruebas psicol¨®gicas. "Algunos quer¨ªan hablar todo el tiempo de lo que hab¨ªa pasado; otros no volvieron a decir una palabra de aquello. Pero aflor¨® a la superficie durante semanas y meses, en sus redacciones y sus dibujos".
En toda la ciudad, agravando el sentimiento de pena y desesperaci¨®n que los adultos no lograban dejar de transmitir a los ni?os, aparecieron carteles improvisados con las fotograf¨ªas de personas desaparecidas, a medida que sus familiares clamaban y se aferraban a creer lo -en casi todos los casos- incre¨ªble: que sus seres amados que hab¨ªan estado en el World Trade Center entre las 8.46 y 9.02, el momento en el que choc¨® el segundo avi¨®n, pod¨ªan estar todav¨ªa vivos en alg¨²n sitio al d¨ªa siguiente, dos, tres, cuatro d¨ªas despu¨¦s.
La sensaci¨®n general era que aquello no era m¨¢s que el principio, que Estados Unidos estaba "siendo atacado" y "en guerra", como dijeron los dirigentes pol¨ªticos; que el terrorismo iba a ser el pan de cada d¨ªa para los neoyorquinos y para todos los estadounidenses. Algunos reaccionaron, como parte de los alumnos de Anna Switzer, refugi¨¢ndose en una l¨²gubre introspecci¨®n; otros se dejaron llevar por el esp¨ªritu de "comamos y bebamos, que ma?ana moriremos". Muchos residentes en la ciudad se dieron a la bebida y la promiscuidad, como si creyeran que el fin del mundo estaba cerca. La herida m¨¢s profunda y extendida fue la que sufri¨® la vieja y querida creencia de que dentro de Estados Unidos estaban a salvo de los horrores que acosaban al resto de los habitantes del mundo. Aparte del ataque japon¨¦s contra Pearl Harbour (Hawai), en 1941, este era el primer ataque de enemigos extranjeros en el "suelo patrio" estadounidense. La poblaci¨®n sufri¨® un aturdimiento c¨®smico. Hab¨ªan derribado los muros de su jard¨ªn americano; se sent¨ªan perplejos, violados, indignados. Y con un deseo nacional de venganza.
El Gobierno, aprovechando el clima popular, lanz¨®, en primer lugar, una guerra total en Afganist¨¢n, el refugio de Al Qaeda, y luego otra en Irak. "Yo soy una vieja progresista", dice Anna Switzer, "y en aquel momento pens¨¦ que era una buena idea ir a Afganist¨¢n. Ahora, por supuesto, no. En cuanto a Irak, sab¨ªamos que era inevitable, pero tambi¨¦n que era una aberraci¨®n".
John O'Neill
Como en una de esos miles de pel¨ªculas de Hollywood, O'Neill era el cl¨¢sico h¨¦roe policiaco atrevido, brillante y atractivo, frustrado por lo que Rossini llama unos hombres "grises, institucionales, de los que se gu¨ªan por el manual". O'Neill tuvo choques personales con ellos, pero tambi¨¦n les proporcionaba munici¨®n con su car¨¢cter independiente y descarado. Se saltaba las reglas. En una ocasi¨®n, cuando se le estrope¨® el coche, cogi¨® prestado uno del FBI para llevar a una novia a su casa. Un acto inocuo, pero suficiente para que le dieran una reprimenda y una advertencia. Tuvo varios incidentes de ese tipo, pero el m¨¢s serio fue uno en el que O'Neill perdi¨® sin darse cuenta, aunque solo de forma temporal y sin que nadie tuviera ocasi¨®n de leerlo, un expediente importante del FBI. Estaba en marcha una investigaci¨®n interna cuando, en julio de 2001, O'Neill y Rossini fueron a Espa?a a reunirse con la Guardia Civil y tomarse unos d¨ªas de vacaciones.
"Est¨¢bamos tomando un caf¨¦ una ma?ana en un chalet de Marbella propiedad de un amigo cuando vi en mi ordenador una informaci¨®n de The New York Times que hac¨ªa referencia a John. Alguien, alg¨²n enemigo que ten¨ªa en alguna parte, hab¨ªa contado la historia del expediente desaparecido al peri¨®dico. Imprim¨ª la noticia, John la ley¨® y le cambi¨® el rostro. Se call¨® y empez¨® a decir una y otra vez: '?Por qu¨¦? ?Para qu¨¦? ?Por qu¨¦?'. Yo no pod¨ªa cre¨¦rmelo. El mejor hombre que ten¨ªa Estados Unidos en la lucha contra Al Qaeda y le hacen eso. John permaneci¨® callado casi todo el d¨ªa, reflexionando, y a la ma?ana siguiente anunci¨® su decisi¨®n. 'Kiss my ass, man! Kiss my ass!', grit¨®. [La traducci¨®n mas fiel al espa?ol ser¨ªa: 'A tomar por culo, t¨ªo']. Es lo que decimos en el FBI cuando estamos hartos, cuando ya no podemos m¨¢s. 'Se acab¨®', dijo. 'Estoy libre. No necesito m¨¢s comentarios de esos mandados sobre mis trajes'. Adoraba el FBI. Lo llevaba en la sangre. Le encantaba el poder que le daba para hacer el bien. Y era un agente muy valioso para el pa¨ªs. Pero los peones envidiosos consiguieron echarlo".
Permaneci¨® en su puesto del FBI hasta finales de agosto y asumi¨® su nuevo cargo de jefe de seguridad del World Trade Center el 9 de septiembre. Al d¨ªa siguiente de su dimisi¨®n, en un gesto de esplendidez t¨ªpico de ¨¦l, invit¨® a un viejo amigo de un servicio secreto europeo a cenar en un restaurante pijo de Nueva York al que le gustaba ir. Cuando el due?o se neg¨® a cobrarle la cena, dej¨® a los camareros una propina de 200 d¨®lares.
Las torres del World Trade Center tardaron segundos en derrumbarse y borrar su huella de la silueta de Nueva York. Sin embargo, Mark Rossini pens¨® durante un tiempo que O'Neill hab¨ªa sobrevivido. Al enterarse del atentado en la radio del coche cuando iba a trabajar al cuartel general de la CIA en Langley (Virginia), llam¨® a la oficina neoyorquina del FBI, donde le contaron que O'Neill hab¨ªa llamado para decir que hab¨ªa salido del edificio. "Llam¨¦ a los numerosos amigos de John en todo el mundo para asegurarles que estaba bien. Pero luego la noticia cambi¨®. Lo encontraron entre los escombros, decapitado; le identificaron por el traje y por el anillo de graduaci¨®n de la universidad". A Rossini se le llenan los ojos de l¨¢grimas al recordarlo. "Muri¨® como un h¨¦roe. Muri¨® tomando las riendas de la situaci¨®n, como hab¨ªa hecho siempre. 'Yo soy el jefe. Yo soy el que manda'. Hab¨ªa una crisis y ¨¦l ten¨ªa que solucionarla. As¨ª que volvi¨® a entrar".
La ¨²nica suerte que tuvo, a t¨ªtulo p¨®stumo, fue que pudieron identificar su cuerpo. A d¨ªa de hoy, no se han encontrado huellas m¨¢s que de 1.100 v¨ªctimas. Los restos de Stephen Mulderry aparecieron el 9 de noviembre, dos meses despu¨¦s de su muerte. Ocurri¨® algo parecido con todos los fallecidos que fue posible identificar.
Equipos enteros registraban los escombros en busca de fragmentos humanos que enviaban a un centro m¨¦dico en el que se realizaban pruebas de ADN. Muchos familiares recibieron una macabra llamada tras otra, durante meses, para decirles que hab¨ªan encontrado una mano, un dedo, un trozo de m¨²sculo, una mecha de cabello. En el caso de Stephen Mulderry, lo primero fue parte de su mand¨ªbula, otro fragmento de hueso y un poco de tejido blando. "En el funeral pusimos sus peque?os restos en un ata¨²d para beb¨¦s y lo enterramos", dice Anne, su madre. Durante los dos a?os siguientes aparecieron m¨¢s fragmentos, y al final reunieron un trozo de hueso de cada uno de sus ¨¢giles miembros de baloncestista, los incineraron y esparcieron las cenizas sobre un lago en las monta?as del Estado de Nueva York.
El entierro de John O'Neill se llev¨® a cabo el 28 de septiembre de 2001. Fue una ceremonia a la que asistieron m¨¢s de mil personas, con acompa?amiento de gaitas irlandesas y en presencia de los m¨¢ximos jefes de todos los cuerpos de las fuerzas del orden en el Estado de Nueva York, y varios invitados especiales de Washington.
En el funeral se ley¨® una carta que hab¨ªa escrito a su nieto, nacido dos meses antes, en la que le dec¨ªa que recordase siempre que hab¨ªa nacido en el mejor pa¨ªs del mundo y que deb¨ªa siempre ser un patriota. Junto a su tumba lloraban cuatro mujeres -una de ellas, la esposa de la que estaba separado- que hasta ese momento no hab¨ªan sabido que las otras exist¨ªan ni cu¨¢l hab¨ªa sido su respectiva importancia en la vida de O'Neill. Quiz¨¢ nunca se habr¨ªan enterado, John O'Neill nunca habr¨ªa dejado el FBI, el World Trade Center estar¨ªa todav¨ªa en pie, el mundo ser¨ªa distinto, si no hubiera sido por los eternos defectos humanos de la envidia, el orgullo, la mezquindad y la vanidad de las que tantas veces derivan los grandes errores y las tragedias de la humanidad. Y que, junto con la inercia burocr¨¢tica, indicada en el informe oficial de la comisi¨®n del 11-S, fueron la raz¨®n fundamental de que no se impidiera la cat¨¢strofe.
"Me arrepiento cada d¨ªa de no haber infringido las reglas y haber dicho a John o a cualquier persona del FBI lo de la reuni¨®n en Malasia. No hay vuelta de hoja", dice Mark Rossini. "La cabeza no deja de darme vueltas pregunt¨¢ndose '?por qu¨¦?' y '?qu¨¦ habr¨ªa pasado si...?', sabiendo que John habr¨ªa volcado las fuerzas del FBI en descubrir todo sobre la reuni¨®n de Malasia. Se habr¨ªan evitado los atentados del 11-S. Estoy convencido". Hoy las reglas han cambiado. La Patriot Act (Ley Patri¨®tica) aprobada por el Congreso tras el 11-S hace que sea imposible que una informaci¨®n de tanta importancia nacional permanezca dentro de la jurisdicci¨®n de un solo organismo. Hoy no habr¨ªa podido quedarse en manos de la CIA; la habr¨ªan tenido que compartir.
"Lo m¨¢s dif¨ªcil de aceptar es que, si se hubieran aplicado entonces esas normas, si en enero de 2000 hubieran informado al FBI, todos los servicios de inteligencia, colaborando, habr¨ªamos podido enterarnos de muchas cosas de los secuestradores y sus jefes", dice Rossini. "El simple y deliberado hecho de decir 'no' por los prejuicios personales y los delirios de autoridad y jurisdicci¨®n de unas personas concretas caus¨® el atentado terrorista m¨¢s catastr¨®fico jam¨¢s cometido en territorio estadounidense".
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