La victoria como una agon¨ªa
Se juega al f¨²tbol solo para ganar, la porter¨ªa contraria ocupa todo el horizonte, a este mundo se ha venido a meter en ella el bal¨®n a como d¨¦ lugar y no a otra cosa, con un f¨¦rreo determinismo. Mourinho ha transferido siempre este gen agresivo a todos los equipos que ha entrenado, al Oporto, al Chelsea, al Inter, al Real Madrid. Aplastar al adversario, grande o peque?o, lo mismo da, esta es su filosof¨ªa. Campeones o nada. La voluntad es la victoria. Este preparador cuida a sus jugadores con el orgullo del propietario de una cuadra de caballos de pura raza, a los que mima, cepilla y acaricia en el picadero y luego les obliga a galopar hasta la agon¨ªa en la cancha, y cuando los releva durante el partido, si se han portado bien, les da un terr¨®n de az¨²car en la banda antes de mandarlos a la ducha.
Es un profesional con un talento fuera de lo com¨²n, pero una oscura insatisfacci¨®n parece devorarle por dentro, su obsesi¨®n por ser el primero en todo. Se ha impuesto batir un r¨¦cord y alcanzar una extra?a meta que solo est¨¢ en su esp¨ªritu, y para conseguir este prop¨®sito su ego no halla sosiego hasta que la empresa y el equipo no se ponen al servicio de su ambici¨®n. Mourinho tiene una doble personalidad: en los entrenamientos es el paciente y bondadoso Doctor Jekyll; en las ruedas de prensa, de cara al p¨²blico, es el atravesado y malevo Mister Hyde. Durante los entrenamientos ejerce sobre los jugadores una disciplina militar atemperada por la proximidad afectuosa y protectora del psic¨®logo, que atiende el estado de ¨¢nimo de cada uno, la neurosis particular de estos caballos de carreras, la ansiedad que les rompe el diafragma. El vestuario suele ser un nido de alacranes millonarios con el cr¨¢neo sembrado de p¨²as con gomina, que manejan ferraris y tienen novias detonantes. All¨ª Mourinho somete la ambici¨®n de cada uno a la dictadura del minutaje sin permitirse una duda.
Mourinho naci¨® en Set¨²bal, hace 47 a?os, aunque no parece portugu¨¦s. Ni tiene saudade ni vuelve nunca la cabeza atr¨¢s. Fue en sus tiempos de juventud un jugador mediocre, un futbolista de tercera clase, pero sab¨ªa ingl¨¦s y eso fue suficiente para que Bobby Robson, entrenador del Oporto, lo llamara a su lado. Del Oporto pas¨® al Bar?a como traductor del mismo preparador. Parec¨ªa un humilde tirillas con una libreta en la mano. Nadie sospech¨® entonces el fuego que este portugu¨¦s llevaba dentro. All¨ª se cruzaron las biograf¨ªas de Mourinho y de Guardiola.
La frustraci¨®n puede ser un motor de mucha potencia. Guardiola sustituy¨® su f¨ªsico nada atl¨¦tico por el poder de su mente en el campo; concibi¨® un estilo de juego apropiado a sus escasas facultades para que corriera m¨¢s el bal¨®n que el jugador. Mourinho, en cambio, sublim¨® sus carencias como jugador hasta transformarlas en dotes de mando. Puesto que no sab¨ªa jugar al f¨²tbol, trat¨® de apoderarse del alma de los jugadores estrella, de los atletas superdotados, para inocularles su voluntad y realizar a trav¨¦s de ellos todos sus vanos sue?os. Pod¨ªa ser el n¨²mero uno sin necesidad de tocar el bal¨®n.
En la banda, este Mister Hyde, en medio de una reyerta le meti¨® el dedo en el ojo a un directivo del equipo del Bar?a, un gesto de muy baja ley, casi carcelario, solo instigado por el placer de la provocaci¨®n. Con un castellano entreverado de portugu¨¦s, como sorbido entre dientes, trata siempre de encrespar los ¨¢nimos en las ruedas de prensa. Quiere tambi¨¦n para ¨¦l todo el odio de los enemigos del Real Madrid. Esa agresividad es un ant¨ªdoto que el equipo necesita para tener siempre en guardia todos los anticuerpos. Antes de saltar los jugadores al campo, Mourinho los cepilla como si fueran purasangres y les transfiere este mensaje subliminal. Corred hasta que se os reviente el coraz¨®n, aplastad al adversario hasta la humillaci¨®n, buscad la victoria como una agon¨ªa y solo de esta forma ser¨¦is campeones y me ayudar¨¦is a ser siempre el primero, el n¨²mero uno, el vencedor.
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