El cocido de pap¨¢
Era viernes y estaba solo en casa, meditando sobre c¨®mo era posible hacerlo todo tan rematadamente mal.
Ella hab¨ªa ido a recoger a los ni?os al colegio y no se los traer¨ªa de vuelta hasta el domingo a mediod¨ªa. Ella, porque hasta cuando hablaba consigo mismo prefer¨ªa llamarla as¨ª, como si fuera una simple conocida, lo hab¨ªa hecho todo much¨ªsimo mejor. ?l hab¨ªa estudiado dos carreras, hab¨ªa hecho dos tesis doctorales, hab¨ªa acumulado becas y cum laudes, hab¨ªa escrito muchos art¨ªculos, un libro a solas y otro en colaboraci¨®n, coleccionaba elogios de sus maestros y besos orgullosos de sus ancianas t¨ªas, pero a la hora de la verdad hab¨ªa demostrado ser un perfecto panoli. Porque el caso es que, en teor¨ªa, hab¨ªan decidido separarse de mutuo acuerdo. Eso lo recordaba tan bien que pod¨ªa reproducir sus conversaciones palabra por palabra, aquella discusi¨®n amarga y civilizada, las razones, las l¨¢grimas, los ¨²ltimos besos c¨®mplices. Hab¨ªan decidido separarse de mutuo acuerdo, pero ella ya ten¨ªa un novio y ¨¦l no se hab¨ªa enterado. Lo sab¨ªa su hermana, lo sab¨ªan sus amigos, lo sab¨ªa hasta su hija peque?a, que ten¨ªa seis a?os. ?Mam¨¢ se ha ido para ser novia de Ernesto?, le pregunt¨® la primera noche que durmi¨® con sus hijos en la misma cama. ?Ernesto?, ¨¦l la trat¨® con la condescendencia de un adulto culto, experimentado, racional, que no concede cr¨¦dito alguno a la imaginaci¨®n infantil, ?y qui¨¦n es Ernesto? Su hija le mir¨® como si no se lo pudiera creer. ?Pues qui¨¦n va a ser? El novio de mam¨¢.
"Al dolor del abandono se hab¨ªa sumado su ineptitud para ocuparse de sus hijos"
No es exactamente as¨ª, protest¨® ella, no es eso, pero, bueno, me siento muy atra¨ªda por ¨¦l, y necesito tiempo, espacio para averiguar si esto puede ser o no una historia seria, por eso hab¨ªa pensado... Total, que le dej¨® a los ni?os. Se fue de casa y no se los llev¨®, porque necesitaba tiempo, espacio, sus propias coordenadas, y eso que el de ciencias era ¨¦l. Estoy sufriendo mucho, le dijo, y desde entonces, todo el mundo se la encontraba en todas partes, estrenos, presentaciones, discotecas, pintada como una puerta, con una sonrisa de oreja a oreja y la mano del tal Ernesto abrillantando sin pausa la zona trasera de sus nuevas y ce?id¨ªsimas faldas. No parec¨ªa sufrir mucho, desde luego no tanto como ¨¦l, que se pasaba las tardes tirado en el sof¨¢, hablando consigo mismo. Panoli, era la esencia de aquellas conversaciones ¨ªntimas, que eres un panoli...
Hasta que lo vio por casualidad. El ¨²ltimo regalo que le hab¨ªa hecho su mujer, antes de irse, hab¨ªa consistido en desordenar la biblioteca, para separar los libros de ambos. As¨ª hab¨ªa debido de aflorar desde el fondo de alg¨²n caj¨®n aquel cuaderno de tapas rojas que le llam¨® la atenci¨®n sobre una columna de libros apilados en el suelo, junto a una estanter¨ªa. Cuando se levant¨® del sof¨¢ para echarle un vistazo, pens¨® que aquello ya era algo. Luego reconoci¨® la letra de su madre y se emocion¨® tanto que tuvo que volver a sentarse.
Ella hab¨ªa rellenado a mano las p¨¢ginas de aquel cuaderno con las recetas que m¨¢s le gustaban, y se lo hab¨ªa regalado a su mujer unos d¨ªas antes de su boda. Su destinataria no hab¨ªa llegado a usarlo, porque las hojas estaban limpias, tiesas, y ol¨ªan a nuevo todav¨ªa. Mientras las pasaba, ¨¦l sinti¨® que se le llenaban los ojos de l¨¢grimas recordando que cenaban pizza todas las noches. La autora de aquellas amorosas recetas hab¨ªa muerto tres a?os antes y su ausencia le dol¨ªa a¨²n m¨¢s desde que al dolor de la separaci¨®n, del abandono, se hab¨ªa sumado su ineptitud para ocuparse de sus propios hijos. Pero luego sinti¨® que aquel cuaderno hablaba, que su madre le besaba a trav¨¦s de la tinta azul de su pulcra caligraf¨ªa, que acud¨ªa en su socorro desde all¨¢ donde estuviera. Y que a¨²n estaba a tiempo.
?Por qu¨¦ no?, se pregunt¨® a s¨ª mismo mientras se levantaba, y entraba en la cocina, y se remangaba la camisa, ?si t¨² eres doctor en qu¨ªmica org¨¢nica? Tuvo que ir varias veces hasta el ordenador para buscar im¨¢genes de un chino, una besuguera, un separador de claras, un molde de silicona y algunas cosas m¨¢s, hasta que logr¨® identificar los cacharros que ella no se hab¨ªa llevado. Tuvo que bajar a la calle para comprar un rallador, un pelador, una malla para los garbanzos y algunas otras cosas que no hab¨ªa encontrado. Despu¨¦s se puso un delantal, a Mozart, y empez¨® a cocinar.
El domingo, cuando fue a abrir la puerta, la casa estaba impregnada de un perfume delicioso que llam¨® la atenci¨®n de los reci¨¦n llegados. ?Uy!, su ex mujer, porque de repente ya pod¨ªa llamarla as¨ª, frunci¨® las cejas, ?qu¨¦ bien huele! S¨ª, contest¨® ¨¦l. Hasta luego, dijo despu¨¦s. Cerr¨® la puerta sin darle m¨¢s explicaciones, pero a los ni?os les dijo la verdad. Que hab¨ªa cocido para comer, y que lo hab¨ªa hecho ¨¦l.
-?Pap¨¢! -su hijo mayor, ocho a?os, abri¨® mucho los ojos al probar la sopa con los garbanzos dentro-. Pero si est¨¢ buen¨ªsimo.
-?A que s¨ª? -gracias, mam¨¢, el cocinero mir¨® al techo antes de sonre¨ªr-. M¨¢s que Ernesto.
Cuando terminaron de recoger la cocina, los tres estaban muertos de risa todav¨ªa.
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