Elecciones en EE UU: la gente contra el dinero
El partido dem¨®crata estuvo m¨¢s interesado en obtener apoyo entre los votantes de rentas altas que de asalariados
Todas las miradas est¨¢n puestas en Estados Unidos, conforme se aproximan las elecciones legislativas de noviembre. El resultado responder¨¢ muchas preguntas inquietantes que se plantearon hace dos a?os, cuando Donald Trump gan¨® la elecci¨®n presidencial.
?Proclamar¨¢ el electorado estadounidense que Trump no es aquello que Estados Unidos representa? ?Repudiar¨¢n los votantes su racismo, su misoginia, su nativismo y su proteccionismo? ?Dir¨¢n que su pol¨ªtica de ¡°Estados Unidos primero¡±, contraria a la legalidad internacional, no se corresponde con los valores que defiende Estados Unidos? ?O por el contrario, confirmar¨¢n que la victoria de Trump no fue un accidente hist¨®rico, derivado de un proceso de primarias republicano que produjo un candidato deficiente y de un proceso de primarias dem¨®crata que produjo la adversaria ideal para Trump?
Mientras oscila en la balanza el futuro de Estados Unidos, las causas del resultado de 2016 son objeto de apasionados debates, que no son meramente acad¨¦micos. Se trata de definir la postura que el Partido Dem¨®crata y otros partidos similares de la izquierda en Europa deben adoptar para obtener la mayor cantidad posible de votos. ?Deben inclinarse hacia el centro o concentrarse en movilizar a nuevos votantes j¨®venes, progresistas y entusiastas?
Hay buenos motivos para pensar que la segunda opci¨®n es la mejor para obtener la victoria electoral y frenar los peligros que genera Trump.
La participaci¨®n electoral estadounidense es exigua, y peor a¨²n en los a?os en que la elecci¨®n no es presidencial. En 2010, solo vot¨® el 41,8% del electorado; en 2014, solo emiti¨® su voto el 36,7% de los votantes habilitados (seg¨²n datos de United States Elections Project). La participaci¨®n dem¨®crata es incluso peor, aunque en este ciclo electoral parece que est¨¢ en alza.
Muchos estadounidenses dicen que no van a votar porque, gane quien gane, los dos partidos son pr¨¢cticamente indistinguibles. Pero Trump demostr¨® que no es verdad. Los republicanos que el a?o pasado se quitaron el disfraz de la disciplina fiscal y votaron una inmensa rebaja de impuestos para los multimillonarios y las corporaciones demostraron que no es verdad. Y los senadores republicanos que apoyaron la designaci¨®n de Brett Kavanaugh para la Suprema Corte (pese a que dio falso testimonio ante el Senado y a las pruebas totalmente cre¨ªbles de su conducta sexual inapropiada en el pasado) demostraron que no es verdad.
Pero la apat¨ªa de los votantes tambi¨¦n es responsabilidad de los dem¨®cratas. El partido debe superar una larga historia de colusi¨®n con la derecha, desde la presidencia de Bill Clinton con la rebaja del impuesto a las plusval¨ªas (que enriqueci¨® al 1% m¨¢s rico) y la desregulaci¨®n de los mercados financieros (que contribuy¨® a producir la Gran Recesi¨®n), hasta el rescate de bancos en 2008 (que ofreci¨® muy poco a los trabajadores desplazados y a los propietarios que enfrentaban una ejecuci¨®n hipotecaria). En el ¨²ltimo cuarto de siglo, a veces pareci¨® que el partido estaba m¨¢s interesado en obtener el apoyo de los que viven de la renta del capital que de los que viven del salario. Muchos que se abstienen de votar se quejan de que los dem¨®cratas solo atacan a Trump y no proponen ninguna alternativa real.
El ansia de una clase distinta de contendiente se evidencia en el apoyo de los votantes a propuestas progresistas como el excandidato presidencial Bernie Sanders y la neoyorquina Alexandria Ocasio-Cortez (28 a?os), que hace poco derrot¨® en unas primarias del partido a Joseph Crowley, cuarto en orden de jerarqu¨ªa en el bloque dem¨®crata en la C¨¢mara de Representantes.
Progresistas como Sanders y Ocasio-Cortez lograron presentar un mensaje atractivo a los mismos votantes que los dem¨®cratas deben movilizar para ganar. Buscan restaurar el acceso a una vida de clase media a trav¨¦s de una oferta de empleos dignos bien remunerados, el restablecimiento de una idea de seguridad financiera y el acceso a educaci¨®n de calidad (sin el endeudamiento asfixiante que hoy enfrentan tantos graduados que suscribieron pr¨¦stamos estudiantiles), y a atenci¨®n m¨¦dica digna cualquiera sea la situaci¨®n de salud previa del beneficiario. Propugnan la vivienda accesible y una jubilaci¨®n segura, en la que los ancianos no sean presa de la codicia del sector financiero. Y buscan una econom¨ªa de mercado justa, m¨¢s din¨¢mica y competitiva, mediante la limitaci¨®n de los excesos del poder de mercado, el endeudamiento y la globalizaci¨®n, y el fortalecimiento del poder de negociaci¨®n de los trabajadores.
Estos beneficios de una vida de clase media son alcanzables. Lo eran hace medio siglo, cuando el pa¨ªs era considerablemente m¨¢s pobre que ahora; y lo son todav¨ªa hoy. De hecho, ni la econom¨ªa de Estados Unidos ni su democracia pueden permitirse no fortalecer a la clase media. Y para hacer realidad esta visi¨®n, es esencial el uso de pol¨ªticas y programas estatales (lo que incluye proveer alternativas p¨²blicas en seguros de salud, complementar las prestaciones de retiro y cr¨¦dito hipotecario).
La explosi¨®n de apoyo a estas propuestas progresistas y a los dirigentes pol¨ªticos que las sostienen me llena de esperanza. Estoy convencido de que estas ideas prevalecer¨ªan en cualquier democracia normal. Pero la pol¨ªtica estadounidense est¨¢ corrompida por el dinero, por la manipulaci¨®n partidista del trazado de distritos electorales y por intentos masivos de privaci¨®n del derecho al voto. La reforma impositiva de 2017 fue pr¨¢cticamente un soborno a las corporaciones y a los ricos para que vuelquen sus recursos financieros en la elecci¨®n de 2018. Las estad¨ªsticas demuestran el enorme peso del dinero en la pol¨ªtica estadounidense.
Pero aun con una democracia defectuosa (incluido en esto la existencia de un esfuerzo concertado para evitar que algunos voten) el poder del electorado estadounidense importa. Pronto descubriremos si importa m¨¢s que el dinero que ingresa a las arcas del Partido Republicano. El futuro pol¨ªtico y econ¨®mico de Estados Unidos, y casi con certeza la paz y la prosperidad de todo el mundo, dependen de la respuesta.
Joseph E. Stiglitz es el ganador del Premio Nobel 2001 en Ciencias Econ¨®micas. Su libro m¨¢s reciente se titula ¡®El malestar en la globalizaci¨®n revisitado: la antiglobalizaci¨®n en la era de Trump¡¯.
? Project Syndicate, 2018. Traducci¨®n: Esteban Flamini www.project-syndicate.org
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