El hombre que atend¨ªa todas las llamadas
Arango, expresidente del patronato del Museo del Prado, ejerci¨® como facilitador tanto en el mundo de los negocios como en el de la cultura de este pa¨ªs
Una noche de 1991, Mahrukh Tarapor, directora adjunta del Metropolitan Museum de Nueva York, buscaba ayuda para sortear las trabas que la burocracia espa?ola pon¨ªa a la exposici¨®n sobre los descubrimientos que organizaba en la Alhambra de Granada. No hab¨ªa nadie, ni en el Gobierno, ni en Telef¨®nica, ni en el BBV, las entidades que deb¨ªan cuidar de que ella llevara a feliz t¨¦rmino aquel proyecto inmenso. Apareci¨® entonces, como de milagro, Pl¨¢cido Arango, el hombre que respond¨ªa todas las llamadas, sobre todo las llamadas de socorro.
El tel¨¦fono sonaba en los pasillos de sus oficinas, hasta que pas¨® por all¨ª este espa?ol de M¨¦xico y de Asturias, descolg¨® y hall¨® llorosa a una de las m¨¢s poderosas agentes del mundo art¨ªstico de la ¨¦poca. Tarapor se sent¨ªa desamparada en Espa?a. En un instante, este hombre la puso en el camino de resolver un embrollo que pod¨ªa haber truncado uno de las m¨¢s importantes contribuciones a aquel intento por hacer eternas las celebraciones del quinto centenario del viaje de Col¨®n.
Tarapor pens¨® que la influencia de este hombre era la de un mago. Como ocurri¨® tantas veces, Arango se quit¨® de encima el m¨¦rito. ¡°Pasaba por all¨ª, siempre agarro el tel¨¦fono cuando suena¡±. Siempre pas¨® as¨ª, hizo cosas grandiosas, a favor de su pa¨ªs de origen, M¨¦xico, y del pa¨ªs de su ra¨ªz, Espa?a, como si solo pasara por all¨ª. Era un facilitador, juntaba a la gente y los dejaba hacer, hasta que se pon¨ªan de acuerdo, y eso hac¨ªa en el ¨¢mbito cultural, en el empresarial y en el lado pol¨ªtico de la vida con la que lidi¨®.
Era solemne solo porque caminaba despacio, pero a todo lo que hac¨ªa, lo grande y lo menudo, le daba la dimensi¨®n propia de un hombre que quer¨ªa que brillaran las instituciones a las que dedic¨® energ¨ªa y recursos (la Fundaci¨®n Pr¨ªncipe de Asturias, que presidi¨®, el Patronato del Museo del Prado, que estuvo a sus ¨®rdenes). No pod¨ªa evitar que su nombre apareciera, pero si por ¨¦l hubiera sido habr¨ªa trabajado en todas esas cosas como si su huella fuera la de un seud¨®nimo. Como si pasara por all¨ª.
Tambi¨¦n en momentos mucho m¨¢s graves, que tienen que ver con la dif¨ªcil historia democr¨¢tica de este pa¨ªs, cuando lo requirieron desde las m¨¢s altas instancias, o desde las zonas amenazadas del elenco amplio de sus amigos, resolvi¨® conflictos con sigilo, sin darle importancia a su nivel de influencia personal. Se mov¨ªa siempre cerca de donde ¨¦l fuera necesario, y aparec¨ªa, como aquella vez con Mahrukh Tarapor, como si estuviera resolviendo una llamada de socorro.
A esa disponibilidad le ayud¨® su car¨¢cter. Era un hombre pausado. La prisa la llevaba por dentro, para gestionar, para hacer que otros gestionaran con rigor su propia prisa, y de ese modo llev¨® a cabo encargos que iban a ser prolongados compromisos. Al frente de la Fundaci¨®n Pr¨ªncipe de Asturias era, como esas veces en que atend¨ªa las llamadas, el hombre que siempre estaba disponible, para ayudar a que parecieran f¨¢ciles los embrollos de aquel emprendimiento que ten¨ªa tanto de diplom¨¢tico como de creaci¨®n de un ¨¢nimo cultural que llevara por el mundo la idea de que la Espa?a de la Transici¨®n ya hab¨ªa adquirido una veteran¨ªa culturalmente fiable. Su otra ocupaci¨®n principal, la presidencia del Patronato del Museo del Prado, a la que accedi¨® en 2007, hall¨® en ¨¦l no solo a un coleccionista amante del arte cl¨¢sico y del contempor¨¢neo, sino a un gestor tranquilo que, con la prudencia que fue tambi¨¦n su divisa como empresario, afirm¨® a esta pinacoteca como un tesoro mundial del que deb¨ªan sentirse orgullosos los espa?oles.
El pueblo de origen de su familia, Asturias, se benefici¨® altamente de la generosidad con la que dispuso de su colecci¨®n privada (El Greco, Zurbar¨¢n, Ribera, Murillo, Mir¨®, Gris, Dal¨ª, T¨¤pies, Barcel¨®), que en 2006 viaj¨® al Museo de Bellas Artes regional como una explicaci¨®n de su gusto y de sus pasiones. A ?ngeles Garc¨ªa le dijo en EL PA?S (27 de julio de 2007, cuando fue elegido presidente del Prado) que su primer cuadro hab¨ªa sido de un creador mexicano (que ya no ten¨ªa consigo). El M¨¦xico de las artes y de las letras (Carlos Fuentes, uno de sus grandes amigos, fue su hu¨¦sped en Madrid) form¨® parte de su coraz¨®n de mexicano. Arango naci¨® en Tampico, M¨¦xico, en 1931, y de all¨ª se trajo a Espa?a la ra¨ªz que completaba su biograf¨ªa asturmexicana, a la que siempre rindi¨® tributo.
Le regal¨® a sus buenos amigos las letras de las rancheras como si les estuviera dando el otro ritmo de su coraz¨®n. La escultora Cristina Iglesias fue durante a?os su compa?era. Es raro decir que Pl¨¢cido ha muerto. Su paso por esta vida fue como un homenaje al sosiego y al auxilio, y la noticia de su muerte se siente ahora como un temporal.
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