Integraci¨®n bancaria: ser espa?ol, europeo e iberoamericano
El movimiento de concentraci¨®n en la UE debe garantizar la?diversidad de las culturas de?las distintas naciones
A estas alturas est¨¢ fuera de discusi¨®n que, para que una integraci¨®n pol¨ªtica culmine con ¨¦xito, tiene que existir integraci¨®n econ¨®mica. El libre comercio entre entes pol¨ªticamente vinculados es uno de los canales m¨¢s importantes para la circulaci¨®n de bienes y de mercanc¨ªas, pero tambi¨¦n para la circulaci¨®n de personas e ideas. El libre comercio se erige, por tanto, como un factor imprescindible para construir una comunidad. A nadie se le escapa tampoco que la financiaci¨®n de la actividad comercial es clave para el desarrollo de esa comunidad; y para impulsar el comercio se necesitan entidades bancarias con un alcance similar al de las empresas que financian. Esta vieja idea, ligada desde el siglo XIX a la creaci¨®n de una comunidad europea, tiene actualmente una enorme vigencia en el contexto de la creaci¨®n de la Uni¨®n Europea, con su vertiente financiera, el euro y la uni¨®n bancaria. Se trata de una idea muy poderosa y ambiciosa, pero tambi¨¦n con enormes obst¨¢culos. La creaci¨®n de entidades bancarias t¨ªpicamente europeas que ofrezcan sus servicios a cualquier ciudadano de la Uni¨®n ¡ªsin importar su nacionalidad¡ª se configura como un indicador del ¨¦xito de la integraci¨®n europea. Esta idea tiene un correlato obvio en el momento actual: se anhela que los bancos europeos aborden procesos de integraci¨®n masiva, pues de esos procesos saldr¨¢n entidades bancarias m¨¢s grandes y con una escala eminentemente europea.
Sin embargo, es importante recordar que existen ¡°otros mundos¡± adem¨¢s del europeo o, por ser m¨¢s exactos, que existen otros mundos adem¨¢s de la eurozona. La Uni¨®n Europea es una econom¨ªa abierta, formada por Estados-naci¨®n con ricos y vastos bagajes culturales y pol¨ªticos, y con unos ¨¢mbitos de influencia muy diferenciados. Estos ¨¢mbitos de influencia se reflejan inevitablemente en el comercio exterior y en la expansi¨®n internacional de sus empresas nacionales: Par¨ªs ha mirado tradicionalmente hacia el sur, hacia el Sahel, y Viena, hacia el Este; mientras que a Espa?a le gusta mirar hacia el suroeste, hacia el otro lado del Atl¨¢ntico. Por su parte, la mirada de Londres, a veces errante, suele vigilar con un ojo el este y con el otro el oeste, si bien en los ¨²ltimos tiempos lo hace m¨¢s hacia Asia que hacia Am¨¦rica.
En Espa?a siempre hemos tenido muy claro cu¨¢l es nuestro ¨¢mbito natural de influencia, que no es precisamente el m¨¢s cercano f¨ªsicamente, sino Iberoam¨¦rica. Nuestras empresas se han expandido por el sur del continente americano abriendo nuevos negocios y mercados, y contribuyendo decisivamente al desarrollo del continente al que m¨¢s lazos nos unen. Y, por supuesto, acompa?ando a nuestras empresas han estado los bancos espa?oles. Para estos, lo racional de esa expansi¨®n era y es similar a lo que nos ocupa ahora en Europa: para nuestras empresas multinacionales (y para las americanas que operan en Espa?a) es vital que existan entidades bancarias capaces de satisfacer sus demandas de servicios financieros simult¨¢neamente en todas las jurisdicciones en las que operan, sin perjuicio de que, merced a esta expansi¨®n, millones de ciudadanos iberoamericanos hayan podido disfrutar de servicios financieros de primer nivel. Todo ello, adem¨¢s, sin olvidarnos de c¨®mo los beneficios de la presencia internacional de los grandes bancos espa?oles coadyuvaron a la estabilidad del sistema bancario nacional en los a?os duros de la crisis soberana.
Historias similares existen tambi¨¦n en otros pa¨ªses europeos, como mencion¨¢bamos m¨¢s arriba. Los bancos austriacos se extendieron hacia el este durante los a?os noventa, tras la ca¨ªda del tel¨®n de acero, adquiriendo bancos en procesos de privatizaci¨®n directamente de los Estados. Lo cierto es que la presencia de empresas austriacas en Zagreb, Bucarest o Le¨®polis justificaba la expansi¨®n transfronteriza de sus bancos, al mismo tiempo que la influencia del antiguo Imperio austroh¨²ngaro se dejaba a¨²n notar en estos pa¨ªses, que ve¨ªan (al igual que los pa¨ªses iberoamericanos respecto de los espa?oles) a los bancos austriacos con mayor simpat¨ªa que a los de otros pa¨ªses. No es tampoco dif¨ªcil de relacionar la existencia de bancos como el HSBC o el Standard Chartered con el pasado imperial brit¨¢nico: bancos ingleses, pero con sangre mestiza, puesto que la mayor parte de sus ingresos proceden de pa¨ªses del este asi¨¢tico.
En este sentido, el movimiento de concentraci¨®n europeo debe garantizar tambi¨¦n la riqueza y diversidad de las culturas de las naciones europeas y preservar su influencia extramuros. Y, en lo que a los espa?oles nos toca, debemos luchar para garantizar que el ambicioso y beneficioso proyecto europeo no excluya nuestro proyecto nacional, que tan ¨ªntimamente nos vincula a la comunidad iberoamericana. Tampoco hay que olvidar que esta comunidad tiene una presencia cada vez m¨¢s importante en el pa¨ªs m¨¢s poderoso del mundo. En su vertiente financiera, esto quiere decir que debemos seguir facilitando los intercambios comerciales con Iberoam¨¦rica y que nuestros bancos deben seguir manteniendo una presencia de primer nivel en ese continente. Este es un reto que tenemos como pa¨ªs, como naci¨®n. Cuando los aficionados de f¨²tbol ven el logo del Banco Santander en la Copa Libertadores, quiz¨¢s no solo vean el logo de un banco espa?ol, sino tambi¨¦n el de todo un pa¨ªs, el de una cultura con la que comparten idioma, costumbres y hasta nombres y apellidos. Y, quiz¨¢s de la misma manera, cuando el Erste Bank patrocina un evento cultural en ¡ªdigamos¡ª Praga, es posible que no solo haga pensar a los ciudadanos checos en el banco austriaco, sino que tambi¨¦n les evoque a Strauss, Zweig o Nietzsche.
Puede que sea un error com¨²n de las autoridades comunitarias no identificar y defender convenientemente las riquezas nacionales de los Estados que forman la Uni¨®n, aunque tal vez sea inevitable que la vis atractiva del proyecto de integraci¨®n europea se imponga sobre las voces individuales exteriores de los Estados. No obstante, nos toca a todos los espa?oles defender nuestra idiosincrasia y nuestros ¨¢mbitos de influencia. Por ello, ahora que se pide la concentraci¨®n entre los bancos para crear algunos puramente europeos, quiz¨¢s sea necesario igualmente reconocer que, al menos los ¡°nuestros¡±, tendr¨¢n que ser europeos, pero tambi¨¦n seguir siendo espa?oles. Y si son espa?oles, tambi¨¦n deben ser iberoamericanos.
Carolina Albuerne es abogada de Ur¨ªa Men¨¦ndez.
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