La crisis llega a los puestos de casta?as
El sector de este fruto oto?al se enfrenta a una menor producci¨®n por la poca lluvia y a mayores costes debido al encarecimiento del carb¨®n
Hacen falta muy buenas razones para cometer la osad¨ªa de sacar las manos del bolsillo cuando se pasea por Valladolid en oto?o o invierno. El viento helador muerde los dedos de los caminantes que encuentran un oasis de calor en los cucuruchos de do?a Luisa, que dispensa casta?as en su puesto de la calle de Manter¨ªa. Estos peque?os y sabrosos radiadores caldean al hormigueo de consumidores que se acerca a este refugio de carb¨®n, esp¨¢tula y simpat¨ªa de la propietaria. Tres euros la docena o seis unidades por 1,5 euros dibujan una sonrisa en los vallisoletanos que acuden a menear y calentar el bigote sin saber muy bien qu¨¦ hay detr¨¢s de esas casta?as que se acumulan sobre el brasero o aguardan su turno en unos cestos. Luisa de Pablos, que lleva la mayor¨ªa de su vida vendi¨¦ndolas, explica entre cliente y cliente c¨®mo ha cambiado esta venta callejera y c¨®mo lidia con los sobrecostes para no asustar a sus fieles.
Un comprador, c¨®mo no bien abrigado en una g¨¦lida tarde pucelana, exhibe el humor local dirigi¨¦ndose a la casta?era: ¡°?Tiene casta?as?¡±. ¡°Eso parece¡±, obtiene por respuesta, y ante esa afirmaci¨®n encarga media docena que la veterana propietaria prepara con agilidad, seleccionando los frutos tostados y previamente rajados para que se hagan por dentro y se conviertan en peque?as bombas calor¨ªficas. El hombre precede a una parroquia tan hambrienta como diversa: se acercan madres e hijas, parejas j¨®venes y matrimonios ancianos, chavales en ch¨¢ndal y padres con traje, abuelas y nietas unidas por la gusa oto?al ante un fruto de temporada que esta campa?a se enfrenta a la sequ¨ªa. Luisa de Pablos, de 75 a?os, lamenta que la escasez de lluvias ha reducido notablemente la producci¨®n y ha elevado los precios. ¡°A ver si me toca la loter¨ªa y me retiro¡±, le comenta a su vecino de puesto, un lotero con quien coincide en que unas obras cercanas en la acera disuaden a la clientela. Su hijo, el tambi¨¦n casta?ero F¨¦lix Galicia, desgrana los precios que tienen que asumir para llevar la materia prima a las calles. ¡°Este a?o no ha llovido y la casta?a es peque?a y escasa, de traer 5.000 kilos entre madre y primos hemos pasado a comprar este a?o solo 1.500¡å, lamenta Galicia, que trae su g¨¦nero de El Bierzo (Le¨®n). ¡°Pagamos entre 4,75 y seis euros el kilo, un euro m¨¢s que en 2021¡å, calcula. A la falta de lluvia se han unido los graves incendios veraniegos en Zamora, zona de casta?os ahora quemados y cuya producci¨®n se a?ora en esta familia que lleva varias generaciones en el tajo y que gestiona los cinco puestos de Valladolid.
El vallisoletano agradece que la llegada oto?al, aunque en 2022 haya tardado en aparecer el fr¨ªo de verdad, despierta el instinto casta?ero: ¡°Es curioso que aunque haga calor, de vender casta?as en camiseta en octubre, siempre se compra. Con m¨¢s fr¨ªo se vende m¨¢s, pero no hay mucha diferencia por ser producto estacional¡±. ?l coincide con tantos paseantes, acostumbrados a una gelidez perdida en la ciudad: ¡°Ahora casi no hace fr¨ªo en Valladolid, la gente antes se met¨ªa las casta?as en el bolsillo para calentarse¡±. La cabeza de los casta?eros tambi¨¦n echa humo al intentar no elevar precios pese a que el carb¨®n vegetal de encina que emplean ha pasado de 20 euros el saco de 15 kilos a rondar los 30, un incremento que no llevan al cucurucho porque hace dos a?os subieron algo el importe y no quieren perder esos consumidores de un producto ¡°que no es de primera necesidad¡±.
Fiestas
El diagn¨®stico lo comparte Felipe P¨¦rez, de la asociaci¨®n de casta?eros de Salamanca. Las fiestas de la casta?a en colegios y centros comerciales se complementan con los puestos en la v¨ªa p¨²blica para salvar un a?o ¡°raro y dif¨ªcil¡± marcado por una ca¨ªda del 50% en la cosecha. ¡°Agricultores que cog¨ªan 3.000 kilos en sus fincas ahora tienen solo 800¡å, indica el salmantino, que vende la decena a dos euros para ahorrar un poquito de donde puede. ¡°La gente espera la temporada y lo consume mucho, siempre hay una moneda para un cucurucho y un paseo¡±, valora P¨¦rez, que habla de una ¡°subida criminal¡± en el carb¨®n o m¨¢s a¨²n entre quienes asan con butano o luz e incluso en el papel de los envoltorios. ¡°Hace 50 a?os se cog¨ªa en la provincia un mill¨®n de kilos de casta?a; ahora ni 400.000¡å, asegura el charro, lo cual se acaba notando en los puestos.
El gremio enfrenta la contradicci¨®n de que las precipitaciones sean a la vez aliadas, para que engorden las casta?as, y enemigas, pues reducen los paseantes y potenciales compradores. As¨ª lo expresa Jorge Juli¨¢n, acompa?ado por un transistor cantar¨ªn entre cientos de cucuruchos hechos a mano con papeles o incluso revistas. ¡°Antes com¨ªa muchas casta?as, pero ahora me dan c¨®licos¡±, sostiene el hombre, ducho al abrir con una navajita una raja en el fruto que degustan sus adeptos desde hace muchos a?os en esa isla calor¨ªfica entre el viento oto?al. El pacto generacional en torno a la casta?a se aprecia con una ni?a sac¨¢ndole calderilla de la cartera a su abuela para compartir con ella una docena, un trasvase de tradiciones que los casta?eros celebran para perpetuar el negocio.
La matriarca Luisa lo comenta junto a su sobrina Isabel. ¡°Tomad, coged unas pocas, que os est¨¢is quedando helados¡±, ofrece al fot¨®grafo y al periodista que la escuchan despachar y bromear desde su trono. Petri Mart¨ªnez y Mari Carmen Gonz¨¢lez se acercan a por unas casta?as para calentarse las manos minutos antes de que tres generaciones se citen ante esa mujer con mandil, monedas tintineantes en los bolsillos y manos veteranas que menean el g¨¦nero de cinco de la tarde a nueve y media de la noche entre octubre y febrero. La abuela Tere viene con su hija Antonia Rodr¨ªguez y su nieta Julia, que a sus seis a?os escucha con gula el rascar de la esp¨¢tula sobre el aluminio del brasero, que mezcla el humo gris con el naranja de las ascuas. ¡°He crecido con Luisa, llevo 30 a?os viniendo¡±, sonr¨ªe Rodr¨ªguez, que hered¨® el h¨¢bito de su madre y lo ha propagado a su hija, que no sabe elegir del todo si ama las casta?as ¡°porque est¨¢n muy ricas¡± o ¡°porque dan calorcito¡±. Menudo dilema.
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