Johannesburgo no es ciudad para peatones
Reci¨¦n llegada a Johannesburgo me cre¨ª peat¨®n. A¨²n debe de estar temblando la amiga a la que le anunci¨¦ que ir¨ªa andando al jard¨ªn bot¨¢nico del que me estaba cantando las virtudes. ¡°Total, en media hora me planto¡±, le dije para intranquilidad suya. ¡°Est¨¢s loca, nunca andes por la ciudad y menos si vas sola¡±, me respondi¨® seria. Le falt¨® a?adir ¡°porque eres blanca¡±.
Con el tiempo he aprendido que en parte tienen raz¨®n. Johannesburgo no es ciudad para caminantes. Dejando a un lado si es segura o no, se asemeja bastante a la estructura urbana de Estados Unidos: centro relativamente peque?o y centenares de urbanizaciones alrededor con distancias que se miden por tiempo en coche. Los que han ido pariendo el dise?o urbano se olvidaron o, peor, desprecian al peat¨®n y aunque la capital puede presumir de unas avenidas largas, rectas y anchas no ha lugar para que se cuelgue la medalla de amiga de los que por necesidad u ocio quieren echarse a las calles a andar.
El problema es que la ciudadan¨ªa no tiene arraigado el concepto de espacios p¨²blicos. Sencillamente nadie piensa que la calle es suya. Da que pensar que tampoco las autoridades municipales, as¨ª que unos por otros, la acera sin barrer. D¨ªgase en el centro de Johannesburgo, conocido como el CBD o el town, o en las urbanizaciones del norte que acogen a las clases medias o altas. En este aspecto, Sud¨¢frica iguala a ricos y pobres, blancos y negros en el maltrato a sus calles y a sus peatones. Unos, los privilegiados, porque siempre salen de casa al volante del coche, y los otros, los desfavorecidos, porque no se creen con derechos y realmente les disgusta andar. Desde aqu¨ª pido perd¨®n por este retrato de l¨ªnea gruesa que generaliza demasiado.
Pero son esos barrios de casita y jard¨ªn los que m¨¢s llaman la atenci¨®n. Los hay que incluso est¨¢n protegidos por guardias de seguridad o barreras en la entrada, por lo que los vecinos no tendr¨ªan excusa para tomar las calles y aprovechar las buenas temperaturas diurnas que tiene Johannesburgo incluso en invierno. Pero no. No invitan a eso. Nadie podr¨ªa imaginar en otra gran capital que ¨¢reas del mismo nivel econ¨®mico tengan sus aceras tan dejadas. Un tranquilo paseo se convierte en ir evitando adoquines bailando, escombros de las obras particulares, la casita de madera del vigilante, un ¨¢rbol con un tronco imposible de abrazar o con un aut¨¦ntico jard¨ªn que el vecino de turno ha plantado delante de su casa para embellecer la entrada.
Cualquier acera es una pista de obst¨¢culos. Y hay que estar atentos a cada paso que se da para no tropezar en socavones, tapas de alcantarillas abiertas como trampas, papeleras o se?ales situadas estrat¨¦gicamente en el centro. Andar e ir, por ejemplo, tecleando el whatsapp puede perjudicar seriamente tus tobillos o rodillas. No es ninguna broma. Consejo para el peat¨®n despistado: ojo avizor. Y m¨¢s si empieza a oscurecer, porque otra cosa de la que carece la ciudad es de una buena iluminaci¨®n p¨²blica, por lo que a veces, la pantalla del m¨®vil es ¨²til para alumbrar. Lo escribe la voz de la experiencia.
As¨ª que en Johannesburgo no es f¨¢cil encontrase con ning¨²n carrito de cr¨ªo. Los ricos, otra vez, van a comprar a los incontables centros comerciales, y las negras prefieren llevar al reto?o atado a su espalda por gruesas mantas (tipo las viejas paduana, por decirlo entendedor) en invierno y una simple toalla cuando el calor aprieta. De la misma manera no hay carros de la compra y las negras vuelven a demostrar su diferencia portando muchas veces una bolsa de fruta, una caja de cart¨®n o lo que sea encima de su cabeza. Esto es equilibrio y no lo del Cirque du Soleil.
Hay quien dice que esta es una apreciaci¨®n euroc¨¦ntrica porque los sudafricanos ni me entienden ni comparten la preocupaci¨®n. As¨ª se explica que no haya encontrado a¨²n a ning¨²n local que quiera acompa?arme en mis visitas a pie por la ciudad y que todos los europeos que conozco a?oren caminar. Pero es que atreverse a cruzar una calle es casi una epopeya. Los conductores se paran donde les pilla la luz roja, aunque cierren el camino de los pocos pasos de cebra habilitados, y si uno se descuida, se queda en la mitad de la carretera porque el sem¨¢foro verde est¨¢ programado para un medallista ol¨ªmpico. El peat¨®n es poco menos que un fastidio o una molestia para el que est¨¢ al volante.
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