A lomos de la ola coreana
Tras conquistar Asia, la cultura de masas de Corea del Sur pretende colonizar el planeta. Viajamos a Se¨²l, a los lugares en los que se produce y se empaqueta la m¨²sica pop, la tecnolog¨ªa, el cine, la gastronom¨ªa o las series de televisi¨®n que sorprenden al mundo
Cuesta pensar con claridad en un concierto de k-pop en Se¨²l. Si uno logra concentrarse, pese al volumen de los graves, el enorme griter¨ªo de los adolescentes o los tubos de luz blandidos por el p¨²blico, lo distraer¨¢n sin remedio las llamaradas que escupe el escenario, los flequillos te?idos y el sincr¨®nico aquelarre de las boy-bands o los destellos de las falditas con flecos plateados que visten las cuatro chicas de Sistar, superestrellas de la variante coreana de la m¨²sica para las masas que fueron llamadas a cerrar un viernes del pasado junio, noche de tormenta en el estadio ol¨ªmpico, una velada bautizada como Potencial infinito. Pas¨® el colosal espect¨¢culo, arreciaron los rayos y los truenos, volvi¨® el raciocinio¡ y surgi¨® la duda: ?no ser¨¢ la hipnosis el arma secreta de la silenciosa invasi¨®n global emprendida en la ¨²ltima d¨¦cada por la m¨²sica, la moda, la televisi¨®n, la gastronom¨ªa o el cine coreanos?
Quiz¨¢ tenga sentido. Despu¨¦s de todo, al principio estuvieron las telenovelas, esos ejercicios de mentalismo narrativo. Dramas lacrim¨®genos como Sonata de invierno o variaciones sobre el tema del amor tr¨¢gico con ambientaci¨®n imperial (Una joya en el palacio) se extendieron entre finales del siglo pasado y principios de este como un nuevo credo televisivo por Asia y Oriente Pr¨®ximo, donde su ¨¦xito increment¨® las exportaciones coreanas a la zona un 7.000%, seg¨²n c¨¢lculos oficiales. La prensa china bautiz¨® como hallyu esta variante local del poder blando, teor¨ªa con la que el profesor de Harvard Joseph Nye dio nombre en los noventa a la clase de colonizaci¨®n que no precisa de ej¨¦rcitos ni de embargos econ¨®micos. Hasta entonces, la palabra designaba la corriente de viento fr¨ªo llegada desde la pen¨ªnsula coreana, as¨ª que hallyu pareci¨® un buen t¨¦rmino para referirse a la ola cultural (Korean wave) que ha colocado a sus mejores surfistas en la cresta del gusto global. La canci¨®n con m¨¢s visitas de la historia de YouTube es Gangnam style, de una suerte de rapero llamado PSY (1.750 millones, y contando). Bandas de k-pop (la k responde, obviamente, a Korea) como Girls¡¯ Generation, Infinite o Big Bang llenan estadios en todo el mundo, dado que Asia se les qued¨® peque?a. Y Hollywood re??ci??be con los brazos abiertos a cineastas como Park Chan-wook para dejarles contar la clase de particulares historias que fueron taquillazos en los multicines de Se¨²l o de Busan.
?C¨®mo el estilo de vida de un pa¨ªs, con una poblaci¨®n algo superior a la de Espa?a y un tama?o ligeramente mayor que Andaluc¨ªa, ha logrado conquistar Asia y anda camino de hacer lo propio con el mundo? Tal vez sea la manera en que la nueva y econ¨®micamente poderosa Corea, encajonada entre dos superpotencias, Jap¨®n y China, invadida en unas 80 ocasiones a lo largo de su historia, se revuelva contra su inveterado papel de v¨ªctima. El sesudo estudio Hallyu, influence of Korean popular culture in Asia and beyond, publicado por la Universidad Nacional de Se¨²l, va m¨¢s all¨¢ al asociar cierto elemento nacionalista al fen¨®meno; si el manga, la animaci¨®n, los videojuegos y otros agentes de contagio japoneses se pudieron interpretar en los ochenta como ¡°carentes de raza o de Estado¡±, el caso de las series y algunas pel¨ªculas coreanas es distinto. Portan algo parecido al orgullo patrio en su interior costumbrista.
En su primer discurso,
la nueva presidenta vaticin¨®
que solo a trav¨¦s de la cultura Corea alcanzar¨¢ ¡°mayor felicidad¡±
M¨¢s matizado y en consonancia con la l¨ªnea de pensamiento oficial de la nueva presidenta Park Geun-hye, que aprovech¨® su discurso inaugural en febrero para vaticinar que solo a trav¨¦s de la cultura la naci¨®n alcanzar¨¢ ¡°mayor felicidad¡±, resulta el an¨¢lisis de Chung In-kyuu, cargo medio del Ministerio de Cultura, Deporte y Turismo, organismo anfitri¨®n de este viaje como parte de un programa para dar a conocer las particularidades del pa¨ªs a la prensa inter??nacional. ¡°Recibimos mucha ayuda extran??je??ra tras la II Guerra Mundial y durante y despu¨¦s de la que libramos con el Norte [3.100 millones de d¨®lares solo de EE UU]. Nos corresponde ahora devolverla¡±, explicaba recientemente Chung en el receso de una de esas asombrosas comidas coreanas con decenas de platos y un buen pu?ado de variantes de kimchi, especie de col china que es base de la gastronom¨ªa local.
Muy cerca del restaurante discurre por el centro de Se¨²l el arroyo Cheonggyecheon. Con su forma ondulada, es, con permiso del r¨ªo Han, el s¨ªmbolo acu¨¢tico del milagro coreano, as¨ª como una irresistible met¨¢fora del hallyu: la vieja y humeante carretera fue reconvertida, tras una discutida inversi¨®n de 287 millones de euros, en el pulm¨®n verde de una urbe intoxicada, de un modo similar al que la achacosa cultura pop local se convirti¨® en global.
En un edificio del barrio de Seocho trabaja el joven Park Sung-hyun en estudiar los porqu¨¦s de todo esto, y con vistas a la fascinante aunque disparatada amalgama arquitect¨®nica de la ciudad. Como parte de la Fundaci¨®n para el Intercambio Cultural Internacional de Corea, elabora informes semanales acerca de la penetraci¨®n del hallyu en otros pa¨ªses, encarga estudios econ¨®micos sobre c¨®mo conciliar la protecci¨®n de la propiedad intelectual con las estrategias virales de Internet y trata de explicarse la historia de mayor ¨¦xito, el milagro obrado por los chicos del pop. De igual manera que los atletas espa?oles ganan las medallas en taekwondo, deporte nacional, las bandas de k-pop han conseguido tomar prestada de Occidente una m¨²sica ajena, convertirla en propia (pese a que los estribillos no hacen ascos al ingl¨¦s, el grueso de las letras es en coreano) y venderla de vuelta con su aire de estudiado producto y sexualidad de baja intensidad (en ellas) o inocencia afeminada (en ellos). Si se est¨¢ preguntando si se le ha perdido algo en este g¨¦nero, la respuesta es sencilla: no, si su est¨®mago mel¨®mano valora atributos como maduro, complejo o serio.
¡°Cuando se comprob¨® que las ventas de discos se desplomaron hace una d¨¦cada, el Gobierno apost¨® por un servicio de streaming para cortar en seco la pirater¨ªa¡±, explica Park, que recuerda que Corea del Sur es uno de los pa¨ªses m¨¢s conectados del mundo: la penetraci¨®n de Internet es la m¨¢s alta entre los miembros de la OCDE, y entre sus habitantes suman 45,6 millones de tel¨¦fonos inteligentes, toda una religi¨®n, con dos dioses principalmente: LG y Samsung, l¨ªder mundial, que surte de m¨®viles al 27% de los habitantes del planeta.
Al principio de todo estuvo el enorme ¨¦xito de las telenovelas en los pa¨ªses vecinos y en Oriente Pr¨®ximo
Fijar el foco en los conciertos y volcarse en las redes sociales ha funcionado como receta para sortear la debacle del negocio musical. Herramientas como YouTube o Facebook han servido adem¨¢s a esta m¨²sica para aterrizar por debajo del radar en pa¨ªses como Francia o Brasil. ¡°Hasta la llegada de las redes sociales, esos intentos de exportaci¨®n hab¨ªan fracasado¡±, admite Park. En ese sentido, se suelen tener por momentos estelares del hallyu los flash??mobs (concentraciones instant¨¢neas de desconocidos convocados por la Red con fines entre l¨²dicos y reivindicativos) vividos en Par¨ªs en mayo de 2011, cuando centenares de personas reclamaron ante el Louvre la celebraci¨®n de un segundo concierto de la gira de k-pop SMTown Live, cuando las entradas del primero se agotaron.
M¨¢s all¨¢ de la labor de los funcionarios, de los fans y de los nuevos medios de comunicaci¨®n est¨¢ el trabajo duro de la industria musical, requisito aparentemente indispensable para tener ¨¦xito en un pa¨ªs que ha logrado con una versi¨®n propia del capitalismo pasar de la miseria en la que qued¨® tras la guerra con los vecinos del Norte, de cuyo armisticio se cumplieron en julio 60 a?os, al puesto n¨²mero 15? de las econom¨ªas mundiales, seg¨²n el Fondo Monetario Internacional. Y por industria no se entiende aqu¨ª el esquema que ha dominado el negocio desde, pongamos, los tiempos de Sam Phillips en Sun Records all¨¢ en Memphis. La labor creativa y sus individualidades quedan sacrificadas en favor de un conjunto espectacular. Y pese a que los artistas son verdaderos ¨ªdolos de masas (idols), lo importante parece ser qui¨¦n y c¨®mo maneje los hilos.
Hay miles de estos marionetistas en Corea del Sur. Se conocen como agencias de entretenimiento, y la mayor parte, tambi¨¦n la Sant¨ªsima Trinidad que forman las todopoderosas YG, SMTown y JYP Entertainment, que facturaron 244 millones de euros en 2012, se encuentra en el bohemio y lujoso barrio de Gangnam-gu, al sur de Se¨²l. En la junta de distrito de esta meca del turismo asociado a la cirug¨ªa est¨¦tica le dan vueltas este verano a la conveniencia de crear un paseo de la fama del k-pop al estilo de Hollywood, seg¨²n explica Kim Kwang-soo, director ejecutivo de promoci¨®n del barrio. Hasta que llegue ese d¨ªa, los mapas de la zona indican d¨®nde encontrar las sedes y prometen ¡°?encuentros con famosos miembros de la ola coreana!¡±.
Acaso por esas indiscreciones topogr¨¢ficas, cualquier inocente movimiento de un actor o del integrante de una banda, que no suelen superar los veintipocos, puede ser el origen de un atasco a¨²n mayor del habitual en esta megal¨®polis de casi 11 millones de habitantes. Los fans m¨¢s aplicados se dividen en dos: saeseng y gongsunee. Los primeros se dedican a perseguir en taxi e invadir la vida de sus ¨ªdolos con maniaca perseverancia y llegan a extremos como colocar aparatos de GPS en sus coches o echar pegamento en la bebida del miembro de una banda art¨ªsticamente rival de la de sus desvelos. Los segundos forman parte de los clubes oficiales y se muestran m¨¢s respetuosos con la intimidad de los m¨²sicos.
Los chicos del 'k-pop' entrenan en joradas de hasta 12 horas, como parte de un proceso que puede durar a?os
No son estos los ¨²nicos peajes que deben pagar los idols, que normalmente comparten piso con sus compa?eros de trabajo para que las agencias los puedan monitorizar: las relaciones amorosas deben mantenerse en secreto, si no quieren perder seguidores. Y cuando una chica anuncia su matrimonio (todav¨ªa una prioridad para la mayor¨ªa de las j¨®venes en Corea), acostumbra a certificar acto seguido la renuncia a su carrera, dejando al resto de la banda desorientada como un pollo descabezado.
Las agencias en las que se adiestra a estos muchachos parecen fortalezas inexpugnables de cristal y acero. En un callej¨®n de Gangnam se oculta la sede de JYP Entertainment, empresa fundada en 1997 por el excantante de baladas Park Jin-young. Tiene sucursales en EE UU y en China, y p¨¢gina propia en la Wikipedia en espa?ol. Con una n¨®mina de artistas que incluye a 2PM y Wonder Girls divide los diferentes estadios de la manufactura de un ¨ªdolo pop por pisos: si el sexto est¨¢ dedicado¡°a los castings y al entrenamiento personal¡±, la primera planta gestiona los asuntos relativos ¡°a la m¨²sica, la producci¨®n y el estilo¡±, y la cuarta¡ no existe: el n¨²mero cuatro es fuente aqu¨ª de mal fario porque suena parecido a la palabra china que designa la muerte.
Los chicos son reclutados en castings efectuados a cientos de miles de aspirantes anuales. Una vez dentro, los ejecutivos los mezclan y moldean a su gusto en jornadas de trabajo ¡°de hasta 12 horas, que forman parte de un proceso que dura al menos unos dos o tres a?os¡±, seg¨²n explica Julie Kim Jackson, periodista coreana estadounidense encargada del hallyu en el diario econ¨®mico Korea Herald. Cuando est¨¢n listos para su ¡°debut oficial¡± ¨Cseg¨²n la jerga¨C, las agencias los lanzan con toda su bater¨ªa medi¨¢tica. Ah¨ª empieza un proceso que consiste en trepar por el escalaf¨®n. No todos llegan arriba, pero son muchos los que, como My Name, al menos lo intentan.
La prensa de Se¨²l informa de los avances en la colonizaci¨®n del gusto global, como el ¨¦xito de un concierto de 'k-pop' en R¨ªo de Janeiro
Formada por cinco chicos que parecen cifrar en el modo de vestir su b¨²squeda de un lugar en el mundo, la banda puede situarse en la mitad de la tabla del k-pop. Debutaron en 2011 y han ganado un concurso de talento. As¨ª que all¨ª estaban un caluroso domingo de principios del verano bajo la estatua del emperador Sejong, cerca del Ayuntamiento de Se¨²l, posando con atuendos tan impropios como una cazadora de cuero r¨ªgido de color blanco.?
Las vocaciones tambi¨¦n surgen en el extranjero. Desde hace dos a?os, el Minis??terio de Cultura organiza un Festival inter??nacional de k-pop con el fin de elegir al mejor grupo del mundo. En Espa?a, el concurso lo organiza el Centro Cultural Coreano, una especie de Instituto Cervantes abierto en Madrid en 2011 y en cuyas dependencias de la Castellana se organizan exposiciones, clases de hangul, prodigioso alfabeto introducido en el siglo XV, ciclos de cine y cursos de gastronom¨ªa. La semifinal espa?ola se celebr¨® a finales de julio en el Palacio de Congresos de la Casa de Campo. Entonces, entre los 88 grupos presentados result¨® elegida una solista: Silvana. Si supera la siguiente fase, viajar¨¢ a la final en Changwon, al sur de un pa¨ªs.
Jang Jin-sang, director del centro cultural madrile?o, escudri?a la caprichosa penetraci¨®n de la cultura coreana en Espa?a, donde se multiplican los blogs de entusiastas eruditos del asunto y la gastronom¨ªa busca su hueco en la jungla de la hosteler¨ªa asi¨¢tica con el impulso de haber sido el pa¨ªs invitado en 2012 en la feria culinaria de vanguardia Madrid Fusi¨®n. La fiebre tambi¨¦n se ha extendido por Latinoam¨¦rica, donde, explica Jang, las telenovelas tuvieron mejor fortuna que a este lado del Atl¨¢ntico; los programadores de las cadenas consideran que su ritmo, algo pausado, no casa con la ansiedad del televidente espa?ol. Baste como prueba de la conexi¨®n latinoamericana el hecho de que en Colombia, Caracol Televisi¨®n emita un reality llamado Kpop by LG, marca que financia desde abril una emisora online consagrada al g¨¦nero.
Es rec¨ªproco el aprovechamiento entre las huestes del hallyu y los chaebol, nombre que se da a los c¨¦lebres conglomerados empresariales del pa¨ªs. Crecidos al calor del milagro econ¨®mico obrado bajo la dictadura de Park Chung-hee, padre de la actual presidenta, madurados en los ochenta a golpe de dumping, encallecidos por la crisis del 97, cuando Corea del Sur se declar¨® en bancarrota, se erigen hoy en multinacionales con influencia en la vida de miles de millones de personas de todo el mundo, que conducen Hyundai o KIA (Corea es el quinto fabricante de autom¨®viles del mundo), comen productos Lotte, ven televisores LG o hablan por tel¨¦fonos Samsung, m¨¢s que una marca, un estilo de vida entre la juventud coreana, que f¨ªa todas sus decisiones a los resultados obtenidos en las pantallas cada vez m¨¢s grandes de sus tel¨¦fonos m¨®viles de un buscador llamado Naver, alternativa local en tonos verdes y aspecto simple al omnipresente Google.
El coraz¨®n del gigante Samsung late en un edificio de formas metaf¨®ricamente onduladas del barrio de Gangnam, laboratorio a escala del estilo de vida r¨¢pido, consumista y atento al dise?o que exporta Se¨²l (no en vano, y gracias a los esfuerzos de sus compa?¨ªas tecnol¨®gicas, la ciudad fue elegida capital mundial del dise?o en 2010). Las azafatas conducen a los visitantes de sobresalto en sobresalto por un mundo paralelo llamado Samsung D¡¯light (deleite, en espa?ol), donde quedan formuladas todas las promesas de una vida mejor que ofrecen productos como frigor¨ªficos de puertas transparentes, parejas de m¨®viles que se convierten en altavoces est¨¦reo, tabletas con aplicaciones pensadas para el pujante sistema educativo nacional (n¨²mero uno del mundo, seg¨²n el informe PISA) y pantallas de plasma que de tan finas tienden a desaparecer. Los secretos industriales son cuesti¨®n de Estado en esta mole de cristal. Y por esta vez, la expresi¨®n es algo m¨¢s que un clich¨¦: los coreanos bromean con que el presidente de la corporaci¨®n es m¨¢s poderoso que el del pa¨ªs (aqu¨ª tambi¨¦n tienen su propia y larga tradici¨®n de corrupci¨®n pol¨ªtica) y el resultado de los combates de la guerra entre Samsung y Apple por las patentes de los m¨®viles se vive con pasi¨®n deportiva.
Los tent¨¢culos de los negocios tecnol¨®gicos son largos. El concierto del viernes noche en el estadio ol¨ªmpico no era sino una excusa para patrocinar un programa de fidelizaci¨®n telef¨®nica, cuya campa?a de publicidad protagonizan dos idols musicales, sospechosos habituales de las secciones que los peri¨®dicos dedican al hallyu. En ellas se informa de cualquier avance coreano en la colonizaci¨®n del gusto global, como el ¨¦xito de un concierto de k-pop en R¨ªo de Janeiro, el estreno en Londres de Stoker, debut hollywoodiense, de la mano de Nicole Kidman, de Park Chan-wook, o el anuncio de que tal o cual filme ha superado los 12 millones de entradas en el pa¨ªs, selecto club al que pertenecen las cinco cintas m¨¢s taquilleras de su historia.
Choi Dong-hoon, director de El gran golpe, la segunda de la lista por detr¨¢s de The host, explica que ¡°la fuerza del cine coreano nace de los propios espectadores¡±, una forma un tanto po¨¦tica de expresar que este mercado, que produjo 158 pel¨ªculas en 2012, es un raro lugar donde Hollywood no puede con todo. ¡°En nuestra cinematograf¨ªa, las emociones son lo importante. El humor y la tristeza se mezclan sin problemas, y preferimos un buen drama conflictivo a una historia tranquila¡±. Pese a que su ¨²ltimo trabajo no encaja en los clich¨¦s manejados en Occidente sobre cine asi¨¢tico y se ve como una digna pel¨ªcula comercial de atracos, Choi considera que ¡°los ¨¦xitos coreanos dados a conocer ampliamente en el extranjero se sit¨²an fuera de lo convencional¡±.
Cualquier espectador espa?ol de esta cinematograf¨ªa (con el limitado conocimiento que da el acceso ofrecido por los distribuidores) podr¨ªa darle la raz¨®n: hay algo que une los dramas contemplativos del maestro Kim Ki-duk con las m¨®rbidas historias de terror o con las pel¨ªculas de acci¨®n sobre el conflicto con el Norte como Shiri (1998), la primera cinta del Sur en vender m¨¢s de dos millones de entradas. ?Qu¨¦ esperan encontrar, entonces, los directores coreanos tras los cantos de sirena de Hollywood? ¡°Primero, la posibilidad de trabajar con mejores actores. Y luego, un sistema de producci¨®n mucho m¨¢s desarrollado¡±, explica el cineasta Min Kyu-dong en su productora Sense of Originality, situada en una tranquila plazuela del barrio chic de Shinsadong.
Alumno de la Korean Academy of Film Arts, de donde salieron la mayor¨ªa de los nombres importantes de la nueva generaci¨®n, Min cuenta con una trayectoria de manual: se reparti¨® entre la comedia y el terror (Horror stories, aclamada en Sitges), hasta dar con la f¨®rmula con All about my wife, adaptaci¨®n de un guion argentino que fue un taquillazo en Corea del Sur. La clase de ¨¦xito de consumo interno que a¨²n lo tiene dif¨ªcil para llegar al otro lado del mundo. Aunque las cosas est¨¢n cambiando, el cine coreano que tradicionalmente ha entrado en Espa?a lo ha hecho con escala en festivales como el de Cannes (que otorg¨® en 2004 el Gran Premio del Jurado a Old boy, de Park Chan-wook) o el de Venecia (el ¨²ltimo Le¨®n de Oro fue para Piedad, de Kim Ki-duk ).
Pese a que en los convencionales circuitos culturales espa?oles la visibilidad del cine es quiz¨¢ mayor que la del k-pop, los estudiosos coreanos del hallyu lo consideran el batall¨®n d¨¦bil del ej¨¦rcito, por m¨¢s que los turistas japoneses y chinos peregrinen a lugares como los estudios Namyangju, un complejo venido a menos situado a una hora de Se¨²l. Ha servido de escenario en algunas pel¨ªculas emblem¨¢ticas y cuenta con una r¨¦plica de Panmunjon, el m¨ªtico puesto fronterizo con el Norte (el real atrae anualmente a 180.000 turistas deseosos de sentir un poco de aquella vieja tensi¨®n de la guerra fr¨ªa), as¨ª como con un modesto museo del cine que nos recuerda que hab¨ªa signos de vida en las pantallas coreanas antes de los noventa.
De regreso de una visita a las desvencijadas instalaciones, uno se hace la ilusi¨®n de haber dado con la clave de la actual Corea en el Museo Nacional de Arte Moderno y Contempor¨¢neo. La epifan¨ªa tiene lugar ante la instalaci¨®n tot¨¦mica The more, the better (Cuanto m¨¢s, mejor), formada por 1.003 televisores de tubo en un bucle de efectos psicod¨¦licos. Sirvi¨® a la gloria nacional surcoreana Nam June Paik, uno de los artistas m¨¢s influyentes de la segunda mitad del siglo XX, para expresar su ¡°sincera esperanza en el progreso del pa¨ªs¡±. Regal¨® la pieza a sus compatriotas (y estos le correspondieron con un museo en Gyeonggi) con motivo de la celebraci¨®n de los Juegos Ol¨ªmpicos de Se¨²l de 1988, de la que en octubre se cumplir¨¢n 25 a?os.
Aquel acontecimiento lleg¨® cargado de simbolismo: marc¨® tanto el despegar definitivo del capitalismo aplicado del Sur como el punto de no retorno de la utop¨ªa del Norte, que se qued¨® solo en su boicoteo a la cita y se vio arrojado a la inopia del comunismo totalitario tras la ca¨ªda, un a?o despu¨¦s, del muro de Berl¨ªn. Raras veces el arte contempor¨¢neo, tendente al ensimismamiento conceptual, exhibi¨® dotes tan prof¨¦ticas. La nerviosa lucha por la atenci¨®n del espectador de las centelleantes pantallas de la obra recuerda tanto a los esfuerzos del hallyu como a la librada cada d¨ªa ah¨ª fuera, en la megal¨®polis de Se¨²l, que se extiende hacia el norte como una mancha de ne¨®n y aceite
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