Los mel¨®manos
Escuchar m¨²sica hoy se ha vuelto una experiencia estrictamente individual
La m¨²sica ha perdido su naturaleza colectiva. En el siglo pasado, antes del mp3, la gente se reun¨ªa a o¨ªr discos, se sentaban frente a los bafles, como lo hac¨ªan los primeros hombres alrededor del fuego, y luego sosten¨ªan una conversaci¨®n sobre la obra que acababan de escuchar. Escuchar m¨²sica hoy se ha vuelto una experiencia estrictamente individual; la calle, el metro y los autobuses se nos han llenado de caras enchufadas a unos cascos que van variando el gesto seg¨²n el color de la canci¨®n. As¨ª, gracias al gesto, y al brillo u opacidad de los ojos, podemos distinguir, en el universo m¨ªnimo de un autob¨²s, qui¨¦n va oyendo a Adele y qui¨¦n a Metallica.
El gesto es el espejo de la canci¨®n que reproduce el mp3. A la individualizaci¨®n de la m¨²sica hay que sumar su atomizaci¨®n. Antes del mp3 se sentaba uno a o¨ªr un disco completo, la obra entera de un artista que hoy puede comprarse a pedazos, lo cual nos ahorra las piezas de relleno, y tambi¨¦n tiempo y dinero, pero nos escatima la visi¨®n panor¨¢mica del artista, sus aciertos y sus ridiculeces, todo ese sistema de contrapesos que son, al final, las obras de arte. Esa multitud que va por la calle enchufada a su mp3 escucha su canci¨®n predilecta, pero tambi¨¦n se pierde los ¡®inputs¡¯ que nos ofrece la intemperie, pasa de largo frente al estimulante runr¨²n de nuestra especie. ?Y toda esa gente o¨ªa tanta m¨²sica antes del mp3? ?Nos estamos convirtiendo en una sociedad de mel¨®manos? A veces tengo la tentaci¨®n de pensar que el aparato, esa hermosa maravilla tecnol¨®gica a la que van todos enchufados, importa m¨¢s que la m¨²sica que reproduce.
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