Bhopal, una noche que dura ya 30 a?os
Los muertos fueron 25.000. Los afectados, innumerables... Tres decadas despu¨¦s, las nuevas generaciones siguen sufriendo las consecuencias del desastre qu¨ªmico
Sweetie no tiene m¨¢s de cinco a?os pero es la l¨ªder del grupo. Vital y alegre, sonr¨ªe, juega y se divierte. Esta ma?ana toca baile y la clase se sienta en c¨ªrculo esperando el turno para moverse. Sweetie es una de las primeras y, cuando empieza la m¨²sica, intuye el ritmo e improvisa una danza. Sweetie es sorda... porque ha nacido en un barrio de Bhopal.
En esta ciudad de la India, la noche del 2 al 3 de diciembre de 1984, tuvo lugar la cat¨¢strofe industrial m¨¢s grande de la historia. En la planta de la empresa norteamericana Union Carbide un escape de gas t¨®xico provoc¨® una nube letal que en pocas horas mat¨® miles de personas que viv¨ªan en los alrededores. Y los que no murieron por la inhalaci¨®n del gas sufrieron lesiones permanentes: ceguera, dificultades respiratorias, par¨¢lisis, trastornos neurol¨®gicos, alteraciones hormonales... Se calcula que el n¨²mero de v¨ªctimas mortales de la tragedia, en aquellas primeras horas y en los a?os posteriores, es de m¨¢s de 25.000. Union Carbide s¨®lo estim¨® 3.800.
Durante aquella noche la gente ca¨ªa ahogada, con hemorragias internas o convulsiones. Y los pocos que consiguieron llegar a un hospital no tuvieron mucha m¨¢s suerte: los m¨¦dicos no sab¨ªan como tratar a los afectados porque la empresa nunca hab¨ªa comunicado que productos se almacenaban realmente en la f¨¢brica. Todav¨ªa hoy, 30 a?os despu¨¦s de la tragedia, estos datos son una inc¨®gnita ya que, absurdamente, se consideran "secreto de empresa".
El gas estaba formado en su mayor¨ªa por MIC, abreviatura de isocianato de metilo, un compuesto qu¨ªmico extremadamente t¨®xico. La compa?¨ªa lo usaba para producir pesticidas pero la demanda nunca hab¨ªa cumplido las expectativas y por lo tanto los dep¨®sitos almacenaban muchas m¨¢s toneladas de las permitidas. Union Carbide hab¨ªa reducido el presupuesto destinado al mantenimiento de la planta, descuidando en consecuencia las medidas de seguridad. Tanto que al momento del accidente no funcionaba ninguno de los seis sistemas de control creados para evitar un escape de gas a la atm¨®sfera. Ni uno.
La se?ora Chanda Vi est¨¢ sentada en el suelo del porche de su casa. Vestida con un sari ligero, escucha trabajar a su familia. Sus ojos est¨¢n velados debido al gas. Tiene suerte ya que los parientes la cuidan. Ha perdido la vista, los dientes y tambi¨¦n la movilidad en una mano... pero est¨¢ viva.
El n¨²mero de v¨ªctimas mortales
de la tragedia, en las primeras horas
y en los a?os posteriores,
es de m¨¢s de 25.000
Los horrores de aquella noche son dif¨ªciles de describir. Muchos supervivientes explican historias de p¨¢nico, desesperaci¨®n y muerte donde todo el mundo corr¨ªa para escapar de aquello que no se pod¨ªa ver ni tocar, que no ten¨ªa nombre, origen o forma. El aire quemaba la piel, los ojos, los pulmones... La nube se dirigi¨® hacia el sur de la f¨¢brica, afectando a una de las zonas m¨¢s pobres de la ciudad, llena de barracas y por lo tanto con mucha densidad de poblaci¨®n.
Cuando sali¨® el sol el espect¨¢culo era desolador: cuerpos amontonados uno encima de otro, familias enteras sin vida, casas llenas de cad¨¢veres y gente sufriendo todav¨ªa los efectos de la nube t¨®xica. Bhopal se despert¨® dentro de una pesadilla y la India tuvo que afrontar la realidad.
Mientras los m¨¦dicos luchaban impotentes para salvar o recuperar el m¨¢ximo de vidas posibles, en los despachos y oficinas empezaba otra guerra: encontrar el culpable. Union Carbide intent¨® defenderse con una improbable excusa de sabotaje pero las investigaciones pronto revelaron que hab¨ªa sido la dejadez de la misma compa?¨ªa la que hab¨ªa desencadenado el incidente.
Se solicit¨® entonces a su m¨¢ximo responsable, Warren Anderson, presentarse ante una corte india. Cuando el dirigente lleg¨® al pa¨ªs fue confinado en un hotel en espera de juicio pero, con el benepl¨¢cito de las autoridades, se le permiti¨® coger de nuevo un avi¨®n y desaparecer del mapa. Muri¨® recientemente despu¨¦s de una vida de lujo en los Estados Unidos, protegido por su patria y convenientemente olvidado por los gobiernos de la India, no obstante las irrefutables pruebas criminales en contra de Union Carbide. Pruebas tan evidentes que, en 1989, la empresa acept¨® indemnizar a las v¨ªctimas con 470 millones de d¨®lares a condici¨®n de que las leyes del subcontinente se olvidaran del asunto. Esa cifra result¨® insignificante porque el Estado asi¨¢tico se qued¨® una parte del pago y con el resto apenas se han podido cubrir los gastos m¨¦dicos de una peque?a parte de los enfermos.
"Queremos justicia"
Las v¨ªctimas del mayor desastre industrial de la historia recordaron este mi¨¦rcoles en Bhopal, en el treinta aniversario de la tragedia, que las secuelas del escape de gas siguen dejando miles de afectados tres d¨¦cadas despu¨¦s y que a¨²n esperan justicia. ¡°Queremos justicia¡±, clamaban con pancartas en ingl¨¦s y en hindi las miles de personas que han asistido hoy a la concentraci¨®n convocada por las asociaciones de v¨ªctimas. Para luchar contra el olvido, se ha inaugurado, junto a la f¨¢brica abandonada, un museo con los testimonios de los supervivientes.
La activista Rachna Dhingra ha explicado a Efe que las cinco asociaciones de v¨ªctimas han publicado una lista de reivindicaciones dirigida al primer ministro indio, Narendra Modi, que incluyen que Union Carbide aumente las indemnizaciones y limpie las 350 toneladas de residuos que quedan en la f¨¢brica tres d¨¦cadas despu¨¦s. El Gobierno indio anunci¨® hace dos semanas que revisar¨¢ el incremento de las indemnizaciones a los afectados y har¨¢ un nuevo recuento de las v¨ªctimas. Las autoridades indias exigen a Dow Chemical, propietaria en la actualidad de Union Carbide, otros 1.200 millones de d¨®lares, mientras que las v¨ªctimas piden 8.100 millones.
Union Carbide y el Gobierno del pa¨ªs asi¨¢tico, que asumi¨® la representaci¨®n de las v¨ªctimas, cerraron en 1989 un acuerdo extrajudicial por el que la empresa pag¨® 470 millones de d¨®lares. El 93% de las alrededor de 500.000 personas que recibieron compensaciones obtuvieron 25.000 rupias (327 euros al cambio actual).
La entrada a la f¨¢brica abandonada est¨¢ cubierta de vegetaci¨®n. Un militar duerme a la sombra de un ¨¢rbol. El guardi¨¢n controla el permiso, obligatorio para visitar el solar. Justo en este momento llega un taxi con tres turistas norteamericanos, sorprendidos de la burocracia local. Pero al cabo de pocos minutos acceden al recinto y uno de ellos, con la satisfacci¨®n que da la prepotencia, presume de que tambi¨¦n se puede entrar sin documento: 500 rupias, poco menos de 7 euros, es el precio del soborno. La historia se repite: quienes pisan siguen pensando que todo les est¨¢ permitido... y los d¨¦biles lo aceptan.
En la calle el se?or Partap Singh hace compa?¨ªa a su nieta. Su nombre significa tigre pero ahora ya no tiene la energ¨ªa de antes. Sus pupilas son opacas. El bast¨®n le ayuda a andar y su hija le ayuda en todo el resto. El mundo se habr¨ªa olvidado de ¨¦l y de lo qu¨¦ sucedi¨® en Bhopal si no fuese por algunos incondicionales...
Satinath Sarangi es alto, lleva un pa?uelo en la cabeza y se saca los zapatos antes de entrar a su despacho, una sala con dos mesas llenas de papel de donde intenta sobresalir un ordenador. Cuando explica algo coge una hoja y escribe o dibuja las palabras para que los hechos sean m¨¢s comprensibles. Todos lo conocen como Sathyu y, ademas de ser un ferviente defensor de la causa, es el coordinador de la cl¨ªnica Sambhavna, dedicada exclusivamente al tratamiento de personas tocadas por la tragedia de 1984 y por todas las otras que Union Carbide no ha querido nunca reconocer. Porque la historia no se limita a un solo d¨ªa.
En el lejano 1969 la compa?¨ªa norteamericana empez¨® a verter productos qu¨ªmicos directamente en el terreno. Posteriormente, hasta 1984, llen¨® un dep¨®sito en un solar situado a norte de la planta pero ya en 1982 este dep¨®sito empez¨® a tener p¨¦rdidas. Sustancias peligrosas se esparcieron por el subsuelo, llegando a los pozos y a las faldas acu¨ªferas y contaminando as¨ª la ¨²nica agua disponible para los barrios pobres de la zona. En 1989, cinco a?os despu¨¦s del desastre, Union Carbide realiz¨® un estudio sobre los niveles de toxicidad del terreno y el resultado fue tan nefasto que nunca lo publicaron. S¨®lo a trav¨¦s de escuchas sali¨® a la luz esta informaci¨®n.
Desde el 1999 al 2013 se han conducido muchos estudios independientes sobre el agua contaminada y los datos son aterradores: el nivel de mercurio ha llegado hasta 6 millones de veces por encima de lo que se esperaba; el nivel de tricloroetileno, un compuesto que afecta al desarrollo de los fetos, estaba m¨¢s de 50 veces por encima del l¨ªmite de seguridad; se han encontrado productos qu¨ªmicos ligados a la formaci¨®n de c¨¢ncer, da?os cerebrales y malformaciones infantiles; se ha detectado la presencia de MIC y de otras sustancias altamente t¨®xicas en la leche materna de las mujeres... Todo ello ha provocado que el c¨®digo gen¨¦tico de estas personas est¨¦ comprometido y por tanto lo est¨¢n tambi¨¦n los nuevos nacimientos. La ¨²nica soluci¨®n es evitar la descendencia, eliminar a toda una generaci¨®n.
Union Carbide no ha admitido nunca su responsabilidad en esta parte de la tragedia y contin¨²a negando la evidencia. La compa?¨ªa es ahora propiedad de la multinacional Dow Chemical, que adquiri¨® todos sus derechos y deberes, pero ellos tampoco se han dignado ni siquiera de limpiar la factor¨ªa, llena todav¨ªa de productos t¨®xicos que contin¨²an envenenando el terreno.
Gracias al esfuerzo de Sathyu y de personas como ¨¦l se ha conseguido que, desde agosto de 2014, en los barrios afectados por la contaminaci¨®n del subsuelo haya dep¨®sitos de agua potable... pero desgraciadamente el suministro no siempre est¨¢ garantizado y entonces los habitantes tienen que recorrer de nuevo a los pozos adulterados, cada vez m¨¢s numerosos porque las corrientes del subsuelo extienden inexorablemente las toxinas.
El nivel de mercurio ha llegado hasta 6 millones de veces por encima
de lo que se esperaba
Mientras el reconocido activista explica estos acontecimientos un occidental (no quiere revelar su nombre), contento, entra en la habitaci¨®n. Su historia es muy curiosa: antes era abogado de Union Carbide pero despu¨¦s de sufrir un transplante de coraz¨®n dej¨® la empresa incriminada y ahora es un profesor de antropolog¨ªa que apoya a las organizaciones humanitarias.
En Sambhavna trabajan m¨¢s de 60 personas, de las cuales aproximadamente la mitad son supervivientes de aquella fat¨ªdica noche. Los m¨¦todos que utilizan son innovadores, y no tan s¨®lo para la India: los tratamientos consisten en una mezcla de f¨¢rmacos y de medicinas naturales, muchas de ellas provenientes del huerto de la misma cl¨ªnica. Tambi¨¦n se usan hierbas para curar los trastornos m¨¢s comunes y un grupo de voluntarios recorre los barrios para ense?ar c¨®mo cultivar plantas beneficiosas para la salud. En Sambhavna se intenta curar pero sobretodo educar para prevenir.
La cl¨ªnica fue fundada en 1996 gracias a The Bhopal Medical Appeal, una organizaci¨®n inglesa sin ¨¢nimo de lucro que administra un fondo de donaciones. Tambi¨¦n ayudan a otra fundaci¨®n, el Chingari Rehabilitation Center, que se ocupa de las v¨ªctimas m¨¢s indefensas, los ni?os. Como Kartik, que est¨¢ condenado a una silla de ruedas pero sonr¨ªe. Puede mover la cabeza y los brazos. Habla con dificultad y escribe su nombre con esfuerzo. No puede jugar con sus compa?eros pero observa todo lo que sucede a su alrededor. Y sonr¨ªe.
Las se?oras Shukla y Bee, supervivientes de aquel 3 de diciembre, han hecho campa?a a favor de los afectados por la tragedia. Esta dedicaci¨®n les vali¨® el Goldman Environmental Award y, con el dinero del premio, en 2005 crearon el Chingari. Una de las principales funciones del centro es ayudar a las familias cuyos hijos han nacido con incapacidades, mentales o f¨ªsicas, debido al envenenamiento causado por la f¨¢brica de pesticidas.
Aproximadamente 200 inscritos visitan el centro de rehabilitaci¨®n cada d¨ªa, donde reciben tratamientos de fisioterapia, estimulaci¨®n del lenguaje, socializaci¨®n y motricidad. Algunos no pueden andar, otros son incapaces de entender. Y las fundadoras todav¨ªa visitan el lugar y ayudan a los educadores dando de comer o beber a quienes no tiene movilidad.
Ninguno de estos ni?os y ni?as hab¨ªa nacido en 1984 cuando el gas de la Union Carbide mat¨® o envenen¨® a sus parientes. Ninguno de ellos ha escogido nacer en un barrio con aguas t¨®xicas. Ninguno de ellos sabe porque no puede ser como los otros. Ninguno de ellos entiende porque casi todo el mundo los ignora. Ninguno de ellos es culpable pero sufre las peores consecuencias, en muchos casos para siempre...
Sweetie ha acabado de bailar. Se sienta al lado del jard¨ªn y conversa con sus amigas mediante el lenguaje de signos, a pesar de que lleva dos aud¨ªfonos en las orejas. Mira el mundo con la ilusi¨®n de la ni?ez, con la esperanza y la alegr¨ªa de la inocencia, con la serenidad de quien no suplica nada pero merece justicia. Sweetie observa el mundo con una mirada limpia, como tendr¨ªa que ser el alma de los hombres, y con unos ojos de color tan claro que parecen infinitos. Un color como tendr¨ªan que ser el agua y el aire de Bhopal: transparentes y puros.
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