La tiran¨ªa del ¡°me sabe mal¡±
La empat¨ªa por exceso o por defecto deja de ser una virtud para convertirse en limitaci¨®n Hay que saber decir no y asumir nuestra propia forma de ser
Y de repente asoma a nuestro discurso una especie de lamento que dice: ¡°Lo siento, me sabe mal¡±. Es dif¨ªcil afirmar que todo el mundo lo haya dicho al menos una vez, porque los humanos podr¨ªamos dividirnos entre aquellos a los que les cuesta horrores aceptar sus faltas y los que se precipitan en atribuirse todas las culpas, es decir, que casi todo les sabe mal. La empat¨ªa, por exceso o por defecto, pierde su condici¨®n virtuosa para devenir en una limitaci¨®n.
Exploremos ese ¡°me sabe mal¡± m¨¢s all¨¢ de su uso protocolario, aquel que resuelve de un plumazo una situaci¨®n que no tiene soluci¨®n, o no da m¨¢s de s¨ª. Es esa carita que ponen los profesionales cuando tienen que decirte que no. Es tambi¨¦n el intento de amigos o familiares de empatizar, algo forzadamente, cuando no est¨¢n por resolver nuestras expectativas.
El alma desordenada lleva en su culpa la pena¡± San Agust¨ªn
Tampoco se tratar¨¢ el tema como justificaci¨®n. Quien m¨¢s, quien menos se ha escudado alguna vez en lo mal que le sabe no poder correspondernos. Ya sea por no decir la verdad, o por evitar un compromiso o una deuda futura, el caso es que a veces se teatralizan demasiado los imponderables, las excusas, logrando as¨ª el efecto contrario, es decir, que sea el interlocutor quien responda ¡°no te preocupes¡±.
En todos estos casos funciona la convenci¨®n. Lo que se experimenta no es un verdadero sentimiento, sino un mero uso del lenguaje despojado de su significado literal, con fines meramente protocolarios, e incluso como f¨®rmula inequ¨ªvoca que indica que ah¨ª es donde acaba toda expectativa. Sin embargo, para muchas personas, lo que les sabe mal, les sabe muy mal, tan mal que su vida queda condicionada por ese tirano que les muestra su rostro m¨¢s d¨¦bil.
Sin duda quienes llaman la atenci¨®n son aquellas personas que siempre tienen en la boca el ¡°me sabe mal¡± y que de verdad lo sufren. ?Qu¨¦ les ocurre? Que viven de la pena ajena, que se hacen cargo del sufrir de los dem¨¢s, que acarrean con lo que los otros deber¨ªan resolver por s¨ª mismos. Les puede su corazoncito buenista. No saben c¨®mo decir que no y, sobre todo, anticipan la culpa que sentir¨ªan de quedarse con los brazos cruzados o de ir a su conveniencia.
Para saber m¨¢s
LIBROS
'La enfermedad mortal'
Soren Kierkegaard. (Editorial Trotta)
'Investigaci¨®n sobre los principios de la moral'
Hume. (Biblioteca Nueva)
Las personas que dan m¨¢s valor a los dem¨¢s que a s¨ª mismas no acaban de ser conscientes de que, con el tiempo, han creado un patr¨®n de comportamiento basado en la culpa anticipada, aunque no la tengan. Si con su actitud causan alg¨²n tipo de sufrimiento (por muy leve que sea), se sienten tan mal que no lo pueden soportar. De repente, se notan tan d¨¦biles que prefieren cargar con la situaci¨®n en lugar de atravesar ese sentimiento culpatorio. Se han metido en un complejo dilema: ?c¨®mo se puede ser feliz si para ello alguien saldr¨¢ damnificado?
Sin duda, para algunas personas el tema del merecimiento no est¨¢ nada claro. Pasan por la vida como deudoras y creen de veras que no merecen nada. Y mucho menos si, por lograr sus prop¨®sitos, otros tendr¨¢n que fastidiarse. Toda la atenci¨®n la tienen puesta en un ¨²nico objetivo: no molestar.
Padres a quienes les sabe mal haber rega?ado a los hijos, luego les compensan exageradamente. Parejas que han roto viven un aut¨¦ntico calvario porque quien lo ha dejado o ha llevado la iniciativa no soporta ver sufrir al otro. Es tanta la pena que prefieren volver, malvivir en la relaci¨®n, antes que sostener ese dolor y atravesarlo de una vez. Quien sufre de debilidad emocional se acaba uniendo a los dem¨¢s a trav¨¦s de la culpa. Siempre deben. Siempre tienen la sensaci¨®n de hacerlo mal. Se pasan la vida compens¨¢ndolo todo.
Existe otra manera a¨²n m¨¢s rebuscada de usar el ¡°me sabe mal¡±. Es una pr¨¢ctica habitual de las personas adictas a la inmediatez, de las que no saben esperar, de las precipitadas. Dado que no pueden contenerse, lo fuerzan todo y se fuerzan a s¨ª mismas. Dicho llanamente, ¡°la l¨ªan¡± y luego les sabe mal. Negocios, relaciones, actividades, compromisos¡ todo se convierte en una carga cuando, por correr demasiado, no se han evaluado ni las consecuencias ni la perseverancia necesaria.
Lo que se mueve por s¨ª mismo es inmortal¡± Plat¨®n
Llegados a este punto ocurre algo curioso. Una vez liada, en lugar de dejar las cosas en su sitio, siguen adelante con los compromisos, solo que ahora por obligaci¨®n. Como les sabe mal, pagan su penitencia aguantando el chaparr¨®n, procurando quedar lo mejor posible. De ah¨ª la frase anterior de san Agust¨ªn. No obstante, esa es siempre una mala soluci¨®n, un grave error, porque entonces todo va a la deriva. Prefieren hundirse con la situaci¨®n a reconocerla, a asumir su error: ¡°Lo siento, me precipit¨¦¡±. Es preferible el coraje de ser sinceros a malvivir en una mentira, por muy extraordinaria que sea.
Muchas de estas dificultades tienen su origen en lo que el fil¨®sofo Soren Kierkegaard denomin¨® ¡°la enfermedad mortal¡±. Entre otras cosas, la describe como la desesperaci¨®n del hombre por no querer ser uno mismo o querer desesperadamente ser uno mismo. O pecamos de debilidad, o pecamos de obstinaci¨®n. O nos sabe mal ser nosotros mismos, o nos sabe mal ser por encima de todo nosotros mismos.
No es tarea f¨¢cil la asunci¨®n de nuestra propia forma de ser. No nos ense?an a ser nosotros mismos, sino a serlo seg¨²n mam¨¢ o pap¨¢, seg¨²n la familia, seg¨²n los modelos sociales, seg¨²n la tradici¨®n, seg¨²n la religi¨®n, seg¨²n¡ Cuando realmente somos como queremos se produce la paradoja de que nos sabe mal. Asumir nuestra propia esencia es una tarea de por vida, que queda abortada cada vez que lamentamos ser como somos. ?Y qu¨¦ es lo que somos? Seres en proceso, que aprenden de s¨ª mismos. Si nos sabe mal ser como somos, eso es lo que aprenderemos.
Preguntas a hacerse antes de sentirse culpable
?Hasta qu¨¦ punto la capacidad de empatizar me est¨¢ confundiendo?
?Hay alguna verdad que trato de ocultar?
?De verdad, de verdad que me sabe tan mal?
?Me cuesta expresarme con sinceridad?
?Siento que no voy a poder ver sufrir al otro?
?Me estoy haciendo cargo del dolor ajeno?
?Anticipo alg¨²n sentimiento de culpa?
?Estoy aguantando la situaci¨®n porque me he precipitado?
?Tengo un sentimiento de no haber obrado bien?
?Me siento mal por ser yo mismo?
M¨¢s all¨¢ de los usos de esta expresi¨®n en la vida social, existe un aspecto importante a tener en cuenta. Cuando algo ¡°nos sabe mal¡±, no siempre revela un problema de debilidad emocional. Tambi¨¦n puede manifestarse lo que el fil¨®sofo ingl¨¦s Hume llam¨® sentimiento moral. Puede ocurrir que al evaluar nuestra conducta nos sintamos inc¨®modos. Se trata de una conciencia de no haber actuado bien, al menos de acuerdo con nuestros valores. Hume observ¨® que, aunque la raz¨®n sea suficiente para instruirnos acerca de la cualidad de nuestras acciones, se requiere que un sentimiento se despliegue para poder dar una preferencia a las tendencias ¨²tiles sobre las perniciosas. Seg¨²n ¨¦l, entonces la moral est¨¢ determinada por el sentimiento.
La moral descansa naturalmente en el sentimiento¡± Anatole France
Visto de esta manera, cuando algo nos sabe mal quiz¨¢ se expresa una conciencia moral. Por muchas razones que justifiquen nuestra conducta, el sentimiento nos advierte que algo, para nosotros, no est¨¢ bien con relaci¨®n a nuestra actitud. Ante nuestros ?dilemas morales (la vida psicol¨®gica humana est¨¢ llena de ellos), disponemos de una br¨²jula interior, de un sentimiento moral, que acompa?a y distingue el bien y rechaza el mal.
Solo tres palabras, ¡°me sabe mal¡±, designan algo cuyo sabor es amargo, dif¨ªcil de tragar o que nos deja mal cuerpo. Esas tres palabras intentan describir c¨®mo se organiza en nuestro interior un desajuste exterior. Lo que sabe mal, como el asco, pretende ser expulsado para sentirnos aligerados. Si se queda dentro, sufriremos. Si se arroja hacia fuera de cualquier manera, tambi¨¦n. Si tratamos de disimular, a¨²n ser¨¢ peor. A menudo, la ¨²nica manera de resolver lo que nos ha sabido mal es ingerir algo que nos sepa bien. Algo que, como la alquimia, transforme el sabor. Y ese algo pasa por el movimiento y por el sonido, es decir, por los gestos y las palabras. Gestos amables y palabras de coraz¨®n. Cuando es as¨ª, nada sabe mal.
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