Monos aulladores de peque?os test¨ªculos
?Hasta qu¨¦ punto somos un producto de nuestra herencia y hasta qu¨¦ punto del acondicionamiento cultural?
Hoy decid¨ª hablar de algo intemporal y m¨¢s ligero, algo que no estuviera relacionado con los muchos agobios que nos est¨¢n lloviendo encima en los ¨²ltimos meses. De modo que me puse a revisar el huertecito de recortes que todos los articulistas cultivamos para casos as¨ª, y encontr¨¦ una noticia de hace unos meses: en su momento me provoc¨® la sonrisa y hoy ha vuelto a hacerlo. As¨ª que he agarrado el asunto por las hojas y he arrancado esta zanahoria de mi huerto mental.
Sali¨® en El Mundo y se titula as¨ª: ¡®Mucho ruido y pocas nueces: cuanto m¨¢s ruge el mono, menos esperma produce¡¯. Y viene una foto del mono aullador (pues a esa especie se refiere la nota) aullando de perfil, peludo, orgulloso, muy entregado a la causa, serio y cejijunto. A decir verdad, ese mono aullador me recuerda a alguien¡ A m¨¢s de un pol¨ªtico altivo y grit¨®n. Para remachar, el pie de foto dice: ¡°Cuanto m¨¢s a¨²llan los monos aulladores, m¨¢s peque?os son sus test¨ªculos¡±. En fin, no quiero se?alar porque est¨¢ muy feo, y adem¨¢s ya he dicho que deseaba alejarme del remolino mareante de la actualidad. As¨ª que hoy vamos a dejar a los pol¨ªticos en paz, aullando tan tranquilos en sus esca?os (aunque no lo olviden: cuanto m¨¢s chillones, m¨¢s chiquitos).
Ya s¨¦ que no resulta serio hacer una extrapolaci¨®n directa de las caracter¨ªsticas de nuestros primos hermanos los primates a las de los humanos, pero ?nos parecemos tanto! Y suena tan sensato ese descubrimiento. Digamos que el saber popular tambi¨¦n intuye que el viejo ricach¨®n cuyo aullido consiste en conducir un cochazo deportivo rojo, por ejemplo, luego ser¨¢ probablemente una acelga en la cama.
El peso del entorno es aplastante y masivo. La cultura te impone sus estereotipos desde el primer d¨ªa
Pero lo que me interesa hoy de esta historia es asomarme una vez m¨¢s al misterio de la atracci¨®n y del g¨¦nero sexual; qu¨¦ es lo que nos hace ser hombres y ser mujeres. Claro, nuestros cuerpos son distintos, eso es una obviedad; pero eso, y la sopa qu¨ªmica de hormonas en la que chapoteamos, ?condiciona de verdad nuestros comportamientos? ?Hasta qu¨¦ punto somos un producto de nuestra herencia y hasta qu¨¦ punto del acondicionamiento cultural? Por ejemplo: ?de verdad las hembras son siempre atra¨ªdas por los m¨¢s machos, por los m¨¢s testoster¨®nicos y adecuados para la procreaci¨®n? Pues se dir¨ªa que no. En el caso de los monos aulladores, esos tenores de la selva enga?an a las hembras con sus gritos y se hacen con un peque?o har¨¦n, aunque su semen es de lo m¨¢s regul¨ªn. Tambi¨¦n hay alg¨²n experimento equiparable con humanos; por ejemplo, en la Universidad de Western Australia descubrieron que la voz grave en los hombres atrae a las mujeres como un indicativo de masculinidad, pero que, curiosamente, los hombres con voz grave tienen una menor producci¨®n de esperma. C¨¢spita, exclamar¨¢n al leer esto todos los caballeros de bella voz de bronce, esa voz que tanto les ha servido para ligar. En fin, que no se preocupen demasiado: en realidad no s¨®lo no tenemos ni idea de en qu¨¦ consiste algo tan importante como la identidad sexual y el atractivo, sino que adem¨¢s nos movemos a ciegas entre un revuelo de investigaciones y estudios cient¨ªficos, muchas veces contradictorios y cuya fiabilidad tampoco podemos contrastar.
Hace a?os, comiendo al aire libre en un puerto escandivano, vi a una pareja de ni?os muy peque?os, de un a?o o poco m¨¢s, que acababan de echar a andar. La nena se acerc¨® con sus pasitos tambaleantes a una gaviota; llevaba entre los dedos una patata frita con la clara intenci¨®n de darle de comer. El ni?o, por su parte, hab¨ªa cogido un peque?o palo y se dirigi¨® al p¨¢jaro con pies vacilantes pero dispuesto a atizarle un buen garrotazo. Esa peque?a escena primordial me dej¨® impresionada: ella, asumiendo su papel de cuidadora y alimentadora; ¨¦l, personificando al cazador. ?Acaso es verdad que no podemos escapar de nuestra escritura gen¨¦tica?
Yo creo que no. En los a?os setenta, la psic¨®loga Phyllis Katz hizo un experimento bastante famoso, el de Baby X. Puso en una habitaci¨®n una mu?eca, un peque?o bal¨®n de f¨²tbol y un juguete asexuado. Luego meti¨® a un beb¨¦ de tres meses vestido con un mono amarillo e hizo entrar en la habitacion a una serie de adultos de uno en uno. A la mitad les dijo que el beb¨¦ era una ni?a; la inmensa mayor¨ªa le dieron la mu?eca para jugar; a la otra mitad, que era un ni?o; y de nuevo casi todos le ofrecieron la pelota de f¨²tbol. El peso del entorno es aplastante, insidioso, masivo. La cultura te est¨¢ imponiendo sus estereotipos desde el primer d¨ªa. Yo creo que somos un poco de todo; tenemos tendencias gen¨¦ticas y moldes culturales; y unas y otros pueden ser cambiados, como lo demuestran cada d¨ªa nuestras propias vidas. Monos cansados de aullar: sabed que, si quer¨¦is, pod¨¦is callaros. Hembras enga?adas por sus gritos: si os aburre el har¨¦n, salid de ah¨ª y aullad un poco.
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