Un cuento de Navidad
Est¨¢n sentados en el suelo, uno frente a otro. Ella niega con la cabeza, ¨¦l la sujeta con las manos, le acaricia la cara, no para de hablar
Metro de Madrid, l¨ªnea 1, estaci¨®n de Tribunal, 13 de diciembre de 2015, 11.35.
Es domingo. El and¨¦n est¨¢ abarrotado de gente, hombres y mujeres de todas las edades a las que ser¨ªa dif¨ªcil encontrar aqu¨ª, en esta cantidad y a estas horas, en cualquier otro mes del a?o. Van al centro. Muchos se bajar¨¢n en Sol, para ir a comprar loter¨ªa, regalos o figuritas de barro en el mercado navide?o de la plaza Mayor. Otros tantos seguir¨¢n hasta Tirso de Molina porque hoy es domingo, y el Rastro compite eficazmente con los centros comerciales tambi¨¦n en esta ¨¦poca. El caso es que hay muchos pasajeros esperando en el and¨¦n y el tren llega bastante lleno, no se baja nadie, suben muchas personas. Conmigo entran en el vag¨®n varias parejas, un grupo de amigas de mediana edad y un se?or con una gran maleta. Tambi¨¦n ellos.
Es dif¨ªcil calcular su edad, tambi¨¦n el tiempo que llevan enganchados. ?l, entre los 30 y los 40, m¨¢s bien alto, delgad¨ªsimo, la cara afilada, los huesos marc¨¢ndose casi dolorosamente sobre la piel blanca y tensa, lleva una chaqueta de ch¨¢ndal muy fina, vaqueros desgastados. Ella, en los primeros 30 o ni eso, es baja, gordita y va mejor abrigada. Tiene el pelo negro, sujeto con horquillas de colores, la cara redonda y roja, una combinaci¨®n del bronceado forzoso de quienes viven en la calle y el tinte que prestan al cutis los tetrabriks de vino pele¨®n. Con la amarga sabidur¨ªa que compartimos quienes tuvimos 20 a?os en la d¨¦cada de los ochenta del siglo XX, clasifico sin dificultad al hombre como heroin¨®mano de larga duraci¨®n. La condici¨®n de la mujer, indudablemente vagabunda y alcoh¨®lica, es m¨¢s incierta.
Suena el timbre y dos pasajeros retrasados llegan corriendo. Son otra pareja, otro hombre y otra mujer
Suena el timbre y dos pasajeros retrasados llegan corriendo. Son otra pareja, otro hombre y otra mujer de cincuenta y tantos, ambos con rasgos andinos, inmigrantes ecuatorianos o peruanos. El hombre intenta entrar en el vag¨®n y queda atrapado entre las puertas. El mecanismo se detiene, vacila, las hojas vuelven a cerrarse, el hombre grita, todos nos asustamos, pero el yonqui es el ¨²nico que se precipita hacia la puerta, que sujeta sus hojas con las manos, que grita pidiendo ayuda. Cuando las puertas vuelven a abrirse, su prisionero, p¨¢lido a¨²n de miedo, le da las gracias. ?l descarga la tensi¨®n increpando al jefe de estaci¨®n sin llegar a insultarle. Yo pienso que tiene toda la raz¨®n, porque el hombre que est¨¢ en el and¨¦n, supervisando el tr¨¢fico, deber¨ªa haber reaccionado mucho antes, pero su novia se enfada con ¨¦l.
No s¨¦ por qu¨¦ tienes que hacer estas cosas, murmura, siempre llamando la atenci¨®n, para que nos mire todo el mundo¡ Despu¨¦s se sienta en el suelo, la espalda apoyada en la puerta opuesta a la que ha estado a punto de provocar una desgracia. El yonqui la mira y se dirige a m¨ª. D¨¦jeme pasar, se?ora, por favor, me pide con una cortes¨ªa exquisita. Yo le abro paso y ¨¦l se sienta en el suelo, frente a ella, que se mira los pies como una ni?a enfurru?ada. El convoy se detiene en Gran V¨ªa y reemprende su marcha mientras el h¨¦roe del d¨ªa se dirige a su chica con una voz dulce, cargada de ternura.
?Por qu¨¦ est¨¢s enfadada? No he hecho nada malo. ?No?, responde ella con una voz pastosa, de borracha. Ya hab¨ªa sonado el pito, y cuando suena el pito no hay que entrar, lo sabe todo el mundo. ?Y qu¨¦ quer¨ªas que hiciera, que dejara morir al hombre? No, pero¡ Es que no me gusta que nos miren. Por algo malo no, replica ¨¦l, pero esto no es malo, no he montado ning¨²n esc¨¢ndalo, no me he pegado con nadie, solo quer¨ªa ayudar. Ya, pero¡ Pero ?qu¨¦?, a ver¡
Est¨¢n sentados en el suelo, uno frente a otro. Ella niega con la cabeza, ¨¦l la sujeta con las manos, le acaricia la cara, no para de hablar. No, si yo te quiero, reconoce ella al final, te quiero mucho, s¨®lo que no me gusta c¨®mo eres cuando pasan cosas raras. Pues si me quieres, ya est¨¢, ?no? Yo tambi¨¦n te quiero. Te quiero mucho, tonta¡
Cuando el tren se detiene en Tirso de Molina, siento una emoci¨®n tan profunda que casi celebro haber llegado a mi destino. Hac¨ªa mucho tiempo que no escuchaba palabras tan dulces, que no asist¨ªa a una escena tan tierna, la expresi¨®n de un amor tan verdadero como si en la n¨®mina de los ¨¢ngeles del cielo hubiera plazas reservadas tambi¨¦n para los yonquis.
Feliz Navidad para quienes se la merecen.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.