La jota de Saura
La jota no es un territorio tibio. Hay gente que la adora y otros que la consideran algo rid¨ªculo
La jota aragonesa es una de esas cosas que forman parte de m¨ª sin haber pedido permiso. Escuchar, bailar y cantar jotas fue una de las primeras experiencias culturales de mi vida. ¡°Llevo las albarcas rotas, los calzones sin culera, los bolsillos sin un cuarto, buen invierno que me espera¡±. Esa es la primera jota que mi madre me ense?¨®, con cuatro a?os.
La jota no es un territorio tibio. Hay gente que la adora y otros que la consideran algo rid¨ªculo. A Jos¨¦ Luis Borau, zaragozano, le pon¨ªa nervioso, salvo si la cantaba Imperio Argentina, cuya dulzura volv¨ªa delicadas unas canciones que sol¨ªan salir de voces muy recias. Algunas jotas, por moralistas, reaccionarias o machistas, dan un poco de grima y otras se reciben como una coz. Recuerdo con espanto bodas y bautizos de mi ni?ez, rematados con recitales mortales. Pero mi debilidad son las jotas rom¨¢nticas y las jotas golfas, sobre todo las pornogr¨¢ficas, entre las que hay joyas inesperadas.
La jota est¨¢ muy en el aire. Arag¨®n TV la mantiene como una de sus grandes apuestas porque no deja de encandilar; Pablo Echenique, al cantar ¡°Ch¨²pame la minga, Dominga¡± en una cena difundida en la red, ha popularizado una muestra de la variante golfa y Carlos Saura, el aragon¨¦s vivo m¨¢s ilustre, ha concretado su devoci¨®n en La jota de Saura, un documental que se presenta en el Festival de Toronto. En los a?os veinte Federico Garc¨ªa Lorca result¨® decisivo para que el flamenco fuera reconocido en el mundo y Saura puede lograr lo mismo con la jota: rescatarla de su gueto, ir m¨¢s all¨¢ del t¨®pico y hacerla parecer un g¨¦nero nuevo y un arte respetable.
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