El juguete sin par
ES PROBABLE que no haya muchas cosas de las que haya tan pocas: 4.473 en todo el mundo, seg¨²n la cuenta de octubre de Superyacht World, la revista que vive de ellos. Hace 25 a?os, cuando empez¨® la feria que los celebra, cada a?o ¨Cen M¨®naco, faltaba m¨¢s¨C eran 1.147; ahora, a trav¨¦s de crisis y privaciones, la cifra se multiplic¨® por tres, pero sigue siendo m¨ªnima: somos, al cierre de esta edici¨®n, 7.460.131.929 seres m¨¢s o menos humanos que no tenemos superyates, 4.400 que s¨ª. Si el mundo fuese ¨CDios no lo quiera ni lo quiere¨C igualitario, si la riqueza estuviera repartida, cada uno de esos barcos deber¨ªa cargar un mill¨®n y medio de personas. No suelen.
Importa definirlos: se llaman superyates los que miden m¨¢s de 30 metros de largo o eslora, aunque ya hay fundamentalistas que dicen que esa cuenta se est¨¢ quedando corta. Pero la mirada cuantitativa es, como suelen serlo, insuficiente. Los superyates deben ser la mejor forma de concentrar y exhibir la mayor cantidad de dinero por metro cuadrado. Para eso el lujo de camarotes versallescos y puentes ibicencos no alcanza; tampoco alcanzan esas tripulaciones de 10 o 15 o 50 que se precisan para salir a dar una vuelta ¨Cy que pueden incluir guardias armados, disc jockeys o, apenas m¨¢s discretas, rubias de alquiler. Lo m¨¢s caro ¨Ccomo en Starbucks¨C son los extras: el helic¨®ptero que no se puede no tener, la piscina, las fueraborda y jetskis indispensables, la cancha de p¨¢del o el cine al aire libre, el instrumental de cazabombardero o el submarino de bolsillo. Los extras ya son tantos que el m¨¢s reciente ¨Cdice Superyacht¨C es un barco de servicio que los lleve.
Se llama superyates a aquellos que miden m¨¢s de 30 metros de largo o eslora, aunque ya hay fundamentalistas que dicen que esa cuenta se est¨¢ quedando corta.
Por eso sus precios siguen aumentando: los 125 que se exhib¨ªan en la Feria de M¨®naco costaban una media de 20 millones de euros ¨Caunque, en el caso de estos animales, hablar de media es casi un insulto: ?c¨®mo comparar un modesto 40 metros con uno, ya m¨¢s razonable, de 100? El mayor de todos, el Azzam, propiedad del due?o de los Emiratos ?rabes, tiene 180 metros y cuesta unos 550 millones. Cada cual intenta ser distinto; se parecen, sin embargo, en que casi todos est¨¢n registrados en para¨ªsos ¨Cfinancieros¨C, no vaya a ser que se alejen demasiado del dinero de sus due?os. Algunos de los cuales, incluso, condescienden en alquilarlos. No siempre tienen ganas de olas y, al fin y al cabo, suelen ser gente de negocios que no desde?a una renta que puede llegar al mill¨®n por semana.
Los superyates est¨¢n hechos para ser mostrados, pero no es f¨¢cil verlos: son una met¨¢fora demasiado bruta de este mundo ¨Cy es curioso que ninguno haya sufrido los efectos de la rabia que este mundo produce¨C. Hay quienes los defienden diciendo que forman un mercado importante y ¨Cgran excusa contempor¨¢nea¨C dan trabajo: entre la construcci¨®n y el servicio mueven unos 25.000 millones de euros, 150.000 personas.
Todo al servicio de los 4.400: un club exclusiv¨ªsimo compuesto por due?os de corporaciones, pr¨ªncipes y reyezuelos, mafiosos varios, grandes traficantes, nerds que inventaron alguna necesidad reciente y un par de dictadores en desuso. Es f¨¢cil imaginarlos ¨¢rabes y rusos, chinos y sudacas; para desmentir los mitos y mantener el orden, una Super?yacht Intelligence Agency informa que uno de cada tres amos de superyates sigue siendo un ciudadano de ?Estados Unidos. Todav¨ªa hay clases en el mundo.
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