Siete d¨ªas para ocho violaciones de derechos humanos
Amnist¨ªa Internacional denuncia desde Ceuta y Melilla la desprotecci¨®n de migrantes y refugiados
Las expulsiones sumarias y los abusos policiales, as¨ª como la dificultad en el caso de Melilla y la imposibilidad en el de Ceuta de acceso por puesto fronterizo, hacen pr¨¢cticamente infranqueable la entrada para personas refugiadas. Adem¨¢s, quienes lo logran deben afrontar la falta de condiciones adecuadas en los Centros de Estancia Temporal para Inmigrantes (CETI), la discriminaci¨®n por raz¨®n de nacionalidad y la falta de atenci¨®n a grupos vulnerables, como personas con discapacidad, v¨ªctimas de trata o colectivos LGBTI, entre otros. As¨ª lo ha documentado Amnist¨ªa Internacional en una nueva investigaci¨®n, en la que ha detectado hasta ocho tipos de vulneraciones, que incluyen tambi¨¦n el cierre de fronteras para personas refugiadas de nacionalidad distinta a la siria, las restricciones a la libertad de circulaci¨®n para los solicitantes de asilo y la falta adecuada de informaci¨®n para quienes buscan protecci¨®n internacional, adem¨¢s de un sistema arbitrario de sanciones en los centros que puede llevar a su expulsi¨®n de los mismos.
D¨ªa uno: El viaje a Ceuta desde Madrid parece infinito, y la ciudad se queda lej¨ªsimos, en una tierra pasada por agua desde la que tambi¨¦n nos hemos tra¨ªdo la lluvia. "Ya era hora de que llegara el fr¨ªo", ha dicho el taxista, con acento andaluz, mientras nos llevaba a esta Puerta de ?frica o, al menos, as¨ª es como se llama el hotel.
D¨ªa dos: De espaldas a la ciudad, en lo alto de un monte que empieza cuando acaban las f¨¢bricas y la playa, se encuentra el CETI (Centro de Estancia Temporal para Inmigrantes) de Ceuta. Por la empinada cuesta se ve patear, en chanclas a pesar de la lluvia, a algunos residentes. Al llegar, los barrancones amarillos, donde duermen hasta diez personas en habitaciones de ocho metros cuadrados, impresionan. La ropa tendida sobre las piedras del suelo espera no mojarse a pesar de la llovizna casi constante. Parece que los residentes se dedican a esperar. Pero los d¨ªas pasan en el CETI y las noticias no son alentadoras: un naufragio, la espera de un a?o para algunas personas, las duchas que no tienen agua caliente a determinadas horas, la luz que se marcha y ?que no sea viernes!, porque nadie viene a repararla hasta el lunes. Si hace calor, las habitaciones de diez emanan olor, si hace fr¨ªo, la manta no es suficiente.
In¨¦s rega?a a su hija y le pide que recoja los juguetes. "Adora ir a la escuela, porque si no se aburre", explica esta joven de 25 a?os que huy¨® de Argelia, v¨ªctima de un matrimonio forzado en el que adem¨¢s era maltratada. Solicit¨® asilo hasta que m¨¢s de un a?o despu¨¦s, ha recibido protecci¨®n internacional y ha podido marcharse del CETI poco despu¨¦s de que la entrevist¨¢ramos all¨ª.
Sus compa?eras de habitaci¨®n, de origen subsahariano, no se muestran tan dispuestas a hablar. Lo cierto es que es muy complicado acercarse a las posibles v¨ªctimas de trata. Aunque las organizaciones con las que trabaja el CETI coinciden en se?alar que existe riesgo de un elevado n¨²mero de v¨ªctimas de trata, incluso de tratantes conviviendo con ellas en los CETI, especialmente de origen subsahariano, ¨¦stas no est¨¢n siendo debidamente identificadas y protegidas. Las cifras hablan por si solas acerca del desamparo que encuentran: tan solo 365 mujeres de ?frica Subsahariana solicitaron protecci¨®n internacional en 2015, es decir, el 2,5% del total de quienes pidieron asilo ese a?o.
Solo 365 mujeres de ?frica Subsahariana solicitaron protecci¨®n internacional en 2015, es decir, el 2,5% del total
D¨ªa tres: fronteras infranqueables
Musa tiene una cara dulce y sonriente que contrasta con las penurias que relata. "Quer¨ªa ser doctor, pero un d¨ªa todo cambi¨® para m¨ª. Si lo hubiera sido quiz¨¢ mi madre no habr¨ªa muerto de ?bola", explica, dejando caer una l¨¢grima, pero luego vuelve a la sonrisa. "Aqu¨ª estoy mejor, ya no tengo tanto miedo", parece querer cerciorarse, mientras relata el viaje de dos a?os desde Sierra Leona hasta Ceuta, pasando por Guinea, Burkina Faso, Mali y Argelia. "Lo peor era la frontera maliense con Argelia (controlada por grupos armados). Tienes tanto miedo que no puedes hablar. Se quedan tu dinero, tu tel¨¦fono, y te conviertes en su esclavo. Te dicen todo lo que tienes que hacer, hasta cuando ducharte", relata. Resulta curioso que sepa clasificar cu¨¢l fue el peor momento en un viaje lleno de peligros y tormentas. "Mi vida podr¨ªa haber acabado ese d¨ªa", asegura, mirando hacia el mar, ese mar que le tuvo prisionero por unas horas, hasta que la marina marroqu¨ª les rescat¨® despu¨¦s de un naufragio. "Aun as¨ª volv¨ª a intentarlo".
Con las fronteras infranqueables en las que los abusos y las devoluciones en caliente son constantes, y los puestos habilitados cerrados o con dificultades para pasar, la ruta alternativa se vuelve cada vez m¨¢s peligrosa. De eso sabe bien Muhamed, de 20 a?os y procedente de Guinea Conakri, que pas¨® seis horas encaramado en la tercera valla, con un torniquete en la mu?eca, donde la concertina le habia provocado una herida por la que tuvo que ser operado y por la que ha perdido movilidad.
D¨ªa 4: El CETI no es lugar para el asilo
En el momento en que Amnist¨ªa Internacional visita el CETI de Ceuta hay casi 600 residentes. La mayor¨ªa no solicita asilo porque sabe que eso podr¨ªa retrasar su traslado a la Pen¨ªnsula: en Ceuta, donde no hay ninguna persona de nacionalidad siria, no se producen traslados de quienes solicitan asilo, sino que su estancia normal se prolonga m¨¢s all¨¢ de los cinco meses, la media de quienes no lo solicitan.
D¨ªa cinco: viaje a la desesperanza en Melilla
Los nuevos barracones para mejorar la capacidad del CETI, las reparaciones en algunas habitaciones y las actividades programadas para ni?os y mayores cubren de un mejor aspecto el centro de Melilla. Pero no consiguen esconder la sobreocupaci¨®n, que en ocasiones llega al hacinamiento, la discriminaci¨®n y la falta de atenci¨®n a colectivos especialmente vulnerables que existe en el centro.
Muhamed pas¨® seis horas encaramado en la tercera valla, con un torniquete en la mu?eca
D¨ªa seis: Son ojos blancos los que nos persiguen y nos atacan con punzadas de tristeza. Quienes llevan m¨¢s tiempo bromean, saltan del castellano al franc¨¦s. Los m¨¢s novatos en el CETI tienen otra expresi¨®n: cabizbajos, repiten que no quieren estar all¨ª m¨¢s, esquivando la mirada. Toufik, saharahui de 18 a?os, lleva todav¨ªa las vendas en las mu?ecas. Apenas hace unos d¨ªas intent¨® cortarse las venas. Su periplo vital, desde que sali¨®, hu¨¦rfano, de los campamentos saharauis, se convirti¨® en ni?o de la calle y le hizo recorrer pa¨ªses a expensas de abusos y explotaci¨®n, le ha llevado a intentar autolesionarse varias veces desde que lleg¨® a Melilla. Parece mentira entonces que en el momento de la entrevista con Amnist¨ªa no hubiera recibido atenci¨®n m¨¦dica o de otro tipo por personal del centro.
D¨ªa siete: Cae la tarde y el partido de f¨²tbol mantiene a muchos residentes dentro del campo y alrededor de la alambrada, jugando a olvidar que llevan meses esperando. Se nota el cansancio, y las decenas de historias sobre los hombros. Buscamos casos: s¨ª, para denunciar lo que est¨¢ pasando. Pero no deja de ser un regalo volver a casa, y una l¨¢stima hip¨®crita pensar en ellos.
Ana G¨®mez P¨¦rez-Nievas es periodista en Amnist¨ªa Internacional Espa?a
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