El terremoto de Ecuador se trag¨® la sonrisa de Ashley
La autora recorre el centro de Portoviejo, ciudad que qued¨® hace un a?o reducida a la mitad. All¨ª, una ni?a de 6 a?os le muestra lo que significa sobrevivir a un se¨ªsmo
Aunque los escombros han ido desapareciendo de las calles, son muchas las personas que a¨²n no han logrado superar las p¨¦rdidas ocasionadas por el terremoto de magnitud 7.8 que sacudi¨® Ecuador hace ahora un a?o. Recorriendo el centro de Portoviejo, en Manab¨ª, siento como si una guerra atroz hubiera dejado la ciudad reducida a la mitad. Algunos edificios nuevos, muchos solares que a¨²n no tienen quien los ocupe y demasiadas construcciones llenas de cicatrices que, a simple vista, parecen imposibles de borrar.
En nuestro recorrido por la ciudad, uno de mis compa?eros de la ONG Plan International se?ala un lugar vac¨ªo donde antes hubo vida y ahora no hay nada. "Ese es el restaurante donde pas¨®", me dice. E inmediatamente entiendo a lo que se refiere, porque hace solo unas horas que hemos salido de la casa de Carmen y de su nieta Ashley.
Durante los a?os que vengo ejerciendo la comunicaci¨®n, han sido muchas las historias que he contado y muchas, tambi¨¦n, las que han tenido a ni?as y ni?os como protagonistas. Algunas veces he narrado historias de ¨¦xito mientras que otras, simplemente, me han dejado pensando sobre el azar y la suerte: por qu¨¦ unos s¨ª y otros no.
Ese d¨ªa hab¨ªa estado visitando a Ashley, una ni?a de 6 a?os que ha tenido que comprender a marchas forzadas lo que significa sobrevivir a un terremoto. Conocerla no deja indiferente a nadie del equipo porque sus ojos lo dicen todo. Seriedad absoluta, mirada clavada en el horizonte y ninguna sonrisa cuando trato de acercarme a ella para romper el hielo y comenzar a conversar.
Algunas veces he narrado historias de ¨¦xito mientras que otras, simplemente, me han dejado pensando sobre el azar y la suerte: por qu¨¦ unos s¨ª y otros no
Es finalmente su abuela Carmen, una mujer de 45 a?os que regenta un restaurante al pie de la carretera, quien empieza a hablar. Ella conoce perfectamente a nuestro compa?ero Omar y la labor que hacemos con las ni?as y ni?os desde hace m¨¢s de 25 a?os en la provincia de Manab¨ª, as¨ª que se muestra abierta a contarnos lo que le ocurri¨® a su familia aquel 16 de abril.
Le cuesta arrancar, pero me cuenta que Ashley, su padre, su madre y su hermana mayor salieron ese d¨ªa a cenar a una cadena de comida r¨¢pida. La madre le dijo a su marido que ella prefer¨ªa ir al restaurante de enfrente porque el men¨² le gustaba m¨¢s. Finalmente, tanto las ni?as como su padre acabaron convenci¨¦ndola de que la primera opci¨®n era la mejor. Cuando ya ten¨ªan servidos sus platos, el suelo comenz¨® a moverse bajo sus pies con un peque?o vaiv¨¦n. Con los primeros temblores surgi¨® la preocupaci¨®n, pero cuando todo comenz¨® a ir de un lado para otro como agitado por furiosas olas, los padres, que parec¨ªan estar sincronizados, cogieron cada uno a una de las ni?as y trataron de escapar de all¨ª.
Sin llegar a romperse, Carmen me explica c¨®mo, una vez en la calle, su hijo ¡ªel padre de Ashley¡ª, comenz¨® a gritar el nombre de su mujer y de su hija mayor. Nadie respondi¨®. Mientras, en el caos de la calle, la ni?a crey¨® ver a su madre y se acerc¨® a una mujer gritando "?mam¨¢, mamita!". No era ella y, nerviosos, decidieron volver a su casa para ver si salieron despavoridas hacia all¨ª.
Mientras su abuela cuenta c¨®mo pas¨® todo, ella parece no inmutarse y contin¨²a con su rictus serio e imperturbable. Finalmente, Carmen verbaliza el fin de la triste historia: "Solo al d¨ªa siguiente pudimos rescatar sus cad¨¢veres". Al padre de Ashley a¨²n le atormenta pensar que el restaurante de enfrente, al que decidieron no ir, sigue en pie.
Al padre de Ashley a¨²n le atormenta pensar que el restaurante de enfrente, al que decidieron no ir, sigue en pie
Trato de hacer un ejercicio de contenci¨®n y comienzo a preguntar c¨®mo ha cambiado la vida de la ni?a desde entonces. "Antes era muy alegre y no paraba de conversar y conversar, pero desde entonces, est¨¢ triste y solo quiere pasarla en mi casa". La abuela tambi¨¦n recuerda que al principio ten¨ªa que acompa?arla a todos los lados porque la ni?a solo sent¨ªa miedo.
Una de las primeras cosas que hizo Carmen fue llevarla a las F¨¢bricas de Inteligencias de Plan International, que son espacios seguros donde las ni?as y ni?os reciben apoyo psicol¨®gico para superar crisis y experiencias traum¨¢ticas tras emergencias. Al principio solo se pasaba sentada en una silla, pero finalmente, comenz¨® a participar en esas din¨¢micas de aprendizaje a trav¨¦s del juego y otras actividades l¨²dicas. La abuela asegura que esto le ayud¨® a superar esa primera fase de duelo y que Ashley se sent¨ªa m¨¢s segura con todo lo aprendido en las F¨¢bricas, al saber c¨®mo armar una mochila de emergencia o qu¨¦ hacer en caso de un terremoto o un tsunami.
M¨¢s all¨¢ de las p¨¦rdidas humanas y materiales y las necesidades b¨¢sicas urgentes, hay heridas invisibles que tardar¨¢n en curar y que pueden trastocar la vida de los ni?os y ni?as para siempre. Por eso Plan International defiende la importancia del apoyo psicol¨®gico y el juego para que puedan recuperar, al menos, su infancia.
Tras hacer un recorrido por varios lugares de Manab¨ª y comprobar que la ayuda material y psicol¨®gica a¨²n sigue siendo necesaria, vuelvo a Quito pensando en Ashley y en esa teor¨ªa que vengo mascando desde hace casi una d¨¦cada, cuando escrib¨ª mis primeros reportajes sobre infancia: el tener o no tener cosas materiales no determina el nivel de felicidad de un ni?o o ni?a, sino m¨¢s bien las ausencias o las presencias y la posibilidad de desarrollarse en un entorno de protecci¨®n y afecto que garantice su desarrollo.
Elena Ruiz Labrador es coordinadora de comunicaci¨®n de Plan International en Ecuador.
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