La desaparici¨®n de los animales
Nuestra relaci¨®n con ellos nos hace m¨¢s humanos. Ver a toros y caballos en espect¨¢culos es una forma de respetarlos
¡° Hermano Francisco, no te
En aquellos a?os de mi ni?ez, hasta un chaval plenamente urbano como yo ten¨ªa de uno u otro modo ocasiones de convivir con animales
acerques mucho...¡±
?¨CRub¨¦n Dar¨ªo, Los motivos del lobo.
Cuando yo era peque?o, los animales ocupaban el centro simb¨®lico de mi vida. Nada me atra¨ªa m¨¢s, tanto en el arte (los tebeos protagonizados por fieras, las novelas de Tarz¨¢n, Moby Dick, los relatos de grandes cazadores o naturalistas, las pel¨ªculas de safaris, King Kong, El desierto viviente, los ¨¢lbumes de cromos dedicados a la zoolog¨ªa¡) como en la mal llamada vida real (los periquitos, los h¨¢msteres, los gusanos de seda, los ponis enanos del parque de atracciones de Igueldo, el nada brioso caballejo que tiraba del carro de la casera que nos vend¨ªa la leche, las vacas del caser¨ªo Amasa al que ¨ªbamos a almorzar, los leones, tigres y elefantes del Circo Americano¡). Cuando empec¨¦ a viajar, el zool¨®gico y el acuario eran lo primero que visitaba en una ciudad, hasta que ya muy pasados los veinte a?os mujeres civilizadoras y deseadas me llevaron a los grandes museos¡ pero nunca fue lo mismo. Mi afici¨®n a las carreras de caballos y las corridas de toros creo que comenz¨® porque tales festejos se centraban en animales grandes y hermosos, m¨¢s bien imprevisibles. Por supuesto lo que me gustaba de los animales no era su parecido con nosotros, tan empe?osamente resaltado por Walt Disney y otros documentalistas, sino que, aunque se nos parec¨ªan porque estaban vivos, no eran humanos: se pod¨ªa vivir tambi¨¦n de otra manera¡ De vez en cuando, sin embargo, me emocionaba alguna virtud antropom¨®rfica, como el coraje de la mangosta Rikki ?Tikki Tavi enfrent¨¢ndose a la cobra real en el relato de Kipling o el de la cabra de Monsieur Seguin (en Cartas de mi molino, de Daudet, uno de los primeros libros que le¨ª en franc¨¦s) que luch¨® contra el lobo hasta el alba. O Bagheera, la pantera negra, despidi¨¦ndose de Mowgli cuando ¨¦ste se fue a la aldea de los humanos: ¡°?Recuerda que Bagheera te quer¨ªa!¡±.
En aquellos a?os de mi ni?ez hasta un chaval plenamente urbano como yo ten¨ªa muchas ocasiones de convivir de uno u otro modo con animales. Y no s¨®lo en San Sebasti¨¢n, que por entonces era bastante rural: cuando a mis 12 a?os nos mudamos a Madrid, compr¨¢bamos la leche en una vaquer¨ªa de la calle de Diego de Le¨®n, en pleno barrio de Salamanca, que aromatizaba a esti¨¦rcol toda la manzana y de la que brotaban mugidos que compet¨ªan con las bocinas de los autos. Hoy los animales han desaparecido pr¨¢cticamente de las ciudades, hasta de las de tama?o mediano, salvo las mascotas. El resto ha quedado relegado a los documentales de la BBC o a la semiclandestinidad denostada de las plazas de toros y los hip¨®dromos. Los zool¨®gicos languidecen, acusados de ser campos de concentraci¨®n: ponerlos al d¨ªa en cuanto a garant¨ªas de confort, como exigen sus cr¨ªticos, excede el presupuesto de las instituciones que suelen gestionarlos. Los circos ya no tienen derecho a mostrar animales domesticados y por tanto van cerrando poco a poco. ?Qui¨¦n va a querer ir a un circo sin fieras ni domadores? S¨®lo quedar¨¢ el Cirque du Soleil, que es lo m¨¢s aburrido y cursi sobre la faz de la tierra. Dentro de poco los ¨²nicos animales con los que poder relacionarnos ser¨¢n las mascotas (no cuento los microbios que nos matan porque con ¨¦sos es m¨¢s dif¨ªcil confraternizar), personitas disfrazadas que ya disponen de tiendas especializadas, salones de belleza, hospitales, cementerios¡ ?Qu¨¦ alegr¨ªa, son como nosotros! ?Consumistas! Los bichos de nuestro entorno que no pueden ser convertidos en mascotas (toros de lidia, caballos de carreras¡) tendr¨¢n que desaparecer en cuanto los inquisidores logren cerrar los juegos de que forman parte. A no ser que consigan adaptarse y miniaturizarse: en sus Memorias de ultratumba, Chateaubriand habla de una t¨ªa suya, en tiempos muy aficionada a la caza, que cuando los a?os le impidieron ir de monter¨ªa se las arregl¨® para hacerse con un ¡°jabal¨ª privado¡± que la segu¨ªa por su mansi¨®n como un perrito¡
A fin de cuentas, la desaparici¨®n de los animales de nuestra cotidianidad (hasta los camellos de los Reyes Magos han sido sustituidos por bicicletas, supremo ultraje a los monarcas y a los dromedarios) lo que refleja es la paulatina postergaci¨®n del mundo rural. De igual modo que los amantes de la Humanidad suelen ser poco compasivos y tolerantes con los seres humanos concretos, cuanto m¨¢s arriscados defensores tiene la Naturaleza, con menos valedores cuenta el campo y quienes viven en ¨¦l y de ¨¦l. A finales del pasado mes de junio se reunieron en Madrid representantes de los sectores de la caza, la pesca y el campo en general para protestar por el abandono, cuando no por la persecuci¨®n, que sufren por parte de unas autoridades incapaces de contrariar a los ecologistas y animalistas. Representan a m¨¢s de tres millones y medio de personas cuya actividad produce 9.000 millones de euros. Exigieron que se modificase la Ley de Patrimonio Natural de 2007, lo que cuenta con el rechazo de PSOE, Podemos y la abstenci¨®n de Ciudadanos. Reclamaron que se cambie el cat¨¢logo de especies invasoras, pues consideran que muchas de las hoy denominadas as¨ª no lo son: por lo visto la xenofobia localista de ¡°primero lo de aqu¨ª¡± no respeta ni la zoolog¨ªa¡ El se?or L¨®pez Maraver, presidente de la Real Federaci¨®n Espa?ola de Caza, pidi¨® que ¡°los cazadores, pescadores, el sector del circo y del toro, perdamos la verg¨¹enza y digamos que somos del campo¡±. No les arriendo la ganancia¡
Quienes a¨²n gustamos de ver y jugar con animales no somos enemigos suyos: al contrario, contribuimos a su conservaci¨®n en un sistema econ¨®mico en el que cuanto produce gastos pero ning¨²n beneficio est¨¢ ciertamente condenado. Tratar como es debido a los animales es una exigencia del humanismo ilustrado que excluye tanto considerarlos meros objetos inanimados como seres morales tan respetables como los humanos, lo que no es una actitud ¨¦ticamente piadosa sino la peor impiedad. Ya no son dioses, como lo fueron en un tiempo lejano, ni simples siervos de caprichos brutales felizmente erradicados: ahora pertenecen al mundo de los s¨ªmbolos y las leyendas vivientes, son colaboradores necesarios de nuestra cotidianidad en sus aspectos m¨¢s carnales y tambi¨¦n inspiradores de met¨¢foras biol¨®gicas que nos conciernen. Merecen la fascinaci¨®n del ni?o que mira cazar a su gato o picotear a las gallinas, no la histeria inquisitorial de quienes los usan como pretexto para hostigar a sus semejantes.
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