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Javier Mar¨ªas: ¡°El mundo es hoy mucho menos inteligente¡±

Ximena Garrigues y Sergio Moya

EL APARTAMENTO de Javier Mar¨ªas, en el bullicioso centro de Madrid, tiene algo de santuario. Es m¨¢s bien una biblioteca habitada. Y animada. El escritor vive solo, pero uno tiene la impresi¨®n de estar acompa?ado por una multitud de seres amigables. Tal vez sean esos batallones de soldaditos de plomo desplegados en los muebles, o las decenas de hombrecillos diminutos sentados sobre los libros. O la mirada socarrona de Juan Benet que destaca entre decenas de fotos. Por no hablar, por supuesto, de los miles de autores que pueblan las estanter¨ªas de madera, y que miran con recelo a Tint¨ªn y a los vecinos de la Rue del Percebe. Todo est¨¢ meticulosamente ordenado. Un refugio perfecto para protegerse de un mundo que Mar¨ªas (Madrid, 1951) encuentra cada vez m¨¢s hostil y m¨¢s est¨²pido. Aqu¨ª, a lo largo de 770 d¨ªas (que se quedaron en 331 por las interrupciones, seg¨²n consta en su agenda), el escritor ha fraguado Berta Isla (Alfaguara), que ve la luz esta semana. Una novela a dos voces, entre dos pa¨ªses y a lo largo de tres d¨¦cadas. Escoltado por una reserva de cajetillas de rubio, extrae un cigarrillo de una pitillera de piel y escucha la primera pregunta con una bocanada.

Hace 10 a?os, tras publicar el tercer y ¨²ltimo volumen de Tu rostro ma?ana, se qued¨® con la sensaci¨®n de que no ten¨ªa m¨¢s que decir. Sin embargo, escribi¨® despu¨¦s otras dos novelas y ahora en esta ¨²ltima, Berta Isla, retoma personajes, escenarios y obsesiones de la trilog¨ªa. ?Qu¨¦ ha querido a?adir? Mis novelas est¨¢n muy imbricadas entre s¨ª. Me apetec¨ªa recuperar algunos de los personajes y volver a ese mundo del espionaje, muy sui generis¡­ Aqu¨ª no hay aventurillas, o misioncillas, de eso existe ya mucho; lo que me interesaba esencialmente es lo que le pasa a una persona, en este caso Berta Isla, cuyo matrimonio se convierte en una convivencia intermitente, con un marido que aparece y desaparece, y del que en un momento dado deja de tener noticias. Este asunto de la persona que desaparece, y vuelve o no, es tan antiguo en la literatura universal como la Odisea. Siempre me ha fascinado y lo he tratado en otros libros. Y unido a ello me estimul¨® la lectura de un libro que edit¨¦ hace a?o y medio en Reino de Redonda, La mujer de Martin Guerre, de Janet Lewis. Es una novela de los a?os cuarenta, muy anterior a la pel¨ªcula, que cuenta una historia real de la Francia del siglo XVI. Un caso que levant¨® una expectaci¨®n enorme, incluso Montaigne asisti¨® al juicio de ese hombre que parec¨ªa ser el marido pero pod¨ªa ser un impostor¡­ Incitado por eso (yo nunca oculto mis influencias o mis fuentes, cosa que la mayor parte de los escritores s¨ª suele hacer), quise retomar ese tema por extenso.

Javier Mar¨ªas, junto a su mesa de trabajo, en el despacho de su casa.

Ha definido Berta Isla como la cr¨®nica de una espera, pero tambi¨¦n es la cr¨®nica del destino trazado, en el caso de Tom¨¢s Nevinson, el marido. S¨ª, otra de las ideas que me estimularon, y que hab¨ªa esbozado en mi anterior novela, As¨ª empieza lo malo, es la idea de ser divisado, de ser avistado. En el momento en que nacemos quedamos expuestos a cualquier cosa, entre otras a que el Estado u otros individuos fijen sus ojos en nosotros e intenten utilizar nuestras virtudes en su provecho.

¡°Algo fascinante de los esp¨ªas, que veo pr¨®ximos a los novelistas, es que tienen que renunciar a menudo a su propio ser y hacerse pasar por quienes no son¡±.

Tom¨¢s es pasivo, construye su personalidad a base de no tener personalidad. En ese sentido el personaje de Berta me parece mucho m¨¢s s¨®lido. Probablemente s¨ª, pero hay que tener en cuenta que hay una parte de la novela en tercera persona, que es la que se refiere a Tom¨¢s, y otra parte en primera persona, que corresponde a Berta Isla, y es normal que si t¨² est¨¢s asistiendo a la voz de un personaje, ese personaje adquiera mayor corporeidad, mayor fuerza que el otro. Es un poco deliberado. El personaje de Tom¨¢s Nevinson inicialmente es muy joven, no muy sagaz, y se ve involucrado en un suceso que le fuerza a prescindir de su propia personalidad. En cierto sentido, lo que t¨² dices, lejos de parecerme un defecto, me parece que es m¨¢s bien lo que corresponde que sea; es un personaje que al meterse en ese mundo del espionaje est¨¢ abocado a dejar de ser quien es, a no ser nadie, y a no conocerse. Una de las cosas fascinantes de los esp¨ªas, que yo veo como gente muy pr¨®xima a los novelistas o a los creadores de ficciones, es que frecuentemente, sobre todo si son infiltrados o agentes encubiertos, tienen que renunciar a su propio ser y hacerse pasar por quienes no son, o por lo contrario de lo que son. Y como dice uno de los personajes de la novela, cuando eso se prolonga es dif¨ªcil regresar a la vida normal.

Pero no intenta rebelarse contra ese destino. No se ?rebela porque cuando empieza es biso?o y no tiene capacidad de reacci¨®n. Y llega un momento en que se convence a s¨ª mismo de que eso es lo que quiere hacer, puesto que le ha tocado. Es la conformidad con el destino que nos va tocando a cada cual.

La yuxtaposici¨®n de la narraci¨®n en tercera persona, en el caso de Tom¨¢s, y en primera persona, en el caso de Berta, es interesante. Hace tiempo dijo que asumir la voz femenina le resultaba complicado. ?Ya est¨¢ c¨®modo en este registro? S¨ª, despu¨¦s de haber escrito Los enamoramientos con la voz de una mujer, las partes narrativas de Berta Isla no me resultaron tan duras como aquella vez. Ahora lo que me ha resultado un poco m¨¢s complicado han sido precisamente las partes en tercera persona, porque todas mis novelas hab¨ªan sido en primera persona desde El hombre sentimental, en 1986, y estaba tan desentrenado que llegu¨¦ a pensar que no sabr¨ªa contar ya en tercera persona.

De hecho, el extra?amiento, el desdibujamiento de los rasgos del ausente, en boca de Berta, da lugar a los pasajes m¨¢s emotivos. Bien est¨¢; si una novela produce emociones, pues qu¨¦ m¨¢s quiere uno. Lo peor ser¨ªa leer una novela que es entretenida sin m¨¢s.

A lo largo del libro Tom¨¢s repite unos versos de T. S. Eliot que son un presagio, en el sentido de que va a convertirse en un ¡°desterrado del universo¡±. ?Los escogi¨® espec¨ªficamente para la trama? Yo no escojo nunca nada. Trabajo de una forma tan improvisada que muchas veces me encuentro con algo que estoy leyendo, o releyendo por azar, y de pronto le veo un sentido como para incorporarlo a la novela que estoy escribiendo, pero sin saber exactamente la misi¨®n que va a tener. Lo mismo me sucede con cosas menores, o diminutas.

Ahora que me fijo, esta cajetilla que tiene aqu¨ª en la mesa est¨¢ reproducida en el libro¡­ Marcovitch, la marca que fuma Tom¨¢s. Esto es una vieja cajetilla que yo tengo de cuando exist¨ªan estos cigarrillos¡­ S¨ª, incorporo muchas cosas que tengo a mano. En As¨ª empieza lo malo est¨¢ reproducido un cuadro que uno de los personajes mira a menudo y que es m¨ªo, del pintor Francesco Casanova, hermano del famoso Casanova. No quiere decir que me identifique con tal o cual personaje; les presto cosas. Yo siempre digo que trabajo con br¨²jula, no con mapa, y la br¨²jula se?ala al norte: no es que no sepa d¨®nde voy, pero lo que no s¨¦ es cu¨¢l ser¨¢ el recorrido ni cu¨¢l ser¨¢ tampoco el final. Voy cambiando, voy improvisando, me voy contradiciendo¡­ Supongo que una de las cosas que a m¨ª me divierten de escribir novelas, entre otras, es averiguar las historias a la vez que las escribo. Luego, cuando la novela est¨¦ publicada y pasen unos a?os, me parecer¨¢ inconcebible que sea distinta de como habr¨¢ resultado ser al final, pero mientras la escribo todas las posibilidades est¨¢n abiertas. Cada vez soporto menos saber demasiado de la novela.

Y en este caso, ?le ha vuelto a asaltar la inseguridad al escribirla? S¨ª, siempre. Cuando mencionabas al principio Tu rostro ma?ana¡­ me sigue pasando lo mismo siempre. Yo termino una novela y nunca s¨¦ si habr¨¢ otra. No tengo tantas historias en la cabeza. En los ¨²ltimos tiempos las he ido publicando cada tres a?os, no es algo deliberado, y cada novela que empiezo tengo una inseguridad horrorosa. Las personas que est¨¢n cerca de m¨ª y que me oyen despotricar mientras las escribo ¡ª?esto es una porquer¨ªa, no tiene sentido, esta vez s¨ª que es fatal!¡ª me dicen: ¡°Esto lo dec¨ªas la vez anterior¡±¡­ Y digo: ¡°S¨ª, pero la otra ya est¨¢ acabada, y era m¨¢s f¨¢cil que esta otra que no tengo hecha¡­¡±.

Eso va en el car¨¢cter. No cambia. Me temo. Hay gente que puede hacer una novela y otra y otra y todas est¨¢n bien. Pero se ve que son novelas de oficio. Yo tengo que tener un est¨ªmulo, una inspiraci¨®n suficiente como para ponerme a ello. Hombre, supongo que tambi¨¦n el oficio se va adquiriendo, y yo llevo¡­ 46 a?os desde que publiqu¨¦ la primera, con 19. Es horrible.

Tom¨¢s Nevinson, y otros personajes suyos, son incapaces de conocerse a s¨ª mismos. ?Usted practica la introspecci¨®n? No, eso es un rasgo que comparto con ellos. Me parece una p¨¦rdida de tiempo andarse mirando mucho a uno mismo. Creo adem¨¢s que en el fondo todo el mundo se conoce bastante sin tener que hacer grandes esfuerzos. Hombre, todos podemos llevarnos sorpresas con nosotros mismos, evidentemente, pero si las circunstancias nos impelen a ello, como puede ser una guerra. Por ejemplo, cuando uno piensa en la Guerra Civil, que todav¨ªa nos da mucho que pensar a los espa?oles, uno cree saber c¨®mo se habr¨ªa comportado, pero a poco que se sea sincero, la verdad es que no lo sabemos.

¡°Me subleva que, en contra del criterio de la familia, se insista en buscar los restos de Garc¨ªa Lorca. Me molesta ese trasiego, tr¨¢fico incluso, de cad¨¢veres¡±.

Por cierto, en el libro insiste en otra idea suya de que no se puede juzgar una guerra desde un tiempo de paz. Que quienes viven hoy c¨®modamente no deben juzgar a quienes les toc¨® sufrir el desastre. ?Qu¨¦ opina del af¨¢n por resucitar la Guerra Civil por parte de nietos y bisnietos? Creo que hay un poco de pose, y hay algo de facil¨®n. Queda uno muy bien clamando por que se haga justicia. ?Justicia a qui¨¦n? A m¨ª me parece muy respetable, por ejemplo, que haya gente que quiera desenterrar a sus muertos y darles una sepultura mejor. A mi t¨ªo Emilio lo mat¨® con 18 a?os una brigada de milicianos de Madrid que dirig¨ªa el siniestramente famoso Agapito Garc¨ªa Atadell. No hay justicia posible que se le pueda hacer. No s¨¦ d¨®nde est¨¢ enterrado ni me importa. Yo no tengo la superstici¨®n de los huesos, y creo adem¨¢s que hay que dejar a los muertos en paz. Por ejemplo, a m¨ª me subleva mucho cada vez que, en contra adem¨¢s del criterio de su familia, se insiste en buscar los restos de Garc¨ªa Lorca. Me da la impresi¨®n de que en gran medida se los quiere buscar para sacarles provecho¡­ Me molesta esa especie de trasiego, tr¨¢fico incluso, de cad¨¢veres. Pero entiendo tambi¨¦n que haya quien quiera recuperar a su familiar y me parece perfectamente l¨ªcito. Ahora bien, quienes est¨¢n ya muy lejos de eso¡­ Tengo 65 a?os, mi generaci¨®n no vivi¨® la guerra, pero nuestros padres s¨ª, plenamente, y en mi familia tuve por un lado a ese t¨ªo asesinado por milicianos y por otro lado a mi padre, que el 15 de mayo de 1939 fue detenido bajo grav¨ªsimas acusaciones, y falsas, como que era colaborador de Pravda, y estuvo en prisi¨®n varios meses y se salv¨® de ser fusilado. Pero ya a las siguientes generaciones todo eso les pilla un poco lejos, y esa insistencia suena un poco a impostura. ?Se ha llegado a exigir que se juzgara a gente muerta por sus cr¨ªmenes en el franquismo! Si estuvieran vivos me parecer¨ªa bien, pero juzgar a gente muerta me parece un absurdo. Entonces yo creo que hay un poco de exageraci¨®n.

Su preocupaci¨®n por la traici¨®n, la doblez, el rostro oculto, ?se fragua en la delaci¨®n de la que fue v¨ªctima su padre [el fil¨®sofo Juli¨¢n Mar¨ªas] o tiene que ver m¨¢s con el ambiente vivido en la dictadura? S¨ª, indudablemente. Yo esa historia de mi padre la hab¨ªa o¨ªdo contar desde chico, aunque un poco endulzada, y el hecho de que el que presentara la denuncia y la difamaci¨®n (mi padre hab¨ªa sido republicano, pero no hab¨ªa hecho nada de lo que se le acus¨®) fuera un amigo de toda la vida impresiona mucho.

La m¨¢quina el¨¦ctrica en la que escribe y pule sus textos.

?Qu¨¦ buscaba? No lo s¨¦, y mi padre dijo no saberlo tampoco. ?l nunca quiso tomar venganza ni dar a conocer los nombres siquiera despu¨¦s de la muerte de Franco. Yo hice una trampa¡­ en Tu rostro ma?ana, tomo la historia de mi padre en el personaje de Juan Deza, y dentro de esa ficci¨®n los nombres de los delatores se corresponden casi con los nombres reales. Recuerdo que antes de publicar el primer volumen le le¨ª esa parte a mi padre, y entonces ¨¦l me dijo: ¡°Est¨¢ bien, me gusta. Pero yo nunca he dicho los nombres¡±. Y le dije: ¡°Bueno, pero ahora el que est¨¢ contando la historia soy yo¡±. Mi padre no quiso saber nada, ni contaminarse combatiendo a esa gente. Lo cual lo entiendo hasta cierto punto. No puedes meterte en todas las guerras, porque hay enemigos que realmente manchan demasiado, incluso aunque sea para combatirlos, y si puedes evitarlo, pues mejor, por higiene mental, vital y biogr¨¢fica. Pero es un tema que aparece mucho en mis novelas: la persuasi¨®n, la conveniencia de tener secretos, la sospecha¡­ son temas universales, que todos vivimos y padecemos.

¡°Claro que tengo nostalgia. He conocido otras ¨¦pocas menos inmersas en idioteces. Eso hace que algunos me llamen cascarrabias. Y puede que lo sea¡±.

Frente a otras de sus novelas, en las que la trama es contempor¨¢nea al momento de escribirlas, Berta Isla abarca casi tres d¨¦cadas, de los a?os sesenta a los noventa. S¨ª, tambi¨¦n en la anterior, As¨ª empieza lo malo, retrocedo a otra ¨¦poca, a los a?os ochenta. Es una cosa curiosa y ah¨ª me par¨¦ un poco a pensar, qu¨¦ est¨¢ pasando¡­ Creo que una de las razones, y esto no caer¨¢ muy bien a la gente actual, es que el tipo de conflictos, de ambig¨¹edades, de dilemas, morales incluso, que a m¨ª me interesa tratar en mis novelas y que se les presentan a mis personajes, cada vez me resultar¨ªa m¨¢s inveros¨ªmil atribu¨ªrselos a personas de 2017, porque tengo la sensaci¨®n de que la gente (con excepciones) ha perdido sustancia. Y no me estoy refiriendo a los j¨®venes. Creo que los tiempos influyen en todas las generaciones, y hay personas de 70 a?os que ahora han perdido sustancia respecto a como eran ellos mismos, y no s¨¦, hace 20 a?os no ve¨ªa a un se?or de 70 a?os en pantal¨®n corto haci¨¦ndole una foto a una baldosa, o cualquier otra estupidez. Ahora da la impresi¨®n de que la gente ha perdido densidad, profundidad. Entonces poner este tipo de conflictos o de complejidades en personajes de ahora, creo que chocar¨ªa mucho.

Justamente, en Berta Isla hace acotaciones sobre cambios de costumbres, la sobreprotecci¨®n de la juventud, la p¨¦rdida de la cortes¨ªa, el desprecio hacia la excelencia¡­ ?Vive con nostalgia? Hombre, s¨ª. Yo la verdad es que tengo una sensaci¨®n¡­ pero eso puede que sea achacable a m¨ª, voy cumpliendo a?os, y al hacerse uno mayor ve cada vez m¨¢s ajeno el mundo nuevo. Puede que sea defecto m¨ªo¡­ Hay una frase en la novela en la cual se dice algo as¨ª como que a medida que nos hacemos mayores, el mundo lo usurpan¡­

¡°Por la manera en que funcionan las redes sociales, es muy f¨¢cil manipular a la gente hoy d¨ªa. Uno piensa qu¨¦ habr¨ªa hecho Goebbels con Twitter¡­¡±.

 La tengo aqu¨ª anotada: ¡°Los pa¨ªses los usurpan quienes van naciendo sin querer, a nosotros nos usurpan los adultos o los viejos en que nos convertimos sin querer¡±. S¨ª, hay mayor ignorancia deliberada del pasado, mayor indiferencia sobre lo que ha ocurrido con anterioridad¡­ Hace poco en un cuestionario breve me preguntaron ¡°Cu¨¢l es su mayor pesar¡±. Y contest¨¦ algo as¨ª como saber que voy a dejar un mundo menos agradable y menos inteligente que el que encontr¨¦ al nacer. No me estoy refiriendo obviamente a lo pol¨ªtico, porque yo nac¨ª durante la dictadura de Franco, pero s¨ª a la manera de ser de las personas, los valores, las inquietudes¡­ Tengo la sensaci¨®n de que el mundo es mucho menos inteligente que en los a?os cincuenta y sesenta, y que es menos agradable. Y entonces, claro que tengo de vez en cuando alguna nostalgia; he conocido otras ¨¦pocas que me parec¨ªan globalmente m¨¢s sensatas, menos inmersas en idioteces, y esa sensaci¨®n es la que hace que mucha gente que lee mis art¨ªculos de los domingos considere que estoy enfadado con el mundo.

Miniaturas sentadas sobre los libros, y abajo, a la izquierda, una foto del escritor madrile?o Juan Benet, amigo y mentor del novelista.

Y que se ha vuelto un cascarrabias. No le hicieron demasiada gracia las columnas de Joaqu¨ªn Reyes en EL PA?S¡­

En fin, yo no he dicho nada.

Lo equipar¨® a Paco Mart¨ªnez Soria. Dos l¨ªneas le dediqu¨¦, porque a m¨ª su trabajo me hace tanta gracia como el de Paco Mart¨ªnez Soria, pero vamos, todo el mundo es libre de opinar lo que quiera. Hombre, este se?or me parece un poco parasitario, y un poco insistente, pero bueno, tampoco tengo queja. No es el ¨²nico que me llama cascarrabias¡­ Y puede que lo sea. Ya he dicho que cuando era joven fui un impertinente y un aguafiestas, que es otra cosa distinta. Cascarrabias va connotado con la edad, y es posible que ahora lo sea.

De todas formas, las quejas por la decadencia se las o¨ªa a su padre, y de hecho se repiten en todas las ¨¦pocas. ?Por qu¨¦ ser¨ªa peor ahora? No s¨¦ si se han repetido siempre. Ha habido ¨¦pocas en las que se ha tenido conciencia de mejora. No creo que todas las generaciones hayan pensado siempre que el pasado fue mejor. Y en muchos aspectos, en la propia Espa?a, los a?os ochenta, que ahora son denigrados por muchos, ten¨ªamos todos la sensaci¨®n de que eran infinitamente mejores que los a?os sesenta y setenta que hab¨ªamos dejado atr¨¢s.

?Cree que la formaci¨®n educativa se ha degradado en Espa?a? Sin la menor duda. Conozco a mucha gente que est¨¢ en la universidad y me comenta el grado de incapacidad de los alumnos de comprender un texto breve. Y no ocurre solo en Espa?a, tambi¨¦n en otros pa¨ªses. Eso no hab¨ªa pasado nunca, que los universitarios tuvieran dificultad en la comprensi¨®n lectora. Y adem¨¢s, hay otro elemento de no querer enterarse, se da una especie de deliberada reducci¨®n de todo lo que se dice¡­ Yo escribo art¨ªculos, intento razonar, intento matizar. De vez en cuando escribo arbitrariedades y exageraciones, como es l¨®gico, porque si no, no me divierto, pero si digo que algo me parece falso, o err¨®neo, o una imbecilidad, me esfuerzo por argumentarlo. Y pese a ello, a menudo hay lectores o pseudolectores que lo reducen a un eslogan.

Lleva 23 a?os escribiendo columnas, 15 de ellos en El Pa¨ªs Semanal. ?Ha notado un aumento de la intolerancia? S¨ª, ya lo creo. Sobre todo en los ¨²ltimos a?os. Tengo un art¨ªculo pendiente, que adem¨¢s caer¨ªa fatal tambi¨¦n, que lo tendr¨ªa que titular algo as¨ª como El triunfo de las monjas. Las monjas de toda la vida est¨¢n triunfando ahora, bajo otro disfraz, pero con los mismos objetivos: que no haya besos, que no haya escotes, que no haya minifaldas. Te dicen que ahora es por buenas razones. Mire, no, bajo la apariencia de buenas causas se reprime como en tiempos de Franco. Pues si llamo monjas a las que propugnan todo esto¡­

?Las feministas? S¨ª, las feministas y yo qu¨¦ s¨¦¡­ El otro d¨ªa le¨ª: ¡°Ya no habr¨¢ besos en las carreras ciclistas¡±. Y la federaci¨®n de golf en EE UU proh¨ªbe las faldas cortas a las jugadoras¡­ Me dej¨® at¨®nito. Vamos a ver, las feministas han luchado durante d¨¦cadas por vestir como les daba la gana. Y las sufragistas quer¨ªan descubrir el tobillo. Y ahora resulta que, por otros motivos, no puede usted llevar minifalda. ?D¨¦jenme en paz!

?Cree que las redes sociales tienen algo que ver? Intolerantes ha habido siempre, pero a lo mejor ahora tienen m¨¢s capacidad de manifestarse. S¨ª, yo creo que tienen mucho que ver. Hace unos pocos a?os, hab¨ªa cartas al director, y alguien que se molestaba en escribir una carta al director, aunque fueran 10 o 12 l¨ªneas, se paraba a pensar. Ahora a golpe de tuit se dice cualquier cosa, a veces sin haber le¨ªdo el art¨ªculo, solo a partir de lo que les han dicho. Y luego hay un elemento de contagio que no se produc¨ªa antes. Por la manera en que funcionan estas redes sociales (hablo de o¨ªdas porque no las frecuento ni las miro nunca, ni utilizo siquiera el ordenador), basta con que haya dos o tres individuos que montan una escandalera, con base o sin ella, sobre algo para que otros muchos se apunten enseguida por mero mimetismo y eso crezca. Lo cual indica tambi¨¦n lo f¨¢cil que es manipular a la gente hoy d¨ªa. Uno piensa qu¨¦ habr¨ªa hecho Goebbels con Twitter¡­ ?Habr¨ªa sido espantoso! La propaganda de los nazis se limitaba a la radio, a la prensa y nada m¨¢s, y aun as¨ª tuvieron mucha capacidad de influencia, pues imag¨ªnate la capacidad de influencia que puede tener hoy alguien que organice bien todo eso y lo manipule bien¡­ Todav¨ªa no nos ha aparecido Hitler, pero, bueno, nos ha aparecido Trump [risas].

Di¨¢logo entre bambalinas

La luz solar va bajando. Comienza la sesi¨®n implacable de fotos, a la que Javier Mar¨ªas se somete con cortes¨ªa. Gajes de la promoci¨®n. La entrevista contin¨²a a salto de mata y el interrogatorio se torna por momentos estereof¨®nico.

¡ªM¨ªreme a c¨¢mara. Baje un pel¨ªn la barbilla ¡ªpide Ximena Garrigues.

¡ªLa cara la debo tener un poco dormida porque he tenido una noche de bastante insomnio.

Mar¨ªas confirma que sigue siendo noct¨¢mbulo, y que escribe por la tarde y tambi¨¦n a ¨²ltima hora de la ma?ana. Y que es disciplinado. ¡°Tienes que serlo. Llega un momento en el que tienes que empezar a rechazar todas las invitaciones. Con Berta Isla he estado 25 meses, pero me he podido poner a la m¨¢quina la mitad, entre art¨ªculos, viajes¡­¡±.

¡ªP¨®ngase totalmente de perfil.

¡ªSiempre quedan mal las fotos de perfil, ?no? Son como de comisar¨ªa¡­

Por supuesto, sigue escribiendo a m¨¢quina y corrige a mano. ?Y d¨®nde pone el l¨ªmite de la correcci¨®n?

¡ªCuando ya no s¨¦ hacerlo mejor. Voy p¨¢gina a p¨¢gina. Siempre hago una, y hasta que no la doy por buena no paso a la siguiente. Trabajo de una manera artesanal. Soy capaz de volver a teclear una p¨¢gina por cambiar un adjetivo¡­ Mucho perfil me parece, ?no?

Mar¨ªas hace gala de su condici¨®n pretecnol¨®gica. Lleva los carretes de fotos a revelar, tiene un ¡°prem¨®vil¡± y sigue usando fax. El ordenador lo usa su secretaria. Y su p¨¢gina web es obra de terceros.

¡ªSi me hace un peque?o tour por la casa y le voy haciendo fotos ?r¨¢pidas¡­

¡ªNo hay mucho tour. Son todo libros, libros, libros.

Bueno, y unas cuantas armas desplegadas sobre una mesa.

¡ªSon las que me regala cada Navidad [Arturo P¨¦rez] Reverte. Son r¨¦plicas, lo que pasa es que los cuchillos supongo que matan. Yo le regalo cosas m¨¢s civilizadas. El ¨²ltimo fue un libro firmado por Conrad que encontr¨¦ en Inglaterra. ?l, igual que yo, adora a Conrad. Pero no s¨¦, tiene esta man¨ªa de regalarme armas¡­ La se?ora de la limpieza lleg¨® a mirarme raro.

Imposible no pensar en los padecimientos de esa mujer para quitar el polvo... ¡°S¨ª, no le dejo que lo limpie mucho [r¨ªe]. Pero es muy cuidadosa y h¨¢bil. Cuando se me rompe alg¨²n soldado de plomo lo arregla perfectamente¡±.

Sigue el tour por la casa. Libros, libros, libros. Una habitaci¨®n tapizada de cd de m¨²sica y su colecci¨®n de pel¨ªculas, todo clasificado con primor. Tres paraguas (negros, cl¨¢sicos, como el del profesor Tornasol) colgados en un picaporte. De repente, un punching-ball. ¡°?Lo usa?¡±. ¡°A veces¡±. ¡°?Por desahogo?¡±. ¡°No, la rabia se improvisa¡±. ?Practica alg¨²n deporte? Esta pregunta dirigida a un fumador compulsivo suena rara seg¨²n se emite, pero lo cierto es que Mar¨ªas fue un consumado deportista en su juventud. ¡°Suelo caminar¡±.

Cuenta que no es muy de camarillas literarias. ¡°Evito los festivales. La mera idea de tener que estar ah¨ª rodeado de colegas¡­, no porque tenga nada contra los colegas en principio, algunas de las mejores personas que he conocido son escritores, algunas de las peores tambi¨¦n, pero la idea de estar ah¨ª reunido, hablando, intercambiando halagos, me da mucha pereza¡­ La vida literaria, que todos hemos llevado en alguna ¨¦poca, m¨¢s bien me repele bastante¡±.

Ximena tiene una curiosidad:

¡ª?Alguien le ha dicho alguna vez por la calle que no le ha gustado una novela?

¡ªNormalmente cuando la gente se aproxima es para decirte algo agradable¡­ No con libros, pero hace no mucho, a ra¨ªz de un art¨ªculo titulado Perrolatr¨ªa, en el que me met¨ªa con algunos due?os de perros, me par¨® una mujer aqu¨ª abajo, y me dijo: ¡°No s¨¦ si sabes que varios de los vecinos de la zona estuvimos a punto de ir con nuestros perros a tu casa por ese ar??t¨ªculo¡±. Yo sonre¨ª y le dije: ¡°Pues haberlo hecho¡­¡±. Qu¨¦ vas a decir. Yo no hablaba contra los perros, pobrecillos, qu¨¦ culpa tienen, pero contra algunos due?os s¨ª. Es que hay una cosa un poco demencial, antes alguna gente ten¨ªa perro, y ahora tiene perro todo el mundo¡­ La gente que ama demasiado a los animales siempre me da un poco de prevenci¨®n. Le¨ª el otro d¨ªa que hab¨ªan insultado a una cazadora de 27 a?os, bloguera, que se suicid¨® y dec¨ªan: ¡°Por fin ha hecho una cosa buena, pegarse un tiro¡±.

¡ªComo acad¨¦mico titular de la letra R, ?qu¨¦ opina de la pol¨¦mica con ¡°iros¡±?

¡ªEn este caso yo estaba de acuerdo en que se aceptara, porque se usa as¨ª. ?Alguien dice ¡°idos a paseo¡±? Es un caso especial.

¡ªEs un privilegio, la posibilidad de bucear en el lenguaje¡­

¡ªEs interesante, es divertido, contribuir a definir algo, a a?adir un matiz¡­ Los matices en las definiciones no son f¨¢ciles. Es bonito, s¨ª. Sobre todo en las comisiones. Ah¨ª trabajamos m¨¢s con las palabras y las peticiones de la gente, y esa parte es muy interesante.

¡ªAunque se ha quejado de las presiones de ciertos colectivos, la pesadez de la correcci¨®n pol¨ªtica...

¡ªPero es que incluso, una vez establecida la correcci¨®n pol¨ªtica, hay un af¨¢n extra?o de pertenecer a alguna minor¨ªa oprimida, y si no se es una minor¨ªa tradicional, se inventa. ¡°No, es que los gordos estamos oprimidos¡±¡­ Yo quiero pertenecer a una minor¨ªa, quiero ser v¨ªctima, quiero ser m¨¢rtir¡­ No es un papel muy lucido. Antes hab¨ªa un cierto pudor, o cierto orgullo.

¡ªMichel Houellebecq dice que el var¨®n heterosexual, blanco, culto y rico es la ¨²nica identidad a la que se le ha prohibido defenderse.

¡ªYo lo tengo casi todo, no puedo ser minor¨ªa oprimida, me temo, por mucho que me empe?e.

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