Devolver la salud a las mujeres violadas en Congo
En un hospital de Goma, las mujeres con f¨ªstulas reciben tratamiento gratuito y conocimientos b¨¢sicos para reemprender una vida normal si sus familias las rechazan. Segundo texto sobre esta realidad
Un d¨ªa de abril, Claudine se fue al mercado. Llevaba el dinero en la cintura de su falda envuelta. No era mucho; lo suficiente para comprar yuca y media docena de tomates. Se detuvo frente a uno de los puestos y, cuando describe en qu¨¦ momento su vida dio un desgraciado giro, dice que fue al pararse justo en el puesto de esa mujer desaprensiva que la enga?¨® con el cambio.
Como si lo que sucedi¨® a continuaci¨®n fuese algo inevitable, esperable, trat¨¢ndose de una mujer guapa de 18 a?os a la que no acompa?a ning¨²n hombre y que vive en el este de Congo.
Claudine fue a la comisar¨ªa a denunciar a la mujer. La dotaci¨®n del puesto estaba compuesta por un hombre nada m¨¢s. Era un coronel, cuenta ella. Un tipo alto y grueso que no la dej¨® hablar, sino que la arroj¨® directamente al suelo, la peg¨®, le rob¨® el dinero que le quedaba y la viol¨®. La acci¨®n dur¨® cinco minutos y le destroz¨® la vida, ya que fue la causa de que acabase con una f¨ªstula, estigmatizada, y llevando una existencia marcada por la angustia y la preocupaci¨®n por la p¨¦rdida de orina.
Cuando volvi¨® a casa, la noticia de la violaci¨®n la hab¨ªa precedido. Alguien vio lo ocurrido en la comisar¨ªa. En la puerta de su casita la esperaba su marido. Llevaban seis a?os casados. El hombre le puso en los brazos a su beb¨¦ Pacifique, que entonces ten¨ªa dos meses, y le dijo que desapareciese. "As¨ª, tal cual", recuerda. "Me ech¨® sin m¨¢s". Claudine fue a ver al pastor de la iglesia, que la llev¨® al cuartel del Ej¨¦rcito. Un soldado la traslad¨® al hospital de Goma, la capital de la provincia. El hospital se llama Heal Africa [Curar a ?frica], un nombre ambicioso para un lugar al que van a parar las personas deshechas.
Existen distintas estad¨ªsticas sobre las violaciones en el este de Congo. Unas dicen que son 10.000. Otras, 100.000 o m¨¢s. La mayor¨ªa de las mujeres guardan silencio por verg¨¹enza y por miedo a que sus maridos las abandonen, porque, seg¨²n los hombres de ese pa¨ªs, la violaci¨®n de una mujer va dirigida contra su marido. Con la violaci¨®n, un hombre pretende demostrarle a otro que tiene m¨¢s poder que ¨¦l, que puede destruir su familia. Por as¨ª decirlo, una mujer violada est¨¢ pose¨ªda por el enemigo. Por eso el marido tiene que expulsarla si no quiere que la gente lo se?ale con el dedo y lo llame cobarde.
La zona oriental de Congo, un pa¨ªs de tragedia desde hace generaciones que lo tiene todo ¡ªbelleza paisaj¨ªstica, diversidad de flora y fauna y materias primas en abundancia¡ª es una tierra de violencia. No solo contra las mujeres. Tambi¨¦n contra los hombres, contra los ni?os, contra los animales. Una violencia ejercida por los diversos grupos rebeldes, por los soldados del Ej¨¦rcito nacional, por cualquiera que necesite una v¨ªctima. Las materias primas no son una fortuna, son la maldici¨®n del pa¨ªs. La codicia por poseerlas financia las armas y los hombres que luchan con ellas por el acceso a las minas. El Gobierno, inmerso en la corrupci¨®n y en las luchas internas de poder, ha dejado de perseguir a los criminales y permite que queden impunes cr¨ªmenes tan graves y tolera que esto ocurra, o por lo menos, no lo combate con eficacia.
Existen estad¨ªsticas sobre las violaciones en el este de Congo. Unas dicen que son 10.000. Otras, 100.000
Cuando Jonathan Lusi, cirujano especialista en operaciones de f¨ªstula, conoce la historia de Claudine y cu¨¢l ha sido su suerte, asiente algo confuso. Lusi, que se pasea por el hospital con su traje de quir¨®fano de un alegre color rosa, fund¨® Heal Africa a mediados de la d¨¦cada de 1990 junto con su ya fallecida esposa brit¨¢nica Lyn Mitte. Desde entonces ha tratado a 40.000 pacientes de f¨ªstula, muchas con lesiones debidas al parto, y muchas otras, demasiadas, debidas a una violaci¨®n. Cuenta que el sufrimiento de estas mujeres lo sume en la consternaci¨®n cada vez que se toma un par de minutos para reflexionar sobre la situaci¨®n de su pa¨ªs y sobre el resto del mundo, que no corre a ayudar a Congo y a sus mujeres, sino que hace la vista gorda con la violencia, como si lo importante fuese proteger sus propios intereses.
Claudine, dice Lusi, ha tenido suerte relativamente. Sabe de otros casos tan terribles que no se pueden relatar. Al principio de su carrera le afectaba el destino individual de cada persona, pero ya hace tiempo que piensa en todo lo que habr¨ªa que cambiar si se quiere aliviar la desdicha.
En lugar de hablar de uno de esos destinos atroces, Lusi prefiere contar que hace poco se arm¨® de valor para leer la Constituci¨®n de su pa¨ªs. En ella encontr¨® enunciados sobre la dignidad de los seres humanos, incluidas las mujeres; sobre el derecho a la integridad y ¡ªdice con asombro¡ª sobre los derechos humanos. Le pareci¨® ir¨®nicamente divertido. "Llevo m¨¢s de 10 a?os remendando el producto del desprecio a la dignidad, la integridad y los derechos humanos que son las mujeres desgarradas".
Violaci¨®n, incontinencia, hedor, expulsi¨®n. En la vagina de las mujeres que yacen en la mesa de operaciones de Lusi no han metido solo ¨®rganos sexuales. Tambi¨¦n ca?ones de fusiles, bayonetas y palos. Curarlas es una tarea casi desesperante. Pero Lusi no desespera. Todo lo contario. Cada d¨ªa, cuando pasa por el recinto de la cl¨ªnica saludando aqu¨ª y all¨¢ a las pacientes, lleva una expresi¨®n alegre en el rostro. A lo mejor es que, ante ese inmenso dolor, toda tristeza ser¨ªa vana, o a lo mejor es que eso le ayuda a encontrar un lenguaje que prive a las cosas de su horror. Lusi no utiliza el t¨¦rmino "pacientes", sino "damas"; no dice vagina, sino el "lugar encantado de las mujeres". Y afirma: "Es imposible hacer que el pa¨ªs progrese si dejamos de lado a las mujeres".
Con la violaci¨®n, un hombre pretende demostrarle a otro que tiene m¨¢s poder que ¨¦l
Desde hace tres semanas, Claudine es una de las pacientes de Heal Africa. Duerme en una habitaci¨®n con otras 24 internas. Las camas chirr¨ªan y los colchones son delgados. Huele a orina y a algo peor. Algunas mujeres tambi¨¦n tienen fisuras en el recto y los excrementos les corren piernas abajo. Claudine pasa la mayor parte del tiempo ap¨¢tica en la cama con su beb¨¦, espantada y perpleja por lo r¨¢pidamente que se derrumb¨® su vida que, aunque pobre, por lo menos era estable; por la manera en que ese hombre con el que compart¨ªa un hijo, al que cada d¨ªa le hac¨ªa la comida y le lavaba la ropa, la hab¨ªa echado sin contemplaciones. Horrorizada tambi¨¦n de su propio olor y de la sensaci¨®n de haber perdido todo valor que lleg¨® con ¨¦l.
La perplejidad se le ha instalado en la voz. Cuando habla, las frases se le escapan a medias como si, de repente, se abriese un abismo. Su marido amenaz¨® con matarla. "Dice que he arruinado su honor". A los dem¨¢s habitantes del pueblo les ha contado que Claudine es una fulana. "Olv¨ªdate de c¨®mo eran las cosas. De ahora en adelante tu vida ser¨¢ cuesta arriba", le dijo hace poco una de las mujeres. "Lo ¨²nico que te ayudar¨¢ ser¨¢ la confianza en Dios".
Cada martes y cada domingo, Claudine puede practicar esa confianza en la iglesia de la cl¨ªnica. En Heal Africa se reza mucho. Cada reuni¨®n, cada operaci¨®n, cada comida empieza con un agradecimiento a los poderes superiores. Las pacientes de f¨ªstula se concentran en el pasillo central. El olor a orina las envuelve como una barrera que hace que los dem¨¢s asistentes al servicio religioso se mantengan a distancia. El pastor es de Uganda y habla en ingl¨¦s desde el p¨²lpito. Claudine no entiende ni una palabra, pero con cada oraci¨®n levanta los brazos al cielo, como si le fuese a llegar algo desde all¨ª.
Las probabilidades de que la operaci¨®n la cure son buenas. Alrededor del 70% de las pacientes salen del hospital sin incontinencia. El 30% que no se cura, o que solo lo consigue tras varias operaciones, son mujeres cuyas lesiones internas son de tal calibre que los tejidos se han deshecho o han cicatrizado. El ur¨¦ter, la vejiga y la vagina est¨¢n agujereados. Como Claudine es a¨²n muy joven, el pron¨®stico es bueno, aunque una operaci¨®n no bastar¨¢ para rehacer su vida. "No s¨¦ ad¨®nde podr¨¦ ir despu¨¦s. No tengo dinero ni trabajo". Con estas dos frases resume su desesperaci¨®n.
Llevo m¨¢s de 10 a?os remendando el producto del desprecio a la dignidad, la integridad y los derechos humanos que son las mujeres desgarradas
Jonathan Luis, cirujano
Al principio, Heal Africa era un hospital para toda clase de enfermedades, pero luego empezaron a afluir las mujeres con f¨ªstulas procedentes de todas partes de la provincia y m¨¢s all¨¢. Lusi form¨® a cirujanos especialistas, construy¨® una unidad especial para esas mujeres y envi¨® ambulancias a los pueblos remotos para que recogiesen a las que llevan a?os viviendo solas y aisladas. As¨ª siguieron las cosas. Cada vez que hab¨ªa dinero o se encontraba a un donante generoso, se contrataba a psic¨®logos y abogados para que ayudasen a las mujeres a denunciar a los agresores, y a profesoras que les ense?aban a coser y a hacer jab¨®n. Con estos conocimientos se puede ganar dinero. No mucho, pero s¨ª lo suficiente para que ya no te consideren una v¨ªctima, una repudiada, sino un "recurso"; una mujer que lleva dinero a casa, y por lo tanto, tiene un nuevo valor.
Michael Vweya, un hombre de aspecto corriente entre los 40 y los 50 a?os, es el psic¨®logo de las pacientes de f¨ªstula de Heal Africa. "Me ocupo de las depresiones, de los trastornos por estr¨¦s postraum¨¢tico, de las tendencias suicidas, de las p¨¦rdidas de personalidad y de memoria, de los ataques de p¨¢nico y tambi¨¦n de la sensaci¨®n de no estar a salvo jam¨¢s en ning¨²n sitio". R¨ªe ligeramente azorado por la enumeraci¨®n de las secuelas de la violaci¨®n, como si le resultase inc¨®modo presentar una lista tan larga.
A diferencia de sus compa?eros occidentales, Vweya no dispone de meses o incluso de a?os de psicoterapia para recomponer las almas destrozadas. "Entre seis y ocho sesiones tienen que bastar", dice. En el hospital no es posible practicar la psicolog¨ªa profunda, aunque, para las mujeres afectadas, contarle su historia sea un alivio y un consuelo. "Nadie m¨¢s las escucha. Las f¨ªstulas y sus consecuencias son un estigma, un estado que provoca desprecio". Dice que los casos m¨¢s graves se tienen que derivar al psiquiatra, y cuenta que una mujer violada y operada volvi¨® a su pueblo. La volvieron a violar y la volvieron a operar. La historia se repiti¨® seis veces. Despu¨¦s de la sexta vez, la mujer gritaba y mord¨ªa como un animal cuando alguien la tocaba. "Llega un punto en el que la psique se rinde".
Las que tienen fuerza para pedir justicia encuentran apoyo en Michelle Kabuya, abogada de Heal Africa. Esta mujer de 52 a?os recibe a sus clientas en un despacho min¨²sculo con un escritorio torcido y dos sillas de pl¨¢stico. En teor¨ªa, las clientas de Kabuya tienen la ley de su parte, ya que desde 2013 existe un plan de acci¨®n del Gobierno para la lucha contra la violencia sexual. Cuenta con el apoyo del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo y de las unidades de la Misi¨®n de Naciones Unidas en la Rep¨²blica Democr¨¢tica del Congo (Monusco), los cascos azules de la ONU en el pa¨ªs, cuyo objetivo es acabar con la violencia sexual como arma de guerra. Para conseguirlo, los pastores tienen que condenarla desde el p¨²lpito, los ancianos y los jefes hablar a sus comunidades en contra de ella, la polic¨ªa recibir formaci¨®n para detener a los agresores, y la sociedad en general tiene que entender que as¨ª no; no contra las mujeres.
Pero el mensaje se queda corto. Con ¨¦l no aumenta el ¡ªescaso¡ª valor de la vida de una mujer porque no llega a los soldados del Ej¨¦rcito ni a los grupos rebeldes que ejercen esa violencia. Y aunque les llegase, ?de qu¨¦ servir¨ªa?, se pregunta Kabuya. La suya es una sociedad masculina profundamente traumatizada con ni?os soldado a los que sus superiores ordenan que violen a las mujeres, y que, si no consiguen hacerlo con la fuerza de su virilidad, recurren a otros medios. Ni?os que tienen que elegir entre matar o que los maten. Cuando le preguntamos cu¨¢ntos casos conoce en los que el agresor haya sido juzgado, hojea un archivador y dice: "En el ¨²ltimo a?o denunciamos 82 casos. Detuvieron a 70 hombres y 36 fueron juzgados". Por lo que respecta a cu¨¢ntos fueron a la c¨¢rcel, responde: "Que yo sepa, uno".
El hospital tiene una saturaci¨®n del 160% y las donaciones han dejado de fluir
Lusi crey¨® durante mucho tiempo que su trabajo contribuir¨ªa a mitigar la violencia y que el mundo acudir¨ªa en auxilio de Congo. Y si no era el mundo, ser¨ªa el tiempo. Pero ni uno ni otro han cambiado demasiado las cosas. Al contrario. Desde hace meses, el cirujano opera tambi¨¦n a ni?as con f¨ªstulas severas. Peque?as de tres o cuatro a?os con heridas tan graves que la ciencia m¨¦dica ya no basta. Las secuestran en los pueblos, abusan de ellas y las abandonan para que mueran. "Ni el dinero ni los buenos m¨¦dicos nos sirven ya de ayuda. Necesitamos paz, un cambio socioecon¨®mico, terapia para los traumas y reinserci¨®n de los agresores en la sociedad".
Aunque, aparte de Heal Africa, en el este de Congo solo existe otro hospital en el que las mujeres violadas encuentran ayuda, actualmente la cl¨ªnica lucha por sobrevivir. Hay que renovar los edificios y faltan aparatos m¨¦dicos, instalaciones sanitarias y aulas de formaci¨®n. El hospital tiene una saturaci¨®n del 160%. Las donaciones, que hab¨ªan seguido llegando hasta hace unos a?os, han dejado de fluir. "Viene mucha gente. Pol¨ªticos, personas famosas, cooperantes. Todos nos elogian, pero luego se van y, aparte de las buenas palabras, no queda nada".
Cuando Lusi sale de la cl¨ªnica, hace rato que ha atardecido y en los bares y los mercados de Goma, la ciudad en la que se encuentra el hospital, reina la vida nocturna; pero Claudine no tiene ni el dinero ni el ¨¢nimo para ir a echar un vistazo. Pasa las noches con otras mujeres y sus hijos, unos ni?os nacidos de la violaci¨®n a los que los congole?os consideran engendros del mal. A pesar de todo, dice Claudine, ella ha tenido suerte. Por lo menos, Pacifique es hijo del amor.
Este reportaje es la segunda parte de un proyecto que ha sido financiado por el Centro Europeo de Periodismo (EJC, por sus siglas en ingl¨¦s) a trav¨¦s de su Programa de Becas para la Innovaci¨®n en la Informaci¨®n sobre el Desarrollo (www.journalismgrants.org).
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