La vida de los insultos
Por alguna raz¨®n hist¨®rica, en Espa?a siempre han tenido mejor prensa los gallos que las gallinas y los cabrones que las ovejas
CON EL CONFLICTO catal¨¢n, el lenguaje m¨¢s rastrero de las redes virtuales ha dado el salto, por momentos, a la prensa m¨¢s seria. As¨ª, he le¨ªdo a respetables columnistas referirse con mucha soltura a ¡°ratas¡± o ¡°gallinas¡±, y no por una sensibilidad animalista, sino para acometer contra quienes defend¨ªan posiciones que les resultaban antip¨¢ticas. En mi opini¨®n, este problema, como otros muchos, se ha ido agravando por el protagonismo y la altaner¨ªa de los ¡°?gallos¡±, pero, por alguna raz¨®n hist¨®rica, en Espa?a siempre han tenido mejor prensa los gallos que las gallinas y los cabrones que las ovejas.
De ni?o, desde luego, me enfurec¨ªa como todos si me llamaban ¡°gallina¡±, pero lo de ¡°gallo¡±, e incluso ¡°cabr¨®n¡±, ten¨ªa un cierto prestigio. Hab¨ªa, y sigue habiendo, un reflejo de la desigualdad de g¨¦neros en el uso del simbolismo animal. En el f¨²tbol, por ejemplo, se consideraba una distinci¨®n que alg¨²n adulto entendido condecorase a un chaval al exclamar: ¡°?Qu¨¦ bien juega ese cabr¨®n!¡±. Era una suerte entrar en esa especie de club de los cabrones que jugaban, dispensando, ¡°de puta madre¡±.
Lo m¨¢s terrible era lo de ¡°gallina¡±. Peor que ¡°rata¡±. Lo de rata pod¨ªa tener incluso una connotaci¨®n positiva. En el mundo de las pandillas, hab¨ªa que andarse con cuidado si te cruzabas con alguien apodado El Rata. Pero ?qui¨¦n podr¨ªa sobrevivir, salir a la calle, con el apodo de El Gallina? Antes era preferible apostar la cabeza en la contienda semi¨®tica.
El ser ¡°pagano¡±, en la escuela y en la iglesia, ten¨ªa una connotaci¨®n muy negativa
En aquella ¨¦poca, en el mundo oficial, en los discursos de los gerifaltes de anta?o y en los medios de comunicaci¨®n, era habitual hablar de la conspiraci¨®n ¡°judeo-mas¨®nica¡±, versi¨®n abreviada del gran espectro sat¨¢nico ¡°judeo-mas¨®nico-liberal-comunista¡±. En el ambiente en que crec¨ª, nunca o¨ª utilizar esas palabras, ni como insulto ni como nada. En las tabernas de Leonor o del Rito, escenarios dial¨¦cticos de domin¨® y baraja, nunca a nadie le llamaron ¡°judeo-mas¨®nico¡± o ¡°liberal-comunista¡±. Quien utilizase esa ret¨®rica entrar¨ªa en la categor¨ªa de majara o tontolaba. Hab¨ªa un viejo entra?able al que nombraban siempre O Pagano. El ser ¡°pagano¡±, en la escuela y en la iglesia, ten¨ªa una connotaci¨®n muy negativa. Pero si hab¨ªa una persona bondadosa y tranquila era ¨¦l. Nunca levantaba la voz contra nadie. Estaba siempre en una esquina, escuchaba. Hablaba con la mirada. Y la mirada del Pagano era de una profundidad sin fondo. Pero un d¨ªa, molesto, le solt¨® a un chinche una frase digna de Ch¨¦jov: ¡°Por cada verdad que dices te cae un diente y todav¨ªa los tienes todos¡±.
M¨¢s tarde supe que viv¨ªa solo, porque hab¨ªa perdido un gran amor. De esa naturaleza eran tambi¨¦n sus amigos Coraz¨®n y Pai-Pai. Obreros de la construcci¨®n, al volver del trabajo, paseaban de la mano con sus mujeres hacia ese camino fronterizo del arrabal que es la l¨ªnea del horizonte. ?Coraz¨®n, dices? ?Qu¨¦ apodo, eso suena muy sentimental! S¨ª, pero para eso hab¨ªa tambi¨¦n una respuesta convincente: ¡°?Es que es portugu¨¦s!¡±.
A medida que fui leyendo y escuchaba en la radio la expresi¨®n ¡°judeo-mas¨®nico¡± y dem¨¢s, empec¨¦ a inquietarme. Todos aquellos insultos me concern¨ªan, sin saber por qu¨¦. La matanza del cerdo era una gran fiesta. Abundancia frente al hambre, carnaval frente a cuaresma. Pero hab¨ªa alguien que desaparec¨ªa justo ese d¨ªa. Mi padre. Aquel hombre duro se escond¨ªa. Empec¨¦ a asociar comportamientos. No pisaba la iglesia. Sobresaltado, pens¨¦: ¡°?Y si mi padre es jud¨ªo?¡±. Y a partir de ah¨ª, sent¨ª que todos aquellos insultos hist¨®ricos nos involucraban. Eran como flechas que persegu¨ªan a aquel hombre que no quer¨ªa participar en la matanza.
Pasados los a?os, conoc¨ª a otra persona extraordinaria. En circunstancias muy dif¨ªciles. En un viaje al infierno. A la fosa de vertidos radiactivos del Atl¨¢ntico. ?l era el patr¨®n de un barco de madera, el Xurelo. Sali¨® de Galicia para denunciar aquel crimen ambiental. Anxel Vila fue el ¨²nico que se atrevi¨®, se jug¨® el barco y la cabeza. Sin sat¨¦lite, con solo su saber, consigui¨® localizar en el inmenso oc¨¦ano los mercantes y el lugar del crimen. Pero en todo el viaje, d¨ªas desesperantes, fue el ¨²nico que no blasfem¨®. El ¨²nico que rezaba todas las noches. Y yo le pregunt¨¦ al grumete: ¡°?Por qu¨¦ este hombre no jura, no insulta, no blasfema nunca?¡±. Y el muchacho respondi¨®, sorprendido de mi ignorancia: ¡°Porque no es cat¨®lico. ?Le llaman el Protestante!¡±.?
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