La gran subasta mundial de las flores
La localidad holandesa de Aalsmeer es el epicentro mundial del comercio de flores. En un inmenso edificio se compran y venden 27 millones de ejemplares cada d¨ªa.
SON LAS 11.00 de un martes cuando el cami¨®n frigor¨ªfico da marcha atr¨¢s y acopla su trasero al muelle de carga 17. Los conductores descienden, abren el contenedor y dejan al descubierto 48.250 rosas. Las traen desde Soria, fueron cortadas hace dos d¨ªas, han atravesado Francia y B¨¦lgica en 20 horas hasta Aalsmeer, una localidad de 30.000 habitantes situada a las afueras de ?msterdam (Holanda) y a 10 minutos de su aeropuerto; aqu¨ª dejan la mercanc¨ªa, en un edificio gigantesco de 1,3 millones de metros cuadrados, con 443 muelles como este, por donde entran y luego salen 27 millones de flores al d¨ªa. En su interior tiene lugar el intercambio: unos venden y otros compran, la cosecha pasa de productores a mayoristas, y as¨ª se casa oferta y demanda y se fija el precio mundial en la gran subasta de flores del planeta. La mercanc¨ªa, entre tanto, sigue un acompasado proceso de log¨ªstica por las tripas del edificio. La danza arranca con un cami¨®n que llega y los operarios que descargan carritos rebosantes. Las rosas sorianas vienen en ramos de 10. En cubetas de 80. En carritos con hueco para 1.500. Las llevan a una c¨¢mara frigor¨ªfica, a cuatro grados cent¨ªgrados, y se les echa un ¨²ltimo vistazo; las mejores, las de tipo A1, con tallos de casi un metro y botones al borde de la eclosi¨®n, se adornan con envoltorios de cart¨®n para intentar rascar unos c¨¦ntimos m¨¢s en la puja.
Se acerca San Valent¨ªn, y eso siempre anima los precios, dice Henk Lammers mientras husmea entre las reci¨¦n llegadas. Grandull¨®n y de rostro rosado, lleva 35 a?os en el oficio y es capaz de distinguir los ramos de la competencia a distancia: ¡°Estas son de Ecuador; esas, africanas¡±. Trabaj¨® hace a?os de comprador en la subasta; mont¨® un centro mayorista en Madrid en los ochenta; hoy, dirige desde Holanda las operaciones de Aleia Roses, una compa?¨ªa espa?ola que se lanz¨® a la aventura de las flores en 2016. Poseen en Soria un enorme invernadero de rosas Red Naomi, la variedad m¨¢s valorada; cosechan unas 100.000 al d¨ªa; y env¨ªan casi todas a este centro, donde cuentan con oficina y nevera propia, para su venta. Lammers ejercer¨¢ de gu¨ªa por el edificio. El objetivo es seguir a sus criaturas a trav¨¦s de la maquinaria de Aalsmeer. Durante un par de d¨ªas, caminamos kil¨®metros por un laberinto de t¨²neles y estancias g¨¦lidas donde siempre huele a jard¨ªn a primera hora.
La cooperativa que gestiona la subasta de Aalsmeer, Royal Flora Holland, factura 4.700 millones de euros al a?o, dos veces el sector editorial en Espa?a
La subasta la gestiona la mayor cooperativa de la industria, Royal Flora Holland, con m¨¢s de 4.000 socios y una facturaci¨®n de 4.700 millones de euros (dos veces el sector editorial en Espa?a). Su historia se remonta a finales del siglo XIX y da para una tesis como la del antrop¨®logo Andrew Gebhardt, un estadounidense que se doctor¨® en 2014 en la Universidad de ?msterdam con un volumen titulado La creaci¨®n de la cultura floral holandesa (luego convertido en el libro Holland Flowering) centrado en este lugar: ¡°De las seis subastas con las que cuenta Flora Holland [hoy quedan cuatro], m¨¢s de 10.000 personas pasan por la de Aalsmeer cada d¨ªa¡±, describe en el trabajo. ¡°Es la mayor de todas y sirve a los m¨¢s diversos mercados, locales, regionales y globales. Dentro y fuera del pa¨ªs, es la cara de la industria y en Aals?meer tambi¨¦n se celebr¨® la primera subasta hort¨ªcola¡±.
La pulsi¨®n local por las flores, a?ade Gebhardt por tel¨¦fono, nace en el siglo XVII, la Edad de Oro holandesa, cuando se abren al mundo, inventan, investigan, colonizan (y batallan contra Espa?a); los nouveaux riches importan bienes ex¨®ticos y se interesan por modernas formas de ocio, como la decoraci¨®n de jardines. En esos a?os se desata incluso una fiebre por los tulipanes de Turqu¨ªa, la tulipmania, que dio origen a una de las primeras burbujas financieras. Los bulbos de esas flores llegan a alcanzar precios estratosf¨¦ricos y se convierten en objeto de inversi¨®n y especulaci¨®n. Algo as¨ª como la euforia del bitcoin, pero en 1637, a?o en que llega el pinchazo de los bulbos y se evaporan los ahorros de muchas familias de clase media.
¡°Nos ocupamos de que cientos de miles de regalos lleguen a su destino; llevamos emociones al mundo¡±, cuenta David Otten, m¨¢nager del ¨¢rea de distribuci¨®n en el mercado de Aalsmeer
Eran los inicios del protestantismo, del capitalismo, de la econom¨ªa de mercado. Dos siglos despu¨¦s, cuando los agricultores de Aalsmeer levantaron sus invernaderos de flores (el primero de rosas en 1896), decidieron unirse para equilibrar su poder con el del comprador, vendiendo su cosecha diaria en una subasta. La de Aalsmeer se inaugur¨® en 1911. Seg¨²n Gebhardt: ¡°Sin subasta, sin cooperativa, ser¨ªa un mercado dominado por compradores¡±. Los productores, cohesionados, se aseguraban un precio m¨ªnimo, y se fomentaba un inter¨¦s com¨²n en vender un producto mejor a un precio razonable e inmune a las burbujas: este es un mercado de flores cortadas, un producto perecedero. El fen¨®meno local creci¨® a medida que Europa superaba guerras, aumentaba el poder adquisitivo de su poblaci¨®n, se consolidaba la sociedad de consumo y se abr¨ªa paso la globalizaci¨®n.
Hoy, Holanda es el quinto productor mundial (tras EE UU, China, Jap¨®n e India), pero el sector, en t¨¦rminos per capita, es inmenso: aporta un 5% del PIB, y el pa¨ªs se mantiene, con diferencia, a la cabeza del comercio global, con una cuota del 43% de las exportaciones. Las cifras de Flora Holland, la cooperativa que ha ido aglutinando casi todas las subastas del pa¨ªs, apabullan: en 2016, vendieron en sus cuatro sedes 3.300 millones de rosas, 2.000 millones de tulipanes, 1.240 millones de crisantemos y 1.000 millones de margaritas africanas. Gran parte de las flores pasaron por Aalsmeer. Muchas vienen de Kenia, Ecuador, Etiop¨ªa y Colombia, los grandes exportadores tras Holanda. Y de aqu¨ª van rumbo a Alemania, Reino Unido y Francia, principales consumidores, donde las flores se consideran un art¨ªculo de supermercado, familiar y cotidiano, a?ade Henk Lammers, a¨²n en la nave frigor¨ªfica donde ahora se apilan m¨¢s de 70.000 tallos.
Holanda es el quinto productor mundial de flores, pero el sector, en t¨¦rminos ¡®per capita¡¯, es inmenso: aporta un 5% del PIB, y el pa¨ªs suma el 43% de las exportaciones globales
Los ejemplares, ya cortados, aguantan unas tres semanas. El proceso exige velocidad, precisi¨®n y no romper la cadena del fr¨ªo. Enseguida llega un coche el¨¦ctrico, similar a los que usan los golfistas perezosos, y engancha los 31 carritos que albergan las rosas sorianas, y as¨ª, uno detr¨¢s de otro, forman un tren floral de decenas de metros que se adentra lentamente en el edificio. En su recorrido se cruza con otros trenes y cada uno deja atr¨¢s un efluvio fresco y dulz¨®n. Tambi¨¦n se ven bicicletas, muy oportunas para cubrir las distancias del recinto.
Las rosas sorianas entran en una nueva c¨¢mara frigor¨ªfica, la antesala de la subasta, un espacio donde se podr¨ªa jugar un partido de f¨²tbol si no fuera por las columnas de flores y las compuertas autom¨¢ticas que se abren como un susto, dando paso a m¨¢s cochecitos circulando como locos. En esta c¨¢mara solo hay rosas; existen otras equivalentes para el resto de variedades. Aqu¨ª reposan hasta la subasta, que comienza al d¨ªa siguiente a las seis de la ma?ana. Una hora antes, a las cinco, un hombre se pasea por la c¨¢mara entre hileras con rosas de varios continentes, se detiene, extrae un ramo, palpa los p¨¦talos, lo deja en su sitio, sigue el paseo, dobla al final de la hilera y repite el movimiento. Otro comenta en franc¨¦s por el m¨®vil: ¡°30 cent¨ªmetros¡±, hablando de la longitud del tallo (cuanto m¨¢s largo, m¨¢s se valora: la flor dura m¨¢s). Son compradores. Vienen a catar la mercanc¨ªa antes de la puja. Hace unos a?os, cuando todas las subastas eran presenciales, la sala sol¨ªa ser un hervidero. Hoy, la mayor¨ªa se celebra a distancia, por Internet. Pero Erik Wassenaar, el veilingmeister o maestro subastador, no suele faltar. Viste vaqueros y anorak. Dice que hoy le toca vender 1.200 carritos (unos 4 millones de rosas; ser¨¢n un 50% m¨¢s en v¨ªsperas de San Valent¨ªn). Y, antes de empezar, le gusta asomarse, para ¡°mirar y sentir¡±: ¡°Las emociones mueven este negocio¡±.
Poco antes de las seis, Wassenaar desciende hasta la sala del caf¨¦, bromea con sus colegas, luego se introduce a solas en una oficina impersonal y se cambia el calzado elegante por unas deportivas de suela plana para poder pisar con sensibilidad un pedal con el que calibra algunos de los controles de la puja. Sobre la mesa hay un teclado con caracteres raros y dos pantallas. En una se ve una rueda cuya circunferencia est¨¢ formada por 100 puntos, cada uno de los 100 c¨¦ntimos en los que se divide un euro. A esto lo llaman reloj. Y a esta modalidad aut¨®ctona de venta, la subasta de reloj. El maestro lanza un precio de salida. Pongamos, un euro. A partir de ah¨ª el precio baja autom¨¢ticamente a toda velocidad, c¨¦ntimo a c¨¦ntimo, se ve su ca¨ªda por los puntitos del c¨ªrculo, como si fuera un segundero digital. En lugar de pujar al alza, los compradores al otro lado de la Red pulsan el bot¨®n cuando creen que el precio es el correcto. Un juego ag¨®nico: consiste en esperar a que baje el precio para llevarse el lote lo m¨¢s barato posible, pero sin aguardar tanto como para que un competidor se lo lleve antes. El oficio requiere templanza y nervios de acero. ¡°Digamos que no conviene tomarte un par de cervezas la noche antes¡±, sonr¨ªe nuestro gu¨ªa. De pronto suena un gong japon¨¦s, el maestro se coloca los auriculares con micr¨®fono y comienza con un: ¡°?Ladies and gentlemen!¡±. El resto, en holand¨¦s. Emite frases sueltas: ¡°Pure roses, cantidad m¨ªnima dos¡ 50 cent¨ªmetros de elegant¡ todas¡, m¨ªnimo cuatro¡±, mientras teclea y rueda la bolita por el reloj y se sucede una transacci¨®n tras otra. Hasta su cub¨ªculo llega el eco de sus compa?eros en salas id¨¦nticas. A veces, el subastador le da un sorbo al caf¨¦, otras le confiere al lote un tono especial: ¡°Red Naomi, Mystic Blue¡±, pronuncia con intriga. A los 18 minutos le llega el turno a las sorianas Aleia Roses. Pausa dram¨¢tica, vuelan los lotes y se venden 41.320 tallos en 3 minutos 16 segundos. Esto es: a 210 rosas por segundo. Las de mayor calidad se han pagado a 81,3 c¨¦ntimos la unidad; un 15% m¨¢s caro que en la ¨²ltima venta.
Ah¨ª fuera, mientras, se ha puesto en marcha la maquinaria. En la c¨¢mara frigor¨ªfica, cada carrito subastado se engancha a un ra¨ªl y es guiado de forma mec¨¢nica por el recinto, como vagones fantasma, hasta el hall de distribuci¨®n. El coraz¨®n del mercado. Una sala en la que no se alcanza a ver el principio ni el final, de techos altos e hilo musical diab¨®lico, y en la que un enjambre de motos mecanizadas, ¨¢gilmente pilotadas, encadenan los carros y los trasladan a otro punto, donde van despachando cada pedido sobre nuevos carros, para que otras motos les den salida. En cinco horas, cerrar¨¢n 50.000 transacciones; eso supone 166 movimientos por minuto. El jefe de zona, David Otten, a bordo de uno de los veh¨ªcu?los, nos introduce en el interior del ajetreo, donde unos y otros se esquivan por mil¨ªmetros, y reina un concierto de chirridos, zumbidos y claqueteos. Otten explica que hay 270 veh¨ªcu?los en movimiento; a partir de 284 resulta peligroso. Cada conductor lleva unos auriculares en los que un software llamado Voice les susurra ¨®rdenes. La voz es femenina, ellos tambi¨¦n le responden, y a menudo imaginan que hablan ¡°con una mujer muy hermosa¡±, dice el jefe. Una mente colmena comandando un ej¨¦rcito de motos. Otten se?ala un cartel con el eslogan: ¡°Juntos llenamos de flores el globo¡±. La idea, cuenta, es que los operarios se sientan orgullosos: ¡°Nos ocupamos de que cientos de miles de regalos lleguen a su destino; llevamos emociones al mundo¡±. Guiados por una inteligencia digital, distribuyen un arco iris empacado de sue?os y promesas, muertes y decepciones, besos, nacimientos, uniones, mentiras, esperanzas y proezas. Y alcanzan todo el espectro, de las ¡°rosas a un euro¡± a las florister¨ªas de post¨ªn.
¡°Las flores remueven emociones. Son capaces de cambiar un estado de ¨¢nimo, hablan sin palabras, suavizan la historia m¨¢s triste¡±, explica el florista y dise?ador local Ernst van Woerkom
Como en otras industrias, la digitalizaci¨®n y la globalizaci¨®n han vaciado de contenido tareas, y la plantilla ha menguado en 300 personas (un 10%) en cinco a?os. Tambi¨¦n Holanda pierde peso como centro neur¨¢lgico: en 2005, realizaba un 50% de las exportaciones mundiales, siete puntos m¨¢s que ahora. Pero el volumen total es superior: se compran m¨¢s flores que hace una d¨¦cada. Y el lugar sigue siendo clave. ¡°El precio de Aalsmeer influye y determina el del resto del mundo¡±, explica Lambert van Horen, analista de floricultura del banco holand¨¦s Rabobank. ¡°Todos est¨¢n pendientes de ¨¦l, porque es la mayor subasta. Igual que un comprador de trigo estudia el mercado de Chicago. A un productor le ayuda a tomar decisiones: aqu¨ª se fijan las nuevas tendencias de flores y colores. Pero en el futuro, eso seguro, este espacio no ser¨¢ tan necesario¡±. Muchas de las flores, cuenta, ya no pasan por aqu¨ª. Basta una buena foto para que los compradores online las vean, junto a las especificaciones. Solo una de las 14 subastas de Aalsmeer sigue siendo presencial. Esa puja, a pleno rendimiento, tiene el aspecto a medio camino entre una aburrida clase universitaria y la sala de control del lanzamiento de un cohete. Los compradores, en la tribuna, son todos hombres, sentados en silencio, tras sus pantallas. El proceso se ha vuelto as¨¦ptico. En otra era, la mercanc¨ªa pasaba ante sus ojos, pod¨ªan olerla y palparla.
Ruud Haak, de 53 a?os, lleva tres d¨¦cadas comprando, las ¨²ltimas dos dedicado a la rosa, ¡°la reina¡± del sector (mueve 1.200 millones en el pa¨ªs). Es algo as¨ª como un br¨®ker de tallos en la distribuidora Hilverda De Boer. Trabaja a distancia desde la sede de esta empresa con m¨¢s de 100 a?os, ubicada al otro lado de la carretera. Cada ma?ana, de seis a diez, Haak se sienta junto a otra decena de compradores, dispuestos en forma de media luna como pilotos de una nave espacial, en una sala oscura, repleta de monitores y sillas ergon¨®micas. Esta ma?ana se ha dado un paseo por la c¨¢mara frigor¨ªfica antes de que comenzara la puja. Percibi¨® poca oferta. Eso significa que no puedes dejar que caiga el precio: toca comprar r¨¢pido o te quedas sin nada. Las rosas m¨¢s caras que recuerda haber adquirido alcanzaron los cuatro euros, un San Valent¨ªn. Y a?ade que no existe una formaci¨®n para ejercer su puesto ¡ª¡°tienes la capacidad o no la tienes¡±¡ª mientras hace una demostraci¨®n de habilidad: mueve los dedos como un rel¨¢mpago para acertar con el precio que rueda en la pantalla.
Luego, muestra la planta de distribuci¨®n donde tramitan los pedidos de esta ma?ana. En una caja descansa un ramo de rosas sorianas. A punto de ser despachadas a la florister¨ªa Le Jardin des Fleurs, en Rennes (Francia). Otro pu?ado de ramos han acabado en la tienda de Ernst van Woerkom, ubicada en los alrededores. Todas sus flores le llegan de Aalsmeer. Y, mientras limpia los tallos de espinas y los poda sobre la mesa de madera, cuenta qu¨¦ significan: ¡°Remueven emociones. Son capaces de cambiar un estado de ¨¢nimo, la atm¨®sfera de una estancia. A?aden algo a cada instante. Hablan sin palabras. Suavizan la historia m¨¢s triste¡±. Y, poco a poco, este ¡°dise?ador, no florista¡± desgrana su relaci¨®n con ellas, que se remonta a la ni?ez e incluye la elaboraci¨®n del centro que se ofrenda cada a?o a San Nicol¨¢s en ?msterdam y la decoraci¨®n de la boda real de Letizia y Felipe en la Almudena. Despliega en el mostrador recortes de la revista Hola para atestiguarlo. Y, al lado, captan la atenci¨®n dos capullos de rosas, colocados en un recipiente con mimo. A la venta por 8,50 euros.?
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