Los ¨²ltimos del Kalahari
Los bosquimanos fueron los primeros habitantes de Botsuana. Expulsados de sus tierras y privados de sus derechos, hoy se resisten a duras penas a la desaparici¨®n de su cultura ancestral
Kayate sufre por amor. Amor a su cultura, sus tradiciones. Amor a sus recuerdos de los tiempos en los que ¨¦l y su familia a¨²n pod¨ªan vivir y crecer en comuni¨®n con su tierra, el Kalahari, en pleno coraz¨®n de Botsuana. Fue un cazador admirado y reconocido, y lleva esa reputaci¨®n tatuada en el cuerpo: cada raya, una proeza. Su arrugada espalda, igual que el pecho, est¨¢ surcada por una infinidad de ellas. Kayate, el guerrero bosquimano, no sabe cu¨¢ntos a?os tiene; hoy es un anciano encorvado de cabello blanco, todo hueso y pellejo, que camina descalzo y viste ¨²nicamente un calz¨®n de piel y una capa. Pero le brillan los ojos como si de un chaval se tratara cuando se yergue para otear el horizonte, como si esperase encontrar un impala o un Eland que atravesar con su lanza.
No en vano se siente Kayate orgulloso, pues el suyo es el pueblo m¨¢s antiguo del sur de ?frica, heredero directo de los primeros hombres. Se calcula que unos 100.000 habitan tierras de Botsuana, Namibia, Sud¨¢frica y Angola desde hace 20.000 a?os y poseen saberes y tradiciones antiqu¨ªsimas y muy valiosas. Son cazadores y recolectores n¨®madas, y alrededor de unos cinco mil vivieron hasta finales del siglo XX en la Reserva Natural del Kalahari Central, una superficie protegida de 52.800 kil¨®metros cuadrados cuyos l¨ªmites se establecieron en 1961. Pero ahora, el orgullo ha dado paso a la melancol¨ªa y a un sentimiento de p¨¦rdida que llevan los bosquimanos con impotencia y resignaci¨®n. No viven entre los arbustos, sino en las casas de hormig¨®n construidas por el Estado en asentamientos lejos de su tierra, y a?o tras a?o son testigos de c¨®mo su cultura milenaria desaparece.
El declive comenz¨® cuando el Gobierno les expuls¨® de sus tierras ancestrales. Cort¨® su suministro de agua, dej¨® de prestar servicios b¨¢sicos como salud y educaci¨®n y los traslad¨® por la fuerza, en camionetas, a tres campamentos llamados Nuevo Xade, Kaudwanwe y Xere. Ocurri¨® en tres ocasiones: 1997, 2002 y 2005. El supuesto prop¨®sito era acercarlos a los servicios de salud y educaci¨®n e integrarlos en la vida moderna y el sistema de un pa¨ªs que hoy tiene uno de los est¨¢ndares de vida m¨¢s altos de ?frica.
Pronto, algunas organizaciones de derechos humanos aseguraron que la verdadera raz¨®n de esta expulsi¨®n era el descubrimiento en los ochenta de un yacimiento de diamantes, la mina Ghaghoo, que comenz¨® a funcionar en 2014. "Un ministro dijo p¨²blicamente que tem¨ªan que los ind¨ªgenas fueran a reclamar un porcentaje de beneficios", relata Fiona Watson, investigadora de Survival International. "Pero es absurdo, el problema es que la compa?¨ªa concesionaria nunca consult¨® ni consigui¨® el permiso previo, libre e informado de los habitantes para operar en sus tierras ancestrales".
Ante lo que consideraban una violaci¨®n flagrante de sus derechos, una representaci¨®n de 189 bosquimanos emprendi¨® una tit¨¢nica lucha contra el Estado en el Tribunal Supremo, ayudados por organizaciones como Survival y el movimiento Kgeikani Kweni de los primeros habitantes del Kalahari (FPK). Fue el sonado caso Sesana, que dur¨® cinco a?os. En 2006, una hist¨®rica sentencia dio la raz¨®n a los denunciantes y el derecho a volver a casa, pero hoy en d¨ªa, la mayor¨ªa no ha podido hacerlo debido a que el Gobierno decidi¨® aplicar la sentencia solamente sobre los denunciantes originales. "Los primeros que volvieron a la reserva encontraron unos guardias en las puertas que pidieron su identificaci¨®n, comprobaron sus nombres en una lista y, en algunos casos, les negaron la entrada. Desde entonces, estas inspecciones son rutinarias", describe la investigadora Mar¨ªa Sapignoli, del Instituto Planck de Antropolog¨ªa Social, en su investigaci¨®n Los bosquimanos en la ley: Evidencias e identidad en el Tribunal Supremo de Botsuana, publicada en febrero de 2018.
Hoy, el sentimiento que predomina es el de que se ha cometido una injusticia. "Si mi marido puede entrar y mi hijo puede entrar, ?yo por qu¨¦ no puedo?", dec¨ªa una mujer de Kaudwanwe a la antrop¨®loga en 2013. "En 30 o 40 a?os no habr¨¢ gente. Si los que nacen all¨ª tienen que salir a los 18 a?os, el Gobierno habr¨¢ logrado su objetivo", a?ade Watson. Varios pa¨ªses ¡ªentre ellos Espa?a¡ª y organismos internacionales han recomendado a Botsuana que acate la sentencia.
Botsuana no es pobre
Con los diamantes como principal motor econ¨®mico, en apenas 50 a?os de independencia Botsuana ha pasado de ser uno de los pa¨ªses m¨¢s pobres de ?frica a ser considerado uno de ingresos medios. En gran parte, ha sido gracias a que el Gobierno ha destinado las ganancias obtenidas a mejorar el servicio de salud y diversificar la econom¨ªa. De hecho, ocupa el puesto 34 de 180 en el ?ndice Anticorrupci¨®n de Transparency International, ocho posiciones por encima de Espa?a.
Adem¨¢s, quedan otros problemas para quienes s¨ª lograron volver. En 2014, entr¨® en vigor una ley que proh¨ªbe la caza en todo el pa¨ªs con el fin de proteger la fauna en peligro de extinci¨®n. Salvo en las granjas privadas. Esto, sumado a que no se han dado licencias especiales a los habitantes del Kalahari ¡ªpese a que su derecho de cazar fue reconocido por la Corte Suprema en 2006¡ª, los ha dejado sin su principal sustento, pues son acusados de furtivismo cuando lo hacen para alimentar a sus familias. Por ello se les arresta y tortura, denunciaba en 2014 Survival International. "La gente rica puede hacerlo y ofrecer esa actividad a los turistas extranjeros. Pero el bosquimano lo tiene prohibido", critica Watson.
?Puede el turismo salvar la cultura bosquimana?
La tragedia de Kayate reside en que para salvar las tradiciones que tanto ama tiene que interpretarlas como si de un actor de teatrillo se tratase. El inter¨¦s de los turistas por esta etnia contribuye en cierto modo a que su cultura no se pierda del todo, si bien es cierto que el mismo Gobierno que intenta expulsarlos de sus tierras a la vez promueve esta cultura como atractivo tur¨ªstico, algo que para Fiona Watson es muy hip¨®crita. "Los Usan vestidos con pieles para llamar la atenci¨®n de turistas, as¨ª muy ex¨®ticos, pero la misma imagen que ellos quieren proyectar la est¨¢n negando en la vida real".
Para el ministro de Medioambiente, Vida salvaje y Turismo de Botsuana y hermano del presidente, Tshekedi Stanford Khama, los bosquimanos est¨¢n incluidos en el modelo tur¨ªstico del pa¨ªs igual que el resto de ciudadanos. "No tenemos un programa de desarrollo separado, las reglas son las mismas para todos", aseguraba a Planeta Futuro durante la celebraci¨®n, en diciembre de 2017, del simposio y la asamblea anual del programa marco de turismo sostenible de la ONU en Kasane, al norte del pa¨ªs.
Khama recuerda que en Botsuana existen las llamadas ¨¢reas comunitarias de gesti¨®n de recursos naturales, de las que estas obtienen su sustento gracias al turismo. "Recientemente los hemos involucrado [a los ind¨ªgenas] en varios aspectos de la Reserva donde solo estas comunidades pueden administrar sus recursos, por lo que ninguna otra puede entrar y aprovecharlas", explica. El ministro se refiere a un fondo comunitario creado en agosto de 2017 cuyo objetivo es proteger y controlar el uso de los recursos naturales de cualquier da?o, as¨ª como idear buenas pr¨¢cticas y herramientas de gesti¨®n entre los proyectos para garantizar su sostenibilidad. Pero, seg¨²n ha revelado el diario Sunday Standard, es en realidad un subterfugio para infiltrarse y controlar a los habitantes. Este punto es corroborado por Jumanda Gakelebone, veterano activista y portavoz de esta minor¨ªa, que asevera no haber sido informado ni convocado a las reuniones de este fondo. "No sabemos nada de los detalles ni tenemos control alguno, pensamos que es una manera de controlar toda la reserva", afirma.
Conflictos gubernamentales aparte, existen en Botsuana iniciativas tur¨ªsticas que contribuyen de alguna manera a que la cultura no desaparezca del todo. Gracias a los gu¨ªas locales, los viajeros conocen las danzas tradicionales y las costumbres de esta etnia, como el uso de hierbas medicinales. "Iniciativas as¨ª son buenas porque dan un sueldo y tal vez un poco de orgullo, pero no se va al fondo de la cuesti¨®n, que es la falta de reconocimiento de sus derechos territoriales y el derecho a la autodeterminaci¨®n", indica Watson. Una de ellas es la que se lleva a cabo en el campamento Trail Blazers Camp, situado a pocos kil¨®metros de Ghanzi, uno de los mayores n¨²cleos de poblaci¨®n a las puertas del Kalahari.
En 2006, una hist¨®rica sentencia dio la raz¨®n a los bosquimanos y el derecho a volver a casa
Wame, de 23 a?os, es uno de los varones m¨¢s j¨®venes del grupo que trabaja para el Trail Blazers. En directo, cumple su papel a la perfecci¨®n y nadie que ignore la realidad de esta minor¨ªa dir¨ªa que est¨¢ actuando. Salvo los m¨¢s observadores, porque a Wame se le entrev¨¦ el calzoncillo de algod¨®n azul, perfectamente moderno, entre los pliegues de su taparrabos de piel de impala.
A Wame le acompa?a un nutrido grupo de paisanos. Kayate, el anciano guerrero; Bootshou, que debe ser igual de vieja que ¨¦l, y otras mujeres como Quokwa, Gakebagape, Tata, que lleva un beb¨¦ a cuestas, y Xobana, la m¨¢s jovencita, a quien le gusta fumar. Todos hablan en su lengua materna, el complicad¨ªsimo khoisan. Con ella y con la m¨ªmica, Wame y Tshamiie, que son de la misma edad, explican a los visitantes c¨®mo emplean los frutos que la naturaleza pone a su alcance para remediar toda clase de dolencias.
Este grupo de Wame, Kayate y compa?¨ªa trabaja dos horas por la ma?ana para dar un paseo con los turistas y otras dos por la noche, cuando realizan una danza tradicional en torno a una hoguera, otra tradici¨®n muy suya y casi perdida. Noleen Seymour, directora de Trail Blazers, explica c¨®mo trabajan con ellos: "Hablamos con los jefes de las comunidades y les pedimos una cantidad de gente. El contrato es por tres meses, pero si quieren pueden extenderlo o marcharse antes si no les gusta estar aqu¨ª", describe. Mientras dura el trabajo, los empleados pueden vivir en una granja con cocina, duchas, dormitorios... Pero Seymour asegura que prefieren quedarse en las caba?as que a priori est¨¢n a disposici¨®n de los turistas que desean vivir una experiencia aut¨¦nticamente bosquimana. "Les damos colchones, pero no les gusta esa comodidad, prefieren dormir en el suelo".
Las consecuencias de entrar en el sistema
A las diez de la ma?ana de un caluroso d¨ªa de diciembre, Wame aprovecha el viaje del todoterreno del establecimiento tur¨ªstico para llegar a Ghanzi. Le acompa?a Kayate, el anciano guerrero, Quokwa, que va al m¨¦dico y dos j¨®venes m¨¢s. Wame viste camiseta, bermudas y deportivas. Y habla ingl¨¦s. Richard, subdrector del Trail Blazers, conduce la camioneta. En un momento dado, suben otros dos ni?os de no m¨¢s de 11 a?os a los que Richard conoce. Este no tarda en detener el veh¨ªculo, bajarse del mismo, acercarse a la parte trasera y leerles la cartilla de manera furibunda. "Les rega?a porque se ha enterado de que ayer estuvieron esnifando pegamento", interpreta Wame.
La entrada de esta minor¨ªa en la vida industrializada ha tenido consecuencias m¨²ltiples para ellos, y una de las peores ha sido el f¨¢cil acceso al alcohol y otras drogas. Est¨¢n desocupados porque no tienen capacidades para obtener un empleo dentro del sistema. "Hay un problema muy grande con los j¨®venes. No hacen mucho en el colegio, vuelven a vivir con los padres y se aburren, as¨ª que se van al shebeen [un bar] porque es muy barato. Beben todos los d¨ªas desde los 12 a?os", explica Gakelebone. En Ghanzi hay una escuela secundaria y chavales como Wame, que fueron reasentados, se han educado en ellas, pero en estos centros se estudia setswana e ingl¨¦s, no khoisan.
Los bosquimanos son acusados de cazar furtivamente cuando lo hacen para alimentar a sus familias
Noleen Seymour corrobora los problemas de alcoholismo: "Pagamos mil pulas mensuales (85 euros) por trabajar dos horas por la ma?ana y dos por la tarde, el resto del d¨ªa es libre", explica. "Pero s¨ª, gastan el dinero en alcohol, as¨ª que cada semana les damos carne y una vez al mes compramos raciones de leche, az¨²car y lo que necesiten. De esta manera, al menos sabemos que se est¨¢n alimentando".
Para Gakelebone, uno de los problemas es la falta de posibilidades para acceder a un buen empleo, sobre todo en el caso de los mayores, que han pasado parte de su vida cazando y recolectando en el bosque. Todo esto viene por haberles introducido a la fuerza en un sistema de vida que no tiene nada que ver con ellos. "Para conseguirlo tienes que ir al colegio y estudiar; no lo tienen f¨¢cil".
El Estado da comida a quienes no trabajan: pan, az¨²car, t¨¦ y ma¨ªz, y al final dependen de las instituciones y eso no da mucha seguridad porque los programas pueden terminar en cualquier momento. "Ellos saben buscar su alimento por s¨ª mismos en el bosque, no necesitan que se la den, y encima est¨¢n costando dinero al pa¨ªs", argumenta el activista. "Ahora compran una comida horrible que no tiene nada de prote¨ªnas", completa Watson. "La dieta de carne de ant¨ªlope era fenomenal y ahora viven de latas, de sal, de az¨²car... Apuesto a que en 20 o 30 a?os vamos a ver, como estamos viendo en Estados Unidos o en Australia, que la gente expulsada de su tierra no tiene una vida mejor en t¨¦rminos de salud. Hay obesidad y hay diabetes, ya hemos visto todo eso antes".
Hoy, Kayate no puede cazar, ni fabricar ropa con las pieles de los animales capturados, ni buscar plantas medicinales, ni dormir en el bosque. Solo puede volver a sus costumbres si es para ense?arlas a los turistas. Su reivindicaci¨®n pasa por aceptar que cada d¨ªa tiene que simular que se interna en el bosque para buscar animales y plantas es la ¨²nica manera que tiene para luchar contra el olvido. Para, al menos, morir matando, morirse dici¨¦ndole a los turistas y al mundo entero que la historia de su pueblo se va a perder. Que eso no puede pasar. Que necesitan ayuda.
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