La Transici¨®n perpetua
Lo que falta en Espa?a son instituciones propias de una democracia madura
Durante todos estos meses de crisis y conflictos, se han escuchado numerosos lamentos por ¡°la falta de di¨¢logo¡± y el ¡°fracaso de la pol¨ªtica¡±, as¨ª como apelaciones a ¡°soluciones pol¨ªticas¡± y a la ¡°pol¨ªtica con may¨²scula¡±. Alg¨²n opinador en este diario ha llegado a decir que ¡°poner en marcha el aparato institucional en defensa de la legalidad vigente no deja de ser una manifestaci¨®n de impotencia pol¨ªtica¡±. Cabe argumentar exactamente lo contrario: poner en marcha las apelaciones a ¡°la pol¨ªtica¡± muestra la debilidad del aparato institucional y la legalidad vigentes.
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Se ha evocado, por ejemplo, el contraste entre el actual conflicto de Catalu?a y la negociaci¨®n entre el presidente del Gobierno Adolfo Su¨¢rez y el presidente catal¨¢n en el exilio Josep Tarradellas, que llev¨® al restablecimiento provisional de la Generalidad. No deber¨ªa ser necesario recordar que esas y otras negociaciones de la Transici¨®n se desarrollaron en ausencia de todo marco legal, cuando las leyes franquistas ya no se aplicaban y a¨²n no hab¨ªa otras nuevas, ni siquiera una Constituci¨®n. M¨¢s de 40 a?os despu¨¦s, uno podr¨ªa esperar que hubiera habido m¨¢s progreso en la institucionalizaci¨®n de la democracia espa?ola para no tener que echar de menos aquellos tiempos. Pero parece que continuamos en una transici¨®n perpetua, inacabable.
Las instituciones pol¨ªticas y la vigencia del derecho sirven para la resoluci¨®n ordenada de los conflictos, la toma efectiva de decisiones vinculantes y la motivaci¨®n de comportamientos predecibles. Pero en Espa?a parece, en cambio, como si la competencia, las amenazas y los intercambios de favores entre dirigentes de partidos y facciones pol¨ªticas continuaran dominando. El problema es que las instituciones pol¨ªticas han sufrido de poca legitimidad desde tiempo inmemorial. No todo lo legal es, por el hecho de existir, leg¨ªtimo. La legitimidad es un resultado de la aceptaci¨®n y el reconocimiento de las reglas del juego por quienes se espera que act¨²en de acuerdo con ellas. Y es cuando este reconocimiento falla cuando se apela a ¡°la pol¨ªtica¡±.
Las instituciones pol¨ªticas y la vigencia del derecho sirven para la resoluci¨®n ordenada de los conflictos
Esto significa que, m¨¢s o menos como siempre en los ¨²ltimos 200 a?os, nos hemos quedado a mitad de camino. Por un lado, las instituciones y las leyes son suficientemente fuertes para que los gobernantes puedan intentar imponerlas como ¨²nico y exclusivo mecanismo leg¨ªtimo de resoluci¨®n de conflictos. Pero no son suficientemente aceptadas para que puedan canalizar efectivamente todas las interacciones sobre los asuntos p¨²blicos, lo cual sobredimensiona ¡°la pol¨ªtica¡± entendida como ama?os fuera de las instituciones y al margen de la ley.
La cuesti¨®n emerge con especial claridad cuando algunos denuncian ¡°la judicializaci¨®n de la pol¨ªtica¡±, como si fuera algo malo, en vez de la politizaci¨®n de la justicia que se deriva de los mecanismos partidistas de selecci¨®n de los altos cargos judiciales. El camino fecundo ser¨ªa la despolitizaci¨®n de la justicia para que as¨ª se pudiera establecer una confortante judicializaci¨®n de los conflictos pol¨ªticos. Lo ideal ser¨ªa, pues, no m¨¢s ¡°pol¨ªtica¡±, sino menos, y m¨¢s instituciones legitimadas.
Ya el maestro Juan J. Linz vio en la d¨¦bil modernizaci¨®n de Espa?a una explicaci¨®n ¡°del papel tan importante de la pol¨ªtica en nuestra sociedad¡±. Una vistosa consecuencia ha sido el prestigio social y la alta reverencia de que han disfrutado los pol¨ªticos, en contraste con otros pa¨ªses de Europa occidental. Hace casi cien a?os Ortega y Gasset ya esboz¨® un an¨¢lisis del engreimiento pol¨ªtico que sigue siendo v¨¢lido para la situaci¨®n actual: ¡°En Espa?a, el hombre pol¨ªtico que ha sido gobernante o est¨¢ en propincuidad de serlo ¡ªdec¨ªa Ortega¡ª, cualquier mequetrefe que durante veinticuatro horas ha asentado sus nalgas en una poltrona ministerial queda para el resto de su vida socialmente consagrado. No solo tiene influencia pol¨ªtica, sino que al entrar en un baile privado o sentarse en una mesa convivial [o emitir un mensajito, dir¨ªamos hoy] parece que es alguien¡ No es que posea el exministro espa?ol m¨¢s fuerza social que el franc¨¦s, sino que, por ausencia de otras fuerzas parejas, queda monstruosamente destacado¡±.
Hoy, como ayer, el protagonismo de los pol¨ªticos y sus declaraciones, estrategias, maniobras y cambalaches indica que lo que sigue fallando en Espa?a no es ¡°la pol¨ªtica¡±. De esa contin¨²a habiendo mucha, demasiada, con el agravante de que, hoy en d¨ªa, muchas acciones pol¨ªticas no son m¨¢s que postureo y gesticulaci¨®n m¨¢s o menos simb¨®lica. Lo que sigue fallando son las instituciones propias de una democracia madura que nunca se ha llegado a completar.
Josep M. Colomer es economista y polit¨®logo.
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