La sonrisa fr¨¢gil de Camboya
El pa¨ªs asi¨¢tico deja atr¨¢s su traum¨¢tico pasado y ofrece al ¡®Homo occidental¡¯ una explosi¨®n de vida: ciudades bulliciosas, templos imponentes y selvas remotas para aventuras fuera de ruta.
LA TERMINAL del aeropuerto de Phnom Penh tiene algo de trist¨®n y melanc¨®lico. Es como si Pochentong, su antiguo nombre, a¨²n flotara en el ambiente arrastrando luctuosos sucesos de un pasado reciente. Sin embargo, en cuanto abandona sus instalaciones y llega al cogollo urbano, el viajero queda atrapado por una explosi¨®n de vida cuyo asiento, a falta de aceras, es un espacio impreciso entre la base de los edificios y el lugar donde se atascan coches, camionetas, tuk-tuks, motocicletas saturadas de viajeros y bicis con mil armatostes encima. Puestecillos de guisar, toldos con ofertas de fruta y rimeros de mercanc¨ªas que van desde el ata¨²d hasta el souvenir conviven sobre un suelo carcomido por los baches y el barro, con montones de basura que unas veces se recogen, al cabo de d¨ªas, y otras se queman. Phnom Penh es la prueba palpable de que el hacinamiento puede ser un estado de la materia.
En la capital, el r¨ªo Mekong sutura el urbanismo de ¨²ltima hora con los restos coloniales del antiguo protectorado franc¨¦s
A orillas del imponente Mekong, la cosa cambia. El r¨ªo sutura el urbanismo de ¨²ltima hora con los restos del antiguo protectorado franc¨¦s, visible en bares y caf¨¦s de caoba, rat¨¢n y ventilador. Y es que, por encima de ruidos, veh¨ªculos y gases de combusti¨®n, pueden verse hermosos edificios coloniales, as¨ª como barrios de sabor antiguo. Pero hay que darse prisa porque las excavadoras trabajan raudas. Rascacielos y absurdos arquitect¨®nicos crecen sin que se adivine plan urban¨ªstico alguno. Especuladores chinos y vietnamitas se disputan el terreno bajo la anuencia de un Gobierno contento con su comisi¨®n. Mientras la capital borra su memoria arquitect¨®nica, subsiste la hist¨®rica. Dejando de lado el Palacio Real y el Museo Nacional, expositores de modos de vida pret¨¦ritos, el recuerdo patri¨®tico se agarra a los oscuros lugares del genocidio perpetrado por Pol Pot y los Jemeres Rojos entre 1976 y 1979. Uno de ellos, el siniestro S-21, se encuentra en pleno centro. Se trata de la escuela donde el tristemente c¨¦lebre Kaing Guek Eav, Duch, organiz¨® un eficiente centro de tortura: ¡°Lo esencial era que yo¡±, le explic¨® al documentalista Rithy Panh, ¡°aceptase la l¨ªnea del partido. Las personas detenidas eran enemigos, no seres humanos¡±.
La banalidad del mal infecta el propio espacio: nada m¨¢s anodino que un centro escolar. Cuatro alambradas y unos tabiques de ladrillo en las aulas bastan para convertirlo en sede del horror. All¨ª se practicaba la tortura con instrumentos del d¨ªa a d¨ªa: compases, cables¡ La visita resulta estremecedora. Sin embargo, el S-21 no era un centro de exterminio. En cuanto obten¨ªan sus confesiones, los esbirros trasladaban a los supervivientes a Choeung Ek, un no-lugar en medio de ninguna parte. Nada de barracones ni c¨¢maras genocidas, ninguna arquitectura de muerte. Porque all¨ª solo se entraba para ser fusilado. Los verdugos tiraban los cad¨¢veres a fosas comunes donde vert¨ªan DDT para rematar a los moribundos y disipar hedores. Hubo decenas de centros as¨ª para consumar un genocidio que acab¨® con un cuarto de la poblaci¨®n camboyana (entre 1,7 y 2 millones de muertos).
Una historia m¨¢s amable se respira en Angkor, uno de los sitios arqueol¨®gicos m¨¢s importantes de Asia Suroriental, declarado patrimonio de la humanidad por maravillas como los templos de Angkor Thom, Angkor Wat y Banteay Srei. Hasta Lara Croft quiso exhibir sus artes marciales en Ta Prohm, el templo del siglo XII que se est¨¢n comiendo los ¨¢rboles con unas ra¨ªces tit¨¢nicas que desgajan y rompen las piedras de estas construcciones. Los edificios resultan imponentes en su emulaci¨®n de monta?as en las que la memoria adopta las v¨ªas del bajorrelieve para transmitir luchas hist¨®ricas contra el reino de Siam, la antigua Tailandia, y combates m¨ªticos procedentes del poema ¨¦pico Ramayana. Siem Reap es la ciudad desde la que se accede a los templos y en ella se multiplican los hoteles de lujo. El centro urbano es un revoltijo cosmopolita que disfruta del ocio nocturno con bares de copas, restaurantes internacionales, discotecas estruendosas y un animad¨ªsimo mercado nocturno con aires de zoco estrobosc¨®pico.
La ciudad de Kep se abre al golfo de Siam con su m¨ªnimo puerto, sus sabrosas n¨¦coras?y sus chiringuitos?de quita y pon
En tiempos de la colonizaci¨®n francesa, la ciudad de Kep, al sur del pa¨ªs, fue el lugar de veraneo del funcionariado metropolitano. De aquellos tiempos solo quedan ruinas tiznadas debido al ensa?amiento de los Jemeres Rojos y al posterior expolio de los vietnamitas, que se cobraron la liberaci¨®n llev¨¢ndose hasta los tornillos de los puentes, se dice. Por cierto, tampoco queda la lengua francesa, sustituida por el omn¨ªvoro ingl¨¦s. Kep se abre al golfo de Siam y es un m¨ªnimo puerto donde humildes embarcaciones descargan crust¨¢ceos y pescadillos. Un cangrejo gigante de hormig¨®n se?ala que es obligado comer las sabrosas n¨¦coras locales. La playa colindante recibe los fines de semana una muchedumbre que se hacina en turismos y camionetas, y alquila pedazos de acera con esterilla y parasol donde comer. Si acaso har¨¢n t¨ªmidas incursiones a la arena justo para ba?arse con recato ¡ªlas mujeres lo hacen vestidas¡ª. Junto a los chiringuitos de quita y pon, antiguas casas de pescadores ofrecen al Homo occidental ?pizzas, tacos, hamburguesas y turismo de aventura. Regentan tan ex¨®ticos negocios emprendedores for¨¢neos que creen haberse encontrado a s¨ª mismos en unos lugares apartados adonde ni siquiera el turista m¨¢s voluntarioso sabe llegar. Selva, pistas de tierra y ausencia de se?alizaci¨®n acaban comi¨¦ndose los sue?os de tanto idealista visionario.
Quien llegue a Camboya con miras m¨¢s modestas se encontrar¨¢ con gentes amables propensas a la sonrisa. Puede que el pa¨ªs se halle en v¨ªas de desarrollo y que la desigualdad resulte mortificante, pero no es menos cierto que los ciudadanos m¨¢s humildes consiguen vivir de su trabajo. La poblaci¨®n es consciente de que Camboya tiene mucho potencial, aunque sabe que se est¨¢ desperdiciando debido a la dictadura que les oprime y que con almibarado paternalismo les contiene para que sus reivindicaciones laborales, o sus cr¨ªticas al saqueo de tierras y recursos, no asusten al capital extranjero. De ah¨ª que no resulte extra?o que, a veces, se les quiebre la sonrisa.?
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