R¨¦quiem por Jakarewyj
En el mundo quedan apenas 100 pueblos ind¨ªgenas no contactados bajo la amenaza de extinci¨®n. La muerte de una mujer aw¨¢ en la selva amaz¨®nica ejemplifica su lucha por el derecho a permanecer en su tierra y aislados
Jakarewyj exhal¨® el ¨²ltimo aliento en su hamaca, alg¨²n d¨ªa de 2017. Su hermana Amakaria la encontr¨® inerte; no supo decir en qu¨¦ momento se hab¨ªa marchado. Con su muerte, esta mujer ind¨ªgena aw¨¢ puso fin a una vida en lucha durante la que solo pidi¨® que se la dejara vivir aislada en la Tierra Ind¨ªgena Car¨² en plena Amazon¨ªa brasile?a. Pas¨® sus dos ¨²ltimos a?os como reh¨¦n de la gripe y la tuberculosis, enfermedades respiratorias tra¨ªdas por madereros ilegales que buscan extraer sus preciados recursos naturales. En otros puntos del mundo se pueden tratar y curar, pero para ella fueron mortales porque su sistema inmunitario no estaba preparado.
En el mundo queda m¨¢s de un centenar de pueblos ind¨ªgenas que no tienen contacto regular ni pac¨ªfico con la sociedad no ind¨ªgena o dominante. Se encuentran principalmente en la Amazon¨ªa, en el Chaco de Paraguay, en las islas Andam¨¢n de la India y en Pap¨²a occidental. "No sabemos mucho de ellos porque est¨¢n aislados, pero sabemos que dependen completamente de sus tierras para sobrevivir", explica la investigadora de Survival International Sarah Shenker. La organizaci¨®n a la que representa defiende los derechos de los pueblos ind¨ªgenas y cuenta con simpatizantes en m¨¢s de 100 pa¨ªses. Shenker est¨¢ inmersa ahora en la campa?a global D¨¦jenlos vivir, que sensibiliza sobre la importancia de dejar aislado a quien quiere estarlo y de proteger sus tierras de las amenazas del exterior.
Como Jakarewyj. Esta mujer, que al fallecer rondaba la cincuentena, era una de las escasas 100 ind¨ªgenas aw¨¢s no contactadas que a¨²n quedan en el planeta. El suyo es el ejemplo m¨¢s reciente ¡ªno el ¨²nico¡ª de las consecuencias que conlleva forzar a estas poblaciones a entrar en contacto con el exterior.
Jakarewyj?vivi¨® durante muchos a?os con su hermana Amakaria y con su hijo, Irahoa, como n¨®madas cazadores-recolectores. "Hasta que enfermaron y se vieron obligados a acercarse a los aw¨¢s contactados, que viven en residencia fijas". En 2015 Shenker visit¨® la comunidad, tan solo dos meses despu¨¦s de la llegada de esta familia, y encontr¨® a las dos mujeres postradas en sus hamacas, muy d¨¦biles y delgadas, sin poder hablar ni moverse. "Era horrible, no soy m¨¦dica, pero era obvio que estaban muriendo. Saqu¨¦ una foto de ellas para mostrar al mundo lo que pasa despu¨¦s del primer contacto y para presionar al Gobierno a que hiciera algo r¨¢pido".
Un pueblo al borde de la extinci¨®n
Los ind¨ªgenas no contactados son los m¨¢s vulnerables del mundo, pero Survival estima que los aw¨¢s sufren la situaci¨®n m¨¢s delicada en ese momento. Una de las principales amenazas es la p¨¦rdida de su territorio por la deforestaci¨®n, pues el tr¨¢fico ilegal de madera est¨¢ a la orden del d¨ªa. "En teor¨ªa no est¨¢ permitido y hay multas y c¨¢rcel, pero en la pr¨¢ctica, en estas zonas los madereros disfrutan de impunidad pues ellos saben que pueden continuar trabajando y que lo peor que les pasa es que les paren y tengan que pagar una peque?a penalizaci¨®n", relata Shenker.
Pero ellos no son los ¨²nicos: las empresas petrol¨ªferas que quieren explorar el territorio de pueblos originarios y la construcci¨®n de infraestructuras conllevan impactos devastadores. "Lo llamamos el efecto de raspa de pescado: construyes una carretera y a ambos lados surgen otras que se van metiendo ilegalmente hacia el territorio, con personas que ponen sus casas, sus cultivos, sus comercios...", explica la investigadora. Los narcotraficantes y hasta los misioneros son tambi¨¦n un problema para estas minor¨ªas.
En los ¨²ltimos tiempos, la situaci¨®n pol¨ªtica de Brasil supone un motivo m¨¢s de preocupaci¨®n. La Constituci¨®n de 1988 garantiza a los ind¨ªgenas una estructura jur¨ªdica y pol¨ªtica propia adem¨¢s del derecho a las tierras que tradicionalmente han ocupado. Pero siempre ha habido presiones sobre estas porque son las de mayor biodiversidad del mundo ¡ª"ellos saben cuidarlas muy bien, son los mejores guardianes porque hablamos de su hogar", apunta Shenker¡ª y sus recursos, los m¨¢s codiciados. Ahora la presi¨®n es mayor porque m¨¢s del 50% del Congreso brasile?o est¨¢ formado por pol¨ªticos antiind¨ªgenas. "Quieren impulsar grandes proyectos de agronegocio que afectan a cantidades enormes de tierra. Estos pol¨ªticos est¨¢n intentando cambiar la Constituci¨®n para que sea m¨¢s f¨¢cil abrir las tierras ind¨ªgenas a esta explotaci¨®n. Esto podr¨ªa aniquilar pueblos enteros", resume la investigadora.
Todas estas amenazas derivan en el fin del aislamiento de estas minor¨ªas, con consecuencias nefastas. "M¨¢s del 50% puede morir poco tiempo despu¨¦s de un primer contacto a causa de enfermedades como la gripe o el sarampi¨®n, frente a las cuales ellos no tienen inmunidad", asegura la investigadora. Tambi¨¦n por la violencia ejercida por los invasores, porque los ven como un obst¨¢culo y nos lo quieren all¨ª. "Se acercan a ver si los matan o los amenazan". Cuando esto ocurre, son los propios ind¨ªgenas quienes a veces realizan el contacto porque temen por sus vidas. Hay pocos casos en los que deciden integrarse en una sociedad industrializada. "Si es voluntario est¨¢ bien, no estamos en contra, luchamos para que ellos puedan decidir. Es su derecho legal y moral, su derecho a la autodeterminaci¨®n". Y aun as¨ª, sigue siendo peligroso para sus vidas. "El Gobierno deber¨ªa tener un plan de acci¨®n para poder mandar r¨¢pidamente equipos de salud, pero eso no est¨¢ ocurriendo", lamenta Shenker.
El caso de las hermanas aw¨¢s supuso un gran alivio en aquel momento, porque las salvaron. Las fotos que Shenker tom¨® dieron la vuelta al mundo y cientos de miles de simpatizantes enviaron correos urgentes a las autoridades, el Gobierno mand¨® equipos de salud para atenderlas, pero no pudieron porque las encontraron casi muertas, as¨ª que tuvieron que trasladarlas en helic¨®ptero a la capital, la ciudad de San Luis. "Imag¨ªnate unas mujeres que nunca hab¨ªan conocido otra forma de vida m¨¢s lejos de la selva, no hab¨ªan visitado una ciudad¡ Lo que fue para ellas", reflexiona la activista. Permanecieron tres meses en un hospital, muy graves. Para Shenker fue casi un milagro que se recuperaran.
Cuando volvieron a Car¨², Jakarewyj y Amakaria decidieron regresar a la selva y a sus vidas n¨®madas cubriendo sus huellas porque no quer¨ªan que otros aw¨¢s las siguieran. Solo se qued¨® Irahoa en la comunidad porque se cas¨®. "Es un ejemplo muy claro de la determinaci¨®n de los ind¨ªgenas aislados; vemos muchos ejemplos de que no quieren el contacto: apuntan con sus flechas hacia arriba cuando hay aviones pasando, dejan flechas cruzadas (en aspa) en los senderos en la selva¡", describe Shenker.
Sociedad aislada versus sociedad industrializada
En un momento en el que la mayor¨ªa de los pa¨ªses del mundo se ha comprometido a cumplir la Agenda 2030 de desarrollo, que incluye objetivos como reducir la mortalidad materna o lograr el acceso universal a atenci¨®n sanitaria y a la educaci¨®n, pensar en que con los ind¨ªgenas no contactados debe hacerse una excepci¨®n puede sonar descabellado. De hecho, hasta 1987, la pol¨ªtica en Brasil era la de contactar con las minor¨ªas para "pacificarlas", y de ello se encargaban trabajadores especializados de la Fundaci¨®n Nacional del Indio (Funai). Pero fueron tantas las muertes que esta estrategia dio un giro de 180 grados. Uno de los m¨¢s firmes defensores de este cambio es Sidney Possuelo, que como miembro de la Funai organiz¨® numerosas expediciones durante 40 a?os y fue testigo de tantas tragedias que, al final, se dio cuenta de que el mundo exterior no era beneficioso para ellos. "Cre¨ªa que ser¨ªa posible hacerlo sin dolor o muertes y organic¨¦ uno de los frentes mejor equipados que Funai haya tenido nunca. Lo prepar¨¦ todo (...) Pens¨¦: ¡®No dejar¨¦ que ni un solo ind¨ªgena muera¡¯. Y se produjo el contacto, las enfermedades llegaron y los ind¨ªgenas murieron¡±, relat¨® en un libro.
"No ayuda llevarles una medicina o dotarles de una educaci¨®n formal si no se van a aprovechar de ello porque han muerto. Por otra parte, es un argumento arrogante porque da por hecho que los no ind¨ªgenas sabemos mejor c¨®mo deber¨ªan vivir", protesta la investigadora. "Pero ellos tienen su manera, sus medicinas y su forma de educar a los ni?os en lo que van a necesitar de adultos:? Aprenden a cazar, a pescar, a interpretar las se?ales del tiempo¡ Aprenden de las historias orales de sus pueblos", defiende. "Estamos a 2018 y ellos siguen resistiendo a pesar de todo, ese es el argumento m¨¢s revelador".
La guardia ind¨ªgena
Los aw¨¢s que viven en la selva de Arariboia, una isla verde en un mar de deforestaci¨®n, comparten el territorio con otro pueblo ind¨ªgena de reciente contacto: los guajajara. Son 13.000 personas que viven en comunidades y que han decidido formar grupos de hombres que se han autodenominado guardianes de la Amazon¨ªa, con la misi¨®n de patrullar su tierra, buscar a los madereros y detenerlos. "Confiscan sus camiones llenos de madera ilegal y sus motosierras. A veces los queman¡", relata la investigadora Sarah Shenker, de Survival International.
Los guardianes hacen ese trabajo de protecci¨®n de la Amazon¨ªa para su tierra, para sus familias y para los aw¨¢s aislados. "Es un trabajo muy interesante e inspirador porque no deber¨ªa ser su responsabilidad; el Gobierno de Brasil es responsable seg¨²n la ley brasile?a y la ley internacional de proteger esas tierras, pero no lo hace". No obstante, quienes hacen este trabajo se enfrentan a grandes peligros: tres de ellos hfueron asesinados en 2016, reciben frecuentes amenazas de su muerte y sus casas han sido quemadas en m¨¢s de una ocasi¨®n. "Pero dicen que no van a desistir; por ellos y por los aw¨¢s, pues consideran que est¨¢n sufriendo un genocidio", cuenta Shenker.
Muy al contrario, cuando una comunidad ind¨ªgena es forzada a integrarse en la sociedad nacional, muchos de ellos terminan enfermos, como Jakarewyj y su hermana. Pueden sufrir desnutrici¨®n y diabetes al cambiar su dieta de una natural basada en caza, pesca, fruta y miel, al estar viviendo de las ayudas alimentarias del Gobierno consumen arroz, az¨²car y otros alimentos no tan saludables para ellos. Al salir de su entorno tambi¨¦n pierden su identidad y eso les confunde, les deprime y les hace caer en el alcoholismo o el suicidio. "Vemos tasas muy altas entre ind¨ªgenas cuya tierra ha sido robada, como los guaran¨ªes", resume Shenker.
Esta historia no tiene un final feliz. Cuando Shenker regres¨® el a?o pasado a visitar a los aw¨¢s, encontr¨® solo a una de las dos. Amakaria relat¨® que su hermana volvi¨® a enfermar y pasaba todo el tiempo en su hamaca, tumbada, mientras ella buscaba alimento para las dos. Un d¨ªa, cuando intentaba cazar un caim¨¢n, escuch¨® un disparo. "Un grupo de hombres, madereros seguramente porque son los ¨²nicos no ind¨ªgenas de la regi¨®n, se acerc¨® hasta su hamaca y uno dispar¨® en el pecho de Jakarewyj pensando que estaba dormida", relata la investigadora con pesar. Para Survival parece probable que la mujer llevara ya un tiempo muerta y que falleciera a causa de las enfermedades contra¨ªdas en el pasado, "pero la crueldad de los invasores queda plasmada por ese disparo al cuerpo sin vida de esta mujer postrada", comunic¨® en su momento la organizaci¨®n.
"Tras la muerte de su hermana, Amakaria vag¨® sin rumbo durante semanas o meses por la selva, sin saber qu¨¦ hacer y muy triste", indica Shenker. Ahora, la mujer vive en la comunidad con otros aw¨¢s como ella porque no quiere estar sola". Y ahora tambi¨¦n, su historia y la de su hermana deben dar de nuevo la vuelta al mundo para que la sociedad entienda por qu¨¦ hay que respetar la forma de vida de las minor¨ªas aisladas. Palabra de aw¨¢.
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