Fronteras
El periodista estadounidense Varian Fry mont¨® en Marsella un eficiente aparato de fabricaci¨®n de pasaportes y visas falsos. Con esos documentos ayud¨® a escapar de los polic¨ªas de la Gestapo a muchos intelectuales pr¨®fugos, jud¨ªos y no jud¨ªos
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Todos los veranos, desde hace ya muchos, recuerdo Port Bou y el impresionante monumento erigido en memoria de un escritor alem¨¢n, Walter Benjamin, que se suicid¨® en la ciudad para no caer en manos de la polic¨ªa alemana. Benjamin fue uno de los muchos hombres que murieron porque hab¨ªa una frontera y le faltaba un papel para pasarla: el visado de salida de Francia. No tuvo fuerzas para ir a Marsella a intentar conseguirlo y se tom¨® varias pastillas de morfina que acabaron con su vida. No fue el ¨²nico en sufrir la existencia de esa frontera.
Como si fuera una premonici¨®n, Heinrich Mann hizo pasar a Enrique IV, rey de Francia, una parte de su juventud mirando Pau y la silueta de los Pirineos en la biograf¨ªa novelada que le dedic¨®. Unos a?os despu¨¦s de que el monumental libro se publicara, el autor alem¨¢n miraba los Pirineos con una ansiedad mayor que la que le invad¨ªa al joven destinado a ser rey.
Otros art¨ªculos del autor
Heinrich era en 1940 un pr¨®fugo de los nazis. ?l, que hab¨ªa sido un ni?o mimado de las letras alemanas, que vend¨ªa tantos libros como su hermano Thomas de cada historia que sacaba a la venta. Y ahora, en junio de 1940, buscaba con desesperaci¨®n una forma para escapar de la Francia de Vichy, entregada a la Alemania nazi, y llegar a Estados Unidos a trav¨¦s de la Espa?a hostil gobernada por un dictador llamado Francisco Franco.
El delito que hab¨ªa cometido el autor hab¨ªa sido firmar, junto a otros peligrosos intelectuales, como Albert Einstein, un manifiesto de protesta por el asesinato, a manos de la extrema derecha, de Milan Sufflay, un intelectual croata. A los nazis no les hab¨ªa gustado eso.
Heinrich no iba solo. Le acompa?aban en su tortuoso viaje su compa?era, Nelly Kr?ger, una cabaretera bastante ignorante; su sobrino Golo, hijo de Thomas, un poeta checo profundamente cat¨®lico; Franz Werfell, y su esposa, Alma Mahler, viuda del m¨²sico, que viajaba con un equipaje especialmente voluminoso que conten¨ªa algunas cosas eternas, como la partitura completa y aut¨®grafa de la Novena sinfon¨ªa del ya grande entre los grandes.
La peque?a historia del viaje da para contarlo en muchas versiones. Y la c¨®mica estar¨ªa entre ellas, si no fuera por las circunstancias tr¨¢gicas que la envolvieron. No est¨¢ de m¨¢s, sin embargo, recordar las constantes puyas que la insoportable Alma Mahler le dedicaba a Nelly, una humilde chica que parec¨ªa sacada de la novela de Heinrich Profesor Unrath, que hab¨ªa sido protagonizada en el cine ni m¨¢s ni menos que por Marlene Dietrich en una pel¨ªcula, dirigida por Josef von Sternberg en 1930, llamada El ¨¢ngel azul.
En 1940, Heinrich Mann buscaba c¨®mo escapar de la Francia de Vichy, entregada a Alemania
Alma se aprovechaba del escaso bagaje intelectual de la cabaretera para demostrar su superioridad y volv¨ªa locos con la reivindicaci¨®n de sus maletas a todos los integrantes de la variopinta expedici¨®n.
Hubo otro protagonista importante en este viaje tan peliculero, que era un periodista americano y se llamaba Varian Fry. Fry mont¨® en Marsella un eficiente aparato de fabricaci¨®n de pasaportes y visas falsos. Con esos documentos hechos por decenas de voluntarios, Fry ayud¨® a escapar de los polic¨ªas de la Gestapo a muchos pr¨®fugos, jud¨ªos y no jud¨ªos, del acuerdo por el que el infame r¨¦gimen de P¨¦tain se compromet¨ªa a entregar a Alemania a todas las personas que esta reclamara.
La peripecia de Mann y sus acompa?antes incluy¨® una devota visita del poeta Werfel al santuario de Lourdes, donde el obeso vate le prometi¨® a la virgen que, si les ayudaba a salir de Europa, har¨ªa una pel¨ªcula en pago devoto a cambio del favor.
Las cosas le salieron bien al grupo que, despu¨¦s de muchas semanas de peligros, fracasos y esperas, consigui¨® llegar a Am¨¦rica dejando atr¨¢s la frontera, Barcelona, Madrid y Lisboa.
Varian Fry pudo respirar satisfecho, porque con su feliz marcha hab¨ªa cumplido con uno de sus objetivos. Otros no lo lograron y fueron internados en campos de exterminio o ejecutados por la polic¨ªa pol¨ªtica alemana. Hanna Arendt s¨ª lo consigui¨® y logr¨® inspirar a las generaciones posteriores con sus radicales estudios sobre el mal y su aparente simplicidad. La lista de gente a la que Fry quer¨ªa ayudar llegaba a 2.000 personas. Muchas sobrevivieron.
La expedici¨®n de Mann se encontr¨® con algunas sorpresas, como la de, quiero suponer que impostores, unos militantes anarquistas que cobraban por sus servicios fronterizos y, en sentido contrario, a guardias civiles que hicieron gratis la vista gorda para que pudieran escapar.
Alma Mahler, viuda del m¨²sico, llevaba en su equipaje la partitura de la ¡®Novena sinfon¨ªa¡¯
Werfel fue quiz¨¢s el m¨¢s afortunado de los viajeros. Hizo su pago a la virgen, que se llam¨® La canci¨®n de Bernadette, dirigi¨® Henry King y protagoniz¨® Jennifer Jones, que dej¨® de lado su ardiente look para obtener por su modoso papel el Oscar a la mejor actriz en 1943, uno de los cuatro galardones que la pel¨ªcula cosech¨®.
La insufrible Alma Mahler, que menospreci¨® al poeta siempre que pudo, recordando que su primer marido hab¨ªa sido Mahler, consigui¨® fascinar al mundo entero con su haza?a de haber salvado la Novena sinfon¨ªa de las garras de los nazis.
Golo Mann sigui¨® la estela familiar y escribi¨® libros hist¨®ricos, pero tambi¨¦n tradujo al alem¨¢n a otra v¨ªctima de la frontera, Antonio Machado, cuya tumba pudo visitar en Collioure, a unos cientos de metros de donde tambi¨¦n muri¨® Walter Benjamin, aunque los huesos del alem¨¢n se perdieron porque nadie se hizo cargo de los costes de su modesto nicho.
Heinrich Mann, ya muy castigado por los a?os, sigui¨® escribiendo, pero la edad le impidi¨® ganar lo suficiente para seguir haciendo algo feliz a su depresivo ¨¢ngel azul, Nelly Kr?ger, que ya lo era, pero vio c¨®mo se acentuaban en ella los rasgos de la Cenicienta. Heinrich no encontr¨® a su p¨²blico, y Nelly, que hab¨ªa sido acostumbrada por ¨¦l a ser una mantenida de lujo, no encontr¨® nada que se pareciera a la felicidad en Los ?ngeles, donde se suicid¨® en 1944.
Fry hab¨ªa salvado, con su f¨¢brica clandestina de documentos, la vida de muchos intelectuales, jud¨ªos y no jud¨ªos, como por ejemplo los Mann.
En su lista de personas a salvar no estaba Nelly Kr?ger. No era jud¨ªa, pero, sobre todo, no era una intelectual ni una cient¨ªfica destacada, ni ten¨ªa una maleta con una partitura de una obra sin estrenar de Gustav Mahler.
En realidad, Nelly se hab¨ªa enfrentado, como todos sus compa?eros, a la existencia de las fronteras. Pero, como hoy los sirios y los libios que mueren ahogados en el Mediterr¨¢neo, se enfrent¨® a una sociedad para la que no era nada, solo un personaje de cuarta fila en ese drama.
Jorge M. Reverte es periodista y escritor.
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