?Funciona prohibir el tabaco?
Los pa¨ªses ricos fuman cada vez menos: ha quedado claro que prohibir funciona
Se ha vuelto una marca de ¨¦poca: pocas cosas tan vintage como el humo. Se dir¨ªa que la menguante industria del tabaco sobrevive gracias a la floreciente industria de las series: en ning¨²n sitio se fuma tanto como en ellas. En cuanto una serie ¨CMad Men, Narcos, Fari?a¨C quiere ser siglo XX ponen a todos a fumar como si el mundo, a?os atr¨¢s, hubiera sido un cenicero. Y de alg¨²n modo lo era.
No es f¨¢cil aceptar que la coerci¨®n sirve. Queremos creer que no: que las prohibiciones producen, al contrario, m¨¢s apetencia por lo que se prohibe. Y, sin embargo, el caso del tabaco nos complica.
El tabaco fue la gran venganza americana. La conquista de los europeos mat¨® a muchos millones de locales; ellos, a cambio, les dieron esa planta para que se mataran solos. El desquite tard¨®: reci¨¦n a mediados del siglo XIX el tabaco, convertido en cigarrillo, empez¨® a imponerse. Fue, primero, armado a mano, hasta que un genio olvidado invent¨®, en 1881, la primera m¨¢quina de hacerlos: la industria estaba lanzada y el mundo se abrasaba.
El consumo explot¨®: en 1925, el mundo encend¨ªa 10.000 millones de cigarrillos por a?o; hoy se fuman 18.000 millones por d¨ªa. No hay producto global que venda tantas unidades y mate a tanta gente. Alguna vez, cuando un historiador nos mire desde unos siglos de distancia, dir¨¢ que el XX fue una era de grandes masacres en que los hombres crearon por fin los medios para destruir el planeta y, mientras se amenazaban con usarlos, se envenenaban lenta, constante, voluntariamente.
Hasta que algunos se fueron dando cuenta. Hace ya m¨¢s de 50 a?os las grandes tabacaleras americanas supieron que sus usuarios podr¨ªan rebelarse y decidieron apostar por los pobres. En 1964, el director de Liggett & Myers ¨Cuna de las compa?¨ªas m¨¢s importantes¨C explicaba su pol¨ªtica: ¡°El mercado del cigarrillo en los Estados Unidos est¨¢ casi saturado. En el resto del mundo, en cambio, se consumen, t¨¦rmino medio, cuatro veces menos cigarrillos que en Am¨¦rica. As¨ª que tenemos que expandirnos en ese mercado. Es un mercado ¨¢vido de productos norteamericanos: la prueba est¨¢ en que todas nuestras marcas multiplican sus negocios en el exterior a un ritmo acelerado, a pesar de que sus precios son, por lo general, superiores a los de las marcas nacionales¡±.
Lo consiguieron y, adem¨¢s, sobrevivieron unas d¨¦cadas m¨¢s en sus propios terrenos. Hasta que los estados ricos se hartaron: las enfermedades del tabaco les costaban demasiado caro. Con el fin de siglo empezaron las campa?as que explicaban sus males, las fotos asquerosas, la interdicc¨®n de las publicidades, los aumentos de impuestos. Pero hubo, sobre todo, prohibiciones. Cada vez m¨¢s lugares impidieron a las personas que fumaran: aviones, primero, y hospitales, despu¨¦s trenes y taxis, despu¨¦s bares, hoteles, estadios, al fin incluso ciertos parques.
Yo imagin¨¦ que no funcionar¨ªa: que la prohibici¨®n despertar¨ªa las ganas de hacer lo prohibido, alguna rebeld¨ªa; no fue as¨ª ¨Cy me duele aceptarlo. No fumo, pero me inquieta que prohibir funcione. En Espa?a, sin ir m¨¢s lejos, el a?o pasado se vendi¨® la mitad de cigarrillos que una d¨¦cada antes: 2.200 millones en lugar de 4.500. Cada vez que termino de cenar en un restor¨¢n ¨Co en una casa¨C con un grupo de amigos que hace unos a?os habr¨ªa sacado su tabaco, me sorprendo porque ya ¨Ccasi¨C nadie lo hace. Y lo mismo pasa en oficinas y redacciones y clases y bares; tanta gente se ha olvidado de algo que, hace unos a?os, parec¨ªa ineludible. Ahora, gracias a eso, los que se envenenan son otros: ahora fuman los chinos y los pobres. Todo un triunfo de la salud, del bien, del cuidado de nosotros mismos.
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